Boca de lobo: Ciudad Gótica, CDMX, los taxistas y El Guasón

Boca de lobo es el blog de Aníbal Santiago y forma parte de los Blogs EP

Texto de 09/10/19

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Tiempo de lectura: 3 minutos

Apoyado en el vidrio de un horrible vehículo que lo traslada a uno de los destinos de su desgraciada vida, Arthur Fleck mira a la calle: bolsas en los párpados, cara huesuda, arrugas prematuras y toneladas de tristeza acumuladas en sus ojos, a los que vemos perdidos tras un cristal sucio.

Sin maquillaje, el payaso que nunca hace reír mira resignado la realidad, el horror de lo que él mismo es en medio de su desoladora Ciudad Gótica, el escenario que lo orilla a volverse un criminal: El Guasón.

Esa imagen se reprodujo en un popular meme hace dos días, cuando miles de taxis tomaban nuestra ciudad porque, dicen, Uber y las demás plataformas son arrulladas por el terciopelo del poder mientras a ellos solo les tocan palos. “¡Fuera plataformas extranjeras!”, clamaban sus parabrisas, con un odio enfermo por lo no mexicano.

En tanto, el meme del Guasón que circulaba decía así: “El ser humano nace bueno, es el transporte público quien lo corrompe”. Nuestro transporte público color rosa cerraba en esas horas Reforma, Segundo Piso, avenidas y más avenidas para advertirnos que no nos dejarán vivir si el gobierno no toma del pescuezo a su competencia enemiga y la asfixia, mientras a ellos los deja vivir como antes, con su impune monopolio del mal.

Viví una infancia en la que los taxistas, los ruleteros, eran una especie simpática. Trapito al vidrio para no quemarse el brazo, parloteaban mucho, conocían la ciudad como científicos al microscopio, abrían intimidades y con sus teorías sobre todo emitían juicios lapidarios, desde un partido de Chivas hasta el asesinato de un candidato presidencial. Y claro, una gran parte nos transaba moderadamente; nada grave. Solían ser unos vivos tolerables, pintorescos.

Pero la especie del ruletero degeneró. Para elevar los banderazos era habitual que modificaran los taxímetros o los apagaran en manada por las noches para decirte “hasta allá son tanto”. No había defensa: si hacías la parada a otro, con su taxímetro apagado te diría “hasta allá, tanto”. Te robaban y en esta Ciudad Gótica tu “salvación” para volver a casa era un taxista ruin. Ningún policía y menos un Bruce Wayne vestido de murciélago harían justicia por ti.

Hubo y habrá excepciones, catrines con unidades relucientes y fragantes que no le mientan la madre al prójimo ni cobran un peso de más. A ellos, una fanfarria. Pero a los taxistas, en epidemia, los infectó un virus: sus unidades se volvieron ruinas, vomitaban insultos a autos y peatones, eran delincuenciales al volante.

Y luego abrimos el diario y leímos cosas así, reales: “Un taxista que utilizaba su unidad para agredir a sus víctimas fue sentenciado ayer a pasar más de 58 años en prisión, luego de ser encontrado culpable de haber cometido 19 delitos en contra de nueve mujeres (…) es penalmente responsable de cinco violaciones, cuatro abusos sexuales simples, dos abusos sexuales agravados, seis robos calificados, un robo agravado y una tentativa de violación”.

Mi amiga, a quien llamaré Estela, fue una de esas cinco mujeres violadas. Subió al taxi, el chofer la amenazó con un puñal, la amarró y la violó frente a una carretera de la zona conurbada.

Si la vida en esta ciudad era mala, ellos la volvían peor.

Pero un día llegó Uber, y los ciudadanos, siempre maltratados, nos sentimos los duques de Sussex abordo de un Rolls Royce. Intimidados por la competencia, ¿los viejos taxis se civilizaron? Sí, pasaron de amarillos a verdes, de verdes a dorados y de dorados a rosas. Y ya. Maquillaje colorido, como Arthur Fleck al volverse el Guasón, solo que esta vez el maquillista fue el propio gobierno, que dejó crecer un monstruo que hoy estrangula a la ciudad. Bueno, el 0.4 % de unidades la estrangula, como aclaró Sheinbaum.

No queremos imaginar cuando la tome el 40, 50, 80 % de los taxis.

Ciudad Gótica ya nos ve horrorizada. EP

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