Laura Villanueva Rocabado, mejor conocida como Hilda Mundy, fue una poeta y cronista boliviana cuya obra, marginalizada por años, resurge con fuerza hoy. Su visión crítica y vanguardista de la Guerra del Chaco nos invita a repensar nuestras propias guerras y los relatos que las envuelven. Su voz resuena con la frescura de lo eterno olvidado.
Hilda Mundy: una vanguardista narra la guerra
Laura Villanueva Rocabado, mejor conocida como Hilda Mundy, fue una poeta y cronista boliviana cuya obra, marginalizada por años, resurge con fuerza hoy. Su visión crítica y vanguardista de la Guerra del Chaco nos invita a repensar nuestras propias guerras y los relatos que las envuelven. Su voz resuena con la frescura de lo eterno olvidado.
Texto de Anuar Jalife Jacobo 27/09/24
En el universo dos pigmeos alimentados por los residuos de la Europa occidental comenzaban a desafiarse a Muerte.
Hilda Mundy, Impresiones sobre la guerra del Chaco
Revisitar las páginas de nuestra historia literaria puede llegar a ser un trabajo ocioso, más propio del anticuario que atesora rarezas que del crítico que busca tender un lazo entre el pasado y la actualidad. La tradición se forja desde el presente y suele ir descartando aquello con lo que no puede dialogar más. Sin embargo, no pocas veces quedan fuera de nuestra memoria literaria obras que por distintas razones fueron olvidadas y que en una segunda vista recuperan su relevancia o adquieren la que nunca tuvieron. Tal es el caso, en nuestro horizonte, de muchas escritoras que durante largo tiempo no fueron escuchadas y cuyas voces resuenan con un tono renovado.
Una de esas figuras es Laura Villanueva Rocabado (Oruro, Bolivia, 1912-1980), más conocida como Hilda Mundy, quien fuera una poeta vanguardista, cronista y articulista habitual en la prensa boliviana de la primera mitad del siglo XX. A pesar de su relevancia, su obra permaneció marginada de las historias literarias hispanoamericanas hasta hace algunos años, cuando comenzó a ser redescubierta gracias a diversos esfuerzos editoriales, como las reediciones de su poemario de 1936, Pirotecnia. Ensayo miedoso de literatura ultraísta (Plural, 2004; Los Libros de la Mujer Rota, 2016), y las recopilaciones de la obra Bambolla Bambolla. [Cartas, fotografías, escritos] (La Mariposa Mundial, 2016) e Hilda Mundy. Obra reunida (Biblioteca del Bicentenario de Bolivia, 2016). A estas recuperaciones de su único libro de poesía y de las colaboraciones que dejó dispersas en periódicos y revistas de su país, se suma un opúsculo inédito, Impresiones de la guerra del Chaco, el cual destaca por la originalidad de su factura a la hora de abordar un tema poco frecuentado por las mujeres que escriben.
Siendo una joven de 20 años, a Laura Villanueva Rocabado le tocó vivir los años de una de las guerras más dolorosas de la historia moderna americana, la guerra del Chaco, la cual tuvo lugar entre 1932 y 1935. Bolivia y Paraguay se disputaban un extenso territorio conocido como el Gran Chaco, una región agreste, con escasos pobladores y desconocida para los bolivianos, que, no obstante, costó la vida a más de 50 mil de sus jóvenes, la mayoría de los cuales no murieron por bala sino por el hambre, la sed o la enfermedad, provocadas por la lejanía y la falta de vías de comunicación entre el Chaco y los centros urbanos de Bolivia, ubicados en la zona andina, la escasez de agua dulce y la presencia de insectos transmisores de enfermedades mortales. Eduardo Galeano escribirá: “Están en guerra Bolivia y el Paraguay. Los dos pueblos más pobres de América del Sur, los que no tienen mar, los más vencidos y despojados, se aniquilan mutuamente por un pedazo de mapa. […] Metidos en la guerra, paraguayos y bolivianos están obligados a odiarse en nombre de una tierra que no aman, que nadie ama: el Chaco es un desierto gris, habitado por espinas y serpientes, sin un pájaro cantor ni una huella de gente.”
Medio siglo antes que el escritor uruguayo, Mundy reconoce el mismo dolor y el mismo absurdo en la guerra. No es la única, por supuesto. Durante los años treinta novelistas y cuentistas bolivianos y paraguayos relataron los horrores de la guerra. La diferencia es que mientras la mayoría de los escritores cultivaron una narrativa realista de corte sociológico, la autora orureña arriesgó una prosa a caballo entre el diario y la crónica, incorporando recursos vanguardistas a su narración. Mundy, además, se distingue de sus pares por la posición desde la cual aporta su testimonio y por los acontecimientos que elige contar. La cronista relata la guerra del Chaco lejos, en lo geográfico y en lo moral, del frente de batalla, rehuyendo de los hechos de armas, los actos heroicos, los juicios chauvinistas. Como dice Svetlana Alexiévich de los relatos de las mujeres sobre la guerra: “En lo que narran las mujeres no hay, o casi no hay, lo que estamos acostumbrados a leer y a escuchar: cómo unas personas matan a otras de forma heroica y finalmente vencen. O cómo son derrotadas. O qué técnica se usó y qué generales había. Los relatos de las mujeres son diferentes y hablan de otras cosas. La guerra femenina tiene sus colores, sus olores, su iluminación y su espacio. Tiene sus propias palabras. En esta guerra no hay héroes ni hazañas increíbles, tan solo hay seres humanos involucrados en una tarea inhumana.”.
Impresiones de la guerra del Chaco reúne las notas que Mundy realizó entre el 18 de junio de 1932, en los albores del conflicto armado, y el 17 de junio de 1935, cinco días después de que acordara el fin del enfrentamiento entre hermanos. Estas notas probablemente fueron escritas a lo largo de la guerra y formaban parte de lo que la joven autora llamaba “mi libro de memorias”, y una vez terminadas las hostilidades fueron integradas —y tal vez reescritas— en un volumen dedicado al conflicto: “Toda una guerra no se encuadra en la estrechez de veinte frases. // Pero… no tuve la previsión de escribir suceso por suceso, ni analizar cada contingencia”, escribe en una de las notas. Escritas a manera de fragmentos breves que van siguiendo una cronología lineal pero sin aportar fechas precisas, las impresiones de Mundy recapitulan la guerra. Su reconstrucción es deliberadamente personal y posee un sentido casi espontáneo, como anticipa la autora en la “Advertencia”: “Al esbozar esta y cual escena, pongo un poco de mi emoción momentánea, de mi recordación súbita, un poco de latidos […]”.
Desde esa experiencia personal, sin embargo, la autora parece retratar no solo una interioridad sino un ambiente enrarecido por una guerra que se libra en una alejada frontera. Mundy alterna entre ambas visiones, la interna y la externa. En “Partida del primer contingente”, por ejemplo, se presenta a ella misma en primer plano contemplando la marcha de los combatientes: “La precipitación de los sucesos encontrome en Cochabamba. Lástima que no hubiese sido en el seno de mi tierra natal. // Las emociones hubieran sido más intensas y dolorosas al ver a mis compañeros de aulas, a mis camaradas de doctrina, a mis amigos de alegría, a mis…”. Mientras que un par de notas después, en “Plena guerra…”, su voz adquiere un tono casi periodístico: “Oruro, centro ferroviario, punto de combinación ferrocarriles puede avalorar con justeza el sacrificio de la presente generación. // Trenes militares diarios, comúnmente con diferencia de horas, repletos de soldados ebrios de entusiasmo que pasaban al frente de operaciones.”
Esta modulación parece responder, por un lado, a una idea de la historia como recreación subjetiva —“La historia no es más que el historiador” dice uno de los poemas de Pirotecnia—; y, por el otro, a una concepción de la patria —a la manera del mexicano Ramón López Velarde— como cosa íntima, alejada de cualquier nacionalismo: “Patria no es tan sólo la extensión de límite e infinita de terreno. // Mi alma de mujer ve en ella la primera lágrima que irisó nuestros ojos, el balbuceo de los labios, el amor que exaltamos virgen de impurezas a los quince años.”, escribe en la nota titulada “Patriotismo…” No es baladí que Mundy haga referencia a su “alma de mujer” como una marca explícita de la situación desde la cual interpreta los hechos. Virginia Woolf en su ensayo sobre la guerra, escrito en años cercanos a Impresiones, se pregunta: para una mujer, “¿qué significa el ‘patriotismo’? ¿Tiene las mismas razones [que un hombre] para estar orgullosa de Inglaterra, para amar a Inglaterra, para defender a Inglaterra?” Para Mundy la respuesta es clara. Ella descree tanto de la guerra como de las formas en que suele ser contada. En “Hambre en las trincheras…” hallamos uno de los mejores ejemplos de esa doble crítica emprendida por la poeta vanguardista. Esta nota juega con la idea del documento encontrado, “el pícaro viento trajo hasta mí un trozo de papel” afirma. El papel es nada menos que un telegrama de mandos militares solicitando provisiones: “ADQ. 2295.- Ordenose Posta El Puente adquisición 5.000 barriles de vino cinteño, 200 odres vino misma clase, 250 cántaros chicha cliseña, 1.000 botellas guindado, 1.000 botellas uva pastilla, 100 botes Savora Deliciosa para consumo ésta…”. La incorporación de este fragmento funciona, por una parte, como una crítica a la actitud criminal de la cúpula militar, “mientras en las trincheras diezmaban los ejércitos por inanición”, pero también como una suerte de desnudamiento del discurso oficial, al cual muestra carente de todos los valores que supuestamente lo revisten.
Esta es la verdadera voz oficial de la guerra, parece decirnos la boliviana con una estampa en la cual lo que podría ser anecdótico y personal se torna en una crítica histórica contundente. En tiempos como los nuestros, de nacionalismos reavivados, de violencias obedientes, de nuevas masacres, atender al relato disidente de Mundy, y a sus formas rebeldes, es una invitación a relatar nuestras propias guerras de forma crítica y a criticar las formas en que las relatamos. EP