Paloma Pasajera | Ciencia y poesía: lenguajes conscientes de sí mismos

Lejos de estar en disputa, el lenguaje poético y el científico se han vinculado a lo largo del espaciotiempo. Agustín B. Ávila Casanueva nos ofrece un recorrido poético que va del abuelo de Darwin a José Emilio Pacheco, pasando por Constance Naden, Robin P. Myers, Elisa Díaz Castelo y Verónica Gerber.

Texto de 25/03/25

Lejos de estar en disputa, el lenguaje poético y el científico se han vinculado a lo largo del espaciotiempo. Agustín B. Ávila Casanueva nos ofrece un recorrido poético que va del abuelo de Darwin a José Emilio Pacheco, pasando por Constance Naden, Robin P. Myers, Elisa Díaz Castelo y Verónica Gerber.

La definición no es mía. Se la escuché a Elisa Díaz Castelo en un taller de poesía: “La poesía es un lenguaje consciente de sí mismo”. Consciente de su sonido, de la polisemia de sus significados, de los colores, de las sílabas, de las rimas. De precisiones poéticas, de nombres tan maravillosos como sinalefa o tan terribles como homorganicidad. Creo que la definición de Elisa también puede aplicarse al lenguaje científico. Es absolutamente consciente de sí mismo, pero de una manera contraria. Es decir, la ciencia le teme a la polisemia, pero en su lucha por tener una y una sola definición de sus conceptos, sabe que tiene que ser muy consciente de lo que va a fijar por escrito. Que un metro es la distancia que recorre la luz en el vacío en un intervalo de 1/299 792 458 segundos y nada más. Que a los números primos poco les importa la familia, sino simplemente ser naturales y divisibles entre uno y entre ellos mismos. E inventará también nombres tan maravillosos como vernación circinada y tan terribles como α-cetoglutarato deshidrogenasa, quien se encargará de generar una descarboxilación oxidativa dentro del Ciclo de los ácidos tricarboxílicos.

Ahora, tampoco es que ciencia y poesía estén peleadas. De hecho, su colaboración ha sido bastante fructífera. Aprovechando que esta columna habita la sección Ecos | Sostenibilidad y ambiente de Este País, y que las ciencias de la vida son el campo en el que mejor me desenvuelvo, tomaré brotes y ejemplos de esta rama. Probablemente haya ejemplos mucho más antiguos de poesía y biología, pero como bien dice Dobzhansky: “Nada en la biología tiene sentido, sino es a la luz de la evolución”, así que empezaremos por ahí.

El abuelo de Darwin, Don Erasmo —que también se apellidaba Darwin, pero no es en quien inmediatamente pensamos al escuchar el apellido—, fue un médico y naturalista inglés, que también fue filósofo y estudioso del lenguaje. Su obra científica de mayor importancia fue un libro titulado Zoonomía o las leyes de la vida orgánica; en él incluía tratados de patología y algunas de las ideas evolutivas que su nieto después incorporaría en El origen de las especies. Pero la pluma de Erasmo no se detuvo ahí. Inspirado por las clasificaciones de los seres vivos realizadas por Linneo, que a juicio de Erasmo eran “un terreno poético inexplorado, y un tema alegre para la musa”, nuestro curioso y precavido autor publicó “Los amores de las plantas” de manera anónima en 1789. En este poema, una musa vegetal guía al lector a través de un jardín botánico, haciendo referencia a 83 especies distintas de plantas. Mediante la personificación de los órganos sexuales de las flores —la parte masculina como el novio y la femenina como la novia, ambos listos para la noche de bodas—, y tras detallados ejemplos de pasión vegetal, Erasmo buscaba demostrar la importancia de la reproducción sexual en la evolución de las especies.

Al ver que su obra fue bien recibida, Erasmo se animó a publicar —un par de años después y ahora sí con su firma—, El jardín botánico, una antología que reunía “Los amores de las plantas” con su segundo y mucho más ambicioso poema “La economía de la vegetación”. En este último, hablaba sobre la tecnología de su tiempo, el origen del cosmos e incluso se atrevía a hacer algunas predicciones sobre el futuro.

Carlos (Charles Darwin) no poseía una pluma tan lírica como la de su abuelo; sin embargo, la semilla poética en la evolución claramente germinó con vigor. En 1881, un año antes de la muerte de Darwin (Charles), Constance Naden, poeta y filósofa inglesa de apenas 23 años, escribió en su soneto “Undiscerned perfection” —cuya traducción podría ser “Perfección ignorada” o “Perfección inadvertida”— sobre cómo “ha caminado con pies incansables / la tierra donde la ciencia y la poesía se encuentran”. Naden emplea todo su dominio poético de la lengua no solo para explicar las nuevas teorías y desarrollos científicos, sino también para hacer una mordaz crítica a los estereotipos de la época y una genial burla a las pocas gracias sociales que suelen tener los científicos, así como a sus torpes intentos de ligue.

Uno de los poemas que reúne todo lo anterior es el muy apropiadamente llamado “Selección natural”, el tercero del cuarteto “Erótica evolutiva”. En él, Naden cuenta cómo un científico cree tener el regalo perfecto para su amada: una cueva llena de fósiles homínidos e instrumentos de sílice. Sin embargo, Chloe —la amada en cuestión— lo ignora por completo, en favor de un hombre que baila mucho mejor. Luego, en su intento por justificar científicamente su rechazo, el hombre de ciencia no hace mas que demostrar su desagradable ensimismamiento, y su desconocimiento e incomprensión sobre las fuerzas evolutivas propuestas por Darwin.

Dando un salto espaciotemporal hacia el presente y hacia nuestro país, podemos jactarnos de no habernos quedado atrás en la discusión científica a través de la poesía. Las críticas poéticas a los científicos siguen presentes —se dirigen a los grandes bastiones de la ciencia y de su divulgación, y van más allá del campo de la evolución—, como podemos leer en “Carta de amor a Carl Sagan”, de Robin P. Myers y traducción de Jazmina Barrera, donde la poeta recrimina —con mucho cariño— a Sagan el haber enviado una placa metálica al espacio con la representación de un hombre y una mujer desnudos que no se tocan y donde no se muestra la vulva:

El pene del hombre está presente y flácido.
La vagina de la mujer pulcramente triangular, sin fisura,
para apaciguar a los censores. No hay,
quiero ser clara, absolutamente ningún punto de contacto.
¡Ay, Carl Sagan, la presión!
El terrible peso de la responsabilidad
forjado en el metal, precipitándose ahora castamente
a través de la infinita virginidad del espacio.

Aprovechando la temática espacial, regresemos a Elisa Díaz Castelo y el poema que dedica a Laika, cuyo final vuelve a cuestionar el valor de los logros de la ciencia. Elisa ha empleado el lenguaje científico, las prácticas médicas y la exploración de la enfermedad en su poesía de manera magistral. Cual sucesora espiritual de Schrödinger, Díaz Castelo se pregunta qué es la vida, y ofrece sus respuestas en El reino de lo no lineal —libro que, además, ganó el Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes en 2020—. Y, retomando su gusto por la física, Elisa también nos muestra los vericuetos del Proyecto Manhattan, pero contándolo desde la perspectiva de las distintas mujeres involucradas en el proyecto, una historia pocas veces contada.

Como diría Cristina Rivera Garza en Escrituras geológicas: “es cada vez más difícil escribir sobre ‘la condición humana’ sin tomar en cuenta los territorios en disputa sobre los que colocamos los pies, y los cuerpos de las especies que, en constante e irresuelta compañía, conforman nuestra condición de presente”. Así, y de vuelta en el campo de la Biología, resulta que el cambio climático y nuestra relación con las distintas especies de este planeta no se han quedado atrás en la expresión poética. Uno de los mejores ejemplos es el impecable ejercicio de reescritura a cargo de Verónica Gerber, quien trae al presente los haikus de José Juan Tablada —publicados como Un día… poemas sintéticos—, y los enfrenta al cambio climático y la actualidad contaminada en su propio “Otro día”. De esta manera contrastamos “Las nubes” de Tablada:

de los Andes van veloces,
de montaña en montaña,
en alas de los cóndores.

a “Las nubes” de Gerber Bicecci:

Desde la mina
sustancias cancerígenas
cubren el pueblo.

Esta lista está claramente incompleta: lo único que intenta mostrar es que la tradición científica y poética es vasta y de trayectoria, que es un espacio de encuentro genial para hablar y discutir tanto de la ciencia como de su comunicación. Para terminar, les dejo uno de los primeros poemas que leí en este espacio liminal y que sigue siendo uno de mis favoritos, a cargo de José Emilio Pacheco.

Fisiología de la babosa

La babosa,
animal sutil,
se recrea
en jardines impávidos.
Tiene humedad de musgo,
acuosidad
de vida a medio hacerse.
Es apenas
un frágil
caracol en proyecto,
como anuncio
de algo que aún no existe.
En su moroso edén de baba
proclama
que andar por este mundo
significa
ir dejando
pedazos de uno mismo en el viaje.

La babosa se gasta dando vueltas
a su espiral.
Lleva a cuestas
su paranoia,
aplastante
condición de su ser.
Nadie quiere a esta plaga insulsa
que a ras de tierra o en paredes
lamenta
una vida que no pidió.
Pobrecita,
es tan supersticiosa:
teme
(justificadamente)
que alguien
venga y le eche la sal.

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