En su columna mensual Taberna, Fernando Clavijo escribe sobre la lucha contra los megaproyectos y la explotación industrial en general.
Taberna: La lucha sigue
En su columna mensual Taberna, Fernando Clavijo escribe sobre la lucha contra los megaproyectos y la explotación industrial en general.
Texto de Fernando Clavijo M. 08/06/22
Sentados en la mesa, Benjamín Zapata ocupó la cabecera. La comida consistió en carne asada, chorizos, cebollas, guacamole, nopales y arroz rojo. Benjamín comía con gusto, usando la tortilla más que el tenedor para levantar arroz y lo que se encontraba en el plato lleno. Sus manos tienen dedos gruesos como los de quienes han realizado trabajo manual. Hablábamos de comida en diferentes acepciones. De los platillos que el bisnieto de Emiliano Zapata aprendió a cocinar en sus trabajos como mojado en los Estados Unidos (pavo relleno, caldo de res y pancita); de lo que siembra en los 4 mil metros de tierra que conserva en Ayala (maíz y calabacita); y de cómo la escasez y contaminación del agua en esa zona dificulta el trabajo del campo, al que ya le faltaba mano de obra y vocación agrícola.
Yo le preguntaba sobre su vida porque quería ver detrás del bigote y el atuendo revolucionario (es idéntico a las fotos que todos hemos visto). Descubrí a un hombre sencillo y sensible, orgulloso de sus aventuras en el extranjero, donde trabajó como payaso de rodeo montando toros y se volvió un experto en globoflexia. Me mostró cicatrices y dientes rotos para probar dichas hazañas. Luego de servirse otro plato de carnes y todos los acompañantes, sin embargo, pareció recordar su investidura y volvió a hablarnos de su bisabuelo.
Emiliano Zapata —nos dijo en la comida donde también estaban el pintor Emiliano Gironella y el líder de la Coalición de Organizaciones Democráticas Urbanas y Campesinas, Antonio Medrano— era pequeño ganadero y comerciaba con pan como había hecho la familia desde tiempo atrás. Cuando grandes haciendas e ingenios le robaron el agua con apoyo del gobierno corrupto, su bisabuelo se rebeló. “Nunca hemos estado con ningún gobierno de ningún partido”, nos mencionó, “siempre con el campesino”.
Nos habló de la termoeléctrica de Huexca, cerca de Cuautla, que merma la disponibilidad del agua de riego para pequeños productores como él mismo. La relación entre energía y alimentación es multidimensional, pues la siembra y cosecha de granos u hortalizas es una transformación de energía, como lo es comer y digerir. Pero la energía como un bien de mercado e insumo industrial está en otra escala. Los megaproyectos, bajo esta óptica, no son más que la continuidad de una alianza entre gobierno y empresarios para generar bienes que nada tienen que ver con la población local.
Busqué a activistas y campesinos que pudieran darme información sobre este proyecto y encontré un grupo de Facebook llamado Plantón Huexca. No hicieron caso de mis mensajes, pero algunos meses después pusieron una invitación a las manifestaciones conmemorativas del aniversario de la muerte de Emiliano Zapata, el 10 de abril. El día 11 puse Termoeléctrica Huexca en Google Maps y dejé mi ámbito citadino para tomar temprano la carretera a Cuernavaca. El destino de Yecapixtla me hacía pensar tanto en su famosa cecina como en funcionarios como Bartlett.
Dejé atrás los cerros de Tepoztlán, peñascos hermosos cubiertos de verde que dan sombra a casas espaciosas con albercas, para bajar hacia Cuautla. Los valles verdes fueron dando lugar a planicies amarillas. Pasando Yautepec vi un cartel que vendía celdas solares: “produce electricidad”, prometía. Al centro de todo está el tema energético, producto abstracto de consumo e inversión global. En el ensayo The question concerning technology, Heidegger dice que la tecnología desoculta las cosas. La termoeléctrica desoculta la energía que hay en los hidrocarburos pero, al hacerlo, oculta el agua que antes usaban los campesinos. Deja de ser su agua para ser energía. Pasé frente a la chimenea de un antiguo ingenio. El despojo del siglo pasado vino en forma de haciendas cañeras y ganaderas, me había dicho Medrano. La termoeléctrica es una hacienda industrial.
Poco más adelante, al pasar frente a Cuautla, se ve la estatua de Morelos y escasos minutos la desviación a Agua Hedionda. Luego está Huexca, al fondo de un camino sin tránsito que lleva a dos cañadas, y el complejo eléctrico a cargo de la CFE.
En la explanada y en el camino frente a la planta había unas 10 personas con pancartas de Zapata, lonas y una mesa con pan y café. Me presenté y me dirigieron con Sergio Ortiz Fernández, Cuauhtémoc Gutiérrez Tlazola, y Adela Hernández. “Tómate un café con pan y ahora platicamos”, me dijo Sergio. El café quemado y la música ranchera me ayudaron a terminar de despertar en este nuevo ambiente rural.
El origen del conflicto, según me explicaron, empezó con la Asociación de Usuarios del Río Cuautla (ASURCO), que originalmente protestó desde la propuesta original en 2009 y la puesta en marcha de la planta en 2011 por la pérdida de agua para riego. Esta se da por diferentes vías. La primera y más evidente es la construcción de dos pozos profundos en las inmediaciones de la planta, que se nutren del manto acuífero de los valles. Este manto es una red subterránea de manantiales de agua viva (como Los Amates y Santa Teresa) que escurre del Popocatépetl y todos los cerros menores, es decir, es agua rica en minerales y materia orgánica. Sin embargo, el agua tratada que la planta devuelve al sistema del río Cuautla es agua inerte, en el mejor de los casos.
Tradicionalmente, los ejidos reciben agua de estos manantiales a través de puntos de brote, como Los Sabinos, donde renace el río Cuautla con 2,000 a 2,500 litros por segundo. Debido a la gentrificación y urbanización, así como a la migración y pérdida de identidad, la vocación agrícola ha perdido vigor. Por ello, y atraídos por una renta fija, los ejidos que primero reciben el agua (Gabriel Tepepa y Otilio Montaño), han cedido su agua a la termoeléctrica, recurso que en principio no debería ser enajenable. Ya no es “agua que no has de beber déjala correr”, sino “véndela”. La evidencia está en cuatro bombas de 40 caballos de fuerza que redirigen agua hacia la planta, lo cual es ilegal según la Ley de Aguas Nacionales. Sergio me dice que la directiva de ASURCO (que se debe a casi 6 mil pequeños productores que suman 12 mil hectáreas) está comprada por la CFE.
Luego está el agua de la Planta Tratadora de Aguas Residuales (PTAR), que debe dar agua a los campesinos y alimentar al río. No obstante, la directiva de ASURCO otorga o vende 480 l/s a la termoeléctrica, que utiliza el agua para enfriar turbinas calientes por la quema de hidrocarburos para generar electricidad. La planta devuelve una porción menor de agua pero a 40 grados centígrados, con gas, cloro y ácido sulfhídrico, muy volátiles y venenosos. Ya no es agua inerte sino muerta y contaminada. Por último, los locales me dicen que se vierten desechos contaminados a las cañadas aledañas y que los peces que allí había han desaparecido.
El resultado es que hay menos agua y mayor dependencia en el temporal para los campesinos de la zona que comprende a Cuautla, Tlaltizapán (donde Zapata quemó tiendas de raya con la ayuda del bisabuelo de Adela), Ayala (que contiene a Anenecuilco, pueblo de Zapata), Hueyapan, Ocuituco y Yecapixtla (donde está Huexca). De cierta manera, el plantón no solo es contra la CFE que toma y contamina su agua, y la indolencia del gobierno (de Calderón, Peña Nieto y ahora AMLO), sino contra la avaricia y traición de sus propios líderes.
Varios de los manifestantes tienen tierras de poca extensión que han sufrido pérdida de producción. La tierra de Cuauhtémoc Gutiérrez (Ayala), por ejemplo, solo puede con siete tareas donde antes se sembraban 10. Sus productos son los de la zona, e incluyen aguacate, durazno, manzana, pera y maíz pozolero en Yecapixtla; arroz, caña, frijol, ejote y calabacita en Ayala; jícama, verdolaga, sandía y algo de ganadería en todos (que incluyen también a Tlaltizapán, Hueyapan, Ocuituco y Cuautla).
Estos productos los compartimos mientras llegan caravanas a unirse a la manifestación. Hay verdolagas de Cuautla en chile guajillo que comemos con arroz y tortillas de Ayala y frijoles de Tlaltizapán. De un camión se bajan activistas vestidos con trajes típicos y también turistas de Alemania e India. Me llama la atención que hay más mujeres que hombres, lo cual me hace caer en cuenta que la manifestación tiene como principio la defensa del agua pero también representa una lucha indígena y feminista contra los megaproyectos y la explotación industrial en general.
Algunas personas toman el micrófono para recordar los asesinatos de activistas, como Francisco Vázquez en febrero de este año, y por supuesto Samir Flores hace ya 3 años (“Samir no murió / el gobierno lo mató”). Hay canciones y también consignas como “el agua no se vende ni se negocia / se defiende”. Sergio dice que permanecer y trabajar en el lugar donde se nació es un derecho humano, el derecho a no ser desplazado. Una mujer de nombre Mati habla sincera y apasionadamente, diciendo que “es triste ver cómo a pesar de los argumentos y evidencias, estos megaproyectos avanzan como si las personas no existieran”, lo que apunta a una frustración pero también a la dignidad y, de cierto modo, obviedad de su lucha. “Seguirán pasando los años hasta que sus pinches fierros se les oxiden”.
El tema alimentario nunca está lejos, otra consigna canta: “queremos frijoles / queremos maíz / y a la termoeléctrica / fuera del país”.
Es hora de partir. Mi coche está al frente del plantón, de modo que dejo mi plato sucio, agradezco y en pocos metros ya se pierde de vista y oído la congregación y su entusiasmo. No sé quién más sepa que estas personas están luchando por algo más de un siglo: respeto a los que producen lo que comemos todos. De salida veo el campo amarillo y un zopilote en una rama. La cañada no, esta permanece verde. EP
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