
Inspirado por la exposición fotográfica ‘Amazônia’, de Sebastião Salgado, en el Museo Nacional de Antropología, Juan Pablo Calderón Patiño escribe una evocación de la selva.
Inspirado por la exposición fotográfica ‘Amazônia’, de Sebastião Salgado, en el Museo Nacional de Antropología, Juan Pablo Calderón Patiño escribe una evocación de la selva.
Texto de Juan-Pablo Calderón Patiño 12/03/25
Inspirado por la exposición fotográfica ‘Amazônia’, de Sebastião Salgado, en el Museo Nacional de Antropología, Juan Pablo Calderón Patiño escribe una evocación de la selva.
Enjambre de hojas interminables, lianas que asaltan el vacío, rayo solar prisionero de la alborada eterna, gota que se filtra y filtra antes de ser recibida en tierra, danza del viento atrapado entre la agreste vegetación, eco de la bestia escondida, sede del verdor más profundo que suspira en tonos incontables, ruta que serpentea en el efluvio de agua dulce en aparente calma, estela del caimán vigilante, suspiro sin fin que acoge la caída del manantial desde las montañas lejanas, cielo con ríos voladores que calman el destello solar, viento escoltado por guacamayos y papagayos que trazan de color la altura, mundo indescifrable para el hombre de ultramar, valla incógnita del mar terrestre arbolado y pletórico de espíritus jamás vistos, espejo del desierto a mansalva, fronteras naturales con aduanas que trazan los hombres de penacho, larga cabellera y líneas de color en el cuerpo, residencia de entrada libre, pero, por el azar, de salida incierta, respiro que escapa al vértice de la línea nacional para convertirse en espacio universal, intrincado camino al que se le respeta resguardando su esencia que descansa en la inexistencia de escalas para que la vida escurra en más vida… eso es la selva.
La lluvia se confunde con el lagrimeo de los dioses, cuya mirada eterna descansa sobre el púlpito imaginario de la creación. Su bóveda rebasa sus límites, envolviendo al globo con sus pulmones vitales que lanzan una advertencia; la supervivencia de la selva es la del hombre, que insiste en devorarla como un demonio. Las fronteras de la selva son la imagen de la barbarie y reflejan con insistencia la autodestrucción de todos. Desde las fauces de la enredadera botánica más sublime se cuela el cacicazgo y el opresor, pero también, desde sus profundos adentros, emergen la resistencia, la lección de la sobrevivencia y el bálsamo que obtiene quien la admira y le habla con respeto. ¿Otro desierto? ¿O el recordatorio de que la tarea del educador moderno no es podar las selvas sino regar los desiertos?, como escribió Staples Lewis.
El zoom de Sebastião Salgado es una oda interminable para la primera aduana del alma, la vista. Su Amazonas y sus habitantes, bucólicos entre infinitos verdes, es como el magma a la nieve, como el rayo de luz que penetra la oscuridad. Nadie puede revertir al Amazonas como la más grande selva del planeta, pero entre selvas la vida se enlaza en un soplo para el planeta. De la Lacandona al Darién, de Java a los Tuxtlas, de las selvas de India a la profundidad del Congo, cada jungla retrata las palabras del gran Rudyard Kipling en El Libro de la Selva, cuando sentenció que “la selva es vasta y salvaje, pero siempre hay un lugar para aquellos que se atreven a soñar”. EP