
Luis Reséndiz escribe sobre Emilia Pérez, el musical de Jacques Audiard, que ha generado una intensa polémica.
Luis Reséndiz escribe sobre Emilia Pérez, el musical de Jacques Audiard, que ha generado una intensa polémica.
Texto de Luis Reséndiz 28/02/25
Luis Reséndiz escribe sobre Emilia Pérez, el musical de Jacques Audiard, que ha generado una intensa polémica.
Al internet le gusta odiar. Es una de las actividades no solo predilectas, sino más redituables de las redes sociales, que le exprimen valor a nuestra furia. Cíclicamente, la indignación comienza a levantarse por tal o cual tema, crece hasta ebullecer y después se olvida para pasar al siguiente tema. Durante las últimas semanas, uno de los objetos de esta furia digital ha sido el musical En busca de Emilia Pérez , película francesa del director Jacques Audiard.
Emilia Pérez gira alrededor de tres personajes. La primera es Rita Mora Castro, interpretada por Zoe Saldaña, una abogada mexicana que se ve forzada a defender criminales dada la corrupción del país. El segundo es Juan “Manitas” del Monte —es imposible ser mexicano y no reírse aunque sea tantito con semejante nombre—, un líder del crimen organizado que busca a Rita para que le ayude a completar su reasignación de género, de la cual emergerá con el nombre de Emilia Pérez, identidad bajo la que comenzará una asociación para localizar personas desaparecidas de la guerra contra el narco; ambas etapas del personaje son interpretadas por Karla Sofía Gascón. La tercera es Jessi del Monte, la esposa mexicano-estadounidense del Manitas, interpretada por Selena Gomez. Jessi cree que su esposo ha muerto y que Emilia Perez es una tía interesada en ayudarla a rehacer su vida, razonamiento bajo el cual retomará el contacto con un viejo exnovio, Gustavo. Esa es, en esencia, la disparatada y convulsa trama de Emilia Pérez.
En principio, la recepción de la película fue buena, cosechando algunos premios en festivales y comenzando a consolidarse como una posible nominada al Oscar. Poco a poco, sin embargo, conforme fue llegando ante ojos mexicanos, la película comenzó a despertar cierta ámpula. Las principales acusaciones en su contra eran la banalización de la guerra contra el narco. “Una herida que aún está sangrando”, como aseguró Mikaelah Drullard en Volcánicas, sumada a una crítica a la representación trans bajo el argumento de que la película reforzaba el estereotipo transfóbico que ve a la reasignación de género como un acto taimado, malicioso, y por último, un rechazo hacia el uso de la lengua española, ajeno a cualquier naturalidad de su contexto original.
La mala recepción de Emilia Pérez en México creció como proverbial bola de nieve; llegó a un boicot a Cinépolis y la “garantía” que le otorgó a la película y hasta a la creación de un cortometraje paródico que logró exhibirse en cines independientes y acumula más de tres millones de vistas. No ayudó a que, en el camino, Emilia Pérez recibiera 13 nominaciones al Oscar, tan solo una menos que las películas más nominadas de la historia, ni que fueran desenterrados una serie de repugnantes posts de Karla Sofía Gascón que revelaban que durante años se dedicó a ofender a prácticamente cada minoría que le fue posible. Esto último provocó un revuelo internacional mayor que todo lo anterior, y logró que Gascón fuera exiliada de la promoción de la película y desinvitada de prácticamente todas las ceremonias de premios, con la notable excepción del Oscar, al que la actriz ya ha declarado que asistirá este domingo.
Como se puede ver, es una polémica compleja, prolongada ya por meses y con múltiples aristas. Me interesa, sin embargo: ¿qué tan excepcional es Emilia Pérez como para merecer tanto revuelo?
Para empezar, yo creo que el principal defecto de Emilia Pérez fue ser tomada en serio. A la distancia, tal vez lo más asombroso de todo el asunto es que un musical con la trama de básicamente Mrs. Doubtfire con un toque de Narcos México se haya alzado con el Premio del Jurado a Mejor Director en Cannes. No obstante, a mi entender, no es un reconocimiento desprovisto de mérito. La dirección de Jacques Audiard es audaz por momentos, especialmente durante los números musicales, que rebosan energía y una sofisticación coreográfica muy difícil de ignorar. Desde un punto de vista estrictamente cinematográfico, Emilia Pérez no me parece una película particularmente mala y hasta me inclino a pensar que es bastante divertida; no me parece una película que merezca demasiados premios, pero fuera de eso, tampoco me resulta una afrenta. La cosa es que mi opinión, cuando menos en la parcela mexicana del internet, es minoritaria y hasta mal vista.
“Desde un punto de vista estrictamente cinematográfico, Emilia Pérez no me parece una película particularmente mala y hasta me inclino a pensar que es bastante divertida”.
Y está mal vista, creo, porque la mayoría de las personas inconformes con la película la han visto en serio. Se habla de “falta de respeto”, de “banalización”. Yo creo que esto es cierto solo si presuponemos que la película será respetuosa y profunda. Por sí misma, Emilia Pérez es tan irrespetuosa y superficial en su tratamiento de la violencia narca como, digamos, El Junior. El mirrey de los capos, Las muñecas de la mafia o La reina del sur en cualquiera de sus múltiples encarnaciones; no es más superficial que un corrido de Peso Pluma o de Natanael Cano, y lo digo como escucha entusiasta de la obra de ambos. En tanto musical, está más emparentada con el melodrama telenovelesco que con el realismo documental. Está hablada en un español chicloso, constantemente ridículo para el hablante nativo, y su trama es de un absurdo contorsionismo que invita a la sonrisa, cuando no a la franca carcajada.
La cosa está en que esa película, con esas características, comenzó a ser tomada en serio en el circuito de festivales. Rápidamente, la industria encontró en ella una oportunidad perfecta para quedar bien con todo el mundo: una cinta francesa, con prominentes actrices latinas y una actriz trans española, con una visión presuntamente redentora del capo del crimen organizado. Los discursos de aceptación comenzaron a sucederse y el crew entero se tomó su propio Kool-Aid, convencido de que su trabajo era efectivamente transformador y pertinente para el estado del mundo. Lo cierto es que Emilia Pérez no es particularmente peor que muchos de los productos culturales arriba mencionados; es ridícula, es boba y es hiperbólica tal y como lo son los otros y como lo son muchas obras de ficción. Su delito no es ser infiel a la “realidad mexicana”, sino fallar a la hora de leer a su audiencia.
A mi modo de ver, esta disonancia entre el tono de la película y el tono del discurso de sus creadores en premiaciones fue la responsable primera de la indignación. Emilia Pérez es una progresión hasta lógica del mecanismo de inclusión narrativa de obras como La reina del sur o Rosario Tijeras, fábulas fantásticas donde una mujer ocupa un lugar eminentemente masculino dentro de la estructura del crimen organizado. Aquellos productos no despiertan la indignación que despertó Emilia Pérez: no llevan el sello del prestigio que dan premios y festivales y que la convirtió de inmediato en el blanco de la indignación. Los detestables tuits de Gascón, sin necesariamente estar relacionados de forma directa a la película, funcionaron como una última evidencia circunstancial: la corte popular revisó el caso y sentenció a Emilia Pérez a la humillación pública.
“Aquellos productos no despiertan la indignación que despertó Emilia Pérez: no llevan el sello del prestigio que dan premios y festivales y que la convirtió de inmediato en el blanco de la indignación”.
La corte popular también puede ser criticada, y creo que aquí también hay mucha tela de dónde cortar. No quisiera pasar por alto cierta hipocresía presente en la indignación popular, que seleccionó específicamente esa película gracias a una solemnidad un tanto xenófoba que parecía molesta no porque se tratara con superficialidad el tema del crimen organizado, sino porque quienes lo hacían eran ajenos. Es una manifestación de un afectado nacionalismo, muy acendrado en un sector del público mexicanos, que exige a conveniencia un respeto casi documental a unas ficciones mientras permite una libertad absoluta a otras. No hay problema si de lo que hablamos es de un corrido de Los Tigres del Norte o de una serie como El Chema; el problema surge cuando la ficción no trae código postal mexicano.
Personalmente, no coincido: si el argumento más fuerte para descalificar una ficción radica no tanto en lo que hace sino en quién la creó, entonces me parece que el argumento no es tan sólido como podría pensarse. La prueba está en que Johanne Sacrebleu, el cortometraje respuesta a Emilia Pérez que se enarboló orgullosamente por ciertas audiencias en internet, hace básicamente lo mismo que Emilia Pérez, pero con una peor ejecución en todo sentido. Hay quien podría decir que no le entendí al chiste, pero si la broma en respuesta es peor que la original, ¿por qué habría de parecernos graciosa?
Hay más de una forma de ver el fenómeno de la recepción mexicana de Emilia Pérez. Siendo generosos, el desquite con Emilia Pérez parece, por momentos, más una manifestación de la impotencia colectiva ante la violencia que una reacción justa hacia las fantasías de la película. El combate al crimen organizado ha dejado decenas de miles de muertos y desaparecidos, y aunque otros productos culturales han construido comedia, melodrama y acción sobre el mismo hecho social, es posible que el prestigio y el reconocimiento que recibió Emilia Pérez haya resultado difícil de sobrellevar para algunas audiencias mexicanas. Siendo despiadados, sin embargo, resulta difícil no encontrar un reverso siniestro al gozo que algunas personas han encontrado en atacar a Emilia Pérez, cierto schadenfreude perverso que busca una revancha por agravios simbólicos mientras la indignación digital es monetizada por billonarios y la inclemente realidad continúa dejándonos decapitados de a de veras en las calles de todo México. Al menos sabemos que las películas no van a cobrar venganza. EP