La pequeña ciencia: El “claudismo”, ¿un populismo tecnocrático?

En esta columna, César Morales Oyarvide nos invita a reflexionar sobre el llamado “claudismo” y sobre la vinculación entre populismo y tecnocracia.

Texto de 25/06/25

tecnocracia

En esta columna, César Morales Oyarvide nos invita a reflexionar sobre el llamado “claudismo” y sobre la vinculación entre populismo y tecnocracia.

La pequeña ciencia” es el título de un célebre libro que, hace casi medio siglo, realizó un balance crítico de la ciencia política estadounidense desde México. El objetivo de esta columna, que toma su nombre, es analizar la coyuntura política a la luz de los más recientes hallazgos de esta disciplina. Una ciencia a ratos megalómana y a ratos acomplejada, pero que cuando se ejerce con ese “orgullo modesto” que aconsejaba Machado ofrece siempre una mirada útil, novedosa y fascinante para entender nuestro mundo.

Hace algunos meses discutíamos aquí sobre la naturaleza del liderazgo de la presidenta Sheinbaum dentro de la 4T. Lo que argumentaba entonces es que la crisis provocada por el segundo mandato de Trump podía generar, de forma quizá paradójica, las condiciones para que la sucesora de AMLO construyera un vínculo carismático en torno a sí dentro del obradorismo. Para la aparición, en otras palabras, de eso que hoy comienza a llamarse claudismo. Hoy quiero comenzar a pensar, con ayuda de nuestra pequeña ciencia, en las formas que podría tomar este nuevo movimiento.

Para hacerlo, un buen punto de partida es preguntarnos qué es lo que distingue a la presidenta Sheinbaum de su antecesor en Palacio Nacional. Al respecto, una de las primeras ideas que vienen a la mente es el perfil de la propia mandataria, que más allá de su trayectoria en la política y la lucha social, es también una académica proveniente de la ingeniería y las ciencias duras. Su perfil científico ciertamente ha llamado la atención fuera de México y, dentro del movimiento obradorista, es común referirse a ella simplemente como “la doctora”.

En los meses transcurridos desde su toma de posesión, hay indicios que sugieren que la presidenta busca imprimir este perfil también en su gobierno. Si el expresidente López Obrador resumió su política de reclutamiento con la fórmula de “90 % honestidad, 10 % capacidad”, la presidenta Sheinbaum parece dar mayor importancia a las dotes para la gestión y la solvencia técnica de sus colaboradores cercanos, especialmente cuando se trata de temas que le son sensibles. Pensemos, por ejemplo, en el creciente papel que tiene la Agencia Digital de Transformación Nacional en prácticamente todos los grandes proyectos de su sexenio. O en la reciente discusión sobre el organismo que sustituirá al IFT y la COFECE. Eficiencia y expertise son términos que han vuelto a entrar en el discurso gubernamental y que suenan casi, casi tecnocráticos. Eso sí, hablaríamos de una tecnocracia acorde a los nuevos tiempos: una “tecnocracia populista”. ¿Es posible esta combinación? Veamos qué dice la ciencia política al respecto.

Populismo y tecnocracia

Populismo y tecnocracia son, a primera vista, conceptos antagónicos. Podría pensarse, y así lo he argumentado en Este País, que el auge de los nuevos populismos del siglo XXI, que reivindican la soberanía popular y el papel del ciudadano común frente a una élite corrupta, es en buena medida una reacción a los abusos de los tecnócratas de finales del siglo XX, una época en la que los expertos y burócratas no electos dominaron cada vez más espacios de la vida pública.

Ahora bien, aunque parezca improbable, entre populismo y tecnocracia hay también similitudes. Como explica el teórico Daniele Caramani en un artículo publicado en 2017 en la prestigiosa American Politial Science Review, en el fondo, tanto el populismo como la tecnocracia son dos respuestas a la llamada crisis de la democracia. Cada una a su manera, estas ideologías expresan una insatisfacción profunda por cómo funciona la política convencional, la protagonizada por partidos, representantes electos y políticos profesionales.

La democracia moderna se basa en la idea pluralista de que siempre hay distintas visiones de lo que debe ser una buena sociedad y es a través de la competencia electoral y el debate público que cada pueblo opta colectivamente por perseguir una u otra. Para los tecnócratas y los populistas, en cambio, existe un solo interés general que debe traducirse en decisiones públicas. Un interés único y objetivo que no está abierto a discusión o negociaciones.

En lo que difieren radicalmente es en el fundamento de este interés general. Por un lado, para los populistas la fuente última de legitimidad es la “voluntad popular”, expresada ya sea de forma directa o a través de la “interpretación” de un líder carismático. Por otro lado, para los tecnócratas la legitimidad viene de la existencia de un “conocimiento objetivo”, independiente de la voluntad de la gente y que debe ser aplicado por los expertos.

Más importante aún, para los populistas la política es en esencia una batalla entre el pueblo y la élite, en donde se posicionan abiertamente en el bando popular. Por el contrario, la tecnocracia es en sí misma una clase de elitismo. Un elitismo que no se basa en el linaje o la riqueza, sino en el conocimiento experto, ajeno a la miopía de los políticos y las veleidades de la opinión pública.

Una nueva familia: los partidos “tecno-populistas”

Pese a estas diferencias, populismo y tecnocracia han sido combinados por algunos políticos en una nueva clase de discurso anti-establishment que ha resultado muy efectivo. Como han estudiado investigadores como Christopher Bickerton y Carlo Invernizzi Ascetti, es posible identificar a un conjunto de líderes y organizaciones surgidas en años recientes que utilizan una retórica populista, centrada en la reivindicación de la soberanía popular y el rechazo a las élites políticas y económicas, pero al mismo tiempo proponen soluciones tecnocráticas frente a las crisis de sus respectivos países. En el caso de Europa, donde más se ha estudiado este fenómeno, vienen a la mente casos como los del Movimiento 5 Estrellas de Italia, Podemos en España o incluso Emmanuel Macron en Francia. Son la nueva familia de políticos y partidos “tecno-populistas”.

¿Cómo suena un “tecno-populista”? Podemos, probablemente la organización más similar en términos ideológicos a MORENA dentro de esta nueva familia de partidos, dejó un ejemplo elocuente en 2014. Apenas unos meses después de su fundación y luego de su exitoso lanzamiento en las elecciones al Parlamento Europeo de ese año, Podemos aspiraba a ganar las elecciones generales en España con un discurso populista en el que denunciaba a la “casta” que había “secuestrado” la democracia. Al reflexionar sobre cómo se vería un gobierno de su formación, su líder Pablo Iglesias dejó claro que quería que el gabinete de Podemos no fuera un gabinete “del partido”, ni siquiera “de la gente”, sino “de los mejores”. En sus reflexiones, Iglesias solía equiparar la política al baloncesto, su deporte favorito, en donde uno quiere en su equipo siempre a los más altos, los más hábiles y los más rápidos. Resumiendo la lógica de este nuevo sub-tipo de populismo tecnocrático, de lo que se trataría es de tener un equipo del pueblo, sí, pero con los mejores y más preparados dentro de ese pueblo.

¿Y los ciudadanos?

Los estudios sobre políticos y partidos analizan el lado de la oferta, pero queda por ver qué ocurre en el lado de la demanda. ¿Hay ciudadanos que se sientan atraídos por este tipo de planteamientos? Para responder es útil el trabajo de un grupo de politólogos españoles, Pablo Fernández-Vázquez, Sebastián Lavezzolo y Luis Ramiro, publicado en la revista West European Politics en 2023, que arroja una conclusión: entre la ciudadanía existe una demanda por el “tecno-populismo”.

Para analizar esta demanda, lo que hacen estos investigadores es implementar una encuesta en la que incluyen preguntas que miden tanto las actitudes populistas como las actitudes tecnocráticas dentro de la población. Fernández Vázquez y sus coautores descomponen las actitudes tecnocráticas en tres, “anti-política”, “elitismo” y “apoyo al expertise”, y estudian cómo cada una de ellas se relacionan con sentimientos populistas. Su trabajo encuentra una serie de hallazgos en línea con las expectativas, como que las personas que tienen puntos de vista populistas suelen tener también opiniones “anti-políticas” (escepticismo hacia los partidos, por ejemplo, o hacia las instituciones), o que ser populista se relaciona también con una clara desconfianza hacia las elites. Sin embargo, su encuesta arroja un resultado muy interesante: en contra de lo esperado, al menos en el caso español, tal parece que tener opiniones favorables al expertise está positivamente correlacionado con tener actitudes populistas. Dicho de otra manera, pensar que la política es una lucha entre un pueblo bueno y una élite corrupta en la que debe siempre prevalecer la “voluntad popular” va de la mano con demandar un involucramiento activo de los expertos en las decisiones públicas.

Más aún, cuando estos investigadores dividen a su muestra en subgrupos en función de sus respuestas, el grupo de “ciudadanos tecno-populistas” —aquellos que manifiestan actitudes populistas y al mismo tiempo actitudes tecnocráticas— es el más numeroso: casi un tercio de sus encuestados. De forma llamativa, estos sujetos tienden a no ser ideológicamente centristas, sino que se inclinan más hacia la derecha, y tienden a ser más viejos que el promedio de los participantes en el sondeo.

El lugar de los expertos

En el fondo, lo que está en el centro de estos debates es el papel que deben tener los expertos en una democracia. La existencia de partidos que utilizan simultáneamente una apelación a la soberanía popular y al expertise técnico, así como de ciudadanos que tienen una combinación similar de actitudes, sugiere que la política populista no está, por diseño, opuesta al involucramiento de los expertos en los asuntos públicos. A priori, esto parece una contradicción. Los expertos son, después de todo, un tipo de elite, respaldada por sus grados académicos o su acceso a un conocimiento difícil de alcanzar por el común de los mortales.

Más que respuestas, este hallazgo plantea nuevas preguntas: para este tipo de populismo, ¿quién califica como experto y quién no? ¿Qué clase de credenciales o conocimientos son valorados por los tecno-populistas? Y de forma más importante, ¿qué tipo de involucramiento se necesita de los expertos en una democracia? ¿Están llamados a tener un rol meramente consultivo o, por el contrario, deberían también tomar decisiones?

Como señaló en su momento el presidente López Obrador, el gran problema de los expertos dentro de las instituciones públicas ha sido que a menudo eran “independientes, pero del pueblo”. En otras palabras, que no rendían cuentas a la ciudadanía. ¿Qué mecanismos pueden diseñarse para cerrar esta brecha? Si el proyecto del claudismo busca combinar con éxito la tecnocracia con el populismo, es una pregunta que deberá responder. EP

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