En esta columna, Fernando Clavijo M. escribe sobre “Gallina de Guinea”, una interesante y seductora librería en el corazón de San Ángel dedicada a los libros de cocina.
Taberna: Librería Gallina de Guinea: una pepita de oro en San Ángel
En esta columna, Fernando Clavijo M. escribe sobre “Gallina de Guinea”, una interesante y seductora librería en el corazón de San Ángel dedicada a los libros de cocina.
Texto de Fernando Clavijo M. 10/01/25
Durante los días de descanso del periodo navideño, recorrí algunas calles que me llevaron del recuerdo al descubrimiento, y de allí a una recomendación. Atravesé avenida Insurgentes desde el Parque la Bombilla hacia avenida de La Paz, pasando así de Chimalistac a San Ángel, y transité una zona restaurantera que en las últimas tres décadas ha evolucionado tanto como nuestra propia sociedad. Desde antes de la pandemia, la callecita empedrada que alguna vez tuvo al Cluny, el restaurante de crepas con un bar anexo, y a su hermano Le Petit Cluny, uno de los primeros bistrós del entonces DF, ya venía cambiando. Su sabor de nostalgia parisina cambió a favor de establecimientos más grandes, como el restaurante chino Mandarin House o el resultado de la venta del Champs-Élysées, el difunto Bistró Mosaico, luego sitios de cortes presuntuosos como el Puerto Madero y la opción relativamente barata, la churrascaría Central do Brasil. Con la pandemia, sin embargo, se convirtió en un desierto por el que daba miedo caminar, con la salvedad de uno de los restaurantes con la mejor relación calidad-precio de toda la ahora CDMX, El Cardenal, y la clásica cantina Montejo. Surgieron entonces antros con reggaetón y música norteña, de donde salen señores muy borrachos a primeras horas de la mañana a subirse a sus camionetas, para alivio de sus choferes. El tiempo, la realidad económica y la gentrificación han dejado su marca en esta pequeña avenida.
Cruzando avenida Revolución, está el Mercado del Carmen, un esfuerzo admirable y bien logrado. Si bien puede criticarse por servir comida rápida, ofrece un espacio seguro y guarecido del frío en donde un buen bar y música sirven de telón a un manojo de locales pequeños. Estos compiten por los comensales, ofreciendo combos de sus diferentes especialidades (pizza, alitas, hamburguesas, tacos, empanadas, antojitos libaneses, choripán, sushi) con una bebida (vino, cerveza, refresco) por entre 200 y 250 pesos.
Unos pasos más arriba sigue en pie el esfuerzo de la hija de los dueños del Petit Cluny convertido en Trattoria della Casa Nuova antes de cerrar, las Tortas Lola, otro esfuerzo de originalidad y calidad. Un restaurante anclado en el confort, ni pretencioso ni chatarra. A su lado, el local suizo de fondues ofrece el calor del queso para quienes buscan escapar de una noche fría en las casas heladas de piedra y cantera que caracterizan la zona. Un poco más arriba, la plaza Círculo San Ángel alberga tienditas y dos restaurantes más, muy socorridos para desayunar.
Amargura da directo, por su brazo izquierdo, al Bazaar Sábado. Por el derecho, a Porrúa y la breve General Aureliano Rivera. Ahí, sobre el lado izquierdo se encuentra la librería Gallina de Guinea, objeto de este paseíto por el tiempo y calles empedradas, así como de este texto. Gallina de Guinea es una joya que recuerda que el cambio también puede ser bello y que el futuro no está necesariamente en manos de los Walmart y Amazon de este mundo.
Pocas cosas tan refrescantes como ver una tiendita de libros atendida por su propia curadora, algo que parece una mezcla de un gesto de resistencia con un acto de generosidad. Es apenas una salita, el tamaño de un garaje —lo que efectivamente fue hasta que su dueña estudió el Artículo 37 de la Ley de Establecimientos Mercantiles de la CDMX, que permite destinar hasta el 20 % de una casa habitación a un negocio, siempre que esté completamente dentro de la propiedad y que sea de bajo impacto (es decir, que no venda bebidas alcohólicas) y sea operado por los habitantes de la casa—. Andrea Arbide, visionaria de apenas 37 años, alguien que tal vez no alcanzó a cenar en el Petit Cluny, le regala al vecindario una librería escogida a mano, especializada en nada menos que libros de cocina.
El corto pasado de Andrea Arbide —y ella misma— se refleja en todo sobre esta librería. Encargada del desarrollo de negocio y relaciones públicas de Elena Reygadas, llevó la comunicación de locales tan emblemáticos como el Rosetta y su panadería, Lardo, el Café Nin y varios más. Con la famosa chef, coordinó la edición del libro Rosetta (2017) y luego la apertura de la tienda-concepto Mesa Rosetta (2021), de modo que sabe tanto de libros como de diseño de interiores. Y sobre el conocimiento culinario para tener la primera librería en México especializada en cocina, podemos mencionar sus estudios en la École de Cuisine Alain Ducasse, la École Lenôtre, y el Culinary Institute of America.
Su manera de ser, como ya dije, se manifiesta en la propia librería. Tan resuelta como accesible, recibe a su clientela con el uniforme utilitario de overol de mezclilla y zuecos de chef. Así, la Gallina de Guinea parece, a primera vista, poco más que un cuartito con estantes para libros, piso cuadriculado y techo de vigas. Sin embargo, conforme la vista recorre títulos emerge una congruencia y orden que invita a visitar los rincones que la componen. En una esquina, al fondo, veo títulos como Pato cojo, gallina ciega de Ulrich Hub y Corre corre, calabaza de Eva Mejuto & André Letria, que indican la sección infantil. En la otra esquina del fondo, cerca del mostrador, veo varias revistas, entre las cuales me llama la atención la hermosa publicación Eaten – The food history magazine. Para recetas y conocimiento especializado, hay un estante destinado al pan y masa, otro a la botánica (ahí están Herbaria de Domitila Dardi, G: Forever Green de Carlos Mota, y Alegría Macarena de Catalina Fernández de Soto, por ejemplo), otro más a las bebidas. Y, por si fuera poco, uno más —a la entrada de la librería— con ensayo, literatura y poesía, donde además de Vázquez Montalbán (el famoso “detective sibarita” que luego inspiró a Andrea Camilleri) está la colección Hojas de Col, de la innovadora editorial Col&Col Ediciones (que edita también el Escribir Gastronomía, una colección anual de los mejores textos sobre el tema, muy recomendable).
Andrea no quiso dar muchas vueltas en abrir la librería. Abrió con 700 títulos a mediados de noviembre pensando que los turistas del Bazaar Sábado la ayudarían a arrancar. Los libros de cocina, me dice, no son necesariamente volúmenes que se leen, sino receptáculos de consulta, objetos de centro de mesa (e.g., el libro El Huevo: historias y recetas, editado por Taschen) y un excelente regalo. Pero para su sorpresa, sus principales clientes resultaron ser vecinos de San Ángel, que salen a pasear para tomar un poco de sol y entran a su tienda a platicarle sobre su día, sugerirle títulos e intercambiar recetas. Y es que, además de los libros, hay algo que hace a Gallina de Guinea un lugar muy acogedor. Puede ser la luz, suave y cálida, o los objetos hogareños que su dueña ha dispuesto tras el mostrador, o las plantas domésticas que dan vida al espacio, pero yo creo que es la pequeña estufa con un cazo hirviendo. No que venda café o infusiones —de eso ya está plagada nuestra ciudad—, pero el solo hecho de tener algo al fuego crea un ambiente en el que cualquiera se siente en casa. Las gallinas son, a fin de cuentas, un símbolo de amor materno y confort familiar.
En el primer mes logró vender 200 títulos, además de obtener un conocimiento del mercado potencial de la zona. Piensa que puede llevar a cabo talleres de empastado o ilustración de libros, para todas aquellas personas que tienen un recetario familiar; o tal vez pensar en recetas a partir de alguna lectura. Auguro muchos más proyectos a partir de este acto de fe de Andrea Arbide, pues la gallina también es un símbolo asiático de buena suerte y prosperidad.
La librería Gallina de Guinea está abierta de jueves a domingo, en la calle General Aureliano Rivera, número 4. Vengan a ver cómo una calle se ilumina con una pequeña gema, o a perderse hojeando libros y despertando recuerdos gustativos, como a mí me pasó en mi breve caminata. Llévense una receta, una idea de decoración o hasta una bolsa con la imagen de la patente de la cafetera italiana. O, mejor aun, un buen libro que dé lugar a una sobremesa y una conversación, incluso una amistad. La librería —como todo lo verdaderamente innovador— es solo un punto de partida, el principio tal vez de un camino lleno de sabor y gusto. De gusto del bueno. EP
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