La comedia de mi pandemia

En esta columna, Luis Reséndiz hace un recuento de los comediantes que lo distrajeron de las malas noticias en este triste 2020, y, de paso, un análisis de la importancia que la comedia —capaz de erosionar al sistema— tiene en nuestras vidas.

Texto de 18/12/20

En esta columna, Luis Reséndiz hace un recuento de los comediantes que lo distrajeron de las malas noticias en este triste 2020, y, de paso, un análisis de la importancia que la comedia —capaz de erosionar al sistema— tiene en nuestras vidas.

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Pese a que soy genéticamente incapaz de hacer un buen chiste, desde niño soy aficionado a la comedia. Aprendí el valor de la risa a muy temprana edad: desde los chascarrillos de ese pilar de la niñez lectora mexicana, Selecciones del Reader’s Digest —“La risa, remedio infalible”, se llamaba la microsección que remataba los artículos de la revista— hasta las sonrojantes presentaciones de Polo Polo y Jo Jo Jorge Falcón, mi infancia estuvo atravesada por distintas encarnaciones del arte de hacer reír. La comedia, me di cuenta conforme crecía, es una de las vías más honestas para diseccionar el mundo: bajo su manto se pueden decir las más agudas de las verdades —lejos de incomodar—, mover a la risa e incluso inspirar simpatía.

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No siempre, por supuesto: en 2011, Seth Meyers se presentó en la ahora desaparecida cena de corresponsales de la Casa Blanca estadounidense. En menos de veinte minutos Meyers se las arregló para insultar a los presidentes número 44, 45 y 46 de aquel país. El presidente número 45 —que aún no era siquiera candidato y cuya única postura política relevante era la teoría conspiratoria racista que clamaba que Barack Obama había nacido en Kenia y no en Hawaii— no se lo tomó nada bien. Un comentario en el video lo resume a la perfección: “Cuando Seth hace una broma sobre Obama, Obama se ríe. Cuando hace una broma sobre Trump, Trump se queda sentado como si fuera un villano psicópata que planea la destrucción del mundo”. Los rumores (y uno que otro texto, incluyendo este del New Yorker) aseguran que esa noche, tras ser presa de las crueles y agudas bromas de la dupla de Meyers y Obama, Trump juró venganza, revancha que se encarnaría en la feroz campaña que lo llevó a la presidencia de los Estados Unidos. Quién sabe si sea cierto, pero sería una excelente escena para una pestilente épica hollywoodense.

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Hace unas semanas me invitaron a participar en uno de aquellos recuentos de lo mejor del año en cine y televisión que solíamos hacer con tanta soltura antes de la pandemia. Me di cuenta de que no podía participar: no sólo porque el número de estrenos disminuyó drásticamente durante y debido a la pandemia, sino porque casi no vi nuevas películas ni series. Me la pasé entre rewatchingsde series de detectives, monstruos y superhéroes y maratones de videoensayos y otros programas en YouTube. Por supuesto, también pasé horas viendo comedia.

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Es extremadamente difícil hacer reír: lo sé porque estoy escribiendo un texto sobre comedia y mucho me temo que cuando acabe no habré logrado sacarle ni media sonrisa a mis improbables lectores.

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Quizá no haya existido un peor año para ser asiduo a los noticiarios que el 2020. Los anglosajones, tan prestos al pronto acrónimo, no tardaron en acuñar el término doomscrolling para designar los atracones de noticias negativas a los que muchas personas nos sometemos, especialmente durante —y debido— a la pandemia. (Por cierto: dejen de hacerlo. Ya. Ahora. ¡Es en serio!) Debo confesar que yo me despeñé en la actividad: en pleno pico de la cuarentena, cuando la depresión era más aguda y el panorama parecía pintar puras desgracias, a veces me despertaba, desconsolado, y desperdiciaba horas mirando alternadamente el techo y mi teléfono, navegando con el pulgar por el océano de malas nuevas en el que parecía haberse convertido el mundo. En medio de ese amargo mar, sin embargo, por ventura navegaba un barco salvador: el de la comedia pandémica.

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Debo confesar que no comparto el entusiasmo por Nanette de Hannah Gadsby por razones que, si he de ser franco, ya no recuerdo y que quizá carezcan de fundamento, pero sí considero que ese especial de stand-upes un valioso recordatorio de un hecho que a menudo olvidamos: no toda la comedia tiene que darnos risa.

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[Insértese párrafo extraído a toda prisa de Wikipedia para hacer montón, sumar caracteres y avanzar rápidamente hacia la culminación del texto y, en consecuencia, a su posterior cobro: “La comedia, del latín comoedĭa y del griego κωμῳδίαkōmōidía, es el género dramático opuesto a la tragedia…”] Eso que acabo de hacer se llama lampshadingy es una forma bastante chafa de hacer comedia. La utilizan todo el tiempo, por ejemplo, en The Big Bang Theory —estos dos estupendos videoensayos de Pop Culture Detective, por ejemplo, abundan en la naturaleza del recurso y su aplicación en aquella pésima sitcom.

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“Quizá nadie me haya hecho reír y pensar tanto este 2020 como John Oliver.”

Quizá nadie me haya hecho reír y pensar tanto este 2020 como John Oliver. Sigo a Oliver en Last Week Tonight desde hace años y creo que no es exagerado decir que he visto, si no todo, casi todo lo que ha hecho en materia de comedia a través de los años, desde The Daily Show hasta Community, pasando por supuesto por el genial set de Terrifying Times y las cuatro temporadas de John Oliver’s New York Stand-Up Show. Discípulo del absolutamente genial Jon Stewart y compañero de generación de gente como Stephen Colbert —otro a quien no pude dejar de ver durante la pandemia, a tal grado que cuando se me acabó el material nuevo me regresé a 2005 a ver de nuevo toda su estancia en The Colbert Report—, Oliver ha llevado el concepto del late show a otro nivel. En sus manos —y en las de sus escritores y exescritores: Juli Weiner, Joanna Rothkopf, Tim Carvell, Daniel O’Brien y muchos más—, el programa de variedades nocturno se ha convertido en una especie de devaneo a medio camino entre el ensayo, el periodismo y el stand-up —aunque Oliver esté sentado la mayor parte del tiempo—. Si el stand-up ya tenía una vertiente ensayística —no es difícil intuir el hilo que va de Montaigne a Jerry Seinfeld—, con Last Week Tonight esta vertiente se fusiona —exactamente como buena parte del ensayo contemporáneo— con datos duros y observaciones, más que sociales, políticas. Oliver arranca con un tema y se va internando con curiosidad de periodista y acidez de satirista mientras va hilando sus argumentos y desgranando la realidad con una profundidad que nunca ha alcanzado, digamos, ningún reportero de Televisa. Así como lo pongo suena aburridísimo —algo que el mismo Oliver ha referido en su programa—, pero hay que ver las devastadoras piezas sobre el estado de las peticiones de refugio de migrantes centroamericanos en Estados Unidos durante el trumpismo o, si tienen estómago, la pieza sobre brutalidad policíaca tras el artero crimen de odio que fue el asesinato de George Floyd, para entender las capacidades de la comedia de Oliver y su equipo en Last Week Tonight. El rostro desencajado de John Oliver al terminar el episodio de brutalidad policíaca es una de las imágenes más memorables que vi en el año y un recordatorio necesario de las posibilidades que tiene la comedia cuando se deja insuflar de rabia y se asume necesaria, imprescindiblemente política.

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La comedia no reformará el sistema, pero puede comenzar a erosionar la idea monolítica del sistema.

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Algunos otros comediantes que me hicieron feliz durante esta pandemia —no exagero si digo queme salvaron de lo más oscuro de este año o al menos me ayudaron a verlo con otros ojos, incluso en la desolación—: Stephen Colbert, Samantha Bee, Hasan Minhaj —casi me pongo a chillar cuando me enteré de que Netflix había cometido la estupidez de cancelar su extraordinario show, Patriot Act—, Jon Stewart, Louis C.K. Youtubers: Natalie Wynn, H. Bomberguy, Cody Johnston. De los mexicanos: el Manchón, Herly, Paco de Miguel, Gaby Navarro.

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Ningún comediante ni ningún programa de comedia en lo individual, sin embargo, ha logrado lo que han logrado en colectivo los memes, acaso la mejor y la máxima fuente de comedia que haya existido en la historia de la humanidad, máquina incesante de navajas que cortan profundísimo al tiempo que despiertan carcajadas.

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Me han ayudado más a comprender el mundo los comediantes que los presentadores de noticias.

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Este año se estrenó Borat Subsequent Moviefilm, una de las mejores películas que he visto en el año y una de las cosas que más me hicieron reír y pensar. Quiero sólo describir un momento: Borat, en busca de su hija, arriba en plena pandemia a casa de dos ciudadanos de la hermana nación de Estados Unidos de Norteamérica. Ambos lo reciben con una recelosa calidez que pronto parece convertirse en una entrañable amistad. Uno se ríe con ellos y está a punto de comenzar a tomarles cariño cuando se revela que ambos creen en teorías conspiratorias francamente peligrosas y apoyan abiertamente las políticas xenófobas de Donald Trump. Este momento me parece genial: a través de la comedia, Sacha Baron Cohen y su director, Jason Woliner, se permiten humanizar a figuras con las que de entrada sería difícil empatizar. Una vez realizado el engaño, la broma los desenmascara y los muestra como son. Es casi imposible pensar en un reportaje que haya logrado eso en tiempos recientes.

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No existe aún el comediante inteligente que incomode a Andrés Manuel López Obrador y me descorazona pensar que no lo veo apareciendo pronto. Espero equivocarme: su presencia no sólo es urgente sino necesaria.

“No existe aún el comediante inteligente que incomode a Andrés Manuel López Obrador y me descorazona pensar que no lo veo apareciendo pronto.”

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Es bien sabido que 2020 ha sido el peor año en la historia de, cuando menos, los años que podemos recordar y hemos vivido la mayoría de las personas que todavía seguimos vivas en este planeta. Decirlo resulta hasta grosero. No obstante —al menos en ese pequeño universo que es mi insignificante existencia—, el salvavidas de la risa me mantuvo a flote durante los peores momentos. Estoy bastante harto así que no diré nada más, salvo esto:

DOPSA, S.A. DE C.V