Efluvio estival

Leandro Arellano nos ofrece la crónica de un pequeño viaje a la ciudad de Guanajuato, donde las luces y los colores del atardecer invitan a los sentidos a soñar despiertos.

Texto de 20/02/25

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Leandro Arellano nos ofrece la crónica de un pequeño viaje a la ciudad de Guanajuato, donde las luces y los colores del atardecer invitan a los sentidos a soñar despiertos.

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Geografía pura. La serenidad de la atmósfera abre los poros con suavidad para que los primeros rayos de sol penetren con su luz, abarcando toda superficie. Era uno de esos días cuando la naturaleza exhibe con esplendor sus atributos. La quietud del aire lo tornaba un día apacible. Agosto avanzaba imperturbable, aportando su cuota de luz y humedad al señorío del verano.

“Era uno de esos días cuando la naturaleza exhibe con esplendor sus atributos.”

La estación lluviosa había dibujado ya de verde casi todo espacio abierto. El día fue elegido al azar, un día común como otros, salvo que había que realizar un viaje corto a otra ciudad cercana. Ese día, lo extraordinario lo representaba el viaje, por corto que fuese. Todo viaje es un alivio moral. Todo viaje suelta las amarras de la rutina, nos libera del día a día, desata el hábito cotidiano.

En las primeras horas de la tarde enfilamos hacia la carretera. La ruta: San Miguel de Allende a la ciudad de Guanajuato. Se trataba de un viaje relámpago a la capital del estado para realizar dos que tres gestiones, como renovar los contratos de aprovisionamiento de insumos y materiales que demanda nuestro taller y el almacén de un miembro del Consejo Universitario. ¿Por qué la ciudad de Guanajuato y no León o Celaya para nuestro abastecimiento? Generoso lector: esta nota aspira a destacar las maravillas del viaje y no los motivos del mismo.

La cita que a mí me concernía estaba agendada para las cuatro de la tarde en las oficinas del presidente de la compañía proveedora. Poco más de una hora demanda el trayecto en automóvil entre San Miguel y la ciudad de Guanajuato. Una hora es un decir, pues los tiempos actuales cargan consigo la advertencia o predicción malthusiana, que para efectos prácticos se expresa en el volumen cada vez mayor de personas y de automóviles en todas partes.

Esa situación, aunada a la agobiante violencia criminal presente aquí y allá, impide cualquier garantía de cumplir el tiempo promedio. Como fuere, ese lapso y ese recorrido resultaron un agasajo para los sentidos.  

Apenas ingresamos a la carretera, un mar de luz, el efluvio de tonos y colores de la naturaleza desbordados sobre el camino, nos envolvió. No me distraían la conversación con mi colega ni los documentos en mis manos que consultaba a menudo.

La carretera mantuvo su disponibilidad y hasta cierta complacencia. El tránsito vehicular permaneció tranquilo y regular. Se trata de una de las rutas más antiguas y transitadas en la región. Al viajar sin estar pendiente del trayecto, con la vista, sin la responsabilidad del volante, uno se da cuenta de si hay tránsito en la cantidad de veces que se usa el freno o el acelerador. Mi compañero de viaje considera que, a pesar de ser un estado tan acaudalado como Guanajuato, hay cierta precariedad en las carreteras, y más aún entre dos municipios tan privilegiados. ¿Cómo se establecen las prioridades? ¿Quién es responsable?

Mi compañero de viaje se hallaba al volante; le apasiona conducir y posee gran habilidad. Es experto en marcas y características de los automóviles. Tiene sus razones para residir en San Miguel y acudir cada día a su trabajo hasta la capital del estado, en cuya universidad se graduó como arquitecto. 

Aunque un amigo escritor considera exagerada la fama de San Miguel, la ciudad no solo mantiene el turismo como su principal actividad económica, sino la agricultura. Abundan los elogios a la belleza de San Miguel. A mediados del siglo diecinueve, un escritor tan sobrio como Manuel Payno escribe: “Estoy ya dentro de San Miguel el Grande, dentro de esa ciudad donde todo es amable, donde todo es bello”; y en fechas más cercanas a nosotros, el historiador y crítico Francisco de la Maza abunda en elogiosos comentarios sobre San Miguel.  

Dorada orografía. “Cuando Dios da, da a manos llenas”, reza un proverbio conocido. “Pocas cosas puede haber tan hermosas a la vista como la perspectiva de la ciudad de Guanajuato, contemplada desde alguna de las muchas alturas de que está rodeada”, escribió el canónigo Lucio Marmolejo. En efecto, el perfil y el carácter de la ciudad de Guanajuato la hacen una de las más bellas del país, en una nación dotada.

En menos de un par de horas despachamos los asuntos que nos ocupaban e iniciamos el retorno. Habían transcurrido escasos minutos después de las cinco cuando dejamos atrás los suburbios para salir a campo abierto. El contorno natural es propio de la región del bajío mexicano, de la meseta de la zona. Viajaba yo en el asiento del copiloto y el sol quedaba a nuestras espaldas. La casualidad nos regala a ratos visiones o vivencias exquisitas. Pocos sucesos humanos conmueven tan hondamente como la visión de un paisaje. Ocurren de manera sorprendente, sencilla, rápida e inesperada, como tienen lugar los grandes hechos. Acaso la única cuota que exigen es que sepamos valorarlas, que poseamos la sensibilidad que demanda su manifestación. Entre las mayores, entre las más enriquecedoras se encuentran el paisaje y las maravillas producidas por la naturaleza. ¿Y qué otra cosa es la naturaleza, sino Dios?, se preguntaba Fray Luis de Granada.

Una puerta infinita se abrió a la vista y a la percepción de todos los sentidos. Una capa multicolor, azul, verde y ambarina se desdobló ante nuestros ojos anhelantes y se extendía al paso del automóvil que nos transportaba. El historiador Pompa y Pompa ha descrito la comarca destacando algunos rasgos característicos: el clima semiárido, la fertilidad de la tierra, la prevalencia de la cultura agrícola y el temple de la población, gente a la que considera una simbiosis de lo mexicano. La cadena montañosa de la serranía guanajuatense, iluminada por descargas reposadas de tono ambarino, capas de aire bañadas de tonos teñidos de miel: la majestuosidad de la visión y los tonos de la tarde se impusieron. Obediente y recatada, nuestra sensibilidad nos demandó silencio durante el resto del trayecto. De algún modo, la belleza convoca al silencio. Una sensación que los niños captan mejor que los adultos.

La serenidad de montes y colinas que flanquean el camino acumula pausadamente la energía concentrada en los pequeños valles y llanuras que lo bordean por los cuatro costados. Aquella muralla pétrea nos rebotaba, purificada, una fragancia montañosa, una depurada multitud de aromas. El aroma de las hierbas guardianas que se manifestaban orgullosas. La marcha y la visión escarpada —toda proporción guardada— nos evocaban el amotinamiento montañoso alrededor de las carreteras austriacas.

“capas de aire bañadas de tonos teñidos de miel…”

Brevedad del viaje. El regreso consumió poco más de una hora. En el trayecto prevaleció —todavía— la luz solar; solo a la distancia se advertían nubes cargadas. A San Miguel ingresamos cuando se anunciaba la noche. La vastedad de un cielo oscurecido relevaba velozmente al paisaje iluminado y multicolor de la campiña. Una purísima virginidad de signos coronaba la opalina inmensidad. EP

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