Ellas también son el futuro

En este reportaje, Luciana Wainer cuestiona la percepción de la vejez en América Latina.

Texto de 25/10/21

En este reportaje, Luciana Wainer cuestiona la percepción de la vejez en América Latina.

Tiempo de lectura: 7 minutos

Todo surgió como una broma. Regina le dijo a su abuela, Virginia, que debería buscarse un novio. Ella —que lleva varios años viuda—, se rio y evadió el tema; le dijo que era una loca, que cómo se le ocurren esas cosas y siguió riéndose. Pero no se negó. Regina, entonces, insistió y, entre chiste y chiste, se fue formando una incipiente lista de deseos: que sea platicador, que le guste viajar y comer, que tenga sentido del humor. Virginia lo definió de esta forma: «que sea espléndido». 

Fue un 9 de septiembre en una comida en casa de Regina. Virginia acababa de volver de un viaje con su hermano y estaba cambiada; se la veía feliz y llena de anécdotas. Ese fue el puntapié inicial: buscar a alguien que la acompañe en esos planes. Y no es que a sus 72 años Virginia no pueda estar sola, por el contrario, siempre ha sido una mujer independiente, que no tuvo miedo de divorciarse del padre de sus tres hijas en un tiempo en el que las separaciones no eran bien vistas y volverse a casar, que tiene amigas, nietas, que va al cine. La idea de una pareja, en ese contexto, abría la posibilidad de un compañero de planes y, porqué no, de vida. 

Regina publicó la búsqueda en un grupo de Facebook de mujeres y como en una revolución del cupido cibernético, los comentarios le empezaron a llover a través de la pantalla: hombres que ponían su foto, mujeres que se animaban a sumarse a la búsqueda, hijas que etiquetaban a sus padres y mujeres que proponían armar una página de citas para mayores de 60 años. Entre los seiscientos ochenta y cinco comentarios pueden leerse cosas como “Me apunto a lista de abuelas para date… Realmente es difícil conocer personas a nuestra edad” o “Les presento al hombre ideal, es mi papá. Tiene 71 años, no fuma, hace ejercicio, ama trabajar…”. Fotos, historias, búsquedas y palabras de aliento. Regina me dice que tiene varios prospectos, pero uno que le llamó particularmente la atención: “es súper activo y platicador… Tiene 85 años, pero no le voy a decir a mi abuela porque va a pensar que es un viejito y nada que ver. Van a ir a comer el miércoles, es su primera date después de muchos años, la verdad es que sí está nerviosa”. 

La cita llegó pocos días antes de la publicación de ese texto. Otra de las nietas de Virginia la llevó hasta el restaurante y la fue a buscar. Hubo cuatro horas de vino, risas y hasta fotos para Facebook. Le pregunto a Regina si habrá repetición. “Yo creo que habrá una segunda cita. De hecho, ella no quiso darle el celular, se quiere hacer la difícil, tendrá que ser a través de nosotras”. 

Hablar del futuro 

La esperanza de vida en México ha ido aumentando a pasos agigantados; mientras en 1930 la edad promedio era de 34 años, este número se elevó a 61 años en 1970 y a 74 en 2000. El último Reporte de Estadísticas Mundiales 2020 informa que la edad promedio en México es de 76.6 años. Es decir, si una persona se pensiona a los 65 años, todavía tiene, en promedio, unos once años de vida. Sí: la tercera edad es la etapa más larga en la vida de una persona y aunque debería ser un motivo de orgullo, la cultura occidental, el capitalismo y las narrativas hegemónicas que se tejen desde la idea de productividad han hecho que nos avergoncemos de la vejez, que ocultemos cualquier signo que delate el paso del tiempo, que enterremos bajo capas de maquillaje, litros de tinte y cierto pudor aprendido las formas del cuerpo y los cambios en la piel. 

“…la cultura occidental, el capitalismo y las narrativas hegemónicas que se tejen desde la idea de productividad han hecho que nos avergoncemos de la vejez, que ocultemos cualquier signo que delate el paso del tiempo…”

Los estereotipos, también, nos han sentenciado a ejercer únicamente tareas de cuidado y labores domésticas: las personas mayores cuidan nietos, tejen y cocinan; eso hemos visto en infinidad de películas, libros y notas del periódico. Pero no. Algunas personas mayores —como mi abuela Noemí, de 88 años—, también chatean, participan de la conversación por Twitter y se pasan horas investigando sobre temas que le interesan en internet. Otras, como Martha Castañeda, corren maratones. 

Para Martha, la vejez es una nueva oportunidad de aventuras. Su primera maratón la corrió a los 52 años, pero la constancia del ejercicio recién se afianzó con la pandemia. De tanto quedarse en casa, la sala se transformó en el mejor escenario para sus rutinas y el perfil de @lanonnafit comenzó a atraer seguidores. Martha nunca planeó volverse influencer, el objetivo, me cuenta, fue perder la pena de verse a sí misma haciendo ejercicio. En ese proceso, descubrió que el encierro tenía deprimidas a muchas personas y decidió levantarles el ánimo: “Si yo puedo, tú puedes”, les dice a sus seguidores mientras hace sentadillas, salta la cuerda o gira en una barra de pole dance. Sus entrenamientos se mueven al ritmo de la música y siempre están acompañados de una sonrisa.  

Martha tiene once hermanos, cuatro hijos y siete nietos. A sus 62 años, logró dejar el tabaco y dedicarse a lo que le gusta. A Martha le entusiasma hablar del futuro. Y cuando alguien le dice que “ya no está para esos trotes”, Martha responde trotando hacia su maratón número ocho. 

Un amplio abanico

En México residen 15.4 millones de personas de 60 años o más, según la última encuesta del Instituto Nacional de Estadística y Geografía. Es decir, que hay más adultos mayores que niños y niñas menores de cinco años y si la tendencia en tasas de natalidad se mantiene, pronto habrá más mayores de 60 que menores de 15. ¿Por qué, entonces, hablamos tan poco de ellos? 

Los adultos mayores de México no sólo son los abuelos y abuelas que monopolizan nuestra discusión pública, muchos son de las personas más influyentes de nuestro país: Olga Sánchez Cordero (74), actual presidenta del Senado de la República; Álex Lora (68), cantautor y vocalista de El Tri; Juan Villoro (65), escritor y periodista; Layda Sansores (76), gobernadora de Campeche; Maribel Guardia (62), actriz y presentadora; Arturo Zaldívar (62), Ministro Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación; Jesusa Rodríguez (65), activista y exfuncionaria; Marta Lamas (74), antropóloga, académica y feminista; Andrés Manuel López Obrador (67), Presidente de la República. La lista podría extenderse en párrafos y párrafos. Y mientras más pienso en las personas mayores de 60, menos entiendo la ausencia de narrativas que pesa  sobre ellas. 

Ahora bien, también es cierto que no todos tienen esa suerte. El Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL) informó que, en 2018, 4 de cada 10 adultos mayores de 65 años vivían debajo de la línea de pobreza. Los contrastes en este grupo de edad no escapan a la brecha social que prevalece en el resto de la sociedad; pero los prejuicios sobre el rol que ocupan los afectan a todos y todas.  

¿Qué nos hace ignorar a la vejez? ¿Es miedo?, ¿negación?, ¿comodidad? Si ese es nuestro punto de llegada —el de todxs—, sería más inteligente, lógico y empático de nuestra parte ocuparnos de que sea un lugar al que dan ganas de ir. Y no sólo desde la idealización del hogar y la familia. Los temas que conciernen a los adultos mayores también son el arte, la educación, la sexualidad, la academia y cualquier otro que sea parte de nuestra sociedad. Para Nancy Quiñones, por ejemplo, su tema es la política. 

“Los temas que conciernen a los adultos mayores también son el arte, la educación, la sexualidad, la academia y cualquier otro que sea parte de nuestra sociedad”.

“Cuando me jubilé intenté cuidar a mi nieta, hice meditación, hice un viajecito… pero no estaba totalmente satisfecha. Hasta que un día vi el video de Gabriela Cerruti y dije ‘¡esto es lo que a mí me pasa! ¡Yo necesito nuevos proyectos de vida!’ y esto no significa que voy a dejar de querer a mi nieta, pero aquellos que hemos militado y luchado por los derechos humanos, no nos queremos quedar quietos”, me dice Nancy desde la provincia de Catamarca en Argentina.

Gabriela Cerruti es una periodista y diputada argentina que sacó un libro llamado La revolución de las viejas con el afán de construir nuevas vejeces alejadas de los estereotipos y los mandatos machistas. Viejas vivas y deseantes; vejeces autónomas y disfrutables, proclama en algunas de sus páginas. La idea rápidamente se fue pasando de boca en boca y mientras la pandemia empeoraba y los gobiernos de todo el mundo pedían que los adultos mayores se quedaran en casa, las viejas argentinas —como ellas mismas se autodenominan— empezaron a organizarse y compartir experiencias. 

Nancy acudió a su primera reunión el 5 de marzo de 2020 y se dio cuenta de que no estaba sola: las inquietudes que ella tenía eran compartidas por cientos de mujeres. También descubrió que la revolución ya estaba en marcha: el movimiento empezó a crecer y se formaron grupos de trabajo donde se abarca desde temas de sexualidad hasta propuestas de ley en materia de cuidados, también se discute sobre cine, se dan cursos de capacitación y se imparten conferencias. Para Nancy, que toda su vida ha sido activista por los derechos de las mujeres y militante del movimiento nacional y popular, le fue natural comenzar a participar activamente en el cabildeo de propuestas: “mira lo que pasó: el gobernador de Catamarca nos decía ‘¿ustedes qué quieren inventar? Si ya son viejas’, ¡pero él tiene mi misma edad! Parece que a los hombres sí se les tiene permitido”, me dice entre risas. 

El movimiento de la Revolución de las Viejas es tan diverso como creciente. En las últimas semanas ya se hicieron encuentros con mujeres de Chile, Uruguay y España y algunas de sus integrantes comenzaron a participar en la política partidaria del país: en las últimas elecciones primarias en Argentina, Nancy contendió para ser candidata a diputada por la línea de “Mujeres al frente” que se enmarca en el partido “Frente de todos”. Y aunque los resultados no fueron los que estaban esperando, Nancy asegura que están listas para cambiar la estrategia, enmendar errores y volver a empezar. 

Cualquiera que visite la página web de la Revolución de las Viejas podrá leer su manifiesto. En éste se habla de deseo y acción, de marea plateada y de pañuelos verdes, de lucha y de resistencia. En el cierre, como quien proclama una verdad por años contenida, el movimiento declara:

Porque nos tocó transitar de este modo nuestra historia es que no queremos cambiar la vejez, queremos cambiar la vida. 

Sabemos que será una lucha extraordinaria, la afrontamos con convicción y libertad. 

Así que no nos busquen pasivas, no nos van a encontrar. 

No nos busquen infelices, no vamos a estar. No nos busquen calladas… ¡no nos callamos más! EP

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