Cambio climático: estos primeros 25 años del siglo XXI

Las señales de alarma ante el cambio climático se activaron años antes de que iniciara el siglo, sin embargo, en el 2025 el mensaje de urgencia sigue sin echar raíces. En este texto, Luis Zambrano realiza un balance de los logros, los retrocesos y los pendientes en materia ambiental.

Texto de 06/01/25

Las señales de alarma ante el cambio climático se activaron años antes de que iniciara el siglo, sin embargo, en el 2025 el mensaje de urgencia sigue sin echar raíces. En este texto, Luis Zambrano realiza un balance de los logros, los retrocesos y los pendientes en materia ambiental.

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Ya se cumplió un cuarto del siglo XXI y, aunque pasó volando, durante estos años han sucedido muchos eventos parteaguas en la humanidad. La comunicación global y el acceso a la información, por ejemplo, están en puntos que eran inimaginables en la última década del siglo pasado. Pero el costo ha sido que la información veraz compite con la desinformación, lo cual ha perjudicado a uno de los bastiones de la sociedad occidental: la credibilidad en la ciencia. En estos 25 años, movimientos como el terraplanismo han tomado fuerza gracias a que la información falsa, en conjunto con la muy deficiente educación primaria y secundaria, se mimetiza con la información veraz.

Lo anterior está muy relacionado con el otro gran fenómeno que nos ha acompañado en este inicio de siglo: el cambio climático.

Llegamos a este siglo sabiendo con certeza que, como humanidad, estábamos afectando el clima. De hecho, veinticinco años antes de que comenzara el siglo ya se publicaban modelos matemáticos en artículos de revistas científicas que describían los cambios en las dinámicas atmosféricas con el incremento del CO2, lo que estaba ocasionando el aumento de la temperatura global. Ya en ese entonces los patrones eran claros: la temperatura del planeta aumentaría como consecuencia de la emisión de gases de efecto invernadero. Por eso en un inicio se le bautizó como “calentamiento global”. Ya en 1980, la serie de televisión Cosmos de Carl Sagan ―que consolidó mis deseos de ser científico― advertía del problema utilizando como ejemplo al planeta Venus para explicar lo delicada que es la atmósfera y el radical aumento de temperatura que pueden generar los gases de efecto invernadero.

Los acuerdos internacionales

Estos datos hicieron que en 1988 la ONU creara el Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC). Este panel está compuesto por un grupo de científicos que tienen la misión de hacer evaluaciones objetivas sobre el fenómeno y ofrecer sugerencias. Así, cinco años antes de que comenzara el siglo, en 1995, sus resultados apoyaron la idea de establecer las reuniones anuales de la Conferencia de las Partes del Cambio Climático (COP) organizadas por la ONU. Estas reuniones tenían como objetivo evaluar qué es lo que las naciones iban a hacer durante el siglo XXI frente a los inminentes cambios de la atmósfera que afectan el clima. En las COP se discute sobre cómo medir las emisiones y qué papeles deben de tomar los países frente a sus emisiones. Se entendió que existe una disparidad entre países con respecto a la huella en CO2 y, por lo tanto, los países más industrializados debían generar mecanismos financieros para apoyar a los países menos industrializados. Cada año se emite una declaración diagnóstica sobre el estado en que nos encontramos como humanidad en el tema.

Quizá la más importante de estas primeras reuniones fue la que se celebró en Kioto en 1997, donde se establecieron medidas para que los países industrializados redujeran sus emisiones de gases de efecto invernadero. Sin embargo, el resultado de la primera COP del siglo XXI, la COP 6 en La Haya, fue un preludio de lo que pasaría en los años siguientes: la reunión se tuvo que suspender porque no fue posible llegar a acuerdos. Finalmente se lograron en Bonn en junio del año siguiente.

A lo largo de estas dos décadas y media las reuniones anuales de la COP han ido avanzando, muy lentamente, sobre las medidas globales necesarias para atacar el problema en el largo plazo. Por ejemplo, en el 2005 se logró que el Protocolo de Kioto adquiriera más fuerza, así como que fuera reconocido el papel crítico que desempeñan los bosques, manglares y áreas conservadas como sumideros de carbono. En el Acuerdo de París en 2015, la COP estableció que no podíamos llegar a superar el aumento de temperatura promedio de 1.5º C con respecto a la época preindustrial, y con ello reforzó la idea de que cada país se comprometiera a reducir sus emisiones con metas específicas. Durante estos años también se estableció la REDD+ (Reducing Emission from Deforestation and Forest Degradation), el “+” indica las actividades relacionadas con el manejo sostenible de esos bosques. La REDD+ ha sido el ancla para que los países en vías de desarrollo obtengan financiamiento internacional para conservar sus áreas verdes.

Presidenta Bachelet firma Acuerdo de París para la prevención del cambio climático. Wikimedia Commons

También ha habido retrocesos. En el 2012, en Doha se realizó una enmienda al Protocolo de Kioto para que durara hasta el 2020; enmienda que no ha entrado en vigor hoy día porque no ha tenido el suficiente apoyo de las partes; desconozco que pasaría si en algún momento se apoya la enmienda. Por otro lado, el mismo año que ganó las elecciones, Jair Bolsonaro retiró a Brasil como sede de la COP 25 en el 2019. Además, estas reuniones han tenido sedes controversiales por ser insostenibles, como la COP 16 en Cancún y la COP 28 en Dubái.

Las señales de alarma

En términos ambientales, los últimos dos años han sido particularmente alarmantes. Desde “El Niño” en el 2023 se han roto los récords de temperatura global tanto de la atmósfera como de los mares. Lo que parecía que iba a ser una ola de altas temperaturas que luego iba a bajar se convirtió en una marea permanente de récords mensuales de temperatura que no regresan a estar dentro del estándar. El 2024 ha establecido récords de temperatura casi todos los días. Por ello, están en peligro también los acuerdos de París: existen reportes científicos actuales que indican que ya no tenemos los 30 años que los modelos habían sugerido para evitar llegar a tener una temperatura mayor a los 1.5º C, en el mejor de los casos tenemos menos de 10 años.

“Lo que parecía que iba a ser una ola de altas temperaturas que luego iba a bajar, se convirtió en una marea permanente de récords mensuales de temperatura que no regresan a estar dentro del estándar.”

Durante estos veinticinco años también hemos aprendido que el cambio climático es mucho más complejo que solo analizar los modelos atmosféricos. El cambio climático no viene solo, está estrechamente relacionado con la pérdida de la biodiversidad, por lo que en este cuarto de siglo también se creó la Plataforma Intergubernamental de Política Científica en Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (IPBES), que elabora análisis similares al IPCC sobre la naturaleza y que, al igual que aquel, también se reúne anualmente. Desde este panel se han evaluado los factores fundamentales para la sobrevivencia humana: agua, alimento, salud y biodiversidad.

Un ejemplo de esta interacción se basa en que el mayor factor de la pérdida de biodiversidad es el cambio de uso de suelo para promover agricultura, asentamientos urbanos y represas. Este cambio ha destruido los ecosistemas que albergan especies, promueve un aumento en el CO2, al tiempo que reduce la captura de carbono. El aumento de CO2 cambia el clima, lo que hace a los ecosistemas más vulnerables a ser destruidos. Estamos en un círculo vicioso de donde es difícil salir. A esto el programa ambiental de la ONU le llama la “crisis de la naturaleza”. Por ello, ahora se ha establecido el ambicioso programa One Health for One Planet en un intento por trabajar de manera interdisciplinaria entre físicos, ecólogos, agrónomos, sociólogos, veterinarios y médicos. El cambio climático ya no es un tema lejano a ninguna disciplina.

La desinformación ambiental

También durante estos años hemos aprendido que existen personas dedicadas a generar desinformación para reducir la percepción de que esto es un problema grave. Durante este siglo se impulsó la corriente que relaciona al cambio climático con la ideología política. Antes de este siglo no importaba en qué espectro ideológico te encontrabas, el cambio climático era un problema que nos afectaba a todos. Pero este impulso desinformativo, generado primordialmente por la industria petrolera, ha logrado la polarización ideológica del cambio climático. Una vez incluido en la discusión ideológica, la maquinaria de la polarización trabajó sola. Se caricaturiza a los que abogan por hacer algo frente al cambio climático y se ridiculiza la urgencia de hacer algo para mitigar las emisiones. En estos 25 años la industria petrolera logró ganar una discusión que habría perdido bajo un régimen basado en la razón, al posicionarla en la ideología donde priva más el sentimiento que el raciocinio.

“Durante este siglo se impulsó la corriente que relaciona al cambio climático con la ideología política.”

A finales de este primer cuarto ya comenzamos a ver los efectos del cambio climático. Los huracanes, las sequías y las inundaciones muy frecuentes y cada vez más intensas de los últimos años han hecho que la frase “lluvias atípicas” haya perdido sentido. Durante el 2024 hubo grandes inundaciones en África, Europa, América y Asia e incendios forestales en Chile y el Amazonas. En México, dos huracanes (Otis y John) en años seguidos han devastado el Puerto de Acapulco. La Comunidad de El Bosque en Tabasco lleva varios años desapareciendo frente a un mar que ha reclamado sus tierras para sí con la fuerza del CO2 que hemos generado. Ni qué decir de las sequías que el año pasado provocaron la pérdida del 40% de los cultivos de maíz del país.

Las protestas

El avance en las medidas de mitigación (que son aquellas que buscan reducir las emisiones) y las de adaptación (que son las que buscan reducir los efectos de lo que ya estamos viviendo) ha sido tan lento que muchas personas, en particular los jóvenes, se han comenzado a organizar para protestar. El 2018 fue un año muy activo. Liderados por la sueca Greta Thumberg, que decidió no ir a la escuela los viernes para protestar por el cambio climático, se generó el movimiento “Fridays for Future”. Ese año también se formó un grupo de acción directa “Extinction Rebellion” que protesta con desobediencia civil para hacer que la sociedad haga cambios radicales frente al cambio climático. Algunos científicos se han unido a este movimiento generando la “Scientist for Extinction Rebellion”, muchos de los cuales han ido a prisión por acciones de protesta.

En agosto de 2018, frente al edificio del parlamento sueco, Greta Thunberg inició una huelga escolar por el clima. Su cartel dice “Skolstrejk för klimatet”, que significa “huelga escolar por el clima”. Wikimedia Commons

En México algunos grupos comenzaron a movilizarse bajo estas banderas, pero desgraciadamente se apagaron en el sexenio anterior. No obstante, otros grupos preocupados han seguido trabajando desde diferentes trincheras. Destacan “Conexiones Climáticas” que está trabajando arduamente en educar y divulgar problemas y soluciones; “Nuestro Futuro” que busca la justicia climática, uno de sus casos emblemáticos es justamente la gente de la Comunidad de El Bosque; y la “Coalición de México Resiliente” que está promoviendo un plan de descarbonización en México.

Estos grupos deberían de tener mucho más eco para alcanzar la incidencia necesaria en las decisiones gubernamentales y de políticas públicas. Además de la polarización que ha paralizado a muchos sectores que podrían hacer algo, parte del problema es que la sociedad no ha entendido la urgencia de su llamado. Aún con las catástrofes encima, el problema se sigue percibiendo ajeno a las necesidades y a ambiciones personales. La mejor prueba es que después de 25 años de conocimiento, los países siguen eligiendo a gente como Milei, Bolsonaro y Trump ―¡dos veces!― que niega la existencia del cambio climático.

El llamado de urgencia

En México no estamos muy lejos: festejamos a un gobierno que coloca el petróleo como emblema de nuestra identidad nacional, y ve como símbolo de desarrollo un Tren Maya que ha deforestado hectáreas de selvas de toda una península. ¿Se acuerdan de REDD+? También se nos hace normal promover la deforestación en áreas naturales protegidas, cambiar el decreto de conservación de 1988 de la Reserva de la Biósfera Calakmul y construir un hotel de 144 habitaciones, o colocar cuarteles y puentes en el Área Natural Protegida de Xochimilco. Un ejemplo de que el cambio climático no está en las prioridades socioambientales del país es el slogan “Segundo piso de la 4T” que usa constantemente la presidenta Claudia Sheinbaum, haciendo alusión a una construcción urbana antisostenible y promotora del cambio climático.

Durante todo este siglo en la academia hemos aprendido lo difícil que es hacer llegar el sentido de urgencia a la sociedad. Nos dimos cuenta de que las entrevistas y los libros con lenguaje científico eran poco efectivas, así que aprendimos a hablar al público para explicar cosas complicadas. Debatimos sobre la efectividad de dar noticias de manera cruda, o si había que dar mensajes de esperanza. Con ayuda de divulgadores, diseñamos infografías y trabajamos en todas las redes sociales. Hasta se han realizado películas de alto presupuesto y estrellas de Hollywood como “Don´t look up” con Leonardo DiCaprio, Jennifer Lawrence y Meryl Streep. Pero el mensaje de urgencia sigue sin echar raíces.

En estos 25 años, en la academia nos hemos cuestionado qué hemos hecho mal y en muchas ocasiones nos hemos echado la culpa. Pero para que llegue un mensaje se debe tener calidad en la emisión, en el medio y finalmente en la recepción. Me consta que el emisor ha hecho de todo, pero el medio está lleno de ruido y el receptor está recibiendo señales encontradas y confusas constantemente.

Este ruido, promovido por la industria petrolera, gobiernos y empresas, ha logrado hacer creer a la gente con desinformación que la situación no es tan grave. Pero no son los únicos, la dinámica social actual —donde, catalizada por las redes sociales, priva el ludismo como fin último, donde la innovación solo se premia cuando la tecnología busca el confort, donde se venera a gente con tan poca ética como Musk o Jobs— ha propiciado el aparente beneficio de estar convencidos más por un mensaje deficiente que por un mensaje eficaz y con sustento científico.

El greenwashing de cada día

Frente a los hechos de crisis ambiental que hemos vivido en dos décadas, resulta cómodo escuchar que se están tomando las acciones y medidas adecuadas. Además, la cantidad de información recibida nos distrae de profundizar en si estas acciones son útiles. Por ejemplo, es cómodo pensar que acciones gubernamentales masivas como “Sembrando Vida” ayudan, cuando este programa, desde su concepción, se ha planteado como uno productivo y asistencialista (nada diferente a programas de las décadas anteriores). Sin el ruido de información distractor nos daríamos cuenta mucho más rápido de que este programa no ayuda en nada a mitigar la devastación ocasionada por el Tren Maya o el cambio climático, y que sus resultados son contrarios a la conservación de bosques, puesto que no pocas personas destruyen sus selvas para recibir el apoyo económico.

Es cómodo dislocar el discurso ambientalista de nuestra realidad cotidiana. Existen muchos ejemplos, entre los cuales está el poder estremecernos con las imágenes de los pilotes que destruyen los cenotes o los muchos cadáveres de jaguares que ocasionó la construcción del Tren Maya, pero a la primera oportunidad buscamos subirnos a él para dormir en un hotel en Cancún que devastó manglares y redujo a la comunidad maya al servicio turístico.

El excesivo ruido informativo inútil y la comodidad actual de este siglo necesitan, como consecuencia, la existencia de una bala de plata. Queremos estar convencidos de que en estos años hemos logrado desarrollar la tecnología que nos va a salvar sin tener que modificar nuestros hábitos y aspiraciones. Queremos creer que podemos seguir creciendo al infinito.

Esto no ha pasado desapercibido por personas que buscan hacer negocio. Por ejemplo, en estos 25 años Elon Musk se ha hecho multibillonario haciendo creer a las personas que para reducir las emisiones de CO2 basta con tener autos eléctricos, particularmente los suyos. La lógica es: ayudar al ambiente sin perder comodidad y con la ventaja de incrementar el estatus social con un auto caro.

Foto tomada por Mark Dixon en la Marcha por el Clima de Whashington, DC el 29 de abril de 2017. Wikimedia Commons

Otras personas buscan hacer negocio con las soluciones basadas en la naturaleza. Este concepto es muy útil cuando se hace bien, particularmente en zonas urbanas. Pero si se explota la misma lógica mencionada en el párrafo anterior se convierte en greenwashing. Por ejemplo, para compensar el efecto negativo de un segundo piso vial hay que llenar las columnas que lo sostienen de plantas, con sus respectivos anuncios luminosos, a lo que llaman pomposamente “Vía Verde”. Con esas aparentes soluciones se reivindica una de las calles más contaminantes y promotoras de la destrucción urbana del país, a la vez que se hace negocio. Otro ejemplo consiste en poner de la moda la construcción de humedales artificiales por doquier para atacar el problema hídrico. De nuevo, un buen concepto se tergiversa en un negocio rentable que no solucionará la falta de agua e inundaciones de la ciudad. Aceptamos la oferta porque nos incomoda pensar que los cambios realmente requeridos son mucho más complejos en la urbanización, la movilidad y en nuestra relación con el ecosistema urbano, rural y de conservación.

Estamos lejos debatir estos cambios que incluyen a los agentes sociales y económicos. En un mundo tan globalizado y homogéneo en lo económico y en las aspiraciones sociales resulta muy difícil que los cambios sean bienvenidos. Estos cambios necesariamente atentan contra nuestras aspiraciones personales y como sociedad.

Las semillas por germinar

Cómo verán estos 25 años no me permiten ser optimista sobre nuestro futuro como humanidad frente al cambio climático. Pero eso no quiere decir que haya bajado los brazos. Por el contrario, es momento de redoblar esfuerzos. Tenemos la semilla sembrada por los grupos y las personas. Esa semilla puede crecer y, con un poco de suerte, dar frutos en poco tiempo. También tenemos pequeñas pero constantes victorias que parecen redirigir senderos primitivos hacia otros por los cuales podamos transitar.

En estos años, el IPCC ha estado generando estrategias específicas que podemos seguir como humanidad en términos de urbanización, alimentos, salud y agua. Desde hace nueve años la deforestación de la selva del Amazonas se ha venido reduciendo, la cual es fundamental para mantener la dinámica atmosférica. A nivel mundial se sigue aumentando la generación de energía renovable, que ayuda a reducir las emisiones de CO2. Ciudades icónicas están promoviendo la movilidad sostenible, aumentando ciclovías, mejorando el transporte público y poniendo impuestos al uso de automóviles, lo cual reduce las emisiones de carbono y la inequidad social. Algunos de los países con mayor huella de carbono están avanzando hacia la huella cero para el 2050. Incluso existen pequeños destellos de países que ya están repensando el modelo de producción agrícola. Faltan esos otros gobiernos que siguen pensando que el desarrollo está ligado a los segundos pisos y al número de llantas circulando en el asfalto.

Falta mucho, y para encontrar soluciones habrá que incomodarnos frente a nosotros mismos y frente a muchos grupos que tienen poder. Ahora los grupos que se resisten no sólo son las petroleras, también las armadoras de autos, las constructoras, los acaparadores de alimentos y las productoras de semillas transgénicas y agroquímicos. Pero en lugar de agobiarnos por lo largo del camino y el número de obstáculos, debemos apurar el paso para que en el balance de medio siglo estemos en una mejor situación que en la que estamos ahora. EP

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