Cuota de Género: Fantasmas en la red

Cuota de género es el blog de Abril Castillo en Este País y forma parte de los Blogs EP.

Texto de 16/09/19

Cuota de género es el blog de Abril Castillo en Este País y forma parte de los Blogs EP.

Tiempo de lectura: 4 minutos

Luego de muchas noches sin soñar, soñé con un insecto, que probablemente era un cara de niño. El insecto se colaba por todos los recovecos de mi casa y yo tenía que atraparlo y liberarlo. 

No me gusta matar insectos, aunque en ocasiones he tenido que hacerlo. 

Hoy en la mañana, al tener un flashazo de mi sueño, recordé un cara de niño que llegó a mi departamento en una bolsa de tierra que mi mamá compró en los Viveros. Esa era nuestra hipótesis, porque vivíamos en un quinto piso y cómo más puede llegar un animal que vive enterrado a un lugar tan alto.

Nosotros lo trajimos.

Nunca había visto un cara de niño, pero había escuchado que eran insectos muy venenosos. Y muy feos. Me impactó percibirlo como un humano miniatura, con una coraza impenetrable y un miedo atroz. Corría por toda la casa huyendo de nosotros que lo veíamos tan grande que nos daba asco aplastarlo, tocarlo o salvarlo, aunque siempre salváramos arañas, abejas y hasta alguna vez un alacrán. 

Lo rociamos con un bote entero de Raid, pero el bicho seguía corriendo por todas partes, hasta que se fue quedando quieto en su lugar, girando por última vez en su propio eje. Y luego, tieso. Me acerqué y vi su rostro entumecido, sus ojos cerrados, su boca en un gesto de pánico y dolor. 

Parecía tan humano. 

Me dio lástima y asco. Mi mamá lo barrió y lo aventó por la ventana, que daba a un jardín. Pudimos haber hecho eso con el cara de niño vivo, pero no, el miedo nos lo impidió. Él trató de huir. Nosotros lo perseguimos hasta anularlo. Le ganamos.

En los días que siguieron no podía dejar de pensar en él. Me daba miedo que apareciera otro. Pensaba que no soportaría volver a sentir ese nivel de miedo si me topaba con un cara de niño otra vez. Pero luego empecé a preguntarme qué tanto de eso que había escuchado sobre ellos era cierto. Mucha de esa información la había ido recolectando de niña con amigos de la primaria, que claramente exageran para volver más sabrosa una plática. Niños sin cara, porque no podía recordar ni una sola fuente fidedigna, fidelidad basada no en lo profundo de sus conocimientos, sino que ni siquiera recordaba exactamente quién me había dicho eso.

Era 2005 y no fue muy fácil encontrar en internet información, pero leí varias cosas. Leí, por ejemplo, que los cara de niño no son venenosos, que eso es un mito. Que son como hormigas gigantes que escarban y que en general no se meten con nadie. Que no pican, sino muerden, y que eso puede irritar la piel, pero no matarte. Con lo que leí, pensé que era muy probable que nuestro cara de niño viniera en la bolsa de tierra de los Viveros. Acercarse al hecho en vez de cerrar los ojos ante él lo vuelve también más palpable. El pobre bicho estaba adentro, en su elemento, y alguien lo extrajo de ahí sólo para que una familia muerta de miedo lo matara en vez de salvarlo o devolverlo a la tierra.

Ala fecha no puedo olvidar su rostro. Dirán que un insecto no tiene rostro pero los cara de niño por eso se llaman así. Lo recuerdo aún y seguro no lo he superado y por eso se aparece en mis sueños como un fantasma. Dicen que hasta que no superas algo, se te seguirá apareciendo de distintas formas.

Tengo sueños recurrentes que en su mayoría ocurren en casas. Las casas son el hábitat de mis peores pesadillas y de mis laberintos sin resolver. La reincidencia en una idea, en una sensación, en una emoción tiene lugar ahí.

Otra forma del miedo no aparece en los sueños, sino en las fantasías. En los miedos que tienes de niña o de grande, cuando cruzas un pasillo oscuro de noche. 

Eso me pasó la primera vez que viví sola. Cuando me fui a vivir con mi primer novio, tenía la certeza de que me encontraría con una viejita que me miraría a través del cristal de la puerta de la lavandería. El pequeño espacio que llamábamos lavandería era un cubo de concreto de dos por dos metros, que estaba al lado de la cocina. Iba por agua o por algo al refri y evitaba voltear a mi derecha, porque sabía que ahí habría una viejita mirándome.

Si iba a la cocina de madrugada tenía prácticamente que cerrar los ojos y volvía a mi cuarto casi llorando.

Ya tenía 24 años. No era una niña, ¿pero era yo la viejita?

Si, como dicen, en los sueños todos los personajes somos nosotros, ¿en las fantasías también? Porque entonces esa viejita tenía que ser yo.

Traté de imaginar cómo sería su rostro si la veía a la cara, si al final me decidía a voltear a mi derecha.

¿Qué estaba haciendo? ¿Qué gesto tendría? ¿Me diría algo o sólo me sonreiría? ¿Y si estaba llorando? ¿Y si llorábamos las dos?

No podía mirarla, pero empecé a imaginar que la viejita trataba de escapar de ahí, de ese cuarto de cristal.

Y sí: tenía mi cara.

Como yo, estaba asustada.

La viejita era yo. Yo, el fantasma.

En los sueños como al estar despiertos, la vida se puede volver pesadilla y mostrarnos lo latente. El mundo no está configurado por otros, mucho menos cuando estamos en soledad. Nosotros hacemos ambos: el sueño o la pesadilla.

La viejita vivía en esa casa de la que ya me quería ir. Así que cuando al fin me mudé, la viejita no se vino conmigo. En mi nuevo departamento por primera vez en toda mi vida, no le temía a la oscuridad. Toda mi casa era mi cuarto grande, incluida la cocina. Y sólo había una de mí. 

El insecto corre por la casa. Un hábitat que es laberinto de la memoria, emociones, cuerpo.

Nuestros sueños son como internet. Una pesadilla, las redes sociales. El cara de niño es ese ex (amigx o novix) que no quiero ver pero tampoco soltar. Es esa fiesta a la que no me invitaron, el viaje que no puedo hacer, el dibujo que no me sale. 

Uno pensaría que no hay mejor solución que un buen veneno.

Dar unfollow.

Bloquear.

Eliminar.

Algo que ahuyente los fantasmas.

Silenciar a alguien, dejar de seguir en Facebook.

(Pero seguirán siendo amigos.)

Y me pregunto, cuál sería el equivalente a tomar una hoja de papel.

Ir en calma por un vaso.

Y con la plena conciencia de que el bicho tiene más miedo que yo de él, suavemente depositarlo en una trampa momentánea y liberarlo.

A salvo él.

A salvo yo.

Abeja.

Cara de niño.

O mariposa.

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