Radio Universal y sus huérfanos

Boca de lobo es el blog de Aníbal Santiago y forma parte de los Blogs EP

Texto de 20/05/20

Boca de lobo es el blog de Aníbal Santiago y forma parte de los Blogs EP

Tiempo de lectura: 9 minutos

El comunicado de prensa del 15 de mayo fue la cuerda de una guitarra que se rompe en pleno concierto, un tenor que desafina en la ópera incapaz de dar el do de pecho, una flauta que rechina en el momento sublime de una sonata. “Grupo Radio Centro alcanzó un acuerdo para transferir las acciones de la concesionaria de la frecuencia modulada 97.7 en la Ciudad de México a Grupo MVS Capital”, escribió a la opinión pública el director general de la empresa vendedora, Juan Aguirre. Más que escribir, con esa simple línea dio un golpazo a millones de mexicanos del norte al sur del país, de todas las edades, cuyas vidas suenan a radio Universal.

Nacida hace 46 años, la XERC-FM vive su final, salvo un milagro.

La Estación de los Clásicos era una emisora peregrina que, es cierto, por orden de sus dueños mudaba mucho de frecuencia en FM: 88.1, 107.3, 92.1 y otras. Pero por su magnetismo poderoso la estación aceptaba con filosofía esos jaloneos que la llevaban a viajar de este a oeste en el dial radiofónico: su público masivo, el que no concibe su rutina sin El Club de los Beatles (que ya va por su año 56 de existencia, antes en otras estaciones y ahora en Universal), el que no aguanta un día sin llenarse los oídos con su infinito catálogo de pop y rock, localizaba disciplinado la nueva frecuencia y la volvía a hacer suya.

Nacida hace 46 años, la XERC-FM vive su final, salvo un milagro. El diario El Financiero lo reveló con crudeza: “MVS acuerda con Radio Centro adquisición de 97.7 FM; será de música grupera” y se llamará “97.7 La Mejor”. Al parecer ya no era negocio.

En días mundiales de pandemia y duelo, algunos también se están quedando huérfanos de radio: mujeres y hombres para quienes es un atentado a su historia y a lo que son perder La Voz Universal de Adolfo Fernández Zepeda o la erudición beatlemana de Manuel Guerrero, y todo ese fascinante océano del rock. ¿Qué significa para los seres de radio sintonizar el 97.7 FM y ya no escuchar Clásicos de Universal, El Club de los Beatles, 80’s Weekend? Alcira, Virgilio, Ricardo, tres apasionados de la emisora, nos explican por qué a México se le está arrancando parte de su historia musical y a ellos y tantos más un fragmento de su identidad.


“Con lo bien que vende la nostalgia”

Virgilio Ruan (47 años), agente de seguros y comunicólogo

Desde niño, subiendo a un pesero, rumbo a la Prepa 6, caminando en Coyoacán, bajando de un trolebús, oía Universal en mi walkman. Siempre ha estado Universal en mi vida. Ni en Estados Unidos ni en Inglaterra, donde viví, hay estaciones con un repertorio de pop, rock y balada (power ballad) como el de Universal. Impresionante. 

Y el Club de Los Beatles es un caso: el programa tiene 55 años (surgió en 1964), y arrancó antes que naciera la locura de la beatlemanía,  cuando los Beatles tocaron en el Shea Stadium de Nueva York (en 1965). En el programa dan anécdotas insólitas, te enteras quién era George Martin y cómo los contacta, qué pedo con Yoko Ono. La Biblia de los Beatles es El Club de los Beatles. Hoy buscas en Google y ya sabes qué pedo, pero antes te daban unos datos que decías, ¡orale!

Cuando estaba por venir Paul McCartney a México por primera vez, yo trabajaba en una agencia de viajes, Grupo Turístico Intercontinental. Poco antes de su concierto de noviembre de 1993 en el Autódromo Hermanos Rodríguez, él iba a arrancar una gira, el The New World Tour. 

De pronto se me ocurrió algo. Marqué a la estación, expliqué a una secretaria que hablaba de una agencia y me pasó a Fernández Zepeda. Me atendió amable, me presenté (“es un honor hablar con La Voz Universal”, le dije) y le propuse que nos abrieran una pauta publicitaria. De cada 10 paquetes todo pagado que se vendieran para el concierto de Paul en el Astrodome de Houston, yo le daba uno a la estación para regalar en un concurso, y le garantizaba un paquete a un locutor.

A los 5 minutos, en una época sin celulares ni Internet, se cortó la llamada. Intenté e intenté, ya sabes, conmutador, chingada y tal, y nada. A los 10 minutos contesta la secretaria: “ay, joven, mi jefe me estaba matando: no apunté el nombre de su agencia y estaba aquí con la Sección Amarilla”. Me lo pasa y me dice: “nos interesa muchísimo”. 

Era el producto perfecto para El Club los Beatles: “¿Quieres ver a Paul en Houston todo pagado? Óyenos, te daremos pistas”. 

Total, ¡llevamos 200 personas en un chárter de Mexicana de Aviación! Fue un exitazo porque el rating de Universal era cabronsísimo.

Hoy me dedico a vender mi producto en oficinas de gobierno, y me doy cuenta que no hay una sola oficina, Profeco, SEP, IPN, que no oiga Universal. Cuando digo “todos” es ¡todos! Cumbieros, salseros, rockeros. Gusta a chicos, grandes, viejos. Universal es una compañera chida con una rockola surtida que pone lo mismo a Barbra Streisand que a Black Sabbath; a Bananarama que a The Rolling Stones. La programación complace a oficinas con 50 personas con gustos de todo tipo. Esa ha sido la clave de su éxito. 

Empecé a escuchar radio a los 8 años. Si debo elegir a tres músicos que conocí por Universal y me marcaron, son Billy Joel con “Piano man”,  Rod Stewart con “Jóvenes turcos” y Queen con “El amorcito loco”. Y te lo estoy diciendo igual que Fernández Zepeda anunciaba las canciones: “Oíste a La Reina con ‘El amorcito loco’ (hace gruesa la voz)”. Era encantador. 

Universal me formó en rock clásico, un rock muy bien hecho. La de los ’80 en el mundo entero fue una generación de creatividad espantosa: todos hacían música chingona. ¿Por qué?, no lo sé: Daryl Hall & John Oates, Prince, Madonna, The Smiths, The Cure, Huey Lewis and the News, U2, Peter Gabriel, Michael Jackson, Génesis, Guns N’ Roses. Las musas estaban por todos lados.

La programación complace a oficinas con 50 personas con gustos de todo tipo. Esa ha sido la clave de su éxito. 

A los nueve años fui con mi mamá al súper, prendió Universal, sonó una canción llamada “Oh Sherrie” y dije: “¿Qué es esto? No manches, ¿le puedo subir?”. Junté mi dinerito y fui comprar a Discos Zorba de Perisur el LP Street Talk de Steve Perry, que en este momento tengo en mis manos. Y otros discos los oía en Universal, y con mi amigo Aarón Álamo ahorrabamos meses porque eran muy caros e importados. Hacíamos el apartado y al mes traían el disco. Íbamos en camión de Copilco a Perisur, y de regreso era una ceremonia abrirlos y escucharlos: Brothers in Arms, de Dire Straits; Captain Fantastic and the Brown Dirt Cowboy, de Elton John, y podría decirte 30 más. Y radio Universal te empujaba a investigar. “Ah, ya conozco a Dire Strais. ¿Qué hicieron antes?”. Y comprabas Making Movies

Universal aun es parte de mi vida. Es la estación en mi coche y cuando salió la noticia de su desaparición dije: “¿no mames, es un meme?”. Ése es otro factor: nos fascinan los ’80. Somos un pueblo amante de la nostalgia pero de memoria corta y ahí entraríamos en temas políticos y mejor no. Un ejemplo: Scorpions, banda súper ochentera. ¿Toca en un estadio en Berlín? Ni madres, no los va a ver nadie. Si acaso llenan un teatro. Pero en México llenan dos fechas El Palacio de los Deportes. Y hay un chingo de ejemplos: Gino Vannelli y otros cantantes enterrados. A un promotor se le ocurre, “¿por qué no traerlos a México?”. Y no mames, les va de puta madre. 

¿Cómo explicar que Universal comercialmente no funcione? Con lo bien que vende la nostalgia… Qué paradoja.


“Con Radio Universal no había histeria”

Alcira Fridman (73 años), productora de televisión educativa

Al pensar en Universal lo que de inmediato viene a mi mente es cuando yo llegué de Argentina a vivir a México. Arrancaba mi vochito en la calle Marcos Carrillo y en los años ’70 andaba de un lado para otro por Tlalpan, Viaducto, y radio Universal me reconfortaba: para llegar a mi trabajo en Zacatenco manejaba una hora y media, siempre tenía que andar mucho en coche, y escucharla era como estar en casa: tranquilidad en medio de esos viajes estresantes. La cantidad de smog en el Distrito Federal antes era tal que no se entendía que aquí los humanos resistieran los niveles de plomo. Pero los seres urbanos sí podíamos: uno iba en el tráfico entre el humo, y con la radio no había histeria.

Dejé de escuchar Universal hace apenas tres años. Un día ya no ubiqué la frecuencia: el número que siempre ponía, ya no lo podía poner. Fui al taller: “¿me arregla mi radio?”. El señor de la Chevrolet se puso a reír y me dijo: “le robaron la antena”. O sea, dejé de oír Universal el día que robaron la antena a mi Corsa. Como era cara y no la compré, nunca más la escuché. 

Antes escuchaba el programa que sale todos los días, El Club los Beatles. Y ahí me marcó la canción “Let it Be”, su trasfondo: “déjalo ser”, la viva imagen de la libertad, y que venía a mi mente en mis dos embarazos con los hijos que crecían. Y oí mucho pop: Stevie Wonder, Lionel Ritchie y Fleetwood Mac, que desde que descubrí me encantó. Compré su LP clásico (Rumours) y luego surgió un tema que me gustaba mucho, Little Lies, en otro disco (Tango in the Night). 

Nunca pensé que radio Universal pudiera tener otro locutor: era incuestionable, la voz de Universal. 

Recuerdo que cuando cumplí 10 años hice una fiesta en el garaje de mi casa y fueron mis compañeritas de la escuela. En ese cumpleaños, mi viejo, mi papá, un hombre de 36 años, también bailaba rock & roll entre todas mis amigas con el estire y afloje con la mano y dar la vuelta, y todo eso. Y yo me asombraba: “mi papá bailando”. Desde ese momento, por ahí del año 1957 con mi disco sencillo de 78 revoluciones de Elvis que incluía la canción Fiebre (con la que me enamoré de Elvis Presley), y después en toda la etapa de radio Universal, el rock ha representado para mí la alegría, aunque después con los Rolling Stones y Woodstock se transformara en algo más complejo.

El locutor (Fernández) Zepeda era algo de eso que uno no elije, que está desde siempre, agradable, y todo el tiempo con un rasgo: pronunciaba muy mal el inglés, españolizado. Nunca pensé que radio Universal pudiera tener otro locutor: era incuestionable, la voz de Universal. 

Hace poco fui a comprar al Superama y una canción me encantó. Puse Shazam y no funcionaba. Corrí hasta un chavo, un empleado que empujaba un carrito: “¿dónde puedo oír bien las bocinas?”, pregunté. “Solamente en el baño –dijo- ¿Usted quiere saber quién canta? Es Sam Smith”.

Era la canción “Stay With Me”. Ahora escucho a Sam Smith en Spotify y aunque está en plena moda, melódicamente es ochentero. Y creo que los músicos (pop) del 2018, 2019, tienen un denominador común: pese a que muchos de ellas y ellos ni siquiera habían nacido en los ’80, su estructura musical es de esa década. Hacen música parecida, la que intrauterinamente escucharon. Universal demostró algo que no pasa con la música de los ’60 ni ’70 porque a esa sí la oímos antigua: la música de los ’80 se sigue oyendo mucho, e incluso por jóvenes. Es música con perdurabilidad.


“Sería una tragedia que El Club de los Beatles desapareciera”

Luis Ricardo Güido (55 años), actuario.

Desde muy chavillo escuchaba Universal en la colonia Narvarte. Volvía de la Primaria Miguel Alemán y luego de la Secundaria, y a la hora de hacer la tarea en casa ponía “La hora del rock and roll” de 5 a 6 pm, con canciones clásicas de Elvis o Little Richard –eran algo hermoso-, y luego de 6 a 7 remataban con El Club de Los Beatles. Con toda esa música hasta me daban ganas de hacer la pinche tarea, güey. Era fabuloso. Desde entonces me cautivó la simpleza de la música de los Beatles. Es impresionante que algo tan simple haya sido siempre de vanguardia, carnalito. Con ellos, la sencillez se volvió esplendorosa. Y la forma en que evolucionaron desde su disco Revolver, del ‘66, fue algo cabrón. 

Recuerdo que Fernández Zepeda te presentaba música que otras estaciones no: “I’d love to change the world” (de Ten Years After), “Roll Over Beethoven” de Electrich Light Orchestra, Grand Funk Railroad, o a Creedence (Clearwater Revival). Y todo te lo decía en español: “El grupo de Las Puertas, con ‘Enciende mi fuego’ ”. Era algo peculiar, y a las 12 de la noche recitaba un poema (de Manuel Otero): “La noche quedó atrás, un nuevo día se anuncia en el dintel de tu ventana” y de fondo sonaba la rolita esa de (comienza a silbar) “L’Incontro”,  de Gianni Marchetti. El locutor cerraba el día con eso y era deprimente la chingadera. No mames, sabías que te estaba llevando la chingada por lo que decía. Para que sepas de qué hablo óyela en YouTube.

Recuerdo que Fernández Zepeda te presentaba música que otras estaciones no (…) Y todo te lo decía en español:

Con Universal buscabas el momento para grabar la canción en un cassette. Como seguían ciertos patrones, tenías puesta la grabadora esperando la canción que buscabas (risas), como alguna de America o de Bread, y a rogar que el cabrón ese no hablara antes de que acabara la canción. Con mis amigos íbamos a alguna casa, prendíamos Universal y nos poníamos a jugar poker, ajedrez. 

Después iba a comprar LP’s a la tienda Aquariu’s de la Roma (Coahuila 168). Eran mañanas completas con el papá y sus dos hijos, los dueños, buscando música. Había lo que quisieras, era un pinche paraíso de música importada. Ahí compré en 1987 el disco más caro de mi vida: Concerto Grosso per i del grupo italiano New Trolls. Me hablaron: “Ya está tu disco”. Dije, “lo busco” (estaba desesperado por tenerlo) y contestó: “No, no sabemos todavía el precio. Espera unos días”. Respondí “no seas cabrón” y me dice: “Hagamos esto para que no digas que soy ojete: es japonés, edición especial, y cuesta de 90 mil a 110 mil. Echemos un volado: si ganas te lo dejo en 90; si gano me das 110”. Gané yo. Tres grupos y tres canciones que Universal pasaba me marcaron: los Beatles con “Across The Universe”, Pink Floyd con “If” y Led Zeppelin con “When the Levee Breaks”. Si voy en el coche, Universal es lo que pongo. Aunque la historia de los Beatles sea finita, Manuel Guerrero la vuelve infinita: está cabrón todo lo que sabe. El Club de los Beatles es un programa muy querido, sería una tragedia que desapareciera. EP

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