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Llama mucho la atención el camino
que ha seguido Unidas Podemos durante la ya fallida negociación para formar
gobierno con el PSOE. Me esperaba mucha más sensibilidad por parte de Pablo
Iglesias y lo suyos, sobre todo después de las lecciones de estrategia que nos
han dejado desde que iniciaran “su asalto a los cielos” allá en 2014.
Con 42 diputados (y con su marca
comprometida en el Senado), están fuera de todo lugar las pretensiones que UP
ha puesto sobre la mesa. Sin embargo, estos números sí justifican lo que, a mi
juicio, son las tres aristas de la que ha sido la gran oportunidad perdida de
Podemos para fortalecerse como un actor político confiable y relevante para el
sistema democrático español:
- Desconocer
el significado de “socio preferente”. Aún y con el retroceso en votos
y asientos en ambas cámaras, y con la presión por parte de determinados
sectores para impulsar un acuerdo entre socialistas y Ciudadanos, la interpretación
inmediata de los resultados electorales generaron la inercia de que, por
“naturaleza”, PSOE y Podemos debían entenderse. Pero los morados, y en
particular Iglesias, no supieron medir y manejar adecuadamente los alcances de
esta circunstancia. Al respecto, distan mucho sus formas hoy de las que mostró
durante la conferencia de prensa que ofreció en la noche electoral del 28A,
donde sí exhibió madurez y “gravitas”.
- Tener
tanta prisa por entrar al gobierno. La clave del asunto estaba en
garantizar un gobierno estable con 4 años por delante. ¿Acaso no habrá en todo
ese tiempo una mejor oportunidad para integrarse en el ejecutivo? Por supuesto
que sí. Sánchez y su gobierno se irán desgastando con su acción, a reserva de
enfrentar temas o escándalos que los pongan entre la espada y la pared. Sería
entonces cuando los de Iglesias tengan un mejor ambiente para levantar la mano
y pedir puestos en el Consejo de Ministros y en la Administración General del
Estado.
- Ignorar
su ámbito real de acción. El verdadero poder de Podemos habría estado
en facilitar un ejecutivo puramente socialista, pero teniendo ellos la sartén
por el mango. Por un lado, no padecerían ese desgaste de la acción de gobierno,
y por otro, serían más eficaces que la propia oposición a la hora de controlar
al ejecutivo. Porque para Sánchez no sería lo mismo tener que rendirle cuentas
a quien le debe sus votos para formar gobierno que a los demás. Asimismo,
tendría otro gran campo de influencia en el ámbito legislativo, bien dando su
sello de aprobación a las iniciativas que promuevan los socialistas (sin
olvidar aquí los Presupuestos Generales del Estado) o promoviendo entre ellos su
propia agenda legislativa (que, aquí sí, siempre deberían poder rozar el
maximalismo, a fin de seguir midiendo cuán comprometidos siguen sus socios y, a
la vez, mandar el mensaje de que, lejos de haber sido neutralizados, Podemos
sigue teniendo peso en el escenario político español).
Con la sesión de investidura fallida, el 23 de septiembre marca la fecha límite para encontrar un candidato que reciba los votos necesarios para ser presidente del gobierno y evitar que los españoles tengan que acudir de nuevo a las urnas el próximo 10 de noviembre. Vamos a ver cómo se dan las cartas en esta ocasión. EP
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