Boca de lobo es el blog de Aníbal Santiago y forma parte de los Blogs EP
La historia tiene que servir de algo
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Texto de Aníbal Santiago 11/11/20
La historia tiene que servir de algo.
Para México, Quintana Roo ha quedado marcado, al menos desde el inicio del milenio, no como el estado de playas de ensueño que nos venderán el hotel Ritz-Carlton o la Secretaría de Turismo —con arena blanca como talco y mar de transparencia turquesa— para que desde el jacuzzi de una suite en Cancún admiremos la opulencia caribeña de ese paraíso donde todo es diversión, deseo, tranquilidad.
Quintana Roo y Cancún llevarán un tatuaje o una cicatriz o, para ser más fieles a la realidad, una eterna herida supurante llamada Jean Succar Kuri, el empresario que al amparo del poder político y empresarial creó una red de abuso sexual y pornografía entre 2000 y 2003 con niñas.
No sería raro que en cualquier momento nuestra justicia lo libere por “inconsistencias administrativas” —el Primer Tribunal Colegiado del Vigésimo Séptimo Circuito ha hecho público que podría haber “fallas” en el proceso—, pero incluso si esa infamia se comete en el imaginario social no se borrarán nunca los 112 años de prisión a los que Succar fue condenado. Y, por supuesto, tampoco olvidaremos la tortura física que padeció Lydia Cacho —periodista que con el libro Los Demonios del Edén retiró en 2004 el velo a ese crimen abominable— ni la tortura emocional que aún sufre, amenazada por revelar la verdad.
Por eso, aunque ninguna marcha de mujeres contra el feminicidio sea “una marcha cualquiera”, la del lunes en Cancún era distinta: ocurría en lo que es una de las cunas del abuso a la mujer en todas sus formas, un abuso criminal que en las últimas dos décadas ha crecido hasta volverse algo habitual, brutalmente cotidiano. Y, por desgracia, irrelevante para las autoridades a todo nivel.
Desde aquel inicio de los dosmiles en el que la red de Succar podía parecer una rareza, el fenómeno de la trata, el feminicidio y las violencias múltiples a las mujeres crece sin pausa, y Quintana Roo sigue siendo epicentro del desastre.
Por lo que Quintana Roo y Cancún han sido sin interrupciones desde hace 20 años, la marcha de ayer merecía una sensibilidad política mayor. Solo eso. Un grupo de mujeres, pese a la pandemia, pese al infierno de la impunidad quintanarroense, pese al asesinato de una mujer tras otra, asumió el riesgo de expresarse en grupo y tuvo la fuerza de salir a la calle y protestar por el asesinato de Bianca Alejandrina Lorenzana Alvarado (“Alexis”), feminista de 20 años desaparecida el 7 de noviembre cuando salió de casa a vender un cigarro electrónico. “No me vengas a decir que estoy ‘muy pequeña como para dejar que el problema de los feminicidios o las opiniones apáticas respecto al tema te afecten’ —escribió en redes hace un año—. Porque teniendo 5, 10, 19, 35, 50 u 85 años, mañana siempre existirá la posibilidad de no regresar a casa, y mientras así sea, claro que me va a preocupar, y claro que lo tendré en mi mente y por supuesto que seguiré defendiendo mis puntos de vista ante cualquier idiota que se atreva a decirme que no es la manera”. Como tantas, Alexis no regresó a casa. Sus restos aparecieron descuartizados el 9 de noviembre en bolsas de plástico negras en la calle Monte Pandera.
En 2019, 82 mujeres, entre ellas niñas, fueron asesinadas en Quintana Roo. En 2018, otras 80 mujeres y también menores. ¿Y este año? Hasta septiembre iban 58 asesinatos de mujeres.
Por eso era importante la sensibilidad de los gobiernos municipal, estatal, y federal en la marcha de las mujeres quintanarroenses en el edificio del Ayuntamiento de Cancún.
¿Pero qué sucedió? Toda su sensibilidad fue recibir a las feministas a tiros. Con balas, incluso exhibiendo armas largas, la policía municipal a cargo de la presidenta municipal de Morena, Mara Lezama, recibió a las 400 que marchaban, mientras la Guardia Nacional atestiguó el ataque sin mover un dedo. Qué escándalo si pintaban paredes o rompían mobiliario las 400 mujeres que protestaban contra el homicidio de Alexis y las cientos de asesinadas los años previos.
¿Qué podía hacer el poder ante la denuncia por un crimen delito que crece y crece? ¿Ocuparse de él con recursos e inteligencia? ¿Investigar mejor? ¿Escuchar a las mujeres? ¿Guardar un silencio respetuoso? Les sobraban alternativas.
Pero no, fue mejor opción reprimirlas, aunque eso provocara la indignación nacional y un día después nada menos que el diario británico The Guardian titulara “Mexico police open fire on femicide protest in Cancún”. Como dijo el abogado de la UNAM Juan Jesús Garza Onofre: “es más sencillo armar a los policías y gastar recursos en patrullas y balas, antes que invertir en prevención, capacitaciones, sueldos”. Y mucho más sencillo disparar esas armas, como si lo que tuvieran enfrente fueran 400 delincuentes.
Lo que las manifestantes obtuvieron en la noche del lunes frente a la alcaldía fueron heridas de bala y golpes.
Y claro, el mensaje de: “o se callan o a tiros las callamos”.
Una marcha contra los feminicidios jamás es cualquier cosa, pero menos aún lo era en Cancún. La historia tiene que servir de algo. EP
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