Modus vivendi: Días Perfectos: oda a la vida interior

Ricardo Kostova discute sobre la espiritualidad y la vida interior a raíz de ‘Días Perfectos’, película japonesa dirigida por Wim Wenders.

Texto de 21/03/25

Tokio

Ricardo Kostova discute sobre la espiritualidad y la vida interior a raíz de ‘Días Perfectos’, película japonesa dirigida por Wim Wenders.

¿La felicidad o bienaventuranza puede esconderse tras el velo de un día común y ordinario? Con dicha pregunta en mente, hemos de dirigir nuestra mirada y reflexión habitual hacia la película japonesa Días Perfectos (Perfect Days, 2023), dirigida por el cineasta alemán Wim Wenders, el mismo director que nos obsequió El cielo sobre Berlín, Las alas del deseo (Der Himmel über Berlin),1 así como Paris, Texas. En las líneas siguientes, procuraremos centrarnos en los elementos filosóficos y teológicos de la cinta, sin detenernos demasiado en escenas particulares, con la finalidad de que quienes aún no la han visto puedan disfrutarla y para que los que tuvieron el gozo de toparse con ella enriquezcan su visión sobre el largometraje.

La premisa es simple, al menos en apariencia: nos adentramos en la cotidianidad de un hombre de mediana edad que se dedica a limpiar baños en Tokio. Hirayama (Kōji Yakusho) pasa sus días en medio de ordinarios quehaceres: despertar temprano por la mañana (sirviéndose, como alarma, únicamente del sonido que produce su vecina al barrer las hojas), alistarse para el trabajo, cuidar de sus plantas con ternura y esmero, gustar tanto de la música que le provee su singular colección de casetes, como de las vistas que ofrece el paisaje urbano mientras conduce, desempeñar sus labores con admirable diligencia y atención —llegando incluso a comprar de su propio bolsillo distintos utensilios para que su labor de limpieza sea más eficaz—, almorzar al aire libre, tomar alguna fotografía de la naturaleza, ducharse en el baño público o sentō (銭湯), cenar en un izakaya (居酒屋), pasear en bicicleta y observar el imponente Tokyo Skytree, para luego ir a casa y adentrarse en alguna lectura antes de dormir. Al día siguiente, dicho ciclo se reanuda.

Lo anterior podría resultar tedioso para el espectador ansioso o impaciente; no obstante, la historia ofrece vívidamente los elementos fundamentales de la “vida interior”, un ámbito central de la existencia que tristemente es cada vez más escaso. La narrativa ejemplifica una de las sentencias más hondas del sacerdote y escritor español san Josemaría Escrivá de Balaguer: “Por eso, no me canso de repetir que hemos de ser almas contemplativas en medio del mundo, que procuran convertir su trabajo en oración”.2 Hirayama cumple en gran medida con tal imperativo o encomienda: ser un alma consagrada a la contemplación en medio del mundo. El empeño con que realiza sus labores representa la esencia de la “santificación del trabajo ordinario” de la que hablaba el apóstol de Barbastro. Esto último implica mantener una visión sobrenatural de lo que hacemos en nuestra jornada. El ahínco del personaje ilustra una de las Definiciones pseudoplatónicas, el “amor al trabajo”: “Capacidad de llevar a término lo que se ha elegido; tenacidad voluntaria; aptitud irreprochable para el trabajo”.3 Incluso teniendo tal disposición, su solicitud y concentración no le impiden ayudar a otros, dando constantes muestras de servicio y caridad; su ejemplo nos ayuda a comprender que jamás uno está tan ocupado como para dejar de hacer el bien.

A la par de su afición por los ecos del pasado —que van desde The House of the Rising Sun de The Animals hasta Feeling Good de Nina Simone—, nuestro protagonista es un alma amable que sabe habitar el silencio; sus escasas palabras son por ello sobrias, meditadas y apacibles. Lo anterior nos trae a la memoria lo dicho por el teólogo y filósofo santo Tomás de Aquino: “El alma se hace prudente y sabia en la quietud”.4 O bien la sabiduría proverbial del Antiguo Testamento: “Quien ahorra palabras domina la ciencia, el hombre reservado es inteligente”.5 El silencio al que nos invita la cinta hace que por algunos instantes los pensamientos de Hirayama sean audibles, pero sobre todo nos sugiere que la actividad de “pensar” es imprescindible para lograr una vida auténticamente feliz. Aprender a pensar implica aprender a permanecer en la sacralidad del silencio y el reposo; solo así el alma emprende un diálogo interior con ella misma, lejos del estruendo y la algarabía del exterior.

Vemos en la historia de Hirayama un ejemplo de quietud, ecuanimidad, orden y repetición, aunque no por ello catalogaríamos su vida de rutinaria o fatigosa; en todo caso, su jornada comprende una serie de meticulosos hábitos o rituales. La película ofrece una pertinente reflexión sobre la importancia de ritualizar nuestros días, incluso si se trata de las actividades más simples o cotidianas. Los rituales no son meras manías o caprichos sin fundamento, sino que parece que constituyen una condición necesaria para conformar una vida dichosa y alegre. La vida interior de la que venimos hablando se acompaña de una dimensión religiosa que llamamos “vida de piedad”; esta última se conforma de múltiples manifestaciones y gestos encaminados a rendir culto y expresar veneración, adoración y amor por lo divino. Vemos cómo la serenidad secreta de Hirayama no es de naturaleza secular, sino que brota de una ordenada y dedicada piedad religiosa, la pietas de los latinos o la εὐσέβεια (eusébeia) de los griegos, misma que Platón indaga en un breve diálogo titulado Eutifrón o Sobre la piedad. En dicho texto lo “pío” se describe provicionalmente como lo amado o lo agradable a Dios, así como una forma de justicia, o bien como el cuidado de nuestra relación con el orden divino. Ser piadoso implica cultivar precisamente este vínculo.

El conserje de The Tokyo Toilet6 externa su respeto hacia los sacerdotes shintō (神道)7 con los que se cruza en el camino. Igualmente realiza las reverencias correspondientes al pasar por las puertas torii (鳥居) de algún santuario. Su relación con lo divino se fundamenta en la naturalidad; su religiosidad es sencilla y espontánea, sin artificios o rarezas que induzcan la risa. De cualquier manera, ¡cuán bello hubiese sido verle visitar la esplendorosa Catedral de Santa María de Tokio, la elegante Iglesia de Ueno o la Antigua Catedral de San José! Es notable que uno de los baños que el protagonista constantemente asea, llamado Amayadori (あまやどり) (‘refugio de lluvia’), fue diseñado por el arquitecto autodidacta japonés Tadao Andō, el autor de la singular Iglesia de la Luz o Ibaraki Kasugaoka kyōkai (茨木春日丘教会) en Osaka. Esta sutil atmósfera religiosa que nos ofrece el filme se compagina con el espíritu del pensamiento japonés, pues la filosofía japonesa es en gran medida un intento por unificar religión y filosofía. Uno de los pensadores más importantes de la “Escuela de Kioto”, Kitarō Nishida, insistió en la conexión entre el sentimiento religioso y el quehacer del pensamiento. Por ello sostenía que: “La mente religiosa está presente en cualquier persona. Quien no se percate de esto no puede ser filósofo”.8 La idea de fondo es que el ser humano es un animal religioso por naturaleza, y que en el uso natural de su propia razón residen las preguntas sobre su origen y finalidad. Vemos en Hirayama cómo la naturaleza humana puede contener un elemento de salvación; aquel que desconoce el nombre de Cristo puede concluir racionalmente en la praxis del bien.

Días perfectos nos adentra en la mística presente en un baño público. Somos testigos de cómo el protagonista se complace en contemplar los patrones y la simetría de un tamiz urinario, del mismo modo que Kepler buscó patrones en la naturaleza para desvelar sus leyes. El personaje es alguien con una desarrollada capacidad de asombro; recordemos que, según Platón, la admiración, asombro, perplejidad o Θαύμα (thaúma) es el origen de la filosofía: “(…) pues experimentar esto que llamamos la admiración es muy característico del filósofo. Este y no otro es, efectivamente, el origen de la filosofía”.9 Aristóteles, por su parte, señala que: “Los hombres —ahora y desde el principio— comenzaron a filosofar al quedarse maravillados ante algo”.10 Hirayama se maravilla con aquello que para otros pasa desapercibido o inadvertido. Es alguien que se permite ser asaltado constantemente por digresiones y pausas, espacios para que el asombro y la contemplación de hecho ocurran. La elección de sus libros no es escrupulosa, sino que atiende a sus necesidades anímicas; durante sus visitas a la librería de segunda mano podríamos decir que lo que guía su decisión es la intuición.

Los múltiples encuentros que van hilando la historia también encierran una profunda significación: finalmente la vida, en sí misma, se compone de encuentros o concurrencias. La repentina e inesperada visita de su sobrina, Niko (Arisa Nakano), supone una emotiva disquisición sobre la caridad y la importancia del presente. Durante el paseo que ambos realizan por el puente Sakurabashi (桜橋), dialogan sobre la pluralidad y la unidad del mundo. Hirayama afirma: “El mundo está hecho de muchos mundos, algunos de ellos se conectan y otros no”. Lo anterior viene a cuento por la supuesta incompatibilidad entre la vida del protagonista y su hermana Keiko (Yumi Asō), la madre de Niko, una mujer pulcra, firme y exitosa en términos convencionales, misma que lamenta profundamente el oficio de su hermano. La presencia de Keiko le recuerda al espectador la presunta miseria y deshonra implícita que no pocos atribuyen al hecho de formar parte del personal de limpieza. No obstante, hasta ese momento solo sabíamos que Hirayama era un hombre alegre y dichoso; su modo de vida (modus vivendi) no nos sugiere que sea un alguien atormentado o afligido. Todo lo contrario, se nos manifiesta su ecuanimidad en la vida diaria, pese a las contrariedades e inconvenientes que pueden llegar a surgir, por lo que la lástima que siente su hermana es eclipsada prontamente por este hecho.

Uno de los momentos más especiales de la película es la aparición de una sentencia: “Kondo wa kondo. Ima wa ima” (今度は今度、今はいま), cuya traducción literal es: “La próxima vez es la próxima vez. Ahora, es ahora”. Aunque preferimos la interpretación: “Al rato es al rato. Ahorita es ahorita”. Con estas palabras el protagonista exhorta a su sobrina a valorar el presente, la invita a habitar el sagrado “aquí y ahora” (hic et nunc) planteado por Cicerón. Ambos concluyen entre cantos este singular aforismo o kōan (公案), mismo que se mantiene en consonancia con lo dicho por Cristo durante el célebre sermón del monte: “No os afanéis, pues, por el día de mañana, que el día de mañana traerá su propio afán. Bástenle a cada día sus propias preocupaciones”.11

A la par de la indagación del presente absoluto y la perfección de lo simple, vemos cómo Hirayama no tiene mayor problema en ceder en sus gustos para dar alegría a los demás, esperando pacientemente a que alguien termine de usar el baño para volverlo a limpiar, o dándole a Niko un tiempo adicional para ducharse, incluso cuando pareciera que sus actividades están meticulosamente cronometradas. Lo anterior se asemeja al relato del monje y el manantial, una historia que ilustra el valor de los ofrecimientos hechos para hacer la vida agradable a los demás: cierto monje se encontraba dedicado a la oración en una ermita en medio del bosque. Todos los días salía a recoger leña para cocinar y apaciguar el frío durante la noche; en el camino de vuelta a su hogar a menudo se encontraba con un manantial de agua fresca y cristalina, pero se negaba a beber de su corriente como una mortificación u ofrecimiento a Dios. Así, al caer la noche, veía cómo el Creador del universo hacia parpadear una estrella en el cielo nocturno como señal de agradecimiento por su gesto. En una ocasión, sin embargo, el monje recibió a un joven novicio a quien tenía la encomienda de instruir, por lo que ambos compartían los distintos quehaceres y los momentos de oración. Durante la tarde fueron en busca de leña como era su costumbre y se encontraron con el manantial. El muchacho estaba exhausto y al ver el agua sus ojos se llenaron de brillo y alegría por lo que exclamó: “¡Esto debe ser un obsequio de parte del Señor!” El experimentado monje sintió ternura y una secreta compasión por el novicio, por lo que ambos bebieron y se refrescaron. Ya en el camino de vuelta el anciano anacoreta se sintió triste al pensar que aquella noche no vería la estrella parpadear en la bóveda celeste. No obstante, su sorpresa fue que, esa noche, cada estrella del firmamento brilló con un fulgor insospechado.

Por otro lado, una de las melodías que motivan la trama y el nombre de la película es Perfect Day, del músico y guitarrista estadounidense Lou Reed. El estribillo final de esta canción apunta: “Vas a cosechar justo lo que siembras” (You’re going to reap just what you sow), lo que supone una fiel reproducción de lo dicho por san Pablo en una de sus Epístolas, dirigida a los Gálatas: “Lo que cada uno siembra, eso mismo cosechará”.12 Ello nos estimula a repensar la importancia de cada acción. En esa misma línea, podríamos enunciar el pensamiento que popularmente se le atribuye al célebre filósofo y educador chino Confucio: “Todo hombre tiene dos vidas. La segunda empieza cuando se cae en cuenta de que solamente se tiene una”.

¿La escena donde Hirayama ayuda a un niño pequeño llamado Yosuke (Kisuke Shimazaki) a buscar a su madre es una referencia a Sōsuke (personaje de la película Ponyo de Studio Ghibli)? ¿O se trata de una escena que ejemplifica el lenguaje del mundo (lingua mundi) y la correspondencia que existe entre mundo interno (contenido) y externo (forma)? No sabemos.

El itinerario del día de descanso de nuestro personaje tampoco ofrece demasiadas variaciones: se coloca su reloj, se dedica a lavar ropa y a limpiar su hogar, revela las capturas de su cámara analógica Olympus Mju para después clasificarlas y tomar una plácida siesta. Con suerte visitará el Izakaya Nove, un agradable bar atendido por una cálida cantante, Mama (Sayuri Ishikawa), misma que logra robarle algunas sonrisas al tímido protagonista —en otro momento también se ve el efecto que su sutil encanto despierta en la joven Aya (Aoi Yamada). De cualquier manera, los días de descanso de Hirayama ilustran lo dicho por san Josemaría: “El que se entrega a trabajar por Cristo no ha de tener un momento libre, porque el descanso no es no hacer nada: es distraernos en actividades que exigen menos esfuerzo”.13

Los claroscuros de la existencia están bien representados en el filme a partir de dos conceptos clave: la sombra o kage (影) y Komorebi (木漏れ日), una palabra japonesa que se refiere a la danza que las sombras de las hojas ejecutan mientras las atraviesa la luz del sol y son movidas por el viento. Tras una constante reflexión de dicho fenómeno, nos preguntamos: “¿Las sombras superpuestas se ven más oscuras?, ¿o simplemente se mezclan entre sí?”. En algún momento se nos ofrece la cuestión anterior, que se puede traducir en una nueva duda: “¿Las soledades superpuestas dan origen a la sensación de estar en compañía?, ¿o simplemente se transforman en soledades mezcladas entre sí?”.

La frecuente coincidencia entre Hirayama y una mujer silenciosa (Mijika Nagai) durante el almuerzo, así como con un hombre sin hogar (Min Tanaka), también nos revela la resonancia y el reconocimiento que ocurre entre los espíritus contemplativos. Nos sugiere que los sucesos en las profundidades del alma también tienen incidencia en nuestra percepción, en lo que vemos y en quienes reconocemos. No son pocas las similitudes entre aquel hombre que abraza los árboles, realiza danzas a la mitad de la calle14 y lleva ramas en la espalda y el propio Hirayama.

Podríamos decir que Días perfectos es un apacible ensayo sobre una vida bien lograda, sobre el pudor que impera en un alma delicada, sobre los espontáneos vínculos y juegos que se dan entre extraños, así como sobre el papel de los sueños en la vida espiritual: “La persona que está soñando se sumerge en los estratos más profundos del ser (…) El dormir y el sueño son sedes privilegiadas de la verdad”.15 Son numerosos los paralelismos entre esta película y el libro del prolífico filósofo surcoreano Byung–Chul Han, Vida contemplativa: elogio de la inactividad. Ambas obras poseen una esencia semejante en contenido y forma. Esta historia es un recordatorio de la delicia que implica respirar pausadamente, observar el cielo, escuchar las aves, y de que vale la pena actuar con esperanza. También de que la felicidad o εὐδαιμονία (eudaimonía) merece todo nuestro esfuerzo y que depende directamente de nuestra capacidad de aceptación y de nuestro amor por el destino (amor fati) y por el misterioso curso de la Providencia. Nos recuerda que es más sabio, alegre y bienaventurado el que sabe contentarse con poco y que el principal ingrediente para tener días perfectos es ser buenos, nuestra necesidad vital más importante. EP

  1. Dicho filme ejemplifica lúcidamente la figura platónica del amor alado o ἔρως πτερόν (éros pteróν), la cual es descrita por el filósofo de las espaldas anchas principalmente en el diálogo titulado, Fedro o Sobre el amor. []
  2. San Josemaría Escrivá de Balaguer, Surco, punto 497. []
  3. Pseudo Platón, Definiciones, 412c. []
  4. Santo Tomás de Aquino, Suma contra los gentiles, Libro I, Capítulo 4. []
  5. Proverbios 17, 27. []
  6. El atractivo proyecto arquitectónico que inspiró la película, el cual de 2020 a 2022 conjuntó a 16 arquitectos de renombre y distintas nacionalidades para rediseñar 17 baños públicos en el frecuentado distrito de Shibuya. []
  7. El sintoísmo es la religión étnica de Japón, posee un carácter politeísta y animista, es en conjunción al budismo la forma de religiosidad más extendida en dicho país. Para ahondar en la presencia y expansión del cristianismo en la Tierra del Sol Naciente exhortamos al lector a consultar el libro: Los cerezos en flor de José Miguel Cejas. []
  8. Kitarō Nishida, La lógica del lugar de la nada y la cosmovisión religiosa, en Pensar desde la nada, p. 70. []
  9. Platón, Teeteto, 155d. []
  10. Aristóteles, Metafísica, 982b10. []
  11. Evangelio según san Mateo 6, 34. []
  12. Gálatas 6, 7. []
  13. San Josemaría Escrivá de Balaguer, Camino, punto 357. []
  14. Los meneos y juegos de este personaje podrían aludir a la técnica japonesa Katsugen Undō (活元運動), misma que consiste en la realización de movimientos involuntarios que surgen de manera natural y espontánea. []
  15. Byung–Chul Han, Vida contemplativa: elogio de la inactividad, p. 20. []

DOPSA, S.A. DE C.V