El chaleco del licenciado Tejera

Anuar Jalife Jacobo escribe una estampa del licenciado Tejera, un oficinista ejemplar cuya resistencia al cambio y hábitos inquebrantables lo convierten en un verdadero personaje.

Texto de 22/07/24

Anuar Jalife Jacobo escribe una estampa del licenciado Tejera, un oficinista ejemplar cuya resistencia al cambio y hábitos inquebrantables lo convierten en un verdadero personaje.

Tiempo de lectura: 3 minutos

Durante mis años en la burocracia cultural potosina tuve la oportunidad de conocer al oficinista perfecto: un hombre de hábitos, un hombre de la repetición; digno personaje de un cuento de Edgar Allan Poe. Lo conocíamos como el licenciado Tejera. ¿En qué se había licenciado? Nadie lo sabía. Llegaba todos los días a las 8:30 y se marchaba a las 3:00 sin importar las circunstancias. Nunca lo retrasó en su llegada ni el tránsito ni la enfermedad; nunca lo demoró en su partida ni la urgencia ni la acumulación del trabajo. Todos los días insertaba impecablemente su tarjeta en el reloj checador, saludaba de mano a cada uno de los presentes, se sentaba en su lugar con parsimonia de santo, encendía su lámpara de luz incandescente, disponía ordenadamente una serie de papeles sobre su escritorio e inmediatamente se retiraba de la oficina por lapso de una hora a hacer no se sabe qué. Nunca lo vi comer, nunca lo vi tomar un vaso de agua; solo bebía al regreso de su excursión una taza de té de hierbabuena. 

Dueño de un estúpido compromiso con el trabajo y de un encanto por la velocidad, propios de mi juventud, en aquellos años el licenciado Tejera a veces me resultaba un poco fuera de lugar. Hoy pienso, en cambio, que era un ejemplo de resistencia anticapitalista. Desertor del siglo XXI, frente a la fascinación tecnológica, se negó terminantemente a usar computadora; ante las normativas de estandarización de los espacios laborales, en alguna dantesca remodelación de oficina, se opuso terminantemente a abandonar su viejo escritorio; contra la implacable moral burguesa del trabajo, cuando se llegó a fundir el foco de su vieja lámpara, se rehusó a que esta fuera sustituida por una de luz led, y permaneció tres días hierático, sin trabajar, hasta que alguien le consiguió un foco incandescente.Se trataba de un entusiasta de la fijeza, de un opositor al cambio, de un adalid de la repetición. De entre todas las pasiones inmóviles del licenciado Tejera, ninguna cautivaba más mi imaginación que su vestimenta. Todos los días llegaba ataviado con burras cafés, pantalón de mezclilla, camisa blanca y chaleco azul. Según recuerdo, hasta Charlie Brown algunas veces llegó a cambiar su polo amarilla por alguna otra prenda. Varias personas de la oficina nos preguntábamos cuándo veríamos al licenciado vestido de otra manera. Llegué a encontrarme al licenciado por las noches en el cine, con su chaleco azul; coincidí con él algún domingo: chaleco azul; en vacaciones y feriados caminando por la calle: chaleco azul; primavera o verano: chaleco azul.

En alguna ocasión, los miembros de la oficina tuvimos que hacer un viaje de la ciudad de San Luis Potosí a Santa María del Río. Éramos seis personas en una camioneta con los vidrios arriba, sin aire acondicionado, atravesando el altiplano potosino. El calor era insoportable. Parecía cuestión de minutos para que se operara el milagro, pero el licenciado Tejera llegó hasta nuestro destino enfundado en su chaleco azul y sin rastro de sudor. Me fui de San Luis sin verlo nunca distinto. Un par de años después, el licenciado y yo nos reencontramos. Nos habían invitado a un festival a la ciudad de Saltillo y nos tocaba compartir habitación. Llegada la hora de dormir yo esperaba con morbo casi pornográfico a que el licenciado se metiera en su cama. Desesperado, desde la mía, lo contemplaba revisar papeles en una pequeña mesa que había en el cuarto, idénticamente a como lo había visto hacerlo tantas veces en la oficina. Al cabo de un tiempo, el licenciado apagó la lámpara de escritorio y se levantó de la silla. Había llegado el momento de la epifanía. “Buenas noches”, me dijo. Se quitó las burras y, vestido con su pantalón de mezclilla, su camisa blanca y su chaleco azul, se tendió sobre la cama. Huelga decir que el licenciado Tejera no se movió en toda la noche. EP

Este País se fundó en 1991 con el propósito de analizar la realidad política, económica, social y cultural de México, desde un punto de vista plural e independiente. Entonces el país se abría a la democracia y a la libertad en los medios.

Con el inicio de la pandemia, Este País se volvió un medio 100% digital: todos nuestros contenidos se volvieron libres y abiertos.

Actualmente, México enfrenta retos urgentes que necesitan abordarse en un marco de libertades y respeto. Por ello, te pedimos apoyar nuestro trabajo para seguir abriendo espacios que fomenten el análisis y la crítica. Tu aportación nos permitirá seguir compartiendo contenido independiente y de calidad.

DOPSA, S.A. DE C.V