Un recorrido por la arquitectura moderna de Coyoacán (primera parte)

Veka Duncan nos guía por las calles del centro de Coyoacán mostrarnos algunos de los edificios de la arquitectura moderna en México, que son el legado de destacados arquitectos como Juan O’Gorman y Juan Segura.

Texto de 05/06/20

Veka Duncan nos guía por las calles del centro de Coyoacán mostrarnos algunos de los edificios de la arquitectura moderna en México, que son el legado de destacados arquitectos como Juan O’Gorman y Juan Segura.

Tiempo de lectura: 6 minutos

El Centro Histórico de Coyoacán tiene fama de ser, pues, eso, un espacio histórico. Su pasado virreinal por supuesto es innegable; su historia, como apuntó Salvador Novo, inició cuando terminó la de Tenochtitlán que es un tema que ya se ha explorado aquí. Al caminar por sus calles adoquinadas de pronto uno tiene la sensación de haber regresado a otro tiempo o de haber viajado a un pequeño pueblo lejos de la monstruosa metrópoli que es la Ciudad de México. Pero Coyoacán es mucho más moderno de lo que quizá pensaríamos o nos atreveríamos a admitir. La realidad es que la huella del Barroco se ha diluido mucho por estos rumbos, en gran medida por una enorme negligencia a lo largo de muchas décadas en la protección de su patrimonio histórico. Lo cierto es que, salvo algunas notables excepciones de arquitectura religiosa y civil, muchas de las construcciones que le brindan su característico sello virreinal se debe al auge de la arquitectura neocolonial, estilo que cobró fuerza en la década de los 30. A partir de entonces, y coincidiendo con una importante migración de intelectuales y artistas a la zona en las primeras décadas del siglo XX, llegaron otros lenguajes arquitectónicos plenamente modernos. Así, entre sus viejas casonas y conventos, Coyoacán tiene obra de algunos de los nombres más destacados de la arquitectura moderna en México. Para descubrirla, ofrezco aquí una propuesta de recorrido que fácilmente se puede seguir a pie una vez que volvamos a disfrutar de nuestras calles.

La avenida Hidalgo es el mejor punto de partida para este paseo, pues en torno al tramo que va de División del Norte a Fernández Leal se ubican dos edificios escolares que representan, a su vez, dos momentos fundacionales de la arquitectura moderna en México. La Escuela Mier y Pesado es una de las joyas escondidas de Coyoacán y un maravilloso ejemplo del art déco mexicano. Ubicada en el número 371 de la calle General Anaya, que desemboca en Hidalgo desde División del Norte, ha sido ocultada de la mirada del transeúnte por una malla ciclónica, pero si uno tiene suerte podrá asomarse por el portón a la hora de entrada y salida de los alumnos. A pesar de tener la probabilidad en nuestra contra, les aseguro que vale la pena intentarlo y, si logran coincidir con el portero, comprobarán que la vuelta no fue en vano. 

Lo cierto es que, salvo algunas notables excepciones de arquitectura religiosa ay civil, muchas de las construcciones que le brindan su característico sello virreinal se debe al auge de la arquitectura neocolonial, estilo que cobró fuerza en la década de los 30.

De su fachada destacan las líneas curvas propias del streamline, estilo inspirado en las aerodinámicas formas de los automóviles, y la tipografía que corona el acceso principal, evocando una marquesina cinematográfica. Obra de Juan Segura, uno de los máximos exponentes del art déco en México y arquitecto de cabecera de la Fundación Mier y Pesado desde 1927, es el resultado de una remodelación del hospital del famoso (y temido) doctor Aureliano Urrutia. Siendo un espacio destinado a la beneficencia, Segura aprovechó al máximo los espacios del hospital, adaptándolos a su nuevo uso educativo, pero evitando en la medida de lo posible las demoliciones.1 De esta manera, Segura también adaptó la horizontalidad del edificio original al nuevo lenguaje arquitectónico del streamline, que también destaca por este tipo de emplazamiento. Los detalles de granito y herrería terminan por brindarle una coherencia estética decó que hace olvidarnos por completo de que aquí existió otro edificio. Se inauguró en 1937 como escuela de varones de escasos recursos o huérfanos y operaba como medio internado, de forma que a los alumnos se les ofrecían dos comidas al día y uniforme, pero no hospedaje.

El arquitecto moderno que quizá dejó el mayor legado en Coyoacán fue Juan O’Gorman. Hijo pródigo del Barrio de Santa Catarina, nació en 1905 en la calle que ahora lleva el nombre de Francisco Sosa, y a lo largo de su vida regresó a las tierras de su infancia a construir los mayores íconos de su carrera. Hablar del trabajo de O’Gorman en Coyoacán requeriría de mucha más tinta de la que puedo derramar aquí —y prometo retomar el tema pronto para otra entrega— pero para nuestro recorrido de hoy hay una obra que no puedo ignorar pues se encuentra a unos pasos de la Escuela Mier y Pesado y es también un ejemplo emblemático de la arquitectura escolar en México: la Escuela Primaria Melchor Ocampo

Cinco años antes de la apertura de la Escuela Mier y Pesado, en 1932, O’Gorman construyó este moderno plantel escolar en la esquina de Hidalgo y Fernández Leal como parte de un proyecto impulsado por Narciso Bassols, Secretario de Educación, que suponía la creación de 24 escuelas primarias en el entonces Distrito Federal con un austero presupuesto de un millón de pesos. La colaboración entre O’Gorman y Bassols fue un momento de inflexión para la arquitectura mexicana pues supuso la incorporación, por primera vez en su historia, de las ideas funcionalistas de Le Corbusier a la construcción pública. Al mismo tiempo, fue el primer proyecto que se propuso construir edificios específicamente para uso educativo y, por lo tanto, considerando proporciones infantiles (anteriormente era más frecuente adaptar casas para ese fin). El funcionalismo le permitió a O’Gorman cumplir con todos los objetivos planteados, principalmente el de mayor eficiencia al menor costo posible, y eso es lo que se aprecia al pararnos frente a la Escuela Melchor Ocampo. De líneas sencillas, son las propias formas y materiales constructivos los que brindan los acentos ornamentales a la fachada, como las ventanas circulares. Estos materiales, a su vez, eran muy económicos, como cemento, cal, barro y tepetate. Estos elementos, junto con la estandarización de espacios según su uso, hacían de estas escuelas un modelo fácilmente replicable, aplicando el concepto de la producción en línea a la arquitectura. 

Sobra decir que la Escuela Melchor Ocampo ha padecido varias y poco afortunadas remodelaciones, por lo que ahora es difícil imaginar cómo debió verse en 1932. Entre los elementos que lamentablemente se perdieron en esas modificaciones son los murales que Julio Castellanos pintó con una temática campesina y rural. Es probable que aún se encuentren detrás de las múltiples capas de pintura que cada remodelación ha traído y me da un poco de esperanza pensar que alguien tendrá la curiosidad de comprobarlo; sería, a mí parecer, la mejor forma de rendir homenaje a los 80 años de historia que muy pronto cumplirá el proyecto de arquitectura escolar de O’Gorman. 

El funcionalismo le permitió a O’Gorman cumplir con todos los objetivos planteados, principalmente el de mayor eficiencia al menor costo posible, y eso es lo que se aprecia al pararnos frente a la Escuela Melchor Ocampo.

Una parada obligada en un recorrido de arquitectura moderna en Coyoacán —o de cualquier caminata por su Centro Histórico— es, por supuesto, el mercado. Famoso por sus tostadas y coloridos puestos, está ubicado en la manzana que conforman las calles Malintzin, Allende, Xicoténcatl y Abasolo, en la Colonia del Carmen. La historia del mercado en realidad comienza con un tianguis en lo que ahora es el Jardín Hidalgo, pero el espacio que hoy conocemos fue inaugurado el 6 de octubre de 1956 y construido por dos figuras fundamentales de la arquitectura mexicana de la segunda mitad del siglo XX: Pedro Ramírez Vázquez y Félix Candela. 

El mercado de Coyoacán fue parte de un proyecto mucho más ambicioso que tuvo por objetivo dotar a la Ciudad de México de mercados modernos e higiénicos. Esta iniciativa, impulsada por el llamado regente de hierro Ernesto P. Uruchurtu, surgió de un ímpetu modernizador que buscaba dejar atrás prácticas consideradas anticuadas e insalubres, como los tianguis, en un momento en el que México anhelaba mostrar una nueva cara ante el mundo y, a la vez, consolidar el proyecto social de la Revolución a través de la infraestructura. Entre los años 1955 y 1957, se le comisionó a Ramírez Vázquez la construcción de 15 mercados, entre ellos el de La Lagunilla y Jamaica, dos de los más emblemáticos de la ciudad. La colaboración de Candela es muy notable en Coyoacán, con la estructura de sombrillas invertidas que se volvió el sello del arquitecto madrileño; Candela las comercializaba a través de su empresa Cubiertas Ala y rápidamente se integraron a todo tipo de edificio público por su ligereza y bajo costo. 

Otro arquitecto que participó en el equipo de Ramírez Vázquez en el Mercado de Coyoacán fue Carlos Mijares, quien también dejó su huella en este Centro Histórico con la construcción de su propia casa en la esquina de Reforma y Francisco Sosa. Pero como estamos en el mercado y ya hace hambre, ese será tema de otra historia coyoacanense, pues aún queda mucha arquitectura moderna que recorrer en sus virreinales calles. EP

1 Javier Velasco Sánchez, El art déco en México. Un protagonista, Juan Segura Gutiérrez, Arquitecto, Ciudad de México: Facultad de Arquitectura-UNAM, p. 152.N

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