Lo que sí podemos hacer: Poner en nuestro radar a los adolescentes

Los jóvenes son el futuro del país. En las comunidades más rezagadas su vulnerabilidad es grande; es necesario ayudarlos a que desarrollen sus capacidades de la mejor forma posible.

Texto de 22/01/16

Los jóvenes son el futuro del país. En las comunidades más rezagadas su vulnerabilidad es grande; es necesario ayudarlos a que desarrollen sus capacidades de la mejor forma posible.

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Según el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia, actualmente nueve de las ciudades más violentas del mundo se encuentran en México. Y yo me pregunto, ¿hay algo que tú y yo podamos hacer?

Una de las respuestas está a la vista cuando recorremos las comunidades más pobres del país, en donde encontramos miles de adolescentes inteligentes, creativos, deportistas, sonrientes y con muchas ganas de aprender, pero que desafortunadamente no tendrán ninguna oportunidad de desarrollar su potencial. Cuando apenas son mayores de 13 años, sus propias familias los mandan a trabajar. Un grupo de niñas de entre 14 y 16 años, de Tlaxcantitla, una comunidad perdida de Veracruz, me dijo que ya no estudiaban por “falta de economía, porque el dinero no alcanza y nuestros padres piensan que es un desperdicio estudiar”. Su realidad, como la de más de 10 millones de niños y adolescentes que viven con grandes carencias, será migrar a las zonas urbanas y quizás al norte. Durante su migración, algunos de los riesgos a los que se enfrentarán son la violencia, el alcoholismo, la drogadicción y el embarazo no deseado. Además, muchos de estos adolescentes son reclutados por el crimen, en el que encuentran una alternativa.

Cambiar la realidad empieza por cambiar nuestras propias creencias sobre lo que sí podemos hacer, y este cambio inicia casi siempre con una experiencia cercana, personal, que nos sacude. Yo tuve tres experiencias de ese tipo. La primera fue hace ya más de 30 años cuando hice el servicio social al terminar mis estudios universitarios y conocí a Alex, de cinco años. Por alguna razón, él me adoptó y yo a él —simbólicamente—, y fue tan fuerte nuestro lazo que continué ayudándolo más allá del servicio social, de forma básicamente económica y por varios años; no obstante, esto no cambio su realidad. Esta vivencia me hizo darme cuenta de que el asistencialismo no es la solución. Sin embargo, durante muchos años sentí que cumplía con mi parte en la sociedad donando dinero. Como muchos de quienes trabajan en el mundo corporativo, donde laboré por años, mi enfoque estaba puesto en mi propio desarrollo. Me parecía que el único responsable de resolver los problemas sociales era el Gobierno. Fue hasta que conocí World Vision, una organización humanitaria global que apoya a niños en extrema pobreza y a sus comunidades, que entendí lo mucho que los ciudadanos podemos hacer por nuestro país a través de nuestros conocimientos en diferentes disciplinas si nos unimos y nos comprometemos. Este se convirtió en un segundo momento clave para mí.

World Vision trabaja desde hace 33 años en México en más de 370 comunidades, generando transformaciones de largo plazo. Primero me involucré con esta organización como patrocinadora de algunos niños, y posteriormente estuve en el Consejo Nacional y en el Consejo Internacional. Esta experiencia me llevó a conocer los contextos más pobres de Latinoamérica, África y Asia. Confirmé que no es regalando cosas sino desarrollando capacidades y generando oportunidades como se logra la transformación, no solo de los más vulnerables, sino también de nosotros mismos. Me di cuenta de que, como profesional y desde mi sector, sí podía influir en mi país; este fue mi tercer momento decisivo. Decidí entonces cambiar mi carrera ejecutiva de más de 25 años en el ámbito corporativo y financiero por un trabajo con significado e impacto social, y acepté la invitación para incorporarme a World Vision México como directora nacional.

En este trabajo he podido ver lo lejos que los ciudadanos estamos de conocer la realidad del país y las grandes posibilidades que todos tenemos de influir, quizás en lo individual, o bien como grupos o gremios, ayudando a pequeños nuevos empresarios a desarrollarse en comunidades potenciales, o influyendo en las decisiones que se toman respecto a políticas públicas, o incluso en cuanto a asignación de presupuestos.

El compromiso de transformación debería estar en el centro de los negocios, por nuestro propio bien. Es una decisión estratégica que no solo desarrollaría la economía del 50% de la población que vive en pobreza, sino que además abriría las puertas a un nuevo mercado potencial. Un ejemplo de las posibilidades fue una prueba piloto que hicimos con adolescentes de entre 15 y 18 años, líderes de comunidades vulnerables. Los capacitamos y les dimos el reto de elegir un problema y encontrar su solución. Tuvimos resultados sorprendentes en solo tres meses: un grupo logró que el municipio pusiera postes de luz en su largo camino a la escuela para evitar asaltos. Otro grupo logró concientizar a su comunidad sobre el problema de la diabetes y la obesidad grave, aprendiendo zumba por internet y luego dando clases de este baile en la cancha comunitaria. Un tercer grupo logró que el municipio clausurara comercios que vendían alcohol a menores creando conciencia sobre el problema de la violencia generada por el alcoholismo.

Los adolescentes son capaces y tienen ganas de hacer algo. Cambiar las cosas no solo es una función del Gobierno, sino que todos, unidos como sociedad, debemos proteger a esta población invisible, difícil de entender pero de cuyo futuro depende la transformación del país. Es indispensable intentarlo. 

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Silvia Novoa Fernández es directora de World Vision México.

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