Editorial: noviembre 2021

Esta es nuestra carta editorial de noviembre de 2021 sobre el contenido de nuestro número 366. Los Centrales son sobre los impuestos en México. En Cultura, hablamos sobre la cultura en las redes sociales. En Ambiente, abordamos qué sucedería en un mundo sin abejas. Para terminar, en Sociedad nueva exploramos nuestra relación con la muerte.

Texto de 03/11/21

Esta es nuestra carta editorial de noviembre de 2021 sobre el contenido de nuestro número 366. Los Centrales son sobre los impuestos en México. En Cultura, hablamos sobre la cultura en las redes sociales. En Ambiente, abordamos qué sucedería en un mundo sin abejas. Para terminar, en Sociedad nueva exploramos nuestra relación con la muerte.

Tiempo de lectura: 7 minutos

Este País 366 | Nuestro problema con los impuestos

Una de las mejores herramientas para salir del ciclo de la pobreza está en los impuestos. La carga fiscal ha sido, en muchos países, la mejor manera de fortalecer a un estado que vea por todos y de redistribuir la riqueza. En México, por desgracia, tenemos una pésima, mala, tóxica, necia, rejega y compleja relación con los impuestos. Pensamos que para estas fechas tendríamos una reforma fiscal hecha y derecha que gravara a quienes más tienen para convertir esos dineros en servicios y accesos para quienes menos tienen, y en construir un mejor país para todos: con carreteras y caminos funcionales, con hospitales cercanos, agua potable, áreas verdes y lugares seguros para estar. Esto no es, desde luego, una fantasía: hay países que han logrado transformarse para dar a sus ciudadanos beneficios colectivos. Pero llegar hasta ahí tiene costos políticos importantes: a nadie le gusta que le cobren impuestos, a nadie. Además de voluntad política, se requiere una visión de largo plazo que se plantee, de verdad, qué viene en el futuro: cuántos seremos, cuál será el potencial del país, cuáles sus fortalezas y debilidades. A partir de todo lo anterior podremos construir un plan impositivo que sirva para todos.
En esta edición discutimos distintos aspectos de la no reforma fiscal, esa que pudo ser pero que se convirtió en pedazos misceláneos. Antonio Villalpando hace un recuento rápido y eficiente de la aversión generalizada a los impuestos: la de los gobiernos, la de la gente. Es el punto de partida necesario y panorámico para el resto de los ensayos.
Montserrat Aldave y Víctor Gómez-Ayala revisan con puntualidad y mucha claridad los costos de no tener una reforma fiscal. Se trata de costos reales para todos nosotros.
Mario Campa se asoma al clamor popular de romper de una vez el círculo absurdo de no gravar a quienes más tienen a favor de los más necesitados en este mundo de desigualdades atroces. A partir de ahí, con buena mano, ensaya lo que sucede en México con los impuestos, los avances y los pendientes que el gobierno tiene en su agenda.
Cerramos con un texto de los Gatitos Contra la Desigualdad en colaboración con Máximo Jaramillo. Los impuestos deberían ser algo que se use para desarticular el círculo de desigualdad que campea en nuestro país. Los Gatitos y Máximo saben muy bien cómo detallar estos procesos y analizan, punto por punto, dónde están las desigualdades de la balanza tributaria.
A partir de un conocimiento común a todos —nuestra posición en la OCDE, la recaudación global que tenemos en México, los posibles costos políticos, la progresión impositiva— nuestros autores ensayan muy distintas formas de mirar un mismo problema que debe resolverse ya. Por más odiosos y difíciles que sean los impuestos, es mucho peor no tenerlos.

Este mes, la portada y las imágenes son de la ilustradora Caro García, que estudió la carrera de Diseño Gráfico en la Universidad Intercontinental y después cursó el diplomado CASA Ilustración Narrativa en la Facultad de Artes y Diseño de la UNAM. Cuenta que primero dibujó, después le gustó mucho conocer historias y así fue que comenzó a tener un cariño especial por los libros ilustrados. Ha colaborado en diversas publicaciones y como directora de arte en agencias de publicidad casi siempre acompañada de sus perritos y un capuchino con media carga: luego le tiembla la mano. Disfruta mucho ilustrar situaciones en las que pueda contar algo gracioso. Su trabajo fue seleccionado en el Catálogo de Ilustradores de la Secretaria de Cultura (2019) y en el Abierto pintura Lumen (2019). Ha publicado en el periódico Excélsior, Editorial Planeta, Macmillan Publishers, Tierra Adentro, Moi, S1ngular y Gaceta del Palacio de Hierro.

Cultura 193: La cultura en las redes sociales

La pandemia nos ha enseñado algunas cosas muy puntuales: entre otras, que somos seres culturales. Otro aprendizaje de los últimos meses es que sin la interacción en el día a día y sin una presencia concreta y tangible, la posibilidad del espacio cultural es posible. Hay cosas muy rescatables de entre las ruinas extrañas que ha dejado la pandemia y de entre el ruido brutal que son las redes sociales, sobre todo a últimas fechas. De eso queremos hablar, del espacio solidario y hermoso que la cultura ha creado para sí misma en las redes sociales. 

Alberto Chimal y Raquel Castro hablan de su propia experiencia, una inédita en sus vidas y a la que se embarcaron con el entusiasmo con el que hacen todo. Encontraron en las redes la expansión de su vida cultural, una riqueza que no suponían y una forma nueva de encontrarse con otras personas que comparten con ellos intereses y afinidades. 

Mario Medrano explora qué es lo que está pasando: no sólo habla sobre cómo es que este fenómeno llegó aquí y si llegó para quedarse, sino que busca encontrar las reverberaciones de esta nueva forma de vivir la cultura. 

Alejandro Gómez Escorcia discurre por algo fascinante: esta nueva ventana cultural es también una posibilidad de hacer hábitos nuevos. También explora los objetos y productos culturales como algo que va más allá de la convención: las lecciones, los talleres, el asombro compartido hacen un eco cultural que nos hermana y que es, en medio del caos, una bocanada de aire puro. 

La obra plástica es de Teresa Velázquez. Su pintura es sugerente y se enlaza con facilidad con los tiempos de superposiciones, de ventanas abiertas, de espacios que se multiplican. 

Teresa Velázquez

Ambiente: Un mundo sin abejas

En los mundos apocalípticos que se imaginan en el cine, los cataclismos vienen de fuera: un meteorito, una nave espacial, una horda de extraterrestres que no sabemos cómo llegaron a la Tierra. A veces, también se usa la herramienta buenos-malos: unos muy malos atacan a otros muy buenos con armas poderosísimas. El otro maligno encarna, a veces, en animales que adquieren poderes destructores.

Sin embargo, estamos frente a un apocalipsis distinto, que no nos escandaliza tanto: uno silencioso, que sume pérdidas de a poco.

Como ejemplo de la biodiversidad que puede perderse y generar un verdadero caos con su ausencia, está el caso de las abejas. Sin ellas, se perderían en cadena empleos, cultivos variadísimos con todo y los nutrientes que pueden proveernos y muchas tradiciones que ayudan a la conservación del entorno. Hay una nueva legislación que resulta peligrosa, porque obvia lo que existe y porque no se hace cargo de lo que podría pasar si se favorece únicamente la apicultura industrializada. Hay, también y desde hace años, un sistema perverso que contamina el campo con insecticidas y fertilizantes, que favorece los monocultivos y castiga a la diversidad. Y hay un inmenso desconocimiento tanto de legisladores como de ciudadanos del valor real de las abejas, del precio verdadero de la miel y del costo que tendrá para el mundo dejar morir a estos insectos. Un mundo sin abejas sería un mundo menos rico, menos valioso en todos los sentidos. En esta edición tenemos dos reportajes sobre lo que ocurre hoy con las abejas y una metáfora de la formación de panales humanos, colaborativos. Astrid Rivera, Michelle Morelos y Miriam Mabel Martínez analizan nuestras vidas se ven afectadas positivamente gracias a la existencia de esos pequeños insectos zumbadores, diligentes y fascinantes.

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Sociedad nueva: Nuestra relación con la muerte

Asociamos los últimos meses del año a la muerte: en parte porque se acaban unos ciclos y comienzan otros; en parte porque, en México, la muerte se celebra. O eso queremos creer. Porque la tradición del Día de Muertos en nuestro país no ha tenido desde siempre ese cariz festivo con el que a últimas fechas se baña al 1 y 2 de noviembre. Esta edición, la del penúltimo mes del segundo año de la pandemia, con todos sus muertos a cuestas, hablamos de las formas de ver la muerte desde la tradición, por un lado, y desde la intimidad, por el otro. 

Mario Alberto Medrano se lanza a revisar la tradición en el norte y el centro del país. Antes que celebrar a los muertos, en el norte se celebra a los aparecidos. Halloween permite que los fantasmas y las calabazas convivan en un mismo espacio en toda nuestra frontera norteña. De eso, los mexicanos hemos retomado con mayor facilidad la cercanía con los espectros. Al centro ha llegado una tradición revisitada: tanto asombro causaron las flores, las velas, las calaveritas y las catrinas en nuestra vecindad, que resultaron transformadas por la imaginación. Las películas y la mercadotecnia hicieron el resto. No es que eso esté mal, sólo que, como consigna Medrano en su reportaje, no es lo que fue hace algunos años. 

El sur, por su parte, se despide de la vida y la celebra en una festividad radicalmente distinta. Mérida tiene en los dos primeros días de noviembre su celebración más notable, según nos lo cuenta el cronista Paul Antoine Matos. Y esa celebración entra, como las más respetables en nuestro país, por la panza. El mucbipollo —un tamal con masa teñida de achiote, con pollo y cerdo, denso y especiado— es el emblema de la fiesta dedicada a quienes se fueron. Comerlo y cómo comerlo es, para los yucatecos, una discusión filosófica; también un motivo de pertenencia a su terruño y a sus seres queridos. Matos sabe de esto. 

Por último, Mónica Ocampo se enfrenta a uno de los momentos más duros y cruciales asociados a la muerte: la presencia de los objetos. Las prendas, los perfumes, los utensilios de trabajo, los libros, las fotografías… La vida se mide también en esta acumulación. Quienes quedan deben revisar estos objetos, analizarlos, evaluarlos, clasificarlos y decidir su futuro. Aunque no sea así, es en esos gestos que parecería disolverse del todo la presencia amada. 

Estamos ya cerrando el mes, cerrando el año, pero la tradición de honrar a los muertos continuará, se irá transformando… Qué mejor que narrarla ahora.

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