
En estas Líneas perdurables, Jaime Septién nos presenta dos poemas de Francisco de Rioja, quien medita sobre la brevedad de la vida y la belleza que se esconde tras el fugaz momento.
En estas Líneas perdurables, Jaime Septién nos presenta dos poemas de Francisco de Rioja, quien medita sobre la brevedad de la vida y la belleza que se esconde tras el fugaz momento.
Texto de Jaime Septién 31/10/25

En estas Líneas perdurables, Jaime Septién nos presenta dos poemas de Francisco de Rioja, quien medita sobre la brevedad de la vida y la belleza que se esconde tras el fugaz momento.
Fue célebre por un tiempo. Luego se supo que él no había sido el autor ni de A las ruinas de Itálica (escrita por el Conde de Cedillo) ni de la Epístola Moral a Fabio (escrita por Andrés Fernández de Andrada). Sin embargo, el juicio póstumo se ha quedado con unos cuantos poemas suyos, especialmente sus silvas a las flores. Francisco de Rioja (Sevilla c. 1583 – Madrid, 1659) estuvo ligado al Conde-Duque de Olivares y a Felipe IV, del cual fue bibliotecario y cronista.
El tema de la fugacidad de la vida y de las cosas que pueblan el mundo es el predilecto por Rioja. Todo es frágil, huidizo, pero en esa fragilidad se esconde la belleza. “Detente, instante, eres tan bello”, escribió Goethe en el Fausto. Y el poeta sevillano lo descubre y lo describe en una silva métrica que merece su lugar en la historia de la literatura española:
Pura, encendida rosa,
émula de la llama
que sale con el día,
¿cómo naces tan llena de alegría
si sabes que la edad que te da el cielo
es apenas un breve y veloz vuelo,
y ni valdrán las puntas de tu rama
ni tu púrpura hermosa
a detener un punto
la ejecución del hado presurosa?
No es pesimismo edulcorado. No es pretensión de melancolía. Es la observación de las flores y de las ruinas donde se realiza la fusión —casi se diría— absoluta entre lo que es bello y lo que es mortal. Las composiciones de Rioja abarcan una gama extensa de flores además de la rosa roja. También la arrebolera, la rosa amarilla, el clavel, el jazmín… Todas ellas hablan de lo transitorio que es el vivir.
La contemplación de la rosa es importante. Nace y muere pronto. Pero en ese breve intervalo es síntesis simbólica de la alegría. El despliegue de su rojo encendido es un derroche de felicidad, una explosión de recursos para embarazar el aire, una grandiosa colección de entusiasmos amorosos que se dan sin pedir otra cosa que ser admirados en su cercanía con la muerte:
Róbate en una hora,
róbate silencioso su ardimiento
el color y el aliento.
Tiendes aún no las alas abrasadas
y ya vuelan al suelo desmayadas.
Tan cerca, tan unida
está al morir tu vida,
que dudo si en sus lágrimas la Aurora
mustia tu nacimiento o muerte llora.
Más allá de la forma barroca (la silva métrica es aquella en la que se cuentan las sílabas gramaticales y se ajusta la cuenta final según la acentuación de la última palabra del verso), el poema toca el hondón del alma: nada es para siempre en este mundo. EP