Conversamos con Tamara Tenenbaum, escritora argentina, sobre su nueva novela La última actriz (Seix Barral, 2024).
Quería hablar de esas mujeres que fueron valientes haciendo cosas que hoy nos parecen normales: Entrevista con Tamara Tenenbaum
Conversamos con Tamara Tenenbaum, escritora argentina, sobre su nueva novela La última actriz (Seix Barral, 2024).
Texto de Este País 26/12/24
Tamara Tenenbaum (Buenos Aires, 1989), autora que explora con agudeza el deseo y la identidad femenina, nos presenta su nueva novela, La última actriz (Seix Barral, 2024). A través de Sabrina, una joven que investiga las huellas del teatro judío en Argentina, Tenenbaum nos sumerge en una historia que entrelaza el pasado y el presente. Sabrina descubre el diario de Jana, una enigmática actriz de la década del 60, y su búsqueda se convierte en una obsesión.
***
Gina Velázquez (GV): ¿Qué te inspiró a escribir una novela que entrelaza las historias de dos mujeres, Sabrina y Jana, que son de épocas distintas, ambas con una fuerte pulsión por romper con las convenciones de sus tiempos? ¿Hubo alguna experiencia, persona o idea específica que sembró la semilla de esta historia?
Tamara Tenenbaum (TT): Lo de las dos épocas me interesaba mucho, y dos mujeres de distintas épocas, porque pienso mucho en las mujeres de otra época y en lo difícil que es, a veces, retratarlas. Muchas veces vemos, en el cine, en las series o en la literatura, retratos de mujeres de los 50 y de los 60. Hay un estereotipo de esas mujeres como muy ingenuas, muy sumisas, o bien, todo lo contrario: la idea de tratar de convertir a una mujer de los años 60 en una feminista empoderada de 2020. Ninguna de las dos cosas es cierta; ninguna de las dos cosas funciona. Entonces, me interesaba ver cómo armar un retrato de una mujer de los años 60 que vive, bueno, sí, una vida con muchas más reglas que la que tenemos vos y yo, pero, primero, que en su diario íntimo ella puede ser quien quiera ser.
Eso, para mí, es genial. Cuando leo mis diarios íntimos de los 7 años, los 8 años, los 10 años, a mí no me dejaban hacer nada: era una niña; sin embargo, en mi cabeza, yo viví unas aventuras tremendas. Primero eso: en el diario íntimo todas podemos ser una aventurera. Y, por otra parte, pensar que, igual, esas mujeres tenían deseos e inquietudes mucho más parecidos a los nuestros de lo que creemos. Una mujer que, en esa época, tenía como Jana un trabajo de oficina y una vocación artística, ya era una mujer que estaba muy adelante, solo por el hecho de ir a clases de teatro. Pensá que es la generación de nuestras abuelas: trabajás en una oficina y te vas a clases de teatro. Ya te habla de una mujer que era muy valiente. Quería hablar de esas mujeres que fueron valientes haciendo cosas que hoy nos parecen normales. Al mismo tiempo, me interesaba la comparación con Sabrina, que es una chica que podría ser amiga tuya o mía: académica, investigadora, y que tiene algo que es muy de esta época y muy distinto de Jana, que es el cinismo. Vivimos nuestra época con mucha ironía, con la sensación de que todo ya se ha hecho, de que uno ha llegado a un mundo donde no tiene nada que agregar. Ella tiene una tristeza y una desazón en ese sentido que Jana no tiene: es una mujer de los años 60 que cree que el mundo está para ser cambiado, para ser conquistado. Me interesaba también esa comparación, esa diferencia, y después las mil diferencias que aparecen en sus vidas: cómo cada una se relaciona con los hombres, cómo se relacionan con sus trabajos. Quería investigar esas diferencias con mucha honestidad, con mucha búsqueda de la verdad en el sentido más del detalle.
GV: Una de las diferencias más notables es también cómo se refleja la libertad personal.
TT: Es interesante eso. En la época de Jana era muy difícil; tiene veintipico de años y la madre no la deja salir con el chico que quiere ni tener el trabajo que quiere. Hoy, una chica de 25 años se pelea con su madre y hace lo que quiere. También es verdad que hay algo más angustiante en la época de Sabrina. Como es libre, tiene que hacerse cargo de que si no deja a su pareja o no se anima a ser actriz, es porque no se atreve. Eso la vuelve un personaje más oscuro, sobre todo al principio de la novela. Pero, a medida que encuentra el diario de Jana y redescubre su pasión por investigar, también recupera optimismo, dulzura e inocencia. Porque eso pasa: una puede volverse cínica y oscura cuando pierde el contacto con el deseo, y eso es un poco lo que le ocurre a Sabrina.
GV: ¿Cómo fue el proceso de investigación para recrear la atmósfera del teatro judío en Buenos Aires en los años 60?
TT: Fue súper interesante. La idea de esta novela surgió cuando conocí a una investigadora que es un poco como Sabrina. Se llama Paula Ansaldo, tiene dos años más que yo, y en ese momento estaba haciendo su doctorado sobre el Star System del teatro judío. Venían compañías de Nueva York a Buenos Aires de gira, y yo no sabía nada de eso. Me guié mucho por lo que encontré en su tesis y por las entrevistas que hizo. Me pareció muy bello ese trabajo de reconstruir una historia: sentarte con personas de 85 años para preguntarles qué recuerdan de una obra que vieron a los 15. Es muy fuerte escuchar esas memorias y, a la vez, reconstruir la Buenos Aires de esa época. Fue un trabajo hermoso. Tuve la suerte de que esa tesis ya estaba hecha, porque, de otro modo, yo no habría podido hacer esa investigación. Paula le dedicó cinco años de su vida.
GV: Al escribir La última actriz, ¿qué desafíos específicos encontraste al explorar temas como la identidad femenina, el deseo y la memoria dentro de una narrativa más ficcionalizada que en tus obras anteriores? ¿Cómo fue el proceso de dar forma a estos temas en un contexto narrativo distinto?
TT: Para mí, el desafío de la ficción siempre es que sea inmersiva, que nunca se le vean las costuras ni se note lo que el autor quiere que pienses. Sé que no todas las ficciones son así y que hay autores que escriben de otra manera, pero a mí eso me encanta. Puedo leer otras cosas; muchas veces leo novelas experimentales en las que sé que debo estar atenta al procedimiento y puedo hacerlo desde un lugar más frío. En este caso no quería eso. Quería una novela cálida, que se leyera con avidez, como un policial o un misterio, enamorándose de los personajes. El desafío era que todos esos temas —la memoria, la identidad, el deseo, la duda por el futuro, la ansiedad, la angustia, el resentimiento— estuvieran presentes sin quedar demasiado subrayados. Que el lector pudiera habitarlos como quisiera, no como el autor lo dicta. Ese fue mi desafío: borrar mi presencia en la novela todo el tiempo.
GV: ¿Cómo se relaciona tu experiencia personal como mujer y como escritora con las historias de Sabrina y Jana?
TT: De varias maneras. Yo trabajé en oficina durante cuatro o cinco años y lo sufrí muchísimo. Gran parte de la historia de Jana surge de eso. Tengo muchos amigos que nunca trabajaron en una oficina, que siempre fueron artistas. Yo no tuve esa suerte —al menos no a los 18, ni a los 20, ni a los 22 años—. Recuerdo la angustia de estar encerrada ahí, pensando: “Hace años que estoy acá escuchando a esta gente hablar. No quiero escuchar más gente hablando por teléfono. Quiero silencio y no hay silencio”. Por ejemplo, en un momento trabajé en una oficina de gobierno; duré cuatro meses. Había tanto ruido todo el tiempo que un día me puse a llorar. Un chico de Sistemas vino, me preguntó qué me pasaba, y cuando le dije que no soportaba más, me prestó sus auriculares. Eran muy buenos y tenía ruido blanco para no escuchar nada. Me dijo: “Comprate unos como estos, vas a estar mejor”. Ese tipo de gestos me quedaron grabados. Son experiencias muy valiosas, no sé cómo explicarlo. Las oficinas son mundos interesantes, donde pasan cosas hermosas. ¿Por qué ese chico me quiso ayudar si no me conocía? No lo sé, pero me parece un mundo muy rico, que no siempre veo bien reflejado en la literatura. Muchas veces, cuando leo descripciones de oficinas, noto que quienes las escribieron nunca trabajaron en una. Eso me ponía nerviosa. Por eso, parte de la caracterización de Jana viene de mi experiencia: ser alguien que quería ser artista mientras trabajaba en una oficina.
Sabrina, en cambio, hace una vida académica, algo que también experimenté brevemente. Me licencié, pero después no seguí en ese mundo. Doy clases en la universidad, pero no me doctoré. Muchos de mis amigos sí lo hicieron, así que conozco muy bien sus dinámicas y rencillas de poder. También veo cómo podría haber sido mi camino si no hubiera podido ser escritora. Probablemente habría terminado como académica, como Sabrina. Al principio con cierto resentimiento, pero después con más ganas. Estoy convencida de que habría aprendido a disfrutarlo si hubiera tenido que hacerlo. Las trayectorias de Jana y Sabrina son caminos que, en cierto modo, también transité. Lo que más comparten es ese anhelo, esa pregunta constante: “¿Se me va a armar? ¿Voy a ser actriz? ¿Voy a ser escritora? ¿O no?”. Esa tensión entre el deseo personal y las expectativas sociales, entre lograr algo y convertirse en alguien, atraviesa tanto la época pasada como la actual.
GV: Desde tu punto de vista, ¿cómo han evolucionado las presiones sociales y culturales que enfrentan las mujeres en relación a la identidad, el deseo y la memoria? ¿Qué nuevas formas de resistencia o de expresión has observado en las mujeres de hoy en día para enfrentar estas presiones?
TT: Hoy las mujeres tenemos muchas más libertades que en otras épocas, pero con los trabajos creativos la situación es más confusa. Creo que, en el pasado, era muy difícil para las mujeres volverse artistas, pero al mismo tiempo, el avance del capitalismo ha hecho que hoy también sea cada vez más complicado dedicarse al arte. Lo veo en ciudades como Nueva York, que antes estaban llenas de artistas, pero ya no lo están porque los alquileres son muy caros. Ya no ocurren las cosas que pasaban en los años 70, como ver a 10 artistas viviendo juntos en una casa y creando. Ahora eso ya no sucede. En un mundo cada vez más regido por el dinero, el arte se va volviendo cada vez más escaso, lo que es complicado para el teatro y la literatura, especialmente. Aunque el cine siempre ha estado un poco más vinculado al dinero, el teatro y la literatura lo tienen mucho más difícil.
Es cierto que han mejorado muchas cosas, sobre todo para las mujeres, pero también hay aspectos que hoy están muy complicados. En un mundo gobernado por el dinero, las cosas que no generan ingresos tienen cada vez menos espacio. Eso es una realidad.
GV: En La última actriz, el teatro funciona como un espacio simbólico en las dos épocas. Para ti, ¿qué representa el teatro?
Para mí, el teatro funciona como una metáfora del presente. Hoy nos cuesta mucho estar en el presente. Estamos en un cuarto con alguien y yo estoy con mi teléfono, vos con el tuyo. El teléfono no forma parte del presente, sino que nos protege de él. Me doy cuenta de que, cuando era más chica, ir a un restaurante sola me generaba mucha ansiedad, porque tenía que estar mirando hacia adelante. Ahora, con el teléfono, me siento protegida de ese presente tan intenso, lo cual es útil cuando viajo mucho. También muestra cómo vamos perdiendo paciencia con el presente. El teatro, en cambio, te exige paciencia. Los ensayos, las funciones, y como espectador también, te lo exigen.
Cuando uno va al teatro y la pasa mal, es terrible. Ver una obra mala es mucho peor que ver una mala película. En el cine te sentís menos atrapado. En una obra mala, sientes que estás secuestrado allí una hora, sin poder salir. Cuando el teatro es bueno, la emoción es igual de intensa. Piensas: “Qué suerte lo que me acaba de pasar. Qué suerte de haber presenciado esto, que otra gente no va a ver. Se lo voy a contar a un amigo, pero no lo va a poder experimentar”. Eso, para mí, representa la ambivalencia del presente en el teatro.
GV: ¿Cómo describirías tu evolución como escritora desde El fin del amor hasta La última actriz? ¿Qué nuevas inquietudes o intereses te impulsaron a explorar la ficción y este tipo de narrativa en particular? ¿Qué caminos creativos sientes que se abrieron para ti a partir de esta novela?
TT: En cada libro he hecho algo distinto. Comencé con El fin del amor, que fue un ensayo, luego escribí un libro de cuentos, una novela autobiográfica y fragmentaria, y ahora una novela clásica. Lo que me gusta en cada libro es aprender algo nuevo, por eso cambio de género. Para mí, cada libro es un aprendizaje del instrumento. Me gusta mucho la música y me gusta pensar en la literatura como un instrumento. Siento que adquiero más flexibilidad con él, aprendo a hacer cosas que no sabía hacer, como escribir escenas o diálogos. Creo que se trata de ampliar el repertorio, pero sin dejar de investigar las mismas obsesiones, que creo que los lectores pueden identificar en lo que escribo. EP