Elecciones en 2024: Balance del año en que el mundo votó

En este texto, César Morales Oyarvide nos ofrece una síntesis de los diferentes procesos electorales que tuvieron lugar en el mundo durante 2024, más allá de México y Estados Unidos.

Texto de 23/12/24

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En este texto, César Morales Oyarvide nos ofrece una síntesis de los diferentes procesos electorales que tuvieron lugar en el mundo durante 2024, más allá de México y Estados Unidos.

Tiempo de lectura: 6 minutos

Parece que fue ayer cuando Andrés Padilla me invitó a cubrir para Este País el agitado calendario electoral de 2024, un año en el que alrededor de dos mil millones de personas, distribuidas en más de 60 países, fueron llamadas a las urnas. Su propuesta tenía una sola condición: no enfocarse en los casos de México y Estados Unidos, que naturalmente ocuparían el mayor espacio en las noticias, sino voltear a ver lo que pasaba en otros países. El resultado fue un conjunto de textos donde, con la excusa de entender las elecciones, hemos hablado de los nuevos desafíos a la democracia, los nuevos rostros de la ultraderecha, las razones que hacen exitosos a los partidos políticos y conflictos geopolíticos. E, incluso, de dramas familiares y música pop.

“hemos hablado de los nuevos desafíos a la democracia, los nuevos rostros de la ultraderecha…”

A continuación, como cierre al ejercicio, ofrezco al lector un balance de lo que nos deja este ciclo electoral, único por su magnitud e implicaciones.

Nuestro recorrido electoral comenzó en Taiwán en enero, donde el Partido Democrático Progresista refrendó su mandato en unas elecciones que involucraron no solo a potencias como China, que sigue considerando a la isla como una provincia rebelde, y a los Estados Unidos, sino a mercados estratégicos para la economía global como el de los semiconductores, y a Taylor Swift, cuyo malogrado concierto en Taipéi se convirtió en objeto de disputa en la campaña electoral. Los comicios de esta pequeña isla mostraron cómo las grandes batallas —políticas, ideológicas y económicas— del siglo XXI se juegan incluso en los lugares menos esperados.

Febrero nos acercó a casa, con las elecciones de El Salvador. En ellas, el autodenominado “dictador más cool del mundo”, el publicista Nayib Bukele, fue reelecto en medio de acusaciones de manipular la Constitución y un “Estado de excepción” impuesto desde 2022. En un año particularmente difícil para los incumbents, la popularidad de Bukele, que cosecha admiradores dentro y fuera de sus fronteras y ha borrado a la oposición del mapa político, es toda una advertencia respecto al perfil que ha adoptado el nuevo autoritarismo latinoamericano, en el que la tradicional “mano dura” se combina con un relato futurista, de falsa rebeldía y que usa intensivamente las redes sociales.

Marzo nos llevó hasta Rusia, donde la nueva victoria de Putin convertirá al exagente de la KGB en el gobernante ruso contemporáneo con más años en el poder, solo por detrás de Stalin. Los sucesivos gobiernos de Putin, marcados por una creciente concentración del poder, subrayan también la vigencia de lo que algunos politólogos han llamado la “nueva ola patrimonialista”: un proceso en el que esta forma de dominación, marcada por la apropiación del aparato estatal por un líder y su camarilla, ha sido exitosamente exportada por Moscú a las repúblicas ex soviéticas, luego a Europa y de ahí incluso a Estados Unidos. Este nuevo proyecto, que se presenta como una alternativa al liberalismo y al socialismo, es quizá una de las grandes herencias que Putin dejará al mundo, más allá de las teorías de la conspiración que rodean a su figura.

En abril volteamos a ver a la India. En sus elecciones de este año, 950 millones de personas fueron convocadas a participar en el ejercicio democrático más grande de la historia mundial. Ahí, el partido ultraderechista del primer ministro Narendra Modi volvió a ganar las elecciones, aunque con un margen menor al esperado, lo que les obligó a conformar un gobierno de coalición. Desde hace años, Modi comanda un gobierno basado en el avance del supremacismo hindú, cuyo respaldo popular hoy representa una amenaza para la vida de millones de musulmanes indios, convertidos en ciudadanos de segunda clase, víctimas tanto de la discriminación legal como de una violencia social cada vez más acusada.

En mayo tocó el turno a Sudáfrica, en donde el Congreso Nacional Africano, el partido que encabezó la lucha contra el apartheid en este país, perdió por primera vez la mayoría parlamentaria. Pese a que su candidato y presidente en funciones, Cyril Ramaphosa, se mantuvo en dicho cargo al frente de un gobierno de coalición, los comicios fueron un auténtico terremoto en la vida política sudafricana. Con niveles persistentes de desigualdad, corrupción y desempleo, la larga luna de miel del CNA con la ciudadanía parece haber llegado a su fin, especialmente entre una población joven para quienes el legado del propio Nelson Mandela ha dejado de ser objeto de culto.

En junio, el maratón electoral hizo parada en Europa, donde 450 ciudadanos de 27 países votaron por sus representantes en el parlamento comunitario, con sede en Bruselas y Estrasburgo. Usualmente consideradas unas elecciones “aburridas”, los resultados de estos comicios generaron especial preocupación, debido al avance de la ultraderecha, que hoy amenaza la estabilidad de la propia Unión. Pese a que el Partido Popular Europeo de Ursula von der Leyen, de centro-derecha, ganó el mayor número de escaños, las fuerzas europeístas, liberales y socialdemócratas perdieron terreno ante una ultraderecha que hoy controla una cuarta parte del parlamento y se está cada vez más normalizada.

En Reino Unido, que en julio votó igualmente a su parlamento, las elecciones se saldaron con una derrota histórica del Partido Conservador, que dejó el gobierno tras 14 años. Con todo, más que el triunfo del laborismo, el hito más llamativo de estas elecciones fue la obtención de un escaño, por primera vez tras 7 intentos fallidos, de Nigel Farage, “Mr. Brexit”. Este político ultraderechista, al que se le considera artífice de la salida del Reino Unido de la UE, influyó significativamente en la campaña electoral, centrada en una supuesta “invasión” de migrantes. Ahora, con dinero público y presencia institucional, Farage se alista para reemplazar a los tories como principal oposición al nuevo gobierno.

A finales de julio, los ojos del mundo volvieron a posarse en América Latina, específicamente en Venezuela, donde Nicolás Maduro se declaró ganador de unas elecciones plagadas de irregularidades. El proceso electoral venezolano, que polarizó la opinión pública fuera de Venezuela, generó una ola de protestas dentro del país, miles de detenidos y decenas de fallecidos. Luego de un mes, el tribunal supremo avaló unos resultados “difíciles de creer”. Con ello, marcó un punto de no retorno en la deriva autoritaria del chavismo, un proyecto político siempre controvertido, pero con una innegable vocación popular de origen. Más que el documentado fraude de Maduro, lo más sorprendente del escenario venezolano ha sido la reacción de cierto sector de la izquierda, que se niega a aceptar la realidad de un régimen cada vez más militarista, patrimonial y mesiánico.

Septiembre volvió a poner en el candelero a la ultraderecha, esta vez en el país que históricamente más ha padecido sus efectos: Alemania. Las elecciones en tres estados del este alemán, Sajonia, Turingia y Brandemburgo, arrojaron el mayor triunfo ultra desde la caída del Tercer Reich. Aunado a lo anterior, estas elecciones marcaron el ascenso de una nueva fuerza política: el partido Alianza Sahra Wagenknecht (BSW, por sus siglas en alemán), que toma el nombre de su fundadora, la política de izquierda más popular del país teutón. El proyecto de Wagenknecht se presenta como una “izquierda conservadora” que busca alejarse de la pose woke y preocuparse por los alemanes de a pie. Sin embargo, el nacimiento de esta iniciativa puede ser, lejos de la receta para frenar a los ultras, la mayor prueba del avance de sus ideas.

Uruguay votó  por su nuevo presidente en octubre y lo volvería a hacer en noviembre, en una segunda vuelta. El resultado fue el regreso al gobierno del Frente Amplio, la coalición de izquierda otrora liderada por José Mujica y Tabaré Vázquez. El triunfo de su candidato a la presidencia, Yamandú Orsi, plantea una pregunta obligada: ¿qué explica el éxito sostenido de este partido? La respuesta está, de acuerdo con los especialistas, en su peculiar organización. Específicamente, en el rol fundamental de los “comités de base”, que mantuvieron vivo a ese partido durante su etapa en la oposición y continúan siendo jugadores de peso en su toma de decisiones. En una época donde la militancia partidista se ha vuelto una reliquia, las elecciones de Uruguay representaron una importante lección.

Finalmente, el mismo día que los Estados Unidos volvían a elegir a Donald Trump como su presidente, un pequeño conjunto de islas de Micronesia, Palaos, eligió también a a cabeza de su gobierno. En “las otras elecciones del 5 de noviembre”, los palaoanos decidieron reelegir a Surangel Whipss, quien competía contra el expresidente Tommy Remengesau, que era también su cuñado. Más allá de lo inusual de ver a dos miembros de una misma familia compitiendo por la presidencia, las elecciones en Palaos representaron una vuelta a los grandes temas que marcaron el inicio del maratón de este año. Palaos es uno de los pocos aliados diplomáticos de Taiwán y juega —pese a su modesto tamaño— un importante rol en las tensiones geopolíticas entre China y Estados Unidos en el Pacífico.

“queda por verse si esta corriente política seguirá alimentándose del descontento ante el statu quo…”

Resulta un tanto paradójico que una de las mayores lecciones del año electoral más intenso de la historia es lo frágil que son hoy nuestras democracias. En un año marcado por los conflictos bélicos, la inflación y la polarización, el avance del autoritarismo de derecha y sus nuevos rostros —de El Salvador hasta India, pasando por Estados Unidos— ha sido quizá el mayor legado. Mirando hacia el futuro, queda por verse si esta corriente política seguirá alimentándose del descontento ante el statu quo o las fuerzas democráticas y progresistas son capaces de reinventarse. En 2025, países tan diversos como Canadá, Chile, Alemania y Singapur serán el nuevo escenario de esta batalla. EP

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