Catástrofes

La moronga es el blog de La Murci y forma parte de los Blogs EP

Texto de 13/03/20

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Tiempo de lectura: 2 minutos

Con el ambiente inmunológico que se vive hoy en día se me ocurre intentar distraerme asomándome a las redes sociales, olvidando, no sé por qué, que son las que se encargan de informarnos de las catástrofes del mundo al instante. La primera con la que me topo es que cierta editorial ha decidido seguir la espantosa senda de la promoción de la cultura a través del espectáculo, y ahí tienes que un comentador de telenovelas al que no voy a invocar ahora es usado para vender 1984 de George Orwell. ¿Por qué ocurren estas cosas? Esta quiróptera no tiene respuestas.

Así que para distraerme ahora de las redes sociales me pongo a husmear en mi biblioteca. ¡Me asalta un recuerdo! Hace algunos años, cuando vivíamos bajo el azote del H1N1, un montón de señores se empecinaron en recomendar lecturas clásicas como Diario del año de la peste de Defoe. Una práctica curiosa, se me ocurre pensar, mientras le doy un vistazo a La peste de Camus, que creo haber leído en la prepa (fui a la prepa). Había un doctor, Rieux, y había ratas a las que les salían unas curiosas bubas. Y sobre todo, había una ciudad, Orán, que “en sí misma, hay que confesarlo, es fea”.

También la ciudad que habito es fea. Todo es feo últimamente. Cierro La peste y abro los cuentos de mi amado Poe (soy darks). En uno de ellos leo, ya con un poco más de interés, que había un príncipe y que se llamaba Próspero. Tuvo una buena idea, me parece: ante la presencia de una enfermedad mortal y contagiosa, decide retirarse a un castillo, rodeado de sus amigos “más desaprensivos”. Creo que todos ya sabemos cómo acaba esa historia: resulta que no fue tan buena idea. Pero hay algo allí, una fantasía, un atrevimiento de la imaginación que merece mi respeto. La verdad es que ponerse a leer en esta época novelas o relatos sobre epidemias (o ponerse a ver películas de zombis y pandemias, da igual) es un poco como leer sobre el Titanic mientras se va a bordo de un crucero. Un crucero en cuarentena.

Me gusta recordar, cada que puedo, que el ya invocado Orwell, a propósito de los relatos de crimen, se preguntaba si eran más entretenidas las balas ficticias que las balas reales. Hay días en que tomo esa pregunta de manera que puedo decir: en efecto, Orwell, hay que prestar más atención a las balas reales. Pero otros días, como hoy (depende de qué lado salgo del sarcófago), pienso que no está mal darle la espalda al peso de la realidad para hundir la narizota en un libro.

Digo esto porque no van a tardar a volver a salir los señores debajo de alguna piedra para recomendar leer el Diario del año de la peste… Alguno, sospecho, hasta podría recomendar el Decamerón, medio olvidando que ahí la peste es la excusa para que un grupo de amigos se reúna para juntarse e inventar cosas. Pero, ¿en qué clase de catástrofe vivíamos antes que se exigió una pandemia para que nos detuviéramos a leer algunos buenos libros, cerca de nuestros seres queridos?

Ahí se los dejo de tarea, chiavos.EP

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