La pequeña ciencia: El carisma de Sheinbaum y una crisis llamada Trump

César Morales Oyarvide se pregunta si la crisis política que comienza a gestarse con la llegada de Donald Trump a la presidencia podría ser un espacio de oportunidad para la consolidación del poder de Claudia Sheinbaum y la 4T.

Texto de 25/02/25

Trump

César Morales Oyarvide se pregunta si la crisis política que comienza a gestarse con la llegada de Donald Trump a la presidencia podría ser un espacio de oportunidad para la consolidación del poder de Claudia Sheinbaum y la 4T.

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La pequeña ciencia” es el título de un célebre libro que, hace casi medio siglo, realizó un balance crítico de la ciencia política estadounidense desde México. El objetivo de esta columna, que toma su nombre, es analizar la coyuntura política a la luz de los más recientes hallazgos de esta disciplina. Una ciencia a ratos megalómana y a ratos acomplejada, pero que cuando se ejerce con ese “orgullo modesto” que aconsejaba Machado ofrece siempre una mirada útil, novedosa y fascinante para entender nuestro mundo.

“Ya vieron el tuit, ¿no?”

Así inició la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo su conferencia matutina el pasado lunes 3 de febrero. La nota del día era la llamada telefónica que la mandataria sostuvo con Donald Trump y la pausa —de entrada, durante un mes— de los aranceles que el presidente estadounidense había amagado con imponer a los productos mexicanos.

“Ya vieron el tuit, ¿no?”

El amplio respaldo popular que recibió la presidenta luego de plantarle cara a su homólogo estadounidense tiene un nombre: se trata de un proceso conocido como “agrupamiento en torno a la bandera” (rally-round-theflag). De acuerdo con John Muller, el politólogo estadounidense que bautizó el fenómeno en los años 70, este “agrupamiento” consiste en un movimiento de la opinión pública en favor del gobierno en turno cuando un evento internacional especialmente dramático involucra al país en cuestión.

El estudio de Muller se realizó en la Guerra Fría, pensando sobre todo en conflictos armados, pero lo cierto es que el fenómeno se da en contextos muy variados. Quizá el mejor ejemplo del proceso sea lo que ocurrió con el ataque terrorista a las Torres Gemelas en 2001. Luego del atentado, la aprobación del presidente Bush Jr. pasó del 51 % que tenía apenas un día antes de los ataques, al 90 % una semana después: la tasa de aprobación presidencial más alta en la historia de ese país. En México, la aprobación presidencial de Sheinbaum Pardo ya era de 81 % a finales de enero, días antes del anuncio —y neutralización— de los aranceles. Con toda seguridad este porcentaje aumentará en los próximos sondeos.

La teoría más extendida para explicar estos aumentos en la aprobación presidencial sugiere que, en momentos como estos, la opinión pública ve en la figura del presidente o presidenta una especie de encarnación de la unidad nacional. Ahora bien, lo que me pregunto es si en un movimiento político como el lopezobradorismo este fenómeno podría significar algo más.

Me pregunto si, por ejemplo, podría posibilitar el surgimiento de un nuevo apego carismático entre la sucesora de AMLO en la presidencia y quienes militan en su proyecto. En otras palabras, si lo que vemos hoy en las encuestas podría no ser solo un aumento momentáneo de la popularidad, sino el anuncio de un renacimiento —o para decirlo en términos religiosos, tan apropiados para estos temas, una resurrección— del carisma al interior de la 4T.

Para intentar dar respuesta a esta cuestión, pocos trabajos son tan útiles como el de la politóloga Caitlin Andrews-Lee, que ha dedicado su investigación a estudiar empíricamente el “carisma” como un vínculo político que une a ciertos liderazgos políticos y a las multitudes que los apoyan. En su tesis doctoral, publicada como libro en 2021 (The emergence and revival of charismatic movements), esta profesora de la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill estudia el chavismo y el peronismo como fenómenos en los que este vínculo —profundo, emocional y casi místico— entre líder y seguidores no es, como suele pensarse, algo efímero, sino una relación sorprendentemente resiliente.

A partir de los casos de Argentina y Venezuela, Andrews-Lee muestra que los movimientos políticos fundados por líderes carismáticos son capaces de sobrevivir durante un tiempo prolongado, incluso después de la muerte de sus fundadores o su retiro de la vida pública. Ahora bien, lo realmente interesante no es solo que estos proyectos perduren, sino la manera en que lo hacen; la naturaleza de esta supervivencia. Lo que Andrews-Lee descubre es que movimientos como el chavismo y el peronismo se han mantenido vigentes gracias a la preservación de su carácter carismático, y no a pesar de él.

Y decir eso, en la ciencia política, es poco menos que revolucionario. La razón es que, al menos desde Max Weber, quien es con toda seguridad la mayor autoridad en los estudios sobre el carisma político desde hace más de cien años, se piensa que todo movimiento u organización articulada en torno a la figura de un líder como Chávez, Perón o AMLO está destinada a transformarse radicalmente cuando estos personajes desaparecen. El término que se usa en la jerga para definir este cambio es el de “rutinización”. Para sobrevivir, nos dice la teoría, los movimientos carismáticos deben “rutinizarse”: abandonar el vínculo carismático con el líder del que dependía la adhesión de sus militantes y reemplazarlo por otros apegos más estables: hacia símbolos, hacia instituciones, hacia ideas o propuestas específicas. En otras palabras, crear un partido que ya no dependa de esa persona extraordinaria que lo funda, sino que la trascienda. Una organización que tenga valor en sí misma y se des-personalice.

La investigación de Andrews-Lee dice que esto no siempre es así. De acuerdo con su trabajo, tanto el chavismo como el peronismo son movimientos que nunca se han rutinizado del todo: su organización depende de una multitud de arreglos informales y tienen programas bastante ambiguos, por no decir contradictorios. Por el contrario, en ellos el vínculo carismático original nunca ha desaparecido. Sigue estando en su ADN. Dicho vínculo es tan poderoso que se ha convertido en una especie de identidad política —emocional, resistente y movilizadora— que puede permanecer latente durante mucho tiempo (“zombieficada”, en palabras de Santiago Anria) y ser revivida con éxito por líderes posteriores del movimiento bajo ciertas circunstancias específicas.

¿Cuáles son esas condiciones? A eso dedica también su trabajo Andrews-Lee. En primer lugar, están las características propias de los nuevos liderazgos que buscan tomar la estafeta del fundador: para revivir el vínculo carismático, los sucesores deben demostrar a sus seguidores que tienen capacidades políticas fuera de lo común. Deben ser osados y, naturalmente, mostrar que existe una línea de continuidad —material o simbólica— que los une con el fundador al que buscan “reencarnar”. Pero hay también un factor que no depende de ellos, sino de la fortuna: una crisis. Los sucesores que abanderan con éxito un movimiento carismático necesitan de una situación que les permita exhibir sus cualidades extraordinarias y, sobre todo, que genere entre sus seguidores la necesidad de un salvador a cuyo alrededor se van a agrupar.

Aquí vuelvo a mi pregunta inicial: ¿puede la circunstancia creada por el segundo gobierno de Trump convertirse en esta situación de crisis para el liderazgo de Claudia Sheinbaum? ¿Son las amenazas arancelarias del trumpismo una oportunidad para que la sucesora de AMLO mantenga vivo con éxito el vínculo carismático de su movimiento?

Hoy el lopezobradorismo necesita un adversario. Con una oposición partidista tan extraviada, los organismos autónomos desaparecidos y una SCJN a meses de dejar el cargo, en el plano nacional no parece existir nadie que pueda llenar esos zapatos. Donald Trump podría hacerlo. Y en el proceso, posibilitar que ocurra lo que hasta hace poco parecía improbable: la continuidad de un apego carismático en la 4T sin AMLO.

Ahora bien, hay dos factores que aún dificultan este desenlace.

“la opinión pública ve en la figura del presidente o presidenta una especie de encarnación de la unidad nacional.”

En primer lugar, el hecho de que el carisma revive, pero difícilmente se hereda. El propio trabajo de Andrews-Lee muestra que la resurrección del carisma demanda cierta distancia temporal. Son muchos los que tratan de revivir el vínculo carismático dentro de un movimiento político, pero son pocos los que lo logran. Y en ese grupo suelen estar quienes lo intentan años, incluso décadas después del fundador. Pensemos, en el caso argentino, en la presidencia de Menem o de los Kirchner. En cambio, los sucesores inmediatos como la presidenta Sheinbaum no suelen estar en las mejores condiciones para hacerlo. Este tipo de personajes se enfrentan a menudo a otro tipo de dificultades, a menudo resultado de la gestión de sus antecesores.

En segundo lugar, el tema del género. Salvo algunas excepciones, el fenómeno de la vinculación carismática ha sido, mayoritariamente, una cosa de hombres. Pero quizá eso también esté empezando a cambiar. EP

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