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En la columna Registro, Pablo Íñigo Argüelles escribe sobre el mundo que observa, pero sobre todo de fotografía y todo lo que implica.

Texto de 31/03/25

En la columna Registro, Pablo Íñigo Argüelles escribe sobre el mundo que observa, pero sobre todo de fotografía y todo lo que implica.

Estos son unos versos de Idea Vilariño que me acompañarán durante todo el viaje:

Si hubiera tiempo, el tiempo
podría ser un mar
y los días, las olas. 

Si hubiera dios, si hubiera,

dios podría ser un mar

y sus gestos, las olas.

***

Conocer un lugar por primera vez es como entablar una conversación con alguien que no conocemos: surcamos fronteras, reconocemos límites, buscamos espejos, ubicamos las grietas. 

Invariablemente, buscamos el símil.

María Prieto

Por lo tanto, caminar por una ciudad nueva es también reconocer nuestra inexperiencia. Sí, viajar es abrir nuevas ventanas, pero no todo el que viaja derrota su ignorancia. La mayoría de las veces solo la prolonga. 

Antes del viaje me hago la promesa de mantener un diario de todo lo que vea en las próximas semanas. Es imposible, pero me empecino con la idea y, cada tanto, saco el celular para escribir mis notas. Al final, solo conseguiré líneas escuetas, algunos diálogos, ciertas acciones, movimientos, la crónica de todo lo que vamos olvidando.

Será casi al final del viaje, en la terraza del departamento de Ana en Villa Crespo, Buenos Aires, cuando vuelva a las notas de los primeros días de nuestro recorrido por la costa de Uruguay junto a Flor y Ben, y me dé cuenta de que, en su mayoría, son series de palabras sueltas que, en perspectiva, no narran, sino que hilan situaciones entre sí, como quien encuentra fotografías aleatorias de la historia familiar en un cajón. 

Cata, Juanma, Ben

Flor Carli, Julia

Punta del Diablo. 

Una casa de madera y cristal. 

Silencio.

Los viajes revelan nuestras actitudes más obsesivas. Funcionan como el exceso de azúcar en cualquier cuerpo: primero la excitación, la euforia, el desenfreno; al final, el sueño, la insolación, la lentitud.

Impulsos escritos que no derivan en nada, al menos no de inmediato.

Es ingenuo, tal vez, revisar mis notas de viaje como un niño que hace un mal dibujo y lo lleva a su padre en busca de aprobación inmediata. Sin embargo, atribuyamos esa obsesión no a una recompensa infantil, sino al morbo de lo que el tiempo, cuando no lo controlamos, hace con nosotros.

Desde los primeros días, plagados de sol y piedras junto al mar en Punta del Diablo, Punta Ballena y Punta del Este, hasta los más recientes en Montevideo y Buenos Aires, todo ha sido buscar similitudes, intentando no llegar a la comparación. Ha sido encontrar lo familiar en lo visto por primera vez, empezando, claro, por la arquitectura.

Por ejemplo, el día que caminamos por el barrio de Pocitos, en Montevideo, apunté dos líneas: El Mirador y Bella Vista, colonias poblanas en las que crecimos. La vez que estuvimos en Palermo y Retiro, en Buenos Aires, escribí: Roma, Condesa y Polanco. También, por alguna razón, cuando estábamos en algún punto entre las provincias uruguayas de Rocha y Maldonado, escribí Tlaxcala.

Uno se ve reflejado en otras arquitecturas y rituales. El penúltimo día, gracias a Alejandro, el papá de Ana, asistimos a un asado de obra, un evento que, al menos cada viernes, tiene lugar en las construcciones. Los albañiles preparan un asado: papas, pimientos, vacío, chorizo, morcilla y pan. Sentados en un tablón forrado de plástico, en medio de una obra negra en el barrio de Palermo, no dejé de pensar en el símil mexicano de la situación.

Para viajar necesitamos humildad, la única capaz de evitar que el reconocimiento se vuelva arrogancia y, por tanto, indiferencia. Los tiempos nos aferran a la ilusión de que viajamos porque somos cultos o porque cumplimos el sueño de nuestras aspiraciones, como si con ello lo conociéramos todo. Viajar no es más que visitar nuestra ignorancia. Quien no lo entiende así, solo va por la vida sorteando charcos. 

En 1979, el pintor argentino Guillermo Kuitca comenzó a escribir en un lienzo una secuencia de números que iba del 1 hasta el 30 mil. La obra, hoy expuesta por primera vez en el MALBA, visibiliza las desapariciones ocurridas durante la última dictadura argentina.

A primera vista, la obra parece una bandera; luego, más de cerca, una especie de bordado. Hay que acercarse mucho para descubrir que aquellos trazos heterogéneos son, en realidad, una sucesión de números, cada uno representando una desaparición.

Con esa idea salimos del museo y seguimos caminando. Es el Día de la Memoria, y la marcha ha puesto el tráfico de cabeza.

Viajar, también, es reconocer otras heridas: saber que en otras tierras le cantan a otros muertos, que la poesía impregnada en los muros mitiga ausencias, que la homogeneización también ha carcomido los barrios, que aquí, como en todas partes, hay platos de comida abandonados en las esquinas.

Viajar es comprender que, de este mundo, no conocemos absolutamente nada. EP

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