
En este texto, Natalia Aguilar analiza las condiciones adversas y el deterioro emocional en que se encuentran aquellos activistas que se dedican a la protección del medio ambiente.
En este texto, Natalia Aguilar analiza las condiciones adversas y el deterioro emocional en que se encuentran aquellos activistas que se dedican a la protección del medio ambiente.
Texto de Natalia Aguilar 02/07/25
En este texto, Natalia Aguilar analiza las condiciones adversas y el deterioro emocional en que se encuentran aquellos activistas que se dedican a la protección del medio ambiente.
"Nos estamos muriendo por cuidar la vida", me dijo una compañera.
Una frase que nunca olvidaré.
México es uno de los países más peligrosos para quienes defienden el medio ambiente. En 2024, al menos 25 personas defensoras fueron asesinadas, lo que representa un aumento del 25 % en comparación con el año anterior, según un informe del Centro Mexicano de Derecho Ambiental (CEMDA). Sin embargo, más allá de la violencia física, existe una crisis silenciosa: el desgaste emocional y psicológico que enfrentan quienes luchan por la tierra y el territorio. Este artículo explora cómo la violencia estructural y la falta de apoyo institucional afectan la salud mental de los activistas ambientales en México, particularmente de aquellos jóvenes y mujeres que han asumido esta labor en un contexto profundamente adultocentrista.
Defender el medio ambiente en México implica riesgos constantes. Las amenazas, el hostigamiento y la criminalización son prácticas recurrentes contra quienes se oponen a megaproyectos extractivos o defienden sus territorios. Tan solo en 2024, se registraron 94 eventos de agresión, con 236 agresiones específicas contra personas defensoras del medio ambiente (CEMDA, 2024). Esta violencia no solo es física, sino también emocional y psicológica.
El síndrome de burnout, caracterizado por agotamiento extremo, despersonalización y falta de realización personal, es común entre quienes dedican su vida a estas causas. Un estudio de la Revista Latinoamericana de Psicología Social (Martínez y Reyes, 2022) reveló que siete de los nueve defensores entrevistados habían experimentado periodos severos de agotamiento, aislamiento social, insomnio y ansiedad prolongada. Estas condiciones, de no atenderse, se traducen en ausencias prolongadas, renuncias forzadas y, en algunos casos, consecuencias físicas y emocionales irreversibles.
Como activista ambiental en formación, he sentido personalmente cómo el cuerpo y la mente comienzan “a pasar factura”: la frustración de ver retrocesos constantes, la sensación de no hacer suficiente y el dolor colectivo cuando una voz es silenciada por la violencia. La experiencia emocional no es una debilidad, sino parte esencial del proceso político que estamos sosteniendo.
La violencia contra quienes defienden la tierra tiene múltiples rostros: asesinatos, desapariciones, amenazas y criminalización. En 2024, se registraron 25 homicidios, la cifra más alta en una década. La mayoría de las víctimas eran indígenas que se oponían a explotaciones mineras en la costa del Pacífico de Jalisco, Colima y Michoacán (Global Witness, 2024).
Además, la participación del Estado como agente de violencia se incrementó notablemente: el 65.9 % de los eventos de agresión documentados en 2024 involucraron a autoridades gubernamentales, desde policías municipales hasta funcionarios federales (CEMDA, 2024). Esta tendencia refleja una impunidad estructural, donde el propio aparato institucional representa un riesgo para quienes ejercen el derecho a defender su territorio.
En México, la defensa del medio ambiente no solo se ejerce desde la protesta, sino desde la existencia misma. Muchas personas activistas —en particular mujeres indígenas— defienden la vida desde una perspectiva interseccional, en la que cuidar el agua, el cuerpo y la comunidad es parte del mismo tejido de lucha (Zapata Martelo, 2021).
Frente a este panorama, han surgido iniciativas de autocuidado y cuidado comunitario que entienden que la resistencia también es emocional. Organizaciones como El Mundo Duele y Consorcio para el Diálogo Parlamentario y la Equidad ofrecen acompañamiento psicológico gratuito a defensoras y defensores del territorio. A su vez, colectivas feministas han introducido prácticas de sanación colectiva, espacios de escucha, danzaterapia y procesos restaurativos como parte integral de la lucha política.
Estas estrategias no son accesorias: son mecanismos de supervivencia. Los cuidados no son solo un “complemento” al activismo, sino una práctica política en sí misma. En palabras de la pensadora maya-kaqchikel Aura Cumes: “No hay defensa de la tierra sin defensa del cuerpo” (Cumes, 2019).
Desde el ecofeminismo, autoras como Yayo Herrero y Vandana Shiva han insistido en que los cuidados deben despatriarcalizarse y colectivizarse para garantizar la continuidad de las luchas. Este marco aporta una mirada crítica sobre la división sexual del trabajo dentro de los movimientos sociales, donde muchas veces las mujeres asumen las tareas de sostenimiento emocional sin reconocimiento, remuneración ni descanso.
A pesar de la urgencia del tema, la respuesta institucional ha sido prácticamente nula. No existen protocolos específicos para atender la salud mental de personas defensoras, ni mecanismos de protección integrales que incluyan componentes psicosociales. A ello se suma la carga simbólica del “activismo heroico”, que exige sacrificios personales al límite, reforzando un modelo donde cuidarse es visto como lujo o traición.
Es necesario que el Estado reconozca el desgaste emocional como una forma de violencia estructural. Esto implica:
El autocuidado no es individualismo: es sostenibilidad política. Y sin esa sostenibilidad, ninguna resistencia es viable a largo plazo.
El activismo ambiental en México se ejerce en condiciones profundamente adversas, marcadas por la violencia física, la impunidad institucional y un desgaste emocional sistemático. Frente a ello, las redes de cuidado colectivo emergen como formas radicales de resistencia y supervivencia.
Mientras el Estado no garantice condiciones dignas para la defensa del territorio, la pregunta seguirá resonando en cada asamblea, plantón o juicio comunitario: ¿quién cuida a los que cuidan? Y aún más: ¿puede haber justicia climática sin justicia emocional? EP
La autora se auxilió de la IA en la elaboración de este texto.
Zapata Martelo, E. (2021). “Defensa de la vida y cuerpo-territorio: mujeres indígenas frente al extractivismo”. Revista Estudios Latinoamericanos, 69, 87–102.
CEMDA (2024). Informe sobre la situación de las personas defensoras del medio ambiente en México 2023. Centro Mexicano de Derecho Ambiental. Disponible en: https://www.cemda.org.mx
Global Witness (2024). Standing Firm: The Land & Environmental Defenders Report 2023. Disponible en: https://www.globalwitness.org/en/campaigns/environmental-activists
Cumes, A. (2019). “Defender la tierra y el cuerpo en tiempos de guerra”. En: Confluencias ecofeministas. México: Cooperativa Editorial Retos.
Herrero, Y. (2018). Los cinco elementos del colapso. Fundación Entretantos.
Martínez, I. y Reyes, D. (2022). “El agotamiento emocional de defensores ambientales en México: análisis desde la psicología social comunitaria”. Revista Latinoamericana de Psicología Social, 30(2), 55–73.
Shiva, V. (1993). Monocultures of the Mind: Perspectives on Biodiversity & Biotechnology. Zed Books.