
Isidro H. Cisneros nos ofrece una puntillosa y necesaria reflexión sobre el concepto de política y poder ante esta época de crisis social.
Isidro H. Cisneros nos ofrece una puntillosa y necesaria reflexión sobre el concepto de política y poder ante esta época de crisis social.
Texto de Isidro H. Cisneros 18/06/25
Isidro H. Cisneros nos ofrece una puntillosa y necesaria reflexión sobre el concepto de política y poder ante esta época de crisis social.
Resulta necesaria una breve reflexión sobre el destino de la política y sobre su crisis actual. La política de nuestro tiempo se presenta, por un lado, como una gran incapacidad para justificar la positividad de sus fines, principalmente, la realización del bien común y la producción de un orden compartido y colectivo; y, por el otro, como una acción cargada de la negatividad de los medios que emplea para proyectarse. Es decir, como la práctica cada vez más cruda y evidente de la coerción, la violencia, la criminalización de la pobreza, y en algunos casos de la diversidad sexual, cultural, religiosa y étnica; en síntesis, de la destructividad como un fin en sí mismo.
Hay un importante “déficit de la política”, que resulta evidente frente a la poco constructiva búsqueda de soluciones individuales a problemas que son cada vez más comunes y que afectan a todos.1 El déficit de la política se corresponde con un déficit de la democracia en todos sus niveles, y se refiere a una crisis de la política que impacta directamente la legitimación del poder. El dilema evidente ahora es entre la política formal y la política informal, entre la concentración o la dispersión de la política, entre la decisión sobre la distribución de los recursos y su legitimación para la resolución de los conflictos. Resulta necesario, entonces, repensar la cosa política.2
Las transformaciones de la política que se pueden apreciar coinciden con un desplazamiento del interés de lo público hacia lo privado y con un aplazamiento indefinido de las utopías colectivas como herramientas para imaginar y construir un mundo más justo y sostenible.3 La democracia pierde su pluralismo real. Lo anterior se acompaña de un resurgimiento de la exaltación del individuo y de su mundo privado, lo que afecta indudablemente a una modalidad de ejercicio de lo político y también de la vida social. Por lo tanto, se requiere la abolición de la distancia existente entre los actores políticos y los ciudadanos.4 La democracia moderna es portadora, ella misma, del déficit de la política. Por ello, la única respuesta posible y necesaria es un reencuentro con la ética y con la responsabilidad de la política.5
La política puede ser definida como una práctica social e institucional mediante la cual se ejerce el poder con pretensiones de autoridad que debe ser reconocida como legítima por quienes están sujetos a ella. La política no se puede reducir ni a un mero juego de poder, ni a una aplicación directa de principios éticos, sino que debe concebirse, más bien, como el espacio en el que las sociedades deciden colectivamente cómo organizar su convivencia, enfrentado conflictos y buscando legitimidad.6 La política implica tanto conflicto como deliberación racional dentro de marcos institucionales.
Ella abarca dos campos específicos: el ámbito de las instituciones y las estructuras políticas representado por el parlamento y el gobierno; y el espacio de la acción política o de las actividades políticas en torno al proceso de toma de decisiones.7 La política se vincula con las distintas cuestiones que regulan la vida colectiva para asegurar la coordinación pacífica de las acciones humanas a través de normas vinculantes, dando vida a la esfera funcional de la política. La dimensión política consiste en la función de regular y coordinar con normas obligatorias las acciones y los comportamientos de los individuos.8 Por ello, la política representa aquella actividad que se refiere a la adquisición, la organización, la distribución y el ejercicio del poder en el ámbito de un Estado o entre Estados.
La política es una actividad decisional que de manera vinculante involucra la búsqueda del bienestar de la colectividad. La política ha existido en todos los tiempos y circunstancias, aunque ha cambiado sus formas, sus funciones, sus métodos e incluso su fisonomía.9 La política ha sido estudiada desde diferentes ángulos históricos, teóricos, analíticos y disciplinarios. Para conceptualizar a la política es necesario hacer referencia a la esfera de las acciones humanas que se relaciona directa o indirectamente con la conquista y el ejercicio del poder.10 La política ha existido siempre porque donde existen individuos existe sociedad, y donde existe una sociedad resulta indispensable, e incluso inevitable, que exista una organización, fruto ella misma de decisiones vinculantes.
La política representa una actividad decisional que —como enseña Maquiavelo— se nutre de fortuna y virtud.11 También puede ser concebida, en palabras de Max Weber, como una actividad que involucra una “lucha entre los dioses”, por lo que son tres las características que la distinguen: 1) la esfera de las relaciones de poder y de dominación; 2) la lucha política incesante, “porque no existe ninguna catarsis definitiva en la historia”; y 3) la consideración de que las reglas de la acción política “no son ni pueden ser” las de la moral o de la ética.12 Por un lado, arte, pasión, fortuna e imaginación; por el otro, técnica, virtud, competencia.
Los antiguos pensadores griegos consideran que la política es, al mismo tiempo, técnica y virtud. Los sofistas que se presentan como los maestros del “arte de la política” buscan definir una técnica específica que permita al ciudadano vivir de mejor manera su dimensión colectiva.13 La Polis es la ciudad que expresa el concepto de Estado. Es, contemporáneamente, el lugar físico en que vive la comunidad y la estructura institucional de la convivencia pacífica. Ella permite la convivencia entre la asamblea de los ciudadanos, el consejo y la magistratura. Entonces, la política nace y se presenta como el arte de la convivencia en la Polis.14 Para Aristóteles, la moral y la política son hijas de las virtudes éticas y tienen los mismos fines inherentes a la convivencia humana: la política es la doctrina de la moralidad social, mientras que la ética es la doctrina de la moralidad individual.
Aristóteles, en su Política, distingue tres tipos de poder con base en el ámbito en el cual se ejerce: el poder del padre sobre los hijos, el poder del patrón sobre los esclavos y el poder del gobernante sobre los gobernados, es decir, el poder político en sentido estricto.15 El filósofo postula que la política encuentra su lugar de honor en la praxis. Sin embargo, la política también adquiere una dimensión cognoscitiva al convertirse en una forma específica del saber que tiene por objeto la vida de la ciudad y de los ciudadanos. Así, la política se transforma de técnica en ciencia. En la Ética Nicomáquea,16 presentada como un tratado de política, el estagirita propone la descripción sistemática —la primera en la historia del pensamiento político— de una teoría orientada al comportamiento de las personas en función de su relación con otras personas.
La política representa la ciencia más importante, la más “arquitectónica”, que determina a las otras ciencias que son necesarias para la vida en la Polis. Así se construye el modelo aristotélico de la política como historia natural donde el individuo constituye el término intermedio de una serie clasificatoria que, en su límite superior, incluye a los dioses y, en el inferior, a las mujeres, los metecos, las infancias y los esclavos. La imagen de la naturaleza está latente en el modo aristotélico de pensar la política.17 Esta coincide, más o menos, con el crecimiento y el desarrollo del organismo. La política es así el término natural del desarrollo: sexo-familia-Polis. En el modelo aristotélico el orden de la política es el estado superior de los órdenes naturales que regulan las interacciones propias de las sociedades animales (dentro de las cuales está la sociedad de los humanos). Existe una relación directa entre naturaleza y política, y es una relación de continuidad.
La política representa el conjunto de relaciones entre individuos que luchan por la adquisición del poder, por lo que cualquier definición que se ofrezca remite invariablemente al poder. De acuerdo con una larga tradición de pensamiento, el poder a secas se transforma en político cuando sus decisiones pueden hacerse valer remitiéndose al uso legítimo de la fuerza.18 De esta manera, el poder político aparece cuando se emplea la capacidad para influir, condicionar o determinar el comportamiento de otros sujetos. Además, el poder político dispone del uso exclusivo de la fuerza sobre un determinado grupo social y territorio. La reflexión sobre el poder político ha sido siempre la reflexión sobre un poder que no conoce nada por encima de sí.19
El poder político por definición es el poder soberano y, por lo tanto, el poder superior. La historia de las agregaciones políticas es también la historia de los intentos de someter el poder a una lógica superior, anclada en un orden trascendente, racional o natural, del que a veces se convierten en intérpretes particulares grupos sociales o personalidades excepcionales: los profetas en la tradición religiosa, los filósofos atenienses, la clase eclesiástica en la sociedad medieval, los científicos positivistas, los tecnócratas en la sociedad industrial o, más recientemente, los autócratas populistas. No obstante, el poder político debe tener una justificación ética o un fundamento jurídico.20
Se puede valorar el poder en términos análogos a los utilizados por Carl Von Clausewitz para enjuiciar la guerra.21 El teórico prusiano distingue entre “guerra absoluta” —la guerra según su naturaleza basada en la tensión de los contendientes al extremo— y “guerra real” —la guerra moderada por la política y las dimensiones que condicionan su desarrollo—. Así podemos distinguir entre la dinámica intrínseca del poder político que tiende a absolutizarse y sus manifestaciones reales en las que debe establecer pactos con contrapoderes sociales o enfrentarse a las dificultades de la consolidación, la pérdida de efectividad o de legitimación.22
Si en los inicios de la Modernidad, por una parte, Thomas Hobbes teorizaba sobre la indivisibilidad del poder soberano y, por tanto, la permanencia en las mismas manos de las espadas de la guerra y la justicia, reivindicando para el soberano las tradicionales prerrogativas de la Iglesia (convocatoria de asambleas, nombramiento de pastores y perdón de los pecados), por su parte, John Locke, Charles Secondant de Montesquieu y Emmanuel-Joseph Sieyés desarrollaron la doctrina de la división de poderes, destinada a convertirse en el fundamento del Estado de derecho liberal-democrático.23 En particular, el abate Sieyés estableció las bases de la teoría moderna de la constitución como acto normativo dirigido a definir y disciplinar la titularidad del ejercicio del poder soberano. En consecuencia, al poder se le reconoce una doble función: la constitutiva de la sociedad civil (poder constituyente) y la regulativa de la sociedad civil (poder constituido).
El conflicto se distingue por sus diferentes intensidades y por los antagonismos que genera. El hecho de que las formas de gobierno y las instituciones políticas no sean dictadas por una tradición inmutable, sino que, por el contrario, se encuentren abiertas al cambio, hace que el conflicto represente un componente de la vida asociada.24 En este sentido, es posible identificar en el conflicto y en su opuesto, el consenso, los dos tipos fundamentales de interacción política entre sujetos sociales individuales o colectivos.
La política, así como la hemos conocido y analizado, no ha sido nunca, ni exclusivamente, solo contraposición. La política es también cooperación.25 Representa no solo el intento de identificar enemigos, sino también el esfuerzo de reconocer aliados. Es no solo ejercicio desprejuiciado del poder, sino también la práctica de su adquisición, organización y distribución. La pluralidad puede ser vista como diseminación y proliferación de individuos y de poderes, de pasiones, de fuerzas y de intereses, cada uno de los cuales manifiesta su pretensión de participar en el uso del recurso político del poder. Por lo tanto, la política representa el campo móvil de las relaciones amigo-enemigo,26 así como el espacio de los juegos de coalición y de competencia. Es también un ámbito de la sociedad y de las relaciones horizontales entre los individuos que luchan por la atribución de un bien escaso representado por el poder político. EP