El espejismo de la desextinción: ciencia, ética y especies perdidas

Gustavo Ortiz Millán cuestiona la desextinción del lobo huargo y plantea dudas éticas, ecológicas y filosóficas sobre revivir especies extintas. ¿Ciencia o espectáculo?

Texto de 25/04/25

Gustavo Ortiz Millán cuestiona la desextinción del lobo huargo y plantea dudas éticas, ecológicas y filosóficas sobre revivir especies extintas. ¿Ciencia o espectáculo?

A principios de abril, Colossal Laboratories & Biosciences, una empresa estadounidense de biotecnología que usa la ingeniería genética para revivir especies animales extintas y para proteger especies en peligro de extinción, anunció públicamente que había logrado la desextinción del lobo huargo o lobo gigante, una especie de lobo extinta hace unos 12,500 años, y que se hizo muy popular en los últimos años gracias a la serie de televisión Juego de tronos. Orgullosamente, Colossal ha dado a conocer a tres cachorros de lo que ellos denominan lobo huargo: Rómulo, Remo y Khaleesi.

Ahora que al parecer ha tenido éxito la primera desextinción, es de esperarse que haya más intentos de volver a traer al mundo especies desaparecidas. De hecho, en su página web, Colossal también anuncia que está trabajando para desextinguir al pájaro dodo (extinto a fines del siglo XVII por la sobreexplotación de los marinos que llegaron a la isla Mauricio y que acabaron con él), al mamut lanudo (desaparecido hace unos 4000 años en lo que ahora es Rusia) y al tigre de Tasmania (extinto por la cacería, la competencia con el dingo y el cambio climático). Otros están también pensando en desextinguir uros (un pariente extinto de los toros), palomas pasajeras y tortugas floreanas, entre otras muchas especies desaparecidas. —Hay quien ha pensado, por cierto, en desextinguir a nuestros parientes homínidos los neandertales, pero dejemos este tema de lado, porque esto conlleva un conjunto diferente de preguntas éticas—.

Aunque ha habido diversos intentos desde hace muchos años, ninguna especie extinta había sido desextinto con éxito. El intento más cercano se dio en 2003, cuando un equipo dirigido por el español Alberto Fernández Arias logró revivir al bucardo español, una subespecie de cabra montés. En el año 2000, meses antes de que muriera el último espécimen, se tomó una muestra de su ADN. Luego se logró su clonación —siguiendo el procedimiento que se había usado con la oveja Dolly en 1996— y aunque se logró llevar a término el proceso de gestación, la cría no vivió más que unos cuantos minutos; con lo cual la especie se extinguió dos veces. Algunos también contarán el caso de las cuagas, un pariente de la cebra que fue “revivido” a través de selección artificial (o cría selectiva) de cebras con menos rayas, pero es cuestionable que se haya revivido la misma especie. En el caso del lobo gigante no se recurrió a la clonación —dado que no había ejemplares vivos de donde tomar muestras de ADN—, tampoco a la selección artificial, sino a la ingeniería genética.

Habría que entender primero el proceso técnico por el que se llegó a la desextinción de los lobos gigantes. Grosso modo, por medio de la extracción del ADN de dos fósiles de lobos de miles de años de antigüedad se obtuvo el 91 % de su genoma. Este se comparó con el del lobo gris —que hoy día es el pariente más cercano del lobo huargo— e identificaron similitudes y diferencias; editaron células que son determinantes de su aspecto para lograr su gran tamaño, estructura y fuerza. Luego se usó una técnica de transferencia nuclear de células somáticas de lobos grises, que sirvieron para crear embriones, que posteriormente fueron implantados en sabuesas domésticas que sirvieron como madres subrogadas. De 45 embriones creados, solo los tres mencionados llegaron a término.

Inmediatamente después de darse a conocer la desextinción del lobo huargo, han resurgido diversas preguntas acerca del proyecto de desextinguir especies desaparecidas; preguntas que se han hecho desde hace muchos años, cuando se anunciaron los primeros intentos de revivir especies desaparecidas. Podríamos clasificarlas en tres rubros: 1) cuestiones filosóficas en torno a lo que es una especie, 2) cuestiones ambientales y de conservación, y 3) cuestiones éticas.

Entre las primeras sobresale la pregunta de si verdaderamente se está desextinguiendo una especie desaparecida o si simplemente, por medio de la ingeniería genética, se está imitando una especie o creando individuos que se parecen fenotípicamente a la especie extinta, o sea, tienen su color, tamaño, etc. 

Aquí surge la pregunta filosófica acerca de qué es una especie. ¿Tener la misma información genética, o una lo suficientemente parecida, de una especie extinta es suficiente para considerar a un individuo como miembro de una especie? Podríamos pensar que la respuesta afirmativa es una forma de esencialismo genético, que consideraría que las especies son grupos discretos, exclusivos y uniformes caracterizados por poseer un cierto genoma. Según esto, las especies serían clases naturales, con una esencia fijada por la genética, y en las que los individuos son variaciones accidentales de esa forma ideal. El problema es que esta perspectiva no es compatible con el evolucionismo, para el que las especies cambian, se bifurcan y se mezclan. El pensamiento posdarwiniano nos diría que las especies son poblaciones históricas y cambiantes, no tipos fijos ni clases naturales; son agrupaciones contingentes de organismos conectados por reproducción y continuidad histórica, pero donde no hay líneas divisorias claras, o cuando menos son borrosas.

Ahora, ¿son los rasgos conductuales un componente constitutivo de lo que es una especie? Si sí lo son (aunque no en un sentido esencialista, sino como parte de su historia evolutiva), entonces la desextinción de una especie no puede limitarse a su genoma. Los lobos huargos han sido gestados por sabuesas, criados y socializados por lobos grises, en un nicho ecológico o hábitat muy diferente. Así, en el mejor de los casos, su comportamiento será el de un lobo gris actual; interactuarán con las presas actuales, no con las que interactuaban los lobos huargos hace decenas de miles de años. Además, serán criados en cautiverio, con lo que será imposible reproducir la conducta que posiblemente tendrían en vida libre —aunque hay que decir que Colossal también ha buscado reproducir estas condiciones—. Asimismo, tendrán una dieta que seguramente no es la característica que tuvo la especie hace miles de años.

Otra cuestión es si verdaderamente se podrá desextinguir una especie, y no simplemente un puño de individuos: para que pueda realmente hablarse de una desextinción exitosa habría que tener un número considerable de individuos de esa especie; por lo menos los suficientes para hablar de una población viable, o sea, un grupo con una alta probabilidad de sobrevivir… entre otras cosas, porque tienen potencial reproductivo. Cuando se quiere revivir una especie, esto se logra induciendo la endogamia en los pocos individuos que se tienen en un inicio —como se hace cuando se quiere producir una nueva raza de perros vía selección artificial—. Sin embargo, reproducir individuos genéticamente muy relacionados entre sí tiende a ocasionar enfermedades genéticas, como también sucede con los perros de raza; pero a diferencia de los perros, no hay muchas especies con las que luego se pueda ampliar el cuello de botella genético, fuera de los lobos grises. De hecho, muchas reintroducciones de individuos pertenecientes a especies en peligro de extinción en vida libre fallan porque la especie se extingue por endogamia. Situaciones como esta son las que hacen que sea tan difícil que las reintroducciones tengan éxito. La tasa de éxito de reintroducciones de especies en vida libre varía dependiendo de la especie, pero es, en general, baja. Además, otro factor es que habría que cambiar la actitud de la gente hacia los lobos en vida libre: en México, por ejemplo, ha sido difícil la reintroducción del lobo gris mexicano, porque la gente ha seguido cazando a los pocos que se han reintroducido.

Otra pregunta relacionada con la cuestión de la especie es ¿bajo qué criterio se seleccionó esta especie y no otra?, ¿porque va a cumplir una función ecológica que con su desaparición dejó de cumplir y causará un desequilibrio ecológico? Tal vez bajo ese criterio habría otras muchas especies a las que desextinguir antes. Quizás si no hubiera sido antecedido por la popularidad que el lobo huargo obtuvo tras el éxito de Juego de tronos no se le habría escogido —y es algo que Colossal también confiesa—. En otras palabras, se trata de una estrategia publicitaria. Las candidatas a la resurrección suelen ser las llamadas “especies carismáticas”, es decir, tienen un atractivo popular y teóricamente podrían ayudar a sensibilizar y recaudar fondos para que se desextingan otras especies; pero ¿realmente se proyecta desextinguir luego a especies extintas, digamos, de anfibios y reptiles o solo otras especies carismáticas?

Todo esto nos lleva al segundo grupo de preguntas, las ecológicas. En su página web, Colossal nos dice que está devolviendo al lobo huargo “al lugar que le corresponde en el ecosistema”. Sin embargo, el ecosistema que había hace 12,500 años o más ha desaparecido o por lo menos ha cambiado radicalmente: las presas que cazaban los lobos han desaparecido, como probablemente la mayoría de las especies que conformaban la cadena trófica de aquel ecosistema. De modo que se estarían introduciendo individuos a hábitats que ya no les son propios; esto podría ocasionar que, como especies exóticas que son, acabaran con especies endémicas o nativas que ahora existen, pero que no se adaptaron para coexistir con los lobos huargos. En realidad, por razones de biodiversidad (que son también razones éticas), no se deberían reintroducir este tipo de especies.

Hay otras preguntas éticas: una es si se tiene la certeza de que la técnica para desextinguir especies es completamente segura y no va a generar problemas de origen genético en los individuos producidos. En seres humanos, la edición genética en línea germinal —es decir, la que modifica el ADN de óvulos, espermatozoides o embriones y que es similar a lo que se ha hecho con los lobos— se ha prohibido en casi todo el mundo por los riesgos que conlleva: posibles malformaciones, efectos fuera de objetivo que generen problemas de salud que probablemente sean transmitidos a otras generaciones, como mosaicismos (casos en que un individuo tiene dos o más poblaciones de células con distinta composición genética, lo que puede dar lugar a discapacidades y anomalías). Estos problemas muy probablemente les generarán sufrimiento a esos individuos. ¿Es moralmente justificable llevar a cabo edición genética en estos animales si no contamos con la certeza de que no habrá ese tipo de problemas? ¿Es aceptable “experimentar” con ellos para probar tecnologías? Claro que el defensor de la desextinción podrá replicar que si no se hace esto nunca vamos a saber si la tecnología es segura. ¿Optamos por el avance de la ciencia y la tecnología por sobre la ética o viceversa?

Sin embargo, si una razón que se cita para desextinguir una especie es en términos de conservación, surge aquí otro conjunto de preguntas. La relación costo-beneficio de la conservación es peor para la desextinción que para las especies amenazadas existentes. Es difícil saber cuál sería el costo completo de un proyecto de desextinción exitoso, pues involucra no solo la investigación y la ingeniería genética, sino crear una población viable, es decir, autosustentable, además de la restauración de su hábitat. Considerando estos aspectos podemos imaginar que el costo sería altísimo. ¿Por qué emplear estos recursos en un proyecto ecológica y éticamente cuestionable si, en cambio, se podrían usar para proyectos existentes de conservación que probablemente tengan más éxito para salvar especies actuales en peligro de desaparecer? Financiar la recuperación, la reintroducción y el mantenimiento de especies extintas proporcionaría menores beneficios de conservación que financiar la conservación de especies amenazadas existentes o limitaría el número de especies existentes que podrían conservarse. Los impactos de destinar recursos limitados a la desextinción como estrategia de conservación serían negativos. Joseph Bennett y sus colegas, por ejemplo, han argumentado que revivir especies ya extintas podría generar una pérdida neta de biodiversidad, al desviar fondos que se destinarían a la conservación de especies aún existentes. Es preferible enfocar los esfuerzos en conservar las especies actuales en peligro, no en desextinguir alguna de las millones de especies que han existido a lo largo de la historia —aunque muchas de ellas se hayan extinto por culpa de los humanos—.

La fascinación por revivir especies extintas no puede hacernos perder de vista que la conservación de la biodiversidad no consiste en exhibiciones espectaculares de ingeniería genética, sino en el compromiso sostenido con los seres vivos que aún habitan nuestro planeta —muchos de los cuales se encuentran en peligro de extinción a causa de la actividad humana—. En lugar de aspirar a corregir el pasado mediante simulacros biotecnológicos, deberíamos preguntarnos por qué seguimos generando las condiciones para nuevas extinciones y qué estamos haciendo para evitarlas. En última instancia, conservar la vida exige menos nostalgia, menos ciencia ficción y más responsabilidad. EP

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