
¿Cómo romper el círculo vicioso de la violencia? La Fundación para la Reconciliación nace en Colombia y llega a México con una propuesta contundente: promover la cultura ciudadana del perdón.
¿Cómo romper el círculo vicioso de la violencia? La Fundación para la Reconciliación nace en Colombia y llega a México con una propuesta contundente: promover la cultura ciudadana del perdón.
Texto de Nuria Gómez Benet 09/04/25
¿Cómo romper el círculo vicioso de la violencia? La Fundación para la Reconciliación nace en Colombia y llega a México con una propuesta contundente: promover la cultura ciudadana del perdón.
Cada mañana en México, acompañamos el café que ayuda a echar a andar nuestras neuronas con noticias de hechos violentos: feminicidios, desaparecidos, homicidios múltiples, balaceras, secuestros, agresiones a migrantes, narcobloqueos, el asesinato de algún periodista… Cualquier cerebro que mantenga una mínima dosis de cordura querrá regresar a la almohada, volver al territorio del sueño. La violencia —por más que pugnemos en nuestras conciencias para que no sea así— parece normalizarse socialmente, a fuerza de acompañarnos sin tregua.
Cuando una persona es asesinada o desaparecida forzadamente pierde sus nombres y apellidos, la familia, el oficio y la historia de vida, para transformarse —horrenda mutación post mortem— en dígito de algún sórdido porcentaje. Según el INEGI, durante 2022 hubo más de 35 mil homicidios en nuestra patria, una tasa entre las más altas del planeta. Cada una de esas 35 mil personas —seguramente lo ha pensado también usted— se llamaba Yolanda, Brandon, Francisco, Karla…; alguna tendría una hija en secundaria, un bebé que ya gateaba, una pareja que esperaba su regreso a casa. Treinta y cinco mil seres humanos que se vuelven números, sin importar si les gustaba leer poesía, perrear en las fiestas, guisar romeritos, o tocar la guitarra.
De acuerdo a la misma fuente, en el periodo marzo-abril de 2024, el 73.6 % de la población mayor de 18 años en nuestro país consideró que vivir en su entidad federativa era inseguro por la delincuencia. Hay que reconocer que este porcentaje es más bajo que el registrado en el 2022, pero sigue siendo una barbaridad que casi tres cuartas partes de quienes vivimos en México, como usted o como yo, lo hagamos dentro de este halo de inseguridad permanente.
Vivir así atenta contra todo bienestar: es una plaga que parece invencible, sin importar el camino que elija el Estado para combatirla. Se declara la lucha frontal al narco, luego se abandona sin alguna estrategia contundente bajo el lema “abrazos, no balazos”. Se cambia de fuerzas policiacas, se unifican mandos, se dedican largas cifras del presupuesto a programas sociales para combatir la desigualdad social, se pugna por reducir la corrupción en el sistema judicial… y los porcentajes de violencia siguen siendo espeluznantes.
La palabra violencia proviene del latín. Deriva de vis, “fuerza” y de -olentus, que se refiere a la abundancia. Significa “fuerza en abundancia” o “actuar con fuerza abundante”. Si el término violencia fuera una hoja de papel, tendría su otra cara: una mujer dando a luz actúa con enorme ímpetu, un corredor paralímpico que llega a la final lo hace con la potencia íntegra de la que es capaz; una madre buscadora que sube y baja por caminos y laderas con la foto de su hijo en el pecho gasta todo su acopio de vigor. Fuerza abundante.
La violencia y la determinación implican ambas fuerza abundante. La primera se alimenta de la miseria humana, está llena de rencor, de odio; babea por las fauces y avienta tarascadas. La segunda vive de lo mejor que podemos contener como personas: pasión, bravura, justicia, vida; grita a los cuatro vientos, canta, abraza. No es casual que este par nos recuerde al yin y el yang. Tampoco es casual que esta dualidad que nos habita sea el principio fundamental en que se basa la metodología de las Escuelas del Perdón y la Reconciliación (ESPERE), de la Fundación para la Reconciliación, organización civil internacional que trabaja por una sociedad capaz de prevenir y no escalar la violencia.
Le cuento: en los años cincuenta, en un pueblo cafetalero de Colombia, un día 13 de mayo nació Leonel Narváez, iniciador e ideólogo de la fundación. Génova era el nombre del poblado, el mismo en el que había nacido, también el 13 de mayo, pero de 1930, Pedro Antonio Marín Marín, quien años después adoptaría el nombre de Manuel Marulanda —un sindicalista asesinado—. En 1964, el nuevo Manuel Marulanda, apodado “Tirofijo”, fundó las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), una de las primeras guerrillas, junto con unos ochenta campesinos de la zona. A Leonel Narváez le tocó crecer en medio de la conmoción y el miedo provocados por la guerra entre las FARC y el gobierno en su país. Ésa era su cotidianeidad.
En secundaria, Leonel ganó un concurso literario con el relato: “Treinta y dos muertos y un ternero”, basado en la imagen de una hilera de caballos —cada uno llevando en su lomo un cadáver—, que vio llegar desde el monte y recorrer la calle principal del pueblo, en preparativos del funeral colectivo. Ciento veintiocho herraduras golpeando el suelo sin compás. Todo se silenciaba a su paso, las caras de la gente en un solo gesto de dolor. Al final —el muchacho jamás lo olvidó—, venía amarrado un ternero.
Así creció Narváez; y así creció en él la inquietud por la violencia y la injusticia. Hizo estudios sacerdotales y trabajó por aquellos ríos de la Amazonia, durante 15 o 20 años. Ser conocido y respetado le permitió trabajar libremente por los pueblos. En concordancia, a finales de los noventa, Leonel formó parte del equipo encargado de las negociaciones de paz entre el gobierno colombiano y las FARC.
A lo largo del tiempo se dio cuenta de que tanto víctimas como victimarios cargaban un mismo peso emocional, lo que él llamó “las tres erres”: rabia, rencor y retaliación (de la ley del talión). ¿Cómo superar estas tres emociones en ambos bandos de un conflicto? ¿Esto ayudaría a mejorar sus vidas? Más aún, si la pobreza y la violencia son los mayores problemas de la humanidad y se alimentan el uno al otro, ¿cómo se rompe el círculo vicioso?
Narváez tuvo la posibilidad de ir a Harvard para cursar un posgrado en Sociología y se llevó estas interrogantes como tema de tesis. Habló de “cultura ciudadana del perdón”, convencido ya de que era hora de sacar este concepto al mundo fuera del protocolo y los rituales de confesionario. El proyecto fue aceptado y se dieron todas las facilidades para su realización con apoyo adicional de Wisconsin y Virginia Commonwealht University. Se conformó un equipo de abogados, antropólogos, sociólogos, psicólogos, traumatólogos, psiquiatras que, durante casi tres años, se reunieron semanalmente en torno a este trabajo. Así fue naciendo la metodología que hoy se aplica en las Escuelas del Perdón y la Reconciliación. En el año 2003 se inició el proyecto bajo este modelo, en Colombia. Actualmente está en 21 países, incluido el nuestro y ha llegado a cerca de 3 millones de personas, entre comunidades vulnerables, víctimas, excombatientes, jóvenes y otros grupos.
El concepto fundamental —coinciden en sendas entrevistas el propio Narváez y Kena Vallín, directora de Fundación para la Reconciliación, México— es que el perdón consiste en no devolver violencia con más violencia, como lo hemos aprendido socialmente hasta en las canciones rancheras. (“Qué bonita es la venganza cuando Dios nos la concede” —dice la letra de “Cuando el Destino”, de José Alfredo Jiménez.) No en balde el ajuste de cuentas es la causa más frecuente de homicidios en países como México y Colombia. Se requiere un cambio cultural.
Las ESPERE trabajan con una metodología en la que el aprendizaje debe llevar a cada persona a hacer conciencia y ser capaz de tomar una decisión antes de reaccionar frente a la violencia: ¿Con cuál de las dos posibilidades que tengo quiero responder? ¿Con el poder de la bestia o con el poder del ser humano? ¿Con la tenebra o con la luz? ¿Con violencia o compasión? La apuesta de las ESPERE consiste en cultivar, alimentar y fortalecer el lado humano.
Sí, se necesita fuerza abundante. Mayor tal vez a la que se ejerce en el acto violento, porque hay ofensas que son imperdonables. Son precisamente ésas las que requieren de un esfuerzo desproporcionado para ser perdonadas. Se trata de dar un perdón a quien no lo pide y ni siquiera se lo merece. Es un perdón que no se da porque la otra persona lo merezca, sino porque uno mismo merece la paz. En la experiencia de la Fundación, una víctima que no perdona se queda indefinidamente estancada en el rol de víctima, moralmente tirada en el piso. Perdonar es la manera en que se quita de la espalda el peso del agravio, se da cuenta de que es más que su experiencia violenta, de que puede ponerse de pie y recuperar su dignidad.
¿Cómo juega esto con el olvido? Kena y Leonel coinciden: no se trata de olvidar. Se trata de impedir que la memoria aterradora del hecho violento siga rumiando permanentemente la ofensa y consuma la vida de quien la guarda. Se trata, dicen, de recordar, sí, pero “de recordar con otros ojos”, desde una diferente perspectiva, sin el peso de la rabia, tratando al mismo tiempo de ver la realidad del agresor, lo que lo llevó a cometer y justificar su acto violento, de imaginar su historia y plantearse por qué esa persona hizo lo que hizo. Se resignifica el recuerdo.
La Fundación para la Reconciliación, en su capítulo México, —nos cuenta Kena Vallín— fue la segunda filial fuera de Colombia. Nació en la ciudad de Monterrey donde sigue teniendo su sede. Después de los primeros contactos con Colombia y de la capacitacion pertinente, en el año 2005 se dio el primer taller en Guadalupe, N.L. En el 2006, se inauguró el primer centro de trabajo fuera de Nuevo León y las ESPERE se abrieron en diferentes entidades de la república. El 19 de agosto del 2019 se constituyó oficialmente la Fundación para la Reconciliación México.
En 2023 se le invitó, entre otras organizaciones internacionales, a presentar suproyecto en el Foro de Paz de París y fue elegida entre las 10 instituciones que recibieron apoyo especial el pasado 2024. Hoy tienen presencia en 25 estados y 37 ciudades del país; han atendido a 34,053 personas con programas para la prevención de la violencia en diversos tipos de público: jóvenes en riesgo, gente de la tercera edad, personas en reclusión, padres, madres y cuidadores de primera infancia… Adicionalmente, han integrado a su metodología la de los Círculos de la Paz, de la jurista y promotora estadounidense Kay Pranis.
En cifras: el 95 % de las personas que participan en un taller de ESPERE (México) logran resignificar el evento violento que han vivido hacia una perspectiva sin rabia, rencor o deseos de retaliación. Por estos aportes su trabajo fue reconocido, en septiembre de 2023, con la mención especial del Premio Educación para la Paz de la UNESCO.
Adicionalmente, entre 2019 y 2020, la London School of Economics evaluó el impacto de las ESPERE en el equilibrio psicológico y social de personas afectadas por el conflicto armado en Colombia. Se concluyó que se había logrado un impacto positivo en la salud mental de quienes participaron: sus síntomas de ansiedad y depresión se vieron reducidos, y se encontró no sólo una mejora en la calidad de su sueño biológico, sino en la claridad de sus sueños personales y sus proyectos de vida.
Los índices de violencia en nuestro país se ven alimentados por diversas causas, desde el narcotráfico, y la lucha por rutas y territorios de los cárteles, la incapacidad del Estado para combatir el crimen, la corrupción en las fuerzas de seguridad y el Poder Judicial, la impunidad que favorece a quienes delinquen, hasta la pobreza y la desigualdad social, la falta de acceso a servicios, oportunidades y derechos fundamentales que deberían estar garantizados para cada compatriota. Hay muchísimo trabajo que hacer para erradicar la violencia en México. El Estado tiene demasiada tarea. Y la sociedad también.
La politóloga, socióloga, historiadora y filósofa germano-estadounidense Hannah Arendt afirmaba que el perdón no es sólo un recurso religioso, sino que debe ser una virtud política. En esa misma línea de pensamiento, Leonel Narváez cree que hoy el perdón tiene que transformarse en ciudadanía, y que en un futuro debe convertirse en un derecho humano.
Es, sí, un tema de política, en tanto se busca el bienestar de la “polis”. Es un tema de humanidad, de armonía social y convivencia ciudadana. Los cambios profundos toman mucho tiempo y exigen un inmenso esfuerzo moral. De eso también estamos hechos todos y cada una. ¿Qué fuerza más abundante tenemos que nuestra fuerza colectiva? EP