Ante la proliferación de encuestas electorales, Alejandro García Magos aporta diez sugerencias para desentrañar y comprender estos ejercicios de investigación cuantitativa.
Instrucciones para leer encuestas. Diez puntos a considerar
Ante la proliferación de encuestas electorales, Alejandro García Magos aporta diez sugerencias para desentrañar y comprender estos ejercicios de investigación cuantitativa.
Texto de Alejandro García Magos 01/04/24
En el debate político, las encuestas son esenciales para comprender las dinámicas de opinión pública y el respaldo electoral hacia determinados candidatos o partidos políticos. Sin embargo, para que estas cumplan su cometido, es crucial que los analistas y observadores estén familiarizados con una serie de conceptos que influyen significativamente en la interpretación de los resultados. De no hacerlo, corren el riesgo de irse con la finta. Desde los sesgos metodológicos hasta la consideración del margen de error y otros factores críticos, cada aspecto de la encuesta presenta desafíos que deben abordarse con cuidado.
Aquí ofrezco diez sugerencias básicas, a menudo pasadas por alto en el ruido político, donde lo importante no parece ser la búsqueda honesta de la verdad a través de herramientas estadísticas, sino más bien el uso del lenguaje científico para enmascarar intereses políticos. Porque como sugirió George Orwell, el lenguaje político está diseñado “para hacer que las mentiras suenen verdaderas y el asesinato respetable, y para dar una apariencia de solidez al viento”.
1. Las casas encuestadoras utilizan diversas metodologías para llevar a cabo sus estudios.
El término “encuestas” abarca una variedad de herramientas de investigación social, como las encuestas cara a cara, telefónicas y en línea. En México, muchas casas encuestadoras prefieren el método cara a cara en viviendas particulares. Sin embargo, este enfoque puede introducir sesgos de deseabilidad social y falta de respuesta. Esto es especialmente relevante dado que las preferencias políticas son un tema sensible, sobre todo en un contexto donde los funcionarios del gobierno federal, conocidos como “servidores de la nación”, recopilan información de puerta en puerta sobre las necesidades de la población. Esta situación crea un alto incentivo para que los encuestados mientan o retengan información.
2. El tipo de metodología utilizada en una encuesta afecta el resultado de manera significativa.
Por ejemplo, una encuesta cara a cara, especialmente realizada en viviendas particulares, puede introducir un sesgo de deseabilidad social que podría inflar las preferencias declaradas para la candidata del oficialismo en un contexto político como el nuestro. Por otro lado, una encuesta telefónica en los hogares tiende a dar más peso a los adultos mayores y menos a la población joven, además de suponer un tipo particular de participante. Como lo mencionó alguna vez un colega con cierto humor negro: “El problema con las encuestas telefónicas es que realmente sólo capturan a las personas que no son lo suficientemente listas como para tener identificador de llamada”.
3. La frase “cobertura representativa a nivel nacional” a menudo oculta más de lo que revela, siendo incluida muchas veces simplemente como un añadido sin ningún fundamento técnico firme.
Todas las encuestas, independientemente de la metodología, pueden ser ajustadas para ser representativas en ciertas características de la población del país, pero esto no garantiza la calidad de los datos. Para decir claramente, la etiqueta “representativa a nivel nacional” puede significar cualquier cosa. Los consumidores de encuestas tienen derecho a exigir a los encuestadores una mayor transparencia en su metodología de reclutamiento de participantes y los métodos estadísticos utilizados para ajustar la muestra.
4. Siempre es importante preguntarse: ¿representativa con respecto a qué?
La mayoría de las encuestas buscan ser representativas, pero es crucial aclarar representativas con respecto a qué. La representatividad por sí sola no existe en el mundo de las encuestas; es decir, no hay encuestas representativas sin más. Siempre se debe especificar el “con respecto a qué”. ¿Representativas con respecto a la población mayor de dieciocho años que habita en una vivienda? ¿Representativa de la población usuaria de internet mayor de dieciséis años? ¿O representativa de la población general en cuanto a género y edad? En este último caso, queda claro que muchas otras características de la población quedan excluidas. Esto no necesariamente constituye un problema. El problema surge al asumir que es muestra es una copia fiel y en miniatura de la sociedad en toda su complejidad. No lo es.
5. No todas las encuestas deben ser representativas.
Alcanzar la representatividad en una encuesta es una tarea complicada y costosa, y en ocasiones, innecesaria. Dependiendo de los objetivos del estudio, es posible obtener resultados útiles sin que la muestra sea representativa. Por ejemplo, una encuesta electoral que busque comprender cómo piensan votar los burócratas mexicanos no necesita ser representativa para proporcionar datos valiosos sobre los trabajadores del sector público. Lo mismo ocurre con cualquier otra encuesta dirigida a un grupo social o dentro de una organización. En estos casos, el objetivo no es extender los resultados al resto de la población, sino comprender las opiniones de estos grupos para conocer sus necesidades, preferencias y sensibilidades.
6. Evite caer en el dicho “Caballo grande, ande o no ande”.
El valor del tamaño de la muestra es relativo y no se debe usted dejar impresionar por números muy altos. Aunque teóricamente un gran número de encuestados puede mejorar la precisión de las estimaciones, en la práctica se ha observado que las encuestas con un alto número de participantes a menudo priorizan la cantidad sobre la calidad. Este fenómeno es común en encuestadoras que buscan reducir costos y aumentar la participación, recurriendo a paneles económicos y métodos de reclutamiento por conveniencia. Vale traer a cuento aquí la Paradoja de los Macrodatos (Big Data Paradox), donde si bien más datos pueden mejorar la precisión de los resultados, cualquier error en los datos se magnifica, lo que puede tener un impacto significativo en las conclusiones obtenidas.
7. Las encuestas pueden afectar la participación, pero no tanto como suponen aquellos detrás de las encuestas “patito”.
Existe un amplio debate académico sobre si las encuestas afectan las preferencias ciudadanas y, lo que es más importante, la decisión de votar el día de las elecciones. El consenso entre los académicos es que sí pueden tener un impacto en la participación electoral. Sin embargo, también se acepta en círculos académicos que la gente no es tan borrega como lo suponen aquellos que otorgan a los candidatos punteros ventajas inverosímiles. En efecto, muchos estudios demuestran que los votantes son actores sofisticados y no una manga de descerebrados, y que, de hecho, reaccionan a la información ya sea buscando corroboración de los datos, refutándolos por sospechosos, e inclusive puede motivarles a salir a defender a sus candidatos frente a lo que se puede percibir como un golpe bajo.
8. Las encuestas pueden estimar correctamente la intención de voto, pero a menudo no predicen con precisión el resultado de la jornada electoral.
La preferencia electoral es voluble y sujeta a cambios. Además, el acto de votar implica un costo de tiempo y esfuerzo que no todos están dispuestos a asumir. La intención de voto también puede ser un tema tabú que incomode a algunos. El problema radica en el diseño de la investigación. Preguntar directamente y a bocajarro a las personas “¿Por quién votaría usted si las elecciones fueran hoy?” introduce dos errores de muestreo: primero, las elecciones no son hoy, lo que puede precipitar respuestas en un escenario ficticio; segundo, supone que todos los encuestados votarán, lo cual no es cierto. Una forma ingeniosa de evitar estos errores es preguntar a las personas no por su intención de voto, sino por quién creen que ganará, lo que ha demostrado que genera predicciones más precisas. Preguntar por las expectativas en lugar de las preferencias puede eliminar el sesgo de optimismo, es decir, la tendencia a subestimar la posibilidad de que nos suceda algo indeseable.
9. No se deje impresionar por supuestos gurús y “expertos” de YouTube que utilizan términos que no comprenden y luego se refugian en los márgenes de error.
Como en toda industria, en el gremio de encuestadores hay charlatanes que, cuando las cosas salen mal, se escudan en el margen de error. Por principio, es importante entender que este margen describe cuán cerca puede estar el resultado de la encuesta del valor verdadero de la población. Dado que las encuestas son muestras de la población, siempre existe la posibilidad de un error. Por ejemplo, un 45 % de intención de voto con un margen de error de más o menos 3 puntos significa que el apoyo en toda la población probablemente esté entre el 42% y el 48%. Sin embargo, el margen de error no puede explicar un error de diez puntos. En ese caso, el problema no radica en un error estadístico, sino en un error de diseño de investigación, una metodología inadecuada o una interpretación incorrecta de los resultados.
10. El margen de error real puede ser el doble del reportado, e incluso más.
Cuando la gente escucha hablar del margen de error, tiende a creer que las encuestas son precisas y que el margen es pequeño. Sin embargo, este es un malentendido. El margen de error es simplemente un concepto estadístico y no considera otras fuentes de error, como el diseño de la encuesta, la metodología, los sesgos de respuesta, la falta de cobertura, entre otros. Estos problemas no se reflejan en el margen de error estadístico, sino que se pasan por alto. Por lo tanto, en muchas ocasiones, hablar de “un margen de error de más o menos 3 puntos” es sólo una verdad a medias, y como se sabe, las medias verdades son mentiras completas. EP.
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