Las políticas del placer

La abogada Melissa S. Ayala García problematiza la pornografía mainstream donde las grandes perdedoras suelen ser las mujeres pues no solamente son susceptibles de convertirse en víctimas de explotación y abuso sexual en la pantalla, sino que esta industria normaliza conductas violentas y misóginas fuera de ella.

Texto de 23/02/21

La abogada Melissa S. Ayala García problematiza la pornografía mainstream donde las grandes perdedoras suelen ser las mujeres pues no solamente son susceptibles de convertirse en víctimas de explotación y abuso sexual en la pantalla, sino que esta industria normaliza conductas violentas y misóginas fuera de ella.

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Una de las máximas de los feminismos es el hoy famoso “lo personal es político” y qué más personal que nuestras pulsiones y lo que despierta nuestro deseo.

Cuando hablamos de crear, u observar material sexual, las mujeres aún nos debatimos qué es aceptable crear, ver o disfrutar, mientras que la mayoría de los hombres consumen la pornografía que les excita sin cuestionar qué o quiénes están detrás de lo que ven.

¿Qué es la pornografía? Una industria multimillonaria, sin duda, pero, ¿acaso hay diferencia entre lo pornográfico y lo erótico? Cuando hablamos de pornografía, ¿hablamos de imágenes o videos que representan la sexualidad o más bien, hablamos de una forma de sexo forzado?

Estas preguntas merecen ser contestadas en tanto que sabemos que la pornografía representa la principal fuente de educación sexual para los hombres. Tan solo en el 2019, una encuesta realizada por la BBC que fue parte del lanzamiento de la serie Three series Porn Laid Bare, reveló que, de los hombres encuestados que se encontraban entre los 18 y 25 años, por lo menos el 55% reveló que la pornografía había sido su principal fuente de educación sexual. Por su parte, más del 50% de las mujeres de la misma edad reportaron el temor de que la pornografía deshumaniza a las mujeres. 

La pornografía gratuita para el consumidor, esa a la que se puede acceder sin una suscripción y a la que se tiene acceso 24/7, es problemática por decir lo menos. Tomemos el ejemplo de Pornhub. Este sitio está infestado de videos de violaciones sexuales; monetiza y genera ganancias de violaciones de niñas, de la mal llamada “porno venganza”, de videos de cámaras que espían a mujeres bañándose y de imágenes y videos de mujeres siendo asfixiadas en bolsas de plástico

Nicholas Kristof, en su texto The Children of Pornhub reporta que después de que una niña de 15 años desapareciera en Florida, su madre la encontró en Pornhub en cincuenta y ocho videos. Asimismo, las agresiones sexuales a una niña de California de catorce años se publicaron en esta plataforma y no fueron denunciadas a las autoridades por la empresa, sino por un compañero de clase que vio los videos. En cada caso, Pornhub eludió la responsabilidad de compartir los videos y sacar provecho de ellos.

“Ahora bien, esto no presupone que toda la pornografía se haga mediante abuso o coacción, y que esto deba servir como base legal para restringirla por completo. Sin embargo, empíricamente, toda la pornografía se realiza en condiciones de desigualdad basadas en el sexo.”

Pornhub y YouPorn son plataformas como YouTube en el sentido de que permite a los internautas publicar sus propios videos, pero a diferencia de YouTube, Pornhub, por ejemplo, permite que estos videos se descarguen directamente desde su sitio web, así incluso si se elimina un video de violación sexual a pedido de las autoridades, es posible que ya sea demasiado tarde: el video sigue vivo mientras se comparte con otros o se carga una y otra vez. 

Esto se vuelve extremadamente problemático cuando sabemos que estas páginas son de los sitios web más visitados, incluso más que, por ejemplo, Netflix.

Ahora bien, esto no presupone que toda la pornografía se haga mediante abuso o coacción, y que esto deba servir como base legal para restringirla por completo. Sin embargo, empíricamente, toda la pornografía se realiza en condiciones de desigualdad basadas en el sexo.

En su libro Only Words, Catharine MacKinnon señala que, con la pornografía, los hombres se masturban viendo mujeres siendo humilladas, violadas, degradadas, mutiladas, desmembradas, atadas, amordazadas, torturadas y asesinadas, y señala que es a través de los materiales visuales, que estos hombres experimentan al ver cómo se hace. Así, señala que las mujeres están en dos dimensiones, pero los hombres tienen sexo con ellas en sus propios cuerpos tridimensionales, no solo en sus mentes. 

Mackinnon nos dice que la pornografía “vende mujeres a los hombres como sexo y para el sexo” con lo cual “contribuye causalmente a actitudes y conductas violentas y discriminatorias que definen el tratamiento y la situación de la mitad de la población”. Así, siguiendo a Andrea Dworkin, afirma que el daño que produce la pornografía es dual: por un lado, crea a las mujeres como sujetos a dominar, y por otro, domina y humilla a aquellas que aparecen en las representaciones pornográficas. 

La pornografía mainstream construye una realidad social de lo que una mujer es y puede ser, en términos de lo que se le puede hacer, y lo que es un hombre en términos de lo que hace a las mujeres a su alcance. Y no solamente esto, sino que la pornografía también sirve para dictarnos qué cuerpos son merecedores de ser deseados y qué debemos hacer para ser deseadas. Por ejemplo, si bien nadie ha establecido una conexión causal, Joseph Slade relata que “las encuestas de estudiantes en mis clases de medios y sexualidad indicaron que las mujeres se sentían presionadas [para quedarse sin vello púbico] por sus novios quienes se encontraban condicionados por la pornografía que consumían”.

En la industria del porno, pareciera existir la creencia de que todo está permitido. Los discursos y las propuestas sobre cómo regular a esta industria se considera diametralmente opuesto a su necesidad de ser kinky y disruptiva. A esto, se suma el temor de un sector progresista y liberal de parecer puritano si se llega a presentar cualquier crítica genuina y significativa. 

“Algo que no debemos olvidar, y que siempre debe estar en el centro del debate, son las condiciones laborales en las que se encuentran las personas que entran a la industria de la pornografía.”

La necesidad de presentarnos como hombres y mujeres de izquierda ha dejado a muchas personas inusualmente calladas sobre la ética de esta industria. Y debido a esto, se ha erigido un estándar completamente diferente al de cualquier otra parte de la industria del entretenimiento. El abuso y acoso sexual perpetrado por directores de música o productores como Harvey Weinstein ha sido un escándalo; sin embargo, en el porno, se ha tratado estas violencias como un riesgo de trabajo, como si el deseo sexual mitigara cualquier tipo de responsabilidad.

Algo que no debemos olvidar, y que siempre debe estar en el centro del debate, son las condiciones laborales en las que se encuentran las personas que entran a la industria de la pornografía. Debemos garantizar que las niñas y las adolescentes no sean atrapadas por esta industria desregularizada. Asimismo, es fundamental que las y los adultos que fungen como actores y actrices cuenten con condiciones de trabajo óptimas. El “derecho” del espectador al orgasmo jamás debe superar el derecho a la seguridad de las y los actores.

Hay que hablar de la necesidad de una legislación laboral que incluya a la industria pornográfica y que garantice condiciones de trabajo favorables para las que hacen parte de ella; aquí es donde podemos encontrar la intervención del Estado. En garantizar que todas y todos aquellos que se encuentren en esta industria, lo hagan en condiciones de trabajo favorables, con seguridad social y en condiciones salubres. 
El debate que nos obliga a tener la pornografía debe ampliarse y llegar más allá de las discusiones feministas; estas discusiones cada vez dan para más, y la censura o auto-censura, no deberían ser la respuesta. Apostemos por buscar crear representaciones de la sexualidad alternativas que nos lleven más allá de la teoría y nos permitan adentrarnos a una discusión fértil de las políticas del placer. EP

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