En este artículo, la internacionalista Olga Pellicer, miembro del grupo México en el Mundo, analiza puntualmente las perspectivas actuales de la relación política entre México y Estados Unidos.
México y Estados Unidos en frágil equilibrio
En este artículo, la internacionalista Olga Pellicer, miembro del grupo México en el Mundo, analiza puntualmente las perspectivas actuales de la relación política entre México y Estados Unidos.
Texto de Olga Pellicer 24/03/21
Al iniciar la tercera década del siglo XXI, la relación México-Estados Unidos se inscribe en un panorama difícil de incertidumbre y desconciertos. El estilo personal de la política exterior de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) llevó a una relación inesperada con el presidente Trump, la cual dejó un sello particular en la relación entre los dos países. La transición hacia el diálogo con el nuevo habitante de la Casa Blanca, Joe Biden, fue accidentada. Se reorientó rápidamente hacia caminos tradicionales con formas diplomáticas respetuosas y cordiales.
No obstante, hay problemas estructurales entre los dos países que llevan a prever momentos de tensión y crisis recurrentes. Lo anterior tiene lugar en medio de la situación creada por una pandemia, cuya gravedad persiste y cuyos efectos en la vulnerabilidad económica y política de México han sido enormes.
A pesar de la influencia del factor externo en prácticamente todos los aspectos de la vida nacional, las consideraciones sobre lo que ocurre más allá de las fronteras no ocupa un lugar en el pensamiento de López Obrador, ni como estudioso de la historia del país, ni como líder político.
Sus declaraciones siempre han sido congruentes en lo que toca a su intención de no llevar a cabo viajes al exterior, reducir sus señalamientos sobre política exterior a la invocación de los principios de no intervención y autodeterminación, e insistir en que la mejor política exterior es la política interior.
Sin embargo, la realidad se ha impuesto. El diálogo con Donald Trump se inició pocos días después de su triunfo electoral: una llamada telefónica inauguró una época de cordialidad entre ambos presidentes. Los comienzos fueron esperanzadores. Parecía haber coincidencias en un proyecto de desarrollo integral para Centroamérica, dirigido a los países del triángulo del norte (Guatemala, Honduras y El Salvador) destinado a crear las condiciones para no ver la migración hacia el norte como la única forma de sobrevivir. Se habló de un financiamiento al que contribuirían, proporcionalmente a sus posibilidades, Estados Unidos, México y los países centroamericanos. Aunque las promesas anteriores nunca se cumplieron, fueron el punto de partida para el sorprendente empeño de AMLO en preservar la cordialidad con Trump.
El balance de la relación de López Obrador con Estados Unidos bajo el gobierno de Trump es uno de los aspectos menos logrados de su gobierno. Es cierto que hubo frases amables de amistad y el tono antimexicano de Trump descendió, pero las agresiones fueron muchas y los problemas entre ambos países se profundizaron.
Los llamados de Trump para la construcción del muro nunca cesaron; el cierre de la frontera estadounidense a los solicitantes de asilo o refugio se convirtió en la nueva realidad; la crueldad para disuadir a padres de ingresar a EUA con hijos no había tenido precedentes tan condenables; las amenazas a México para obligarlo a utilizar la recién creada Guardia Nacional para frenar a los migrantes centroamericanos en tránsito hacia los Estados Unidos es uno de los episodios más vergonzosos de las relaciones entre los dos países.
Imposible olvidar las amenazas de imponer aranceles a las exportaciones mexicanas —violando compromisos establecidos en el acuerdo más importante de América del Norte—, si México no llevaba a cabo mayores esfuerzos para frenar el paso de migrantes centroamericanos.
Esa política, plena de agresividad hacia México, no fue asumida como tal por López Obrador, quien persistió en su empeño de festinar su amistad con Trump. De allí que, a pesar de numerosos llamados de diversas personalidades mexicanas pidiéndole que no lo hiciera, haya aceptado llevar a cabo una visita a Washington ya en periodo electoral, lo cual fue utilizado por Trump para cortejar el voto latino.
El paso a la relación con el nuevo gobierno demócrata no fue fácil. Al comenzar el gobierno de Biden, se manifestó, en diversos medios de comunicación y análisis de instituciones académicas estadounidenses, la opinión de que existía un ambiente de confrontación entre los gobiernos de México y Estados Unidos. Las señales eran múltiples: la tardanza en felicitar a Biden; ofrecer asilo político a Assange, considerado un peligroso enemigo por diversas personalidades del partido demócrata; no condenar los hechos de violencia que culminaron con el asalto al Capitolio; expedir leyes para controlar y limitar a las agencias de seguridad estadounidenses que operan en México.
Lo que mayormente aceleró las tensiones fue la exoneración, por parte del fiscal general de la República Alejandro Gertz Manero, del exsecretario de la Defensa, el general Salvador Cienfuegos. Asimismo, los duros ataques de AMLO contra la falta de profesionalismo y seriedad de las acusaciones fabricadas por la DEA. En un artículo de primera plana The New York Times (15/01/2021) afirmó: “La administración de Biden tendrá el reto de reconstruir una relación que ha llegado a uno de sus puntos más bajos en lo relativo al tráfico de drogas”.
A pesar de esos antecedentes, la diplomacia que bien conoce Joe Biden se hizo presente. El primer encuentro virtual entre AMLO y Biden no correspondió a los temores que se habían expresado. Lo obtenido quedó consignado en una Declaración Conjunta, corta y poco elaborada, que se refiere a tres puntos: cooperación bilateral y multilateral en materia migratoria (lo multilateral se refiere a trabajar conjuntamente con Centroamérica); cooperación bilateral para responder y recuperarse de la Covid-19; cooperación bilateral sobre cambio climático.
El encuentro se inscribió en el intento de Biden de resucitar el espíritu de América del Norte como una región con intereses, valores y objetivos compartidos. Por ello, la atención simultánea a Canadá y México y las referencias a “la importancia de nuestra relación con México, vital para la asociación de América del Norte, elemento central de las prioridades de mi administración”.
Cabe advertir que, a pesar de tener a la región en mente, una de las conclusiones de este encuentro es que la región de América del Norte tiene pocos elementos para actuar de manera trilateral en los momentos actuales. Los problemas que están sobre la mesa son esencialmente bilaterales entre México y Estados Unidos. Los espacios de cooperación, hoy por hoy, se encuentran en el buen entendimiento entre los gobiernos de Joe Biden y Justin Trudeau.
En efecto, el presidente y el primer ministro tienen por delante una lista de intereses que les permitirá trabajar conjuntamente en diversos campos, así quedó establecido en la “Hoja de ruta para una asociación renovada entre Estados Unidos y Canadá“, suscrita por ambos mandatarios. Un documento notoriamente más amplio que la corta Declaración Conjunta firmada con México.
Lo importante del encuentro AMLO-Biden fue la decisión de poner las diferencias a un lado y privilegiar sonrisas, buen ánimo y disposición de cooperar en algunos temas. Para la lucha contra la Covid-19 los primeros frutos comienzan a verse. El envío de 2.5 millones de vacunas de AstraZeneca, cuya utilización por emergencia no está autorizada en Estados Unidos, fue recibido con enorme beneplácito en México. Se han iniciado encuentros para trabajar conjuntamente con países centroamericanos, introduciendo elementos novedosos para el gobierno de López Obrador, como acercarse a grupos de la sociedad civil y de empresarios privados.
Ese buen comienzo se mueve sobre un frágil equilibrio que puede romperse por motivos internos en ambos países. Por el lado de México, las tensiones aumentan por el carácter anticonstitucional de una ley de energía que, entre otros puntos, atenta contra intereses de inversionistas estadounidenses en México, así como disposiciones establecidas en el T-MEC. Por el lado de Estados Unidos, al momento de escribir estas líneas las primeras planas de diarios tan conocidos como The Washington Post (21/03/2021) o The New York Times (22/03/2021) alertan sobre la crisis en la frontera con México por el marcado incremento en el número de migrantes, principalmente centroamericanos, que buscan ingresar a Estados Unidos.
La pérdida de control sobre la frontera amenaza en convertirse en una de las crisis más serias de la administración Biden, por la ausencia de soluciones a corto plazo, por el uso que de ello hace el partido republicano para exaltar las “atinadas” medidas de Trump y por el peligro de ser utilizada por sus seguidores para ganar puntos en las elecciones del 2022.
La pregunta que está sobre la mesa es el papel que desempeña México en cuyo territorio se juega la solución que se le quiera dar a esta crisis. ¿Es deseable mantener a la Guardia Nacional controlando a los migrantes centroamericanos? ¿Qué se obtiene a cambio? ¿Cuál es la situación deseable para poner fin a las situaciones dramáticas vividas en las zonas fronterizas de México? ¿Quién y con qué elementos se elabora la estrategia de mediano y largo plazo para tratar el problema de los centroamericanos en tránsito hacia Estados Unidos?
Al igual que muchas otras preguntas, las anteriores no tienen respuesta. El debilitamiento de las instituciones del Estado mexicano, como consecuencia de políticas de austeridad profundizadas por la pandemia, deja al azar el mantenimiento de su relación con el exterior. Sólo se puede esperar, por lo que toca a la relación con EUA, que no se rompa el frágil equilibrio que hoy existe. EP
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