
Antonio Villalpando Acuña nos ofrece un interesante análisis sobre el impacto ecológico de la Inteligencia Artificial, en especial entre los países en vías de desarrollo.
Antonio Villalpando Acuña nos ofrece un interesante análisis sobre el impacto ecológico de la Inteligencia Artificial, en especial entre los países en vías de desarrollo.
Texto de Antonio Villalpando 16/01/25
Antonio Villalpando Acuña nos ofrece un interesante análisis sobre el impacto ecológico de la Inteligencia Artificial, en especial entre los países en vías de desarrollo.
La cuestión de si podemos usar la Inteligencia Artificial (IA) para mejorar la relación entre las sociedades y el medio natural se planteó, por lo menos, desde hace 40 años. Sin embargo, como ha sucedido con otras revoluciones tecnológicas, la estructura de las sociedades actuales hace que sea más probable que la IA contribuya a la destrucción de la naturaleza que a su (nuestra) conservación. Te invito a reflexionar conmigo y a ser testigo(a) de la década que definirá esta relación.
“[es] más probable que la IA contribuya a la destrucción de la naturaleza que a su (nuestra) conservación.”
La discusión sobre la utilización de la inteligencia artificial (IA) para mejorar la relación entre las sociedades y el medio natural se remonta, por lo menos, a la década de 1980. Por ejemplo, el ecólogo Edward Rykiel sembró a finales de dicha década la idea de que el eventual desarrollo de la inteligencia artificial sería una oportunidad para avanzar en áreas como la modelización y simulación para gestionar recursos naturales mediante un “razonamiento ecológico” más sofisticado que lo que entonces podía ofrecer la tecnología informática (Rykiel, 1989).
El argumento de Rykiel es arcaico, pues en aquel entonces los límites del pensamiento informático de los no-especialistas era la programación basada en objetos como el exitoso lenguaje de programacion C++. Lo que tenían en mente las y los ecólogos de entonces era indexar árboles, cuerpos de agua, tal vez animales, y asignarles ciertas características para ver los ecosistemas o las regiones como un todo en la pantalla de una computadora. Da un poco de ternura esa visión porque es como la escena de Jurassic Park en la que Lex Murphy accede a una computadora del complejo para cerrar las puertas y evitar a los velociraptores, y dice “es el sistema UNIX” y “te muestra todo”. Awww.
Hoy, casi 40 años después, existen decenas de aplicaciones de IA para el cuidado del medio ambiente que, pese a sólo usarse en un puñado de países, pueden hacer mejoras sustativas en muy poco tiempo. Tres ejemplos de a bote pronto:
Hay decenas de ejemplos más de lo que ya se hace con IA para cuidar la naturaleza de las actividades humanas y también a las personas de las consecuencias del cambio climático, desde la gestión de desastres hasta la optimización de procesos industriales para alcanzar la meta de huella de carbono cero. Sin embargo, pese a que esfuerzos como estos son serios y loables, el medio social actual genera más oportunidades para que la IA dañe el medio ambiente que para que nos ayude a hacer el urgente control de daños que tenemos pendiente.
El capitalismo tardío es un oscurantismo, y en esta decadencia mentir se ha vuelto una de las armas predilectas de quienes controlan los recursos. En el caso del medio ambiente, ya tenemos un par de décadas hundidos en el famoso greenwashing, la práctica muy socorrida por políticos y empresas de aparentar un compromiso con el medio ambiente que en realidad es superficial o engañoso, lo que obviamente hacen para ganar más dinero o simpatía de las y los votantes. Casi todo lo que compramos dice ser eco-friendly, aunque en la mayoría de los casos es, por lo menos, una exageración.
En este excelente medio se ha tocado varias veces el tema. En 2022, Rivas y Estrada-Leyva ilustraron este concepto a través de dos ejemplos concretos en México: el maltrato a los ajolotes a manos de varios alcaldes de la Ciudad de México, quienes manosearon y luego “liberaron” unos especímenes de estos simpáticos animales como si fueran muñecos de AMLO, así como la liberación de tilapias en un humedal de Tampico a manos del alcalde, sin saber que en ese medio esos peces son una especie nociva. Por su parte, Mariana Mastache-Maldonado nos regaló el año pasado un muy buen artículo en el que resaltó la discrepancia entre el greenwashing que acompaña todos los juegos olímpicos desde hace años y la senda de contaminación y expulsión de poblaciones vulnerables que dejan atrás, mostrando como siempre la decadencia moral de políticos y empresas.
“Casi todo lo que compramos dice ser eco-friendly…”
Aunque me queda claro que los alcaldes de México son un riesgo para la naturaleza, en nada se comparan con la forma en que se está usando la inteligencia artificial para turbocargar las prácticas de greenwashing. El fenómeno es tan extendido que es difícil encontrar un gran consorcio del que no se sospeche que trata o ha tratado de eludir las regulaciones ambientales aprovechando la “caja negra” de la inteligencia artificial, como la llama Frank Pasquale. Te doy tres ejemplos:
La intensidad de la regulación ambiental es un tema de primer mundo. Sabemos que Estados Unidos y la Unión Europea protegen el medio ambiente en el que viven sus habitantes con regulaciones que, pese a ser frecuentemente corrompidas y desafiadas, en el mediano plazo logran su cometido. En el anverso, las empresas de estas naciones han instalado una parte importante de sus procesos productivos en países subdesarrollados, los cuales suelen tener menos regulaciones o la necesidad política de hacerlas cumplir. El 35 % de las empresas estadunidenses tiene más de la mitad de sus procesos productivos fuera de su territorio, mientras que en los países de la Unión Europea esta proporción oscila entre 15 % y 35 % (con datos de Statista). Este fenómeno es especialmente relevante en el contexto de la IA, pues mucho de lo que se necesita para desarrollar esta tecnología es sumamente contaminante y se produce en países pobres o se extrae de su territorio. Baste con mencionar el devastador negocio de las mineras canadienses, que son un actor central en el abastecimiento de los materiales básicos para construir inteligencias artificiales como iridio, cobalto, grafito, litio, níquel, entre otros.
Podríamos hacer una enciclopedia de todos los procesos de manufactura implicados en la creación de IA que contaminan el mundo “en vías de desarrollo”, pero no a los países que más se benefician de ello. Sin embargo, baste para concluir este artículo la más directa de las observaciones sobre la relación de la IA y el medio ambiente: su gigantesca huella de carbono.
De acuerdo con un estudio de la Universidad Amherst de Massachusetts, entrenar un modelo de inteligencia artificial —es decir, refinar su comportamiento a través de la interacción con personas y reprogramarla— libera al ambiente, en promedio, 284 toneladas de dióxido de carbono. Esto equivale a 300 vuelos redondos entre Nueva York y San Francisco, o bien a la huella de carbono de 10 automóviles circulando hasta los 150,000 kilómetros. Esta “huella” de carbono —más bien patada de carbono— afecta mucho más a los países subdesarrollados que a los países que producen las IA. Como han señalado varias investigaciones y organizaciones, los costos ambientales de la IA están localizados en países con estrés hídrico, mientras que los efectos del dióxido de carbono ambiental afectan desproporcionadamente más la calidad del aire en los países entre los trópicos que en los países al sur o al norte de ellos.
El escenario que tenemos enfrente, entonces, es uno en el que nuestras sociedades enajenadas con la producción y las reglas actuales del comercio mundial son el caldo de cultivo perfecto para magnificar el daño ambiental que generan las inteligencias artificiales, el cual será resentido —una vez más— por la gente más vulnerable.
“entrenar un modelo de inteligencia artificial […] libera al ambiente, en promedio, 284 toneladas de dióxido de carbono.”
Los próximos diez años serán definitorios en la agenda IA-medio ambiente. En el mejor de los mundos posibles, crecerá la regulación en todos los países para impedir que se multiplique la devastación y se utilizarán las soluciones de IA que ya existen para comenzar a remediar el abuso de la naturaleza. En el peor de los casos, la devastación ecológica generada por la IA contribuirá a ampliar la brecha de desarrollo y bienestar que ya existe entre el puñado de países industrializados y el resto de las sociedades maquiladoras. Todo ello, claro, con una buena dosis de greenwashing potenciado por IA. EP
Rykiel, E. J. (1989). Artificial intelligence and expert systems in ecology and natural resource management. Ecological Modelling, 46(1–2), 3–8.