Ensayo sobre una de las contribuciones de México al mundo: las dalias, un delicada belleza de nuestro catálogo vegetal
De cómo los acocotli se fueron a Europa, regresaron como emperifolladas dalias y se convirtieron en la flor nacional
Ensayo sobre una de las contribuciones de México al mundo: las dalias, un delicada belleza de nuestro catálogo vegetal
Texto de Juan Antonio Reyes-Agüero 13/03/20
Para Patito, mi dalia, la profunda flor de la alegría.
Cuando los acocotli se fueron a Europa
Las dalias son la delicada belleza del catálogo vegetal con el que México contribuyó al mundo. Era 1789, los resplandores del Siglo de las Luces empezaban a languidecer cuando el jefe de la Real Expedición Botánica a la Nueva España, Martín Sessé, a través del catedrático de botánica Vicente Cervantes, remitió al Real Jardín Botánico de Madrid muestras y pinturas de los vegetales y animales novohispanos, producto de las primeras exploraciones que los expedicionarios realizaron por el valle de México y hacia el sur del país. Entre las semillas y tubérculos que arribaron a Madrid llegaron a manos del botánico Antonio José Cavanilles y Palop unas simientes que estaban etiquetadas con el nombre latino de Coreopsis y con la denominación náhuatl de acocotli quauhnahuacensis. Cavanilles, ni tardo ni perezoso, sembró las semillas o plantó los tubérculos, y al ver las flores y hojas de las plantas que surgieron, en octubre de 1789, se percató de que eran diferentes a Coreopsis y supo que se trataba de una especie nueva. Tal y como marcan los cánones, preparó la descripción botánica en latín, recordó a su colega sueco Anders Dahl, fallecido cinco meses antes, latinizó el apellido y nombró al género de la nueva especie como Dahlia. Publicó su descubrimiento un año después y de ahí se popularizó el nombre de dalia o dahlia. En años sucesivos, Cavanilles describiría otras dos especies del mismo género, al parecer con materiales que le envió su amigo Luis Née, botánico de la expedición de Alessandro Malaspina, quien, en su viaje financiado por el reino español, le dio la vuelta al mundo y pasó por Nueva España en 1791.
Antes de que se fueran los acocotli. La época prehispánica y colonial
El inicio de la historia natural de las dalias se remonta mucho más allá de la época de la llegada de los humanos que colonizaron el continente de América; habrán surgido las dalias hace millones de años, a la sazón de las montañas en donde se horneó la biodiversidad de México. Ignoramos si a los primeros pobladores de estas tierras les atrajeron las dalias. Sólo se sabe que, al menos, son reconocidas y nombradas en lenguas indígenas actuales (ver el Recuadro 1). Para decepción de los daliófilos, se carece de evidencia fuerte para afirmar que las dalias hayan sido las preferidas por algún grupo prehispánico; no aparecen de manera clara en códices precortesianos o leyendas, aunque existen optimistas que las identifican en petroglifos prehispánicos. En lo que fue el jardín botánico de Netzahualcóyotl, en Tetzcutzinco, aún se pueden ver dalias rozagantes. De lo que sí hay registro es que la dalia es medicinal y comestible, sus flores y tubérculos son fuente de carbohidratos, calorías y agua para pobladores rurales de Chihuahua, Durango, Estado de México, Jalisco, Michoacán y Oaxaca. Por ello, algunos autores infieren que la planta se consumía desde tiempos muy anteriores a la conquista española.
El primer registro al estilo occidental de lo que parece ser una dalia está en el Códice De la Cruz-Badiano de 1552, en el que se menciona y dibuja una planta medicinal con el nombre de cohuanenepilli, que el especialista Paul Davidson Sørensen identificó en 1970 como dalia. Fray Bernardino de Sahagún en su Historia general de las cosas de Nueva España, que preparó entre 1540 y 1585, consignó los nombres de acocoxihuitl, acocoxóchitl y acocotli, que en 1989 la etnobotánica Erin Estrada determinó, revisando las imágenes del Códice Florentino, que correspondían a dos especies de dalias.
En 1571, Felipe II envió al médico real Francisco Hernández de Toledo a recopilar la sabiduría de los tepatique (curanderos) aztecas, y por ello describió una planta y su uso medicinal: “Del acocotli de quahnahuac, y tepuztlan”, que también se identificó como dalia. Se postula incluso que el tipo de flor dibujada en los documentos coloniales es evidencia de que las dalias habían estado sujetas a procesos de fitomejoramiento prehispánico, como los hubo para otras plantas de interés agrícola de México.
Las exploraciones preliminares de la Real Expedición Botánica a la Nueva España, dirigidas por el español Martín Sessé, iniciaron en octubre de 1787 en el valle de México, hacia Cuernavaca y Toluca. La primera excursión ya oficial fue en junio de 1788; la segunda en 1789 y continuó hacia Acapulco. El joven novohispano José Mariano Mociño se integró como expedicionario a la tercera excursión, en mayo de 1790, hacia Nueva Galicia. Cabe la posibilidad de que haya participado en la segunda, y es menos posible que también en la primera exploración en su calidad de estudiante de botánica.
Lo más probable es que Sessé haya recolectado las futuras dalias y muchas otras especies en el sur del valle de México. Vicente Cervantes, corresponsal de los expedicionarios en la capital del virreinato, recibió las muestras botánicas y zoológicas, que empacó y documentó para enviar a Madrid. En las ediciones póstumas de los libros Plantae Novae Hispaniae y Flora mexicana, de Sessé y Mociño, aparecen los nombres acocotli quauhnahuacensis y jícama cimarrona, pero asociados al género Coreopsis. Los dibujantes de la Real Expedición, los novohispanos Atanasio Echeverría y Vicente de la Cerda, pintaron seis láminas con dalias que el botánico suizo Agustín P. de Candolle identificó en su momento como Coreopsis coronata, C. georginae, Georgina acutiflora y G. superflua; todas ellas fueron actualizadas más tarde como parte del género Dahlia. Cosas de botánicos.
Para las dalias Europa era una fiesta
Las dalias fueron bien recibidas en Europa y tuvieron varios promotores. Cavanilles envió propágulos a sus colegas botánicos en París, Montpellier, Berlín, Dresde y Turín. En noviembre de 1803, Alexander von Humboldt y Aimé Bonpland recolectaron charahuescas (nombre de las dalias en Michoacán) cerca del volcán El Jorullo, en La Huacana, y enviaron semillas a Carl Ludwig Willdenow en Berlín y a otros botánicos de Inglaterra y Francia. El alemán Christian Julius Wilhelm Schiede, explorador botánico del México de los años veinte del siglo xix, también envió simientes de dalias a Alemania. Lady Elizabeth Holland, esposa del embajador británico en Madrid, obtuvo de don Casimiro Gómez Ortega, jefe de Cavanilles y director del Real Jardín Botánico de Madrid, simientes de dalias que envió a Inglaterra en 1804. Las plantas germinaron hermosura en los jardines de la Casa Holland, en Kensington, para alimentar el entusiasmo de la intelectualidad europea que asistía a las tertulias de Lady Elizabeth. Cuatro años después ya se discutía sobre dalias en la Real Sociedad de Horticultura inglesa y se ofrecían como símbolo de elegancia, dignidad y, sobre todo, compromiso eterno, por ello todavía se utilizan en Gran Bretaña para celebrar el amor y el matrimonio.
Como postulan varios autores, el proceso de domesticación de las dalias inició en la época prehispánica, muchos años antes del esplendor azteca. El mejoramiento genético continuó en Europa en el siglo xix con el propósito de crear plantas con inflorescencias extravagantes. Cuatro fueron las especies de dalias que se cultivaron desde 1818: Dahlia coccinea, D. sorensenii, D. merckii y D. imperialis, y de ellas se crearon las formas florales básicas: ‘Bola’, que fue la primera en aparecer en la floricultura europea y es de las más populares; ‘Pompón’, que surgió entre 1840 y 1860 en Alemania; ‘Cactus’, de 1872 en Holanda; ‘Anémona’, obtenida en 1899 en Lyon, Francia; ‘Collar’, que data de 1900, y ‘Decorativa’, de 1903. De cada forma se han derivado miles de variantes en función del tamaño, de la densidad de la inflorescencia y de las combinaciones e intensidades de colores. Algunos estiman que existen entre tres mil y quince mil variantes. La profusión de dalias embellecidas provocó ese enamoramiento por ellas. En 1850, las dalias llegaron a la cima de su popularidad europea; pero después, veleidosos que son los floristas, la fama disminuyó. Sin embargo, más tarde el interés por ellas resurgió cuando el viverista holandés J. T. van der Berg recibió simientes que R. C. Affourit le envió desde México o Guatemala. Van der Berg rescató lo que sobrevivió al viaje, entre ello un pedazo de tubérculo que plantó y del que, en 1873, emergió una dalia de un rojo embelesador, con varias series de pétalos (en realidad son pequeñas flores). El holandés, a propuesta de Affourit, la registró como Dahlia juarezii, en honor al recién fallecido jefe de la resistencia mexicana ante la invasión francesa, Benito Juárez. La aparición de esa nueva dalia causó sensación entre los floristas europeos. Se requerían grandes sumas de dinero para traficar con ella. Durante ese siglo, las dalias estuvieron entre las más familiares y queridas por los floristas de todo el mundo. Ha sido tan fuerte la influencia de la floricultura de Europa en las dalias, que aún hay legos propios y extraños que se sorprenden al saber que su origen es mexicano.
Personajes decimonónicos
que padecieron “la fiebre por las dalias” fueron la emperatriz Josefina, quien
con dalias vistió de primavera los jardines de su castillo Malmaison, en el
Bois de Boulogne (que entonces era la periferia de París), donde vivió rodeada
por esas flores hasta que murió; el literato alemán Johann Wolfgang von Goethe
fue un entusiasta cultivador de dalias; la escritora Božena Němcová, la madre
de la prosa checa, fue coronada como la reina de las dalias; su compatriota, el
músico Bedřich Smetana, compuso una polca dedicada a las dalias;[1] y Pierre-Auguste Renoir
pintó a su amigo Claude Monet cuando éste plasmaba en el lienzo las dalias de
su casa en Argenteuil.
Cuando las dalias regresaron a México
En el primer tercio del siglo xix las dalias europeizadas ya habían sido introducidas a Estados Unidos, pues, en 1839, E. Sayers publicó en Boston un tratado para su cultivo. A mediados de esa misma centuria, las descendientes europeas de aquellos acocotli volvieron a México: regresaron sofisticadas, elegantes, extravagantes y pomposas. Muy seguramente fueron bienvenidas por la aristocracia mexicana de la época, con su entusiasmo por lo europeo. Los jardines de la residencia del conde Pérez Gálvez Crespo y Gómez, en Puente de Alvarado, Ciudad de México, lucían coloridas dalias que seguramente creían de origen europeo. A la fecha se desconoce el nombre del botánico o del floricultor que debió percatarse de que esas dalias emperifolladas eran las descendientes de los acocotli. Al menos expertos extranjeros como John W. Harshberger y Cyrus G. Pringle lo sabían, pues a finales del siglo xix, siguiendo los pasos que Martín Sessé y sus expedicionarios dieron cien años antes, exploraron el sur del valle de México en busca de dalias silvestres, y las encontraron en los aún terrenos silvestres del Pedregal, camino al Ajusco, en la cañada de Contreras y en el camino a Cuernavaca.
La flor hecha de florecillas
Las dalias son principalmente hierbas que sobreviven en la época fría despojándose de sus hojas y ramas, pero sus raíces tuberosas permanecen, aunque cubiertas por el suelo, de donde volverán a brotar en temporada de lluvias. Sus tallos pueden ser huecos (de ahí el nombre de acocotli) o sólidos; sus hojas pueden ser enteras o divididas en hojitas (folíolos). Lo que aparenta ser una flor, en realidad es un conjunto de varias florecillas, es decir, una inflorescencia. Las florecillas pueden ser blancas, moradas, amarillas, rojas o las combinaciones de esos colores. Desde 1853, los estetas buscan la dalia perfecta: vista desde arriba, la inflorescencia debe describir un círculo exacto con un centro bien lleno de florecillas brillantes, claras, y cada una debe tener el mismo tono; si tienen rayas deben estar bien definidas y correr desde la punta hasta el fondo de la florecilla; si acaso los márgenes de las florecillas están coloreados, su color debe ser lo más diferente posible al tono del resto de la flor. El estándar es que ninguna flor debe tener menos de diez ni más de quince centímetros de diámetro.
Su distribución natural
Las dalias silvestres se encuentran en casi todo México, a excepción de las grandes penínsulas, y algunas especies se distribuyen por Centroamérica hasta el norte colombiano, pero es posible que esta distribución tan al sur se haya dado, especulan los expertos, por medio de humanos. En nuestro país se han registrado treinta y ocho especies. Investigadores de la Universidad de Guadalajara encontraron que las áreas con la mayor riqueza de dalias son la parte de la Sierra Madre Oriental en donde colindan los estados de Querétaro, Guanajuato y San Luis Potosí, y en la Sierra Madre del Sur, en particular la parte del noroeste del estado de Oaxaca. Crecen en bosques de encino y pino, pero no desdeñan selvas tropicales secas y húmedas, ni matorrales de zonas áridas.
Cuando la dalia se convirtió en flor nacional
El botánico alemán Karl Friedrich Reiche registró dalias en su estudio sobre la flora del valle central de México en 1926, y señaló que son plantas de ambientes silvestres y de jardines caseros. Poco después, en los años treinta, los botánicos rusos Nikolái I. Vavílov y Serguéi M. Bukásov recolectaron dalias en sus andanzas por México, y el primero las incluyó en la lista de ciento once especies que identifican a este país como un centro de origen de la agricultura.
Algunos artistas mexicanos hicieron referencia a la dalia, como Salvador Novo, quien la menciona en el poema de 1952, “Florido laude”, en los versos: “Cuando llegue el invierno; / cuando duerman las Dalias su gestación de piedra”. Entre la profusión de alcatraces de Diego Rivera, las dalias se colaron en su Retrato de mujer, de 1944, y en Macuilxóchitl, de 1952.
En la década de los cuarenta, en el periodo presidencial del Gral. Manuel Ávila Camacho, el Ing. Marte R. Gómez, como titular de la Secretaría de Agricultura, impulsó la realización de exposiciones nacionales de floricultura, que continuaron hasta 1962. Ese año, cuando se festejaba la VII edición, representantes de la entonces Secretaría de Agricultura y Ganadería (presidida por el Ing. Julián Rodríguez Adame), junto con la Secretaría de Educación Pública (con Jaime Torres Bodet como secretario), el Instituto Nacional de Bellas Artes (Celestino Gorostiza Alcalá era el director) y organizaciones civiles como la Sociedad Botánica de México (dirigida por Arturo Gómez-Pompa), la Unión Nacional de Floricultores y Viveristas de México, y el diario Excélsior (con Rodrigo de Llano como director) se propusieron hacer de la dalia el símbolo de la floricultura nacional.Sus empeños dieron fruto cuando, en 1963, el Lic. Adolfo López Mateos, presidente de México, emitió el decreto con un artículo: “Se declara símbolo de la Floricultura Nacional, la flor de la Dalia, en todas sus especies y variedades”. Fue tal el momentáneo entusiasmo, que el regente del entonces Distrito Federal, Ernesto P. Uruchurtu, dispuso que se plantaran dalias en las principales glorietas y camellones de Paseo de la Reforma, así como en varios parques y jardines.
Así, la dalia, con sus treinta y ocho especies y sus entre veinte mil y cincuenta mil cultivares, es la representante de la floricultura de México; incluso se señala en particular a la Dahlia coccinea como La Flor Nacional, tal vez por ser la más ubicua entre las dalias.
¿Y luego?
En 2007 varias organizaciones, encabezadas por la Asociación Mexicana de la Dalia o Acocoxochitl, A. C., establecieron el 4 de agosto como el Día Nacional de la Dalia; incluso a Xochimilco se le designó, optimistas que son los chilangos, cuna de las dalias. Pero, al parecer, poco se ha logrado. A cincuenta y siete años del decreto sólo algunos mexicanos reconocen a las dalias como la flor nacional; rarísimo es el jardín o parque público que las luce, extraño es que estén a la venta en las florerías, pues los mexicanos preferimos las rosas (flor nacional de Estados Unidos y varios países más), las gerberas (de Bosnia y Herzegovina), los tulipanes (Holanda), los crisantemos (Japón) y los claveles (España). El colonial gusto por lo extranjero aún perdura. Y entonces cabe la duda: si los acocotli no se hubieran emperifollado en Europa, ¿se habría seleccionado a la dalia como la flor nacional de este país?
Las fuentes
Este sumario de la historia de las dalias sería imposible sin los muchos textos que se han escrito sobre el tema. En los últimos años lo han estado haciendo el doctor Robert Bye Boettler y la maestra en Ciencia, Edelmira Linares Mazari de la unam, y sus socios y colegas académicos, patrocinados en parte por la Dirección de Recursos Fitogenéticos de la sagarpa. Gerald Weland preparó el artículo “The Alpha and Omega of Dahlias”, acerca de la historia de esta flor, pero definitivamente Martin Král mostró que aún faltaba mucho por decir pues, con una visión enciclopédica, desmitificó la historia de las dalias y agregó información inédita sobre el tema. Maximino Martínez en México y T. K. Lim para el mundo, registraron los nombres comunes de la dalia. Al especialista en dalias Paul D. Sørensen se le debe reconocer su vida dedicada a la biología de este género de flores. EP
Todas las láminas de dalias son del libro de José Mariano Mociño y Martín de Sessé, La Real Expedición Botánica a Nueva España,
vol. III: Familia Asteraceae, ilustraciones de Atanasio Echeverría y Godoy y Juan de Dios Vicente de la Cerda, 1787-1803 (UNAM/Siglo XXI/El Colegio de Sinaloa, México, 2010).
[1] www.youtube.com/watch?v=5pknZ4IyxdY
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