Asombro: cuatro postales

Pentagrama reúne cinco plumas en un espacio de reflexión sobre temas fundamentales. En esta entrega, Adriana Malvido aborda el asombro.

Texto de 02/06/25

Pentagrama reúne cinco plumas en un espacio de reflexión sobre temas fundamentales. En esta entrega, Adriana Malvido aborda el asombro.

"La tarea del artista no es la representación fiel del aire, el agua, las rocas y los árboles, sino que su alma (…) es reconocer el espíritu de la naturaleza y con el corazón y la intención, saturarse  uno mismo con ello, absorberlo y regresarlo en forma de una pintura." 
Caspar David Friederich (1830)

Motivos: una noche estrellada, el atardecer enrojecido, un eclipse, el bosque, olas majestuosas, ballenas que cantan, una catarata, el vuelo del águila, la soledad del desierto, parvadas de pájaros, volcanes con nieve, un aguacero, nubes y arcoíris, la profundidad de un cenote…

Desde tiempos inmemoriales asociamos el asombro con la naturaleza. ¿Somos los únicos seres vivos con capacidad de asombro? Difícil saberlo. Lo que sí nos consta es el poder que ejerce el paisaje natural sobre la espiritualidad humana para hermanarse con el entorno y producir historias asombrosas. Comparto algunas.

Cielo

Esta comenzó poco antes del amanecer el 19 de junio de 1889, cuando Vincent Van Gogh miró al cielo desde su ventana en un sanatorio mental de Saint Remy, Francia, y pintó su Noche estrellada.

Al finalizar, le escribió a su hermano Theo para contarle. Pero fue hasta finales del siglo XX cuando Albert Boime, prestigiado historiador de arte de la Universidad de Los Ángeles (UCLA), descubrió que la pieza era mucho más que un hermoso óleo, el resultado de un gran observador del cielo.

En 1985, durante una conferencia de la Sociedad Astronómica Americana, Boime revisó las posiciones de la Luna y Venus en los registros astronómicos del 19 de junio de 1889 y demostró que correspondían a las posiciones de los elementos celestes que Van Gogh pintó en aquel lienzo desde su ventana en Saint Remy, el mismo día, a las 4 de la mañana. Mucho después, la pintura se comparó con una foto astronómica de la estrella U838 Monocerotis, captada por el Telescopio Espacial Hubble en 2002.

Noche estrellada ha inspirado a muchos otros artistas, como el francés Henri Dutilleux, que compuso su pieza para orquesta Timbres, Espace, Mouvement; o el canadiense, Giancarlo Scalia, que lo mismo hizo para piano; Anne Sexton la convirtió poema y Don McLean escribió su canción Vincent

Y todo comenzó cuando Van Gogh contempló el cielo desde su ventana. Para unirse al clan de Oscar Wilde, quien por esa época escribió: “Todos vivimos en el mismo fango, pero algunos miramos las estrellas”.

De este lado del mundo, siglos antes, los mayas supieron leer en las estrellas su pasado y su destino; desarrollaron el calendario más exacto que se ha alcanzado. Sin telescopio dominaron la astronomía, calcularon con precisión los eclipses y otros fenómenos celestes con miles de años de anticipación.

Montañas y Volcanes

En México, un clásico del paisaje es José María Velasco, quien hoy mismo asombra a los visitantes de la Galería Nacional de Londres. Decía Carlos Pellicer que este pintor convirtió el Valle de México “en su inmenso taller”.

Velasco nació en Temascalcingo, Estado de México, el 6 de julio de 1849, el mismo día que llegaba al mundo Claude Monet, en Francia. Ver su obra, producto de la luz, nos hace bien para revalorarla, pero también para reconciliarnos con el entorno, extrañar aquello que ya no está y aprender a cuidar lo que nos queda. ¿En dónde quedaron los ríos y las lagunas? ¿En dónde la mirada poética que vibraba con la tierra, el árbol, el cerro, el cielo transparente, las nubes, la roca, el agua, los minerales y los vegetales? ¿En dónde ese Valle de México verde, con sus lagos y volcanes siempre a la vista? ¿En dónde la humanidad que se sentía integrante y no dueña de todo aquello?

Cada año, cuando sopla más fuerte el viento, el Valle de México nos regala una imagen monumental: la cumbre de los volcanes cubierta de nieve. Las fotografías inundan las redes, reflejo de una emoción estética compartida. Quien ve más allá recuerda que 13 millones de personas se benefician del agua que provee el Parque Nacional Izta Popo.

Este par de volcanes inspiraron una gran leyenda de amor y también a los poetas Nezahualcóyotl y Ayocuan Cuetpaltzin. Los ilustraron tlacuilos en códices como el Xólotl y el Telleriano-Remensis, el Vindovonencis y el Nutall. Su imagen quedó plasmada en el telón o cortina de cristal del teatro del Palacio de Bellas Artes con un millón de cristales traídos desde Tiffany en Nueva York. Como Velasco, el Dr. Atl los hizo suyos con el pincel y, vulcanólogo apasionado, publicó Las sinfonías del Popocatépetl, mientras que Nahui Olin escribió su texto “Bajo la mortaja de nieve duerme la Iztazihuatl en su inercia de muerte” (en Energía Cósmica), toda una metáfora del feminismo emergente en el siglo XX. José Emilio Pacheco (JEP) entintó sus poemas Malpaís e Iztaccíhuatl… Frente a la mujer dormida escribió este autor: “Esta montaña inmensa se levanta/ como advertencia de mi pequeñez/ y mi autoengaño al darme importancia. / Para nada me necesita. / Existe al margen de que la contemple. Estuvo aquí cuando éramos impensables/ y seguirá mañana”.

Bosques

Las historias que brotan de los bosques son infinitas. Y una, que surgió del asombro, es la de Julia Butterfly Hill, la joven poeta que vivió durante dos años en un viejo árbol para salvarlo.

Tenía 22 años cuando, tras levantarse de un año en terapia intensiva por un accidente de coche, viajó a conocer el bosque de Secuoyas gigantes al norte de California, en el condado de Humboldt. En cuanto penetró aquel espacio mágico, con árboles milenarios de hasta 200 metros de altura, exclamó: “por primera vez sentí lo que es en realidad estar viva”; el dulce olor de las coníferas la envolvió y lloró agradecida.

Ahí supo que solo 3 por ciento de estas maravillas sobreviven en el mundo y que la compañía maderera Pacific Lumber estaba arrasando con aquel bosque, por lo que el movimiento ambientalista pedía un voluntario. El 18 de diciembre de 1997 Julia ascendió a “Luna”, árbol milenario de 61 metros de altura y se instaló cerca de su cima, en una plataforma de 1.82 x 2.43 metros, para protegerlo.

En su libro, The Legacy of Luna, narra su vida y su lucha en el árbol. Las tormentas invernales, los vientos y relámpagos, sus crisis, el acoso de Pacific Lumber y sus helicópteros que la rodeaban con amenazas, la hostilidad de sus emisarios en la base del árbol o las motosierras al acecho… Pero también, la comunión con la naturaleza y con Luna, cuya voz aprendió a escuchar: “Sólo las ramas rígidas se rompen, las flexibles sobreviven”. Así se fortalece y defiende la vía pacífica porque, dice, con odios ningún activismo logra lo que se propone: “hay que tocar los corazones”.

El propósito: salvar “a Luna y sus hermanos”, detener la tala, mientras otros libran la lucha legal y buscan atraer la atención pública hacia el bosque. Se comunica por celular y radio con los medios y su grupo de apoyo, debate con senadores, estudia y obtiene un doctorado, recibe cada día más apoyo social y de artistas como Joan Báez, que sube a cantarle un día. Y desde ahí logra, al fin, un acuerdo con la empresa: la preservación de Luna y todos los árboles en un radio de 100 metros a su alrededor.

Luego de 738 días en el árbol, Julia desciende el 23 de diciembre de 1999, escribe y crea la fundación “El círculo de la vida”. Y Luna se sostiene “como símbolo de todos los viejos bosques que necesitan protegerse”.

Mar

Le pregunte a mucha gente cercana qué era lo que más anhelaba del mundo exterior durante el encierro que nos impuso la pandemia del coronavirus. Con qué soñaba encontrarse, qué buscaría al salir, qué deseaba escuchar. La mayoría respondió el mar.

Y pensé en La novena ola del pintor Ivan Aivazovsky y en todos los mares de J.M.W. Turner, en La gran ola de Kanagawa de Hokusai, y en Watson y el tiburón de John Singleton Copley; visualizo los mares de Joaquín Sorolla y de Monet, o la fuerza del océano en la obra de Justyna Kopania. Busco en mi librero la edición del insuperable Moby Dick de Herman Melville, ilustrada por Gabriel Pacheco. Los estantes se hacen mareas que traen a mis manos La Odisea y otros favoritos como El viejo y el mar de Ernest Hemingway, La vida de Pi de Yann Martel, Océano Mar y Novecento de Alessandro Baricco o la intimidad en Las olas de Virginia Woolf.

Porque el mar nos atrae, nos fascina. Dice Wallace Nichols, en su libro Blue Minds, que es la sustancia más omnipresente en el planeta Tierra y, junto con el aire, el principal elemento para sostener la vida como la conocemos. Desde lejos, nuestro planeta es una canica azul y hasta dentro de nosotros, 70 por ciento de nuestro cuerpo está compuesto de agua.

“Necesito del mar porque me enseña”, escribió Neruda. Lo cita Elva Escobar, una respetada sirena. La escucho cuando se reúne con un grupo de colegas suyas para contar sus historias y levantar la voz. Cuentan que los océanos del mundo comprenden 97 por ciento del agua del planeta. Contienen 200 mil especies identificadas —que bien podrían ser millones—, absorben alrededor del 30 por ciento del CO2 que producimos los humanos y así amortiguan los impactos del calentamiento global, son la mayor fuente de proteínas del mundo y más de 3 mil millones de personas dependen de sus aguas. Las mares, dice el coro de sirenas, son el principal regulador del clima en el planeta. Y lejos de ser el problema, puede ser la solución. 

Las sirenas mexicanas: Elvia Barreras, pescadora, única buza certificada en su costa (Puerto Lobos, Sonora), “mamá luchona” y sustento de casa. Elva Escobar, pionera en el estudio de ecosistemas de mar profundo, que desciende en buques sumergibles y robots para explorar la vida a 3 mil metros de profundidad. Camila Jaber, que nació en una isla y siempre soñó ser sirena; por eso hace apnea y recientemente rompió el récord en México al descender y luego ascender 86 metros de profundidad, sin tanque, en un cenote; lo hace por el silencio, la paz, amor al mar. Valeria Mass, que hace de la fotografía subacuática una expresión artística para transmitir la emoción que le provocan las maravillas que ve y reflejar que “nos hacemos uno con el mar”. O Iliana Ortega, bióloga conservacionista que va de México a Alaska, la Antártida, Galápagos… y se dedica a crear conciencia y fomentar educación ambiental. “Las mujeres somos un gran eslabón en la conservación y quienes levantamos la voz por un mundo mejor donde el mar sea de todos”.

Insisten a coro: “El mar somos nosotros y nosotros somos el mar”.


Si la naturaleza es prodigiosa fuente de vida, la relación humana con ella, cuando se hermana, para conservarla o para hacer arte a partir de lo que esta provoca en los sentidos, potencia el asombro aún más.

Tan admirable el viaje anual de las mariposas Monarca desde hace milenios, como las organizaciones que protegen ese fenómeno único en el planeta. Tan asombrosas las comunidades locales que en el sureste defienden a las tortugas marinas, como aquellas que al norte del país protegen a las ballenas en sus viajes migratorios. Tan asombroso Sebastián Salgado, como las comunidades originarias de la Amazonia que tienen el conocimiento para protegerla… Así, también, los y las artistas que saben mirar y transformar. A partir del asombro. EP

Este País se fundó en 1991 con el propósito de analizar la realidad política, económica, social y cultural de México, desde un punto de vista plural e independiente. Entonces el país se abría a la democracia y a la libertad en los medios.

Con el inicio de la pandemia, Este País se volvió un medio 100% digital: todos nuestros contenidos se volvieron libres y abiertos.

Actualmente, México enfrenta retos urgentes que necesitan abordarse en un marco de libertades y respeto. Por ello, te pedimos apoyar nuestro trabajo para seguir abriendo espacios que fomenten el análisis y la crítica. Tu aportación nos permitirá seguir compartiendo contenido independiente y de calidad.

DOPSA, S.A. DE C.V