Vicente Rojo y la palomilla

Aunque quizá él no estaría de acuerdo, Vicente Rojo (Barcelona, 1932) tiene buena memoria. Cuando me miró recordó de inmediato que la primera vez que me abrió la puerta de su estudio en Coyoacán fue para hablar de un personaje que a mí me intriga y que para él es parte de sus afectos. Nos […]

Texto de 18/02/19

Aunque quizá él no estaría de acuerdo, Vicente Rojo (Barcelona, 1932) tiene buena memoria. Cuando me miró recordó de inmediato que la primera vez que me abrió la puerta de su estudio en Coyoacán fue para hablar de un personaje que a mí me intriga y que para él es parte de sus afectos. Nos […]

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Aunque quizá él no estaría de acuerdo, Vicente Rojo (Barcelona, 1932) tiene buena memoria. Cuando me miró recordó de inmediato que la primera vez que me abrió la puerta de su estudio en Coyoacán fue para hablar de un personaje que a mí me intriga y que para él es parte de sus afectos. Nos sentamos e inmediatamente comienza a platicar más de ese personaje, me da recomendaciones, más salidas. Entiendo que a él lo intrigaba –y lo intriga- tanto como a mí. Sin querer ese quien fuera su amigo y compañero del proyecto Nuevo Cine se sienta con nosotros; quizá por ello se enfoca en recordar a esos otros que también estaban creando.

Vicente insiste que la Generación de la Ruptura “no existiría sino hubiera existido la ruptura en cine, teatro, música. En aquel entonces los importantes eran Alejandro Jodorowsky, José Luis Ibáñez, Juan Ibáñez en teatro, Joaquín Gutiérrez Heras en música, Raúl Cossío en música, la poesía José Emilio Pacheco”. Defiende la presencia de esos otros y de todas las artes también en el artes, ¿quiénes serían sin Los Contemporáneos, Octavio Paz, José Gorostiza, Carlos Pellicer, Xavier Villaurrutia? “La ruptura empezó con otros como Tamayo, Lazo, Michel, Mérida.. que estaban ahí ya abriendo brecha”. Pero además del término ruptura, se incomoda que los aglutinen “Nunca fue un grupo, éramos amigos, nunca hubo un manifiesto. Cada uno hacíamos nuestro trabajo a nuestra manera”.

La independencia, la diversidad, la particularidad de la obra en lo individualidad es precisamente parte de su legado, por ello le gusta más, como a la mayoría de sus compañeros de generación, la palabra “apertura”, ésta incluye interdisciplinariedad y a sus amigos escritores, cineastas, teatreros, poetas, narradores, ensayistas.

Lo escucho y observo a un hombre al que le ocupa el amor fraternal. Lo sé no sólo porque a cada momento se disculpa por olvidar los nombres, un olvido inexistente porque no para de mencionarme nombres ni de mencionar otros que me puedan ayudar en la persecución de mi personaje. “¿Ya hablaste con José de la Colina?”. Su voz es queda congruente con su timidez, una que paradójicamente nunca ha sido una limitante para ser amiguero. Hasta la fecha mantiene un vínculo muy fuerte con Manuel Felguérez, compañero de generación en libros, y con otros personajes que se ha ido encontrando en el camino como Fernando González Gortázar.

Desde que llegó a México no ha hecho otra cosa más que hacer amigos y trabajar. Eso explica su obra plástica, su presencia escultórica en espacios públicos y su huella en el diseño mexicano. Su nombre está en la historia de Ediciones Era, de Imprenta Madero, de La Jornada, de la Revista de la Universidad, de los suplementos culturales… una diversidad en el hacer como en su variedad de amistades. Es un hombre silencioso, de gestos mínimos, aún así se le escapa un esbozo de sonrisa al recordar sus reuniones con el Nuevo Cine o sus comidas con “los Gabo, Alicia y Emilio (García Riera) y Adriana Roel y La Bruja”. Se le escapa un poco de nostalgia pero ese recuerdo lo ayuda a regresar no al presente sino al futuro. La ausencia duele, pero también advierte sobre la urgencia de seguir creando.

Su estudio está en orden pero no estático, se vive el proceso. Vicente es un hombre que sabe estar en la realidad, por ello no se arrepiente de lo hecho: “porque replantear algo significaría que estoy detenido, y yo sigo haciendo mi trabajo como lo he venido haciendo desde mis cuatro años cuando quería aprender a pintar. Tenía todo el tiempo papeles, lápices en la mano, me la pasaba dibujando, queriendo aprender a dibujar un caballo, por cierto hasta la fecha no he aprendido. Tenía ese gusto y lo he mantenido hasta este momento”.

Al arribar en México supo que se quedaría, llegó con su bagaje y con las ganas de aprehender la luz y lo mexicano en su pintura: “He tenido y tengo muchas referencias evidentemente con el arte prehispánico, esa geometría primera que empecé a sentir sin darme cuenta de lo que estaba significando para mí, fue muy importante y creo que me ha acompañado toda la vida, incluyendo al barroco y el arte popular. Luego ya tuve otras enseñanzas que fui viendo en un viaje que hice a Europa en mi adultez, como las texturas de Antoní Tapies, de Jean Dubuffet… García Ponce me reveló a Paul Klee… También Marcel Duchamp fue importante, pero a partir de los escritos de Octavio Paz, con quien diseñé y edité un libro-maleta. Me atrapó la visión de Octavio, tanto que ese fue el comienzo de mi siguiente serie: “Negaciones”.

Rojo no para de trabajar. Al talento se le suma la disciplina. Y así, trabajando, ha construido su red. Aquel jovencito que desempacado de Barcelona se estrenara como asistente de diseñador en el INBA, con Miguel Prieto de guía, cumple este 2019 cumple 87 años y 70 de vivir en México, de construir y de contagiarse por los mitos originales desde la parte estética y geométrica que se ve en su obra: “Tengo los mitos indígenas muy intensos pero muy poco conocidos y eso me gusta porque si los conociera mucho me estarían creando confusión. Me atrae el misterio prehispánico, por ser algo no concreto. Me atrae la ambigüedad, lo misterioso. En ese momento también me atraía la época colonial y el principio de ruptura, que era Tamayo, básicamente y al mismo tiempo Carlos Mérida y otros pintores más jóvenes como Pedro Coronel”. Hay una foto ya clásica en la que toda su generación aparece con Pedro Coronel, de quien cuentan su simpatía era tanta como su talento. Un hechizo del que nadie escapaba ni Rojo.

Vicente no se considera un “rupturista”. “No sé si mis compañeros tenían alguna vocación o intención de cambio. Yo no, yo nunca he tenido eso. Por ejemplo, en diseño gráfico a veces me dicen ‘no es que tú renovaste el diseño gráfico’. Y yo respondo no, porque para renovar algo hay que pensar esto está muy mal, yo nunca vi que hubiera nada mal detrás de mí. Simplemente, yo hacía mi trabajo como creía que debía hacerlo. En esa época a lo que me enfrentaba era la figuración. Me cuestionaba la figuración respecto a mi camino en la abstracción”.

Tampoco considera que haya hecho una escuela en diseño. Para él producir ha sido un gozo, un privilegio. “Muchos de los trabajaron conmigo me consideraban su maestro, pero ellos no se daban cuenta de que ellos eran mis maestros. De que yo era muy astuto y me podía permitir mejorar mi trabajo a partir de lo que ellos hacían”. Sin duda es un gran observador, un artista curioso que todo el tiempo está aprovechando la imagen perdida, atrapando la anécdota visual para reconfigurarla en su obra.

Con esa misma agilidad que aún sigue nutriéndose de lo que ve, se alimentó de sus amigos. Supongo que por ello han sido tan importantes en su desarrollo creativo. ¿De qué hablará hoy con Felguérez? ¿Se reunirán a recordar? Lo dudo. Es un hombre que sabe tiene el deber de aprovechar el tiempo, como lo ha hecho. La charla se ha extendido más de lo imaginado. Agradezco su generosidad, y vuelve a sorprenderme su memoria. “¿Ya habló con Ripstein? Él, estoy seguro podrá ayudarle, él también era parte de la palomilla”.

Tiene razón, la Generación de la Ruptura no existiría sin La Palomilla.EP

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