Silencio: hacia una higiene política discursiva

Pentagrama reúne cinco plumas en un espacio de reflexión sobre temas fundamentales. En esta entrega, Luis Vergara aborda el silencio.

Texto de 03/03/25

Pentagrama reúne cinco plumas en un espacio de reflexión sobre temas fundamentales. En esta entrega, Luis Vergara aborda el silencio.

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[…] un tiempo para callar y un tiempo para hablar.
Qo 3, 7

Lo conocíamos como Eclesiastés; hoy lo nombramos Qohelet. Y sí, hay tiempos para guardar silencio y tiempos para no hacerlo. Esto es verdad tanto en las comunidades como en la sociedad ―conforme a la categorización binaria de Ferdinand Tönnies―, o ―conforme la ternaria de Niklas Luhmann― en los espacios de las interacciones cara a cara, en los de las organizaciones y en los públicos. Hay silencios virtuosos y silencios viciosos.

Todo el mundo puede traer a la memoria ocasiones en las que, en el medio de su familia o en el de su trabajo, dijo alguna cosa para después arrepentirse —a veces con mucha amargura— de haberlo dicho. Por supuesto, también ocurre lo contrario: experimentar arrepentimiento por no haber hablado cuando era debido hacerlo. Parecería, sin embargo, que lo primero es más frecuente. En todo caso, la sabiduría popular aconseja que ante la duda es preferible callar. Además, algo no dicho puede decirse más adelante, en tanto que lo dicho no puede desdecirse, en el sentido de hacer que no se haya dicho.

Los lectores de Este País se preguntarán, empero, cuál es la pertinencia de la temática del silencio en relación con… pues sí, este país en el que ―como diría Cristina Pacheco― nos tocó vivir. Y no sólo nos tocó vivir en él, sino que en él somos ciudadanos, colectivamente responsables —pero también individualmente— de los asuntos públicos, de las res publicae, en definitiva, de la República. Así, la pregunta que se nos impone es: ¿Qué relación puede darse entre el silencio y la salud de la República, entre el silencio y el bienestar individual y colectivo de los mexicanos? (Y si aspiramos a ser ciudadanos del mundo, entre el silencio y el bienestar de la humanidad). ¿Cuáles podrían ser algunos elementos de una higiene política silencio/habla constructiva? ¿Cuáles podrían ser los ámbitos privilegiados para practicarla? Ocupémonos en primer término de la segunda de estas preguntas; al hacerlo conferiremos sustancia a la primera.

En el transcurso de los últimos 150 años se ha producido una secuencia de desplazamientos, cada vez con tiempos de relevo más breves —como todo en la modernidad—, de las instancias dominantes en materia de formación de opinión pública: intelectuales – periodistas – comunicadores – influencers (precisamente), con una secuencia correspondiente de medios: imprenta – prensa – radio/televisión – redes sociales. 

Hace ya varias décadas, concretamente en los años setenta del siglo pasado, se daba un debate en ciertos grupos de personas que aspiraban a propiciar el advenimiento de una sociedad más justa. Unos defendían la idea de que había que “convertir los corazones”, otros propugnaban por “transformar las estructuras”. Ahora bien, debido al carácter masivo de la recepción de lo difundido por esas instancias de formación de opinión pública —creciente, por cierto, conforme se avanza en la cadena de relevos—, se desdibuja la distinción entre las dos estrategias: “la conversión de los corazones” y la “transformación de las estructuras” vienen a ser las dos caras de una única moneda como lo han sabido siempre los profesionales en materia de propaganda política. De aquí la importancia clave conferida en nuestros días a la imposición de narrativas. 

Dicho esto, pasemos a considerar la cuestión de los que podrían ser algunos elementos de la higiene política discursiva sugerida, mismos que podrían ser un factor clave para la modificación de ciertos patrones culturales discursivos.

Contribuir con el silencio y el hablar a la esperanza constructiva, y no a la desesperanza destructiva. 

Los mexicanos resentimos mucho que un extranjero, estando en México, hable mal de algún aspecto nuestro país —aunque sea verdad lo que diga—. Sin embargo, suele suceder que nosotros mismos nos expresemos de manera autodenigrante —que no autocrítica— frente a familiares o amigos. ¿Cuántas veces no hemos escuchado (y quizá dicho) “Este es un país de quinta”? No hay países “de quinta”, ni de primera. ¿Qué podrían significar calificaciones de ese estilo? Nada; en verdad, nada. Son sinsentidos, literalmente. Cualesquiera dos países pueden ser comparados en relación con aspectos concretos —México es más extenso que Suiza; el ingreso per capita en Suiza es mayor que en México—, pero la comparación entre ellos en cuanto países es, como ha quedado dicho, un sinsentido. El discurso autodenigrante con respecto al propio país es tóxico; debe ser silenciado interiormente y socialmente. Las cosas podrían ser diferentes.

Elevar el nivel ético de la discusión política silenciando la difusión de rumores infundados y de noticias falsas (fake news), contribuyendo así declaradamente a una cultura de la verdad. 

La posibilidad de estar iniciando una era de posverdad es real. Recordemos el alud de mensajes —por lo general anónimos— que, al igual que todo el mundo, recibimos cotidianamente en nuestros teléfonos durante los meses anteriores a las recientes elecciones presidenciales: mensajes con contenidos falsos, algunas veces burdamente confeccionados, y otras de manera sofisticada. Es esto una manifestación de un remplazo en materia de valores, de lo verdadero por lo pragmático. Pero las cosas podrían ser diferentes.

Elevar el nivel sustantivo de la discusión política imprimiéndole un carácter propositivo, silenciando el discurso de la denostación

Volviendo a los meses previos a las pasadas elecciones —y a varias antes de ellas—, debe decirse que fue frustrante y motivo de decepción más o menos generalizada que las campañas políticas, los debates y las discusiones en torno a todo ello estuvieran conformados mayoritariamente por descalificaciones y denostaciones gratuitas —con frecuencia muy ofensivas— de los adversarios, confiriendo a estos procesos un aura de negatividad. Silenciar estas denostaciones —incluidas las formuladas en el interior de los ciudadanos— y “pasar de la protesta a la propuesta” abonaría a la confrontación de ofertas —y no tanto de personalidades—, y a la posibilidad de que se privilegiaran las mejores propuestas en lugar de las peores descalificaciones, muy distintas de críticas razonadas dirigidas a las ideas y no a las personas. Se tiene conciencia del poder de las narrativas, las cuales compiten unas con otras para imponerse en la opinión pública. El país requiere de narrativas que propositivamente miren al futuro y no negativamente al pasado. Las cosas podrían ser diferentes.

Contribuir a la unidad nacional silenciando discursos excluyentes y privilegiando los incluyentes. 

Quien se asume en uno de los dos polos de la distinción prosistema /antisistema (o cualquiera de sus concreciones), asume por ello la distinción misma. Asumir esta distinción implica a su vez haber tomado partido —consciente o inconscientemente— por el polo “exclusión” en la distinción inclusión / exclusión. Las reflexiones anteriores podrían ser objeto de descalificación por ser tenidas como “burguesas”. Pero no hay burgueses sin proletarios; es decir, tal descalificación supone una sociedad dividida en clases antagónicas, de manera que, ante la disyuntiva inclusión / exclusión, implica la opción por la exclusión. Es así que en última instancia hay que elegir entre las aseveraciones, esas sí mutuamente excluyentes, “pese a nuestras diferencias de todo tipo, es más lo que nos une a los mexicanos que lo que nos divide” y “pese a todo lo que en común tenemos, es más lo que nos divide y enfrenta unos a otros.” O se silencian la división, el enfrentamiento y la exclusión, o se silencian la unión y la inclusión. La realidad es como es, pero las cosas podrían ser diferentes.

Con lo que podría tenerse por realismo, pero que en realidad vendría a ser cinismo, alguno diría —muchos, más bien, lo cual es altamente sintomático— que tienen vigencia las prácticas contrarias a lo que se ha sugerido porque funcionan. Pues sí, así es, y eso es precisamente lo que hay que cambiar. Se dirá que la realidad es lo que es, pero, de nuevo y como ya quedó dicho, es esa realidad lo que hay que cambiar. Lo único que puede impedirlo es suponer que no es posible. Mas, por el contrario, possunt quia posse videntur (“pueden porque creen que pueden”, Virgilio, en la traducción no estrictamente literal más acostumbrada), y a ello pueden y deben contribuir ciertos silencios

Poco hemos dicho en torno a cuándo no hay que guardar silencio. Complementamos ese poco apuntando dos casos: el del silencio electoral de la abstención y el silencio cómplice ante la injusticia.

Todos los grandes místicos de todos los tiempos y de todas las tradiciones han sabido que es en el silencio interior, en la supresión del pensamiento (que es de naturaleza discursiva), donde se vive la realidad tal como es. Si bien podemos, no nos sentimos llamados a esto —aunque los místicos dirían que todos lo estamos—. Lo indiscutible es que introducir más silencio en nuestras vidas será de gran beneficio personal y social. (¿Acaso no es verdad que la más perfecta comunicación cuando dos que se quieren se da cuando juntos comparten en silencio una experiencia altamente significativa para ambos?) 

La elocuencia del silencio puede ser descomunal. De todas las manifestaciones que tuvieron lugar durante el movimiento estudiantil de 1968, la que más impacto a la opinión pública fue precisamente la “marcha del silencio” en la que cientos de miles de personas marcharon por las calles guardando perfecto silencio. ¿Y no es el caso de que cuando se quiere honrar a alguien recientemente fallecido se guarde “un minuto de silencio”?

Todo lo anterior es verdad, no sólo en relación con el habla y lo acústico en general, sino también en lo relativo a lo que podríamos nombrar silencio visual: hacer callar por segmentos de tiempo las pantallas (teléfono, tableta, ordenador, televisión…), dispositivos que, contrario a lo que pensamos, más que servirnos, exigen nuestra servidumbre (lo que comprobaríamos en esos segmentos de silencio visual). Serían tiempos de autonomía, que se contrastarían con la heteronomía de la servidumbre a las pantallas.

Y a propósito de autonomía y heteronomía, vale la pena traer a cuenta el parágrafo 35 de El ser y el tiempo de Martin Heidegger, consagrado a las “habladurías” (Gerede, en el original alemán), término que remite al habla cotidiana, propia de la existencia inauténtica, que determina pensamientos y conductas. Esta habla cotidiana, aunque inevitable, es silenciable

Un comentario final. Se podrá decir que a lo que hay que dirigir la atención es a los gravísimos problemas sustantivos que enfrenta el país —crimen organizado, violencia, injusta distribución del ingreso, corrupción…—, y no a la forma del discurso en torno a ellos. (Las consideraciones anteriores ni tienen un carácter programático en relación con esta problemática, ni se encuentran alineadas con una posición política o ideológica determinada, más allá de la elemental opción por la unidad y la inclusión) A este respecto habría que recordar en primer lugar la famosa sentencia, atribuida a don Jesús Reyes Heroles, “En política, la forma es fondo”, y la idea de Hayden White, que da título a uno de sus libros, El contenido de la forma. En segundo término, ha de reconocerse el hecho de que la higiene política discursiva aquí propuesta probablemente constituye una condición importante, casi necesaria, para el abordaje exitoso de los tan graves problemas nacionales. Por lo demás, la polarización de la sociedad mexicana es uno de sus problemas más graves.

En definitiva, las cosas podrían ser diferentes. Bien vale la pena pensarlo… en silencio. EP

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