Boca de lobo: “Perro Aguayo, a sus órdenes”.

Boca de lobo es el blog de Aníbal Santiago y forma parte de los Blogs EP

Texto de 10/07/19

Boca de lobo es el blog de Aníbal Santiago y forma parte de los Blogs EP

Tiempo de lectura: 4 minutos

Oscuro, precario, sórdido, el Hotel México era un atentado contra las más irrefrenables pasiones carnales y los más románticos amores, pero al Perro Aguayo le servía porque a unas cuadras estaba la Arena López Mateos, donde combatiría por la noche. El más rudo de los luchadores técnicos recibió la llamada en su cuarto (“señor, lo esperan abajo”) y tuvo voluntad para despertarse ese medio día de 1998, aparecer con su larga melena sedosa como fibra de acero y atender a un reportero que desconocía.

Caminaba como la víctima de un bombardeo: encorvado, rengueando. Le dolían los 206 huesos del cuerpo y todos los poros del alma. 

Se acercó, mirándome a los ojos. Frente a frente, el gladiador más popular de México, de 52 años, y un reportero en sus veintes, debutante, nervioso.

-Perro Aguayo, a sus órdenes-, me estrechó su mano.

-Lo desperté-, le dije.

-Algo–, se rio.

-Vengo del periódico Metro, quería entrevistarlo.

-Adelante.

-¿Sí? Le juro que no le robo ni 20 minutos.

-El tiempo que quieras –repuso-. Viniste hasta acá a hacer tu trabajo y lo mínimo que puedo hacer es atenderte.

Y entonces pidió en la recepción dos Coca-Coca de vidrio y las puso en la mesa de melanina con la firmeza de un vaquero que en un Saloon del Viejo Oeste instala dos whiskies frente a su cómplice para en lo bajito ajustar los últimos detalles de un asalto a un banco. Pero mis ojos no tenían delante un cowboy, sino la frente atestada de cicatrices (con una venda blanca que tapaba una herida) de un luchador que con sus lances a ras de lona, sus manos como garras, su mirada de potencia ardiente, su salvajismo cavernario, conseguía poner al público en trance. El Perro Aguayo luchaba y la gente, como dominada por un hipnotista, como si la manipulara un pastor evangélico que extirpa al diablo, deliraba.

Creo que ya lo apenaba su figura, pulverizada por miles de combates con golpes y caídas sin pausa durante 28 años de carrera, seis o siete días a la semana desde Tuxtla a Laredo viajando en aviones y autobuses. Por eso se justificó con un “tengo lagunas mentales” y “las lesiones han sido determinantes”. A la más grave la seguía cargando: en 1979, en una lucha de campeonato Gran Hamada le fracturó la séptima cervical y le paralizó la cuarta parte del cuerpo. Ya nunca fue el mismo, se volvió mejor.

Cuando lo vi quería dejar su carrera: sentía que debía retirarse al pueblo jalisciense de Talpa para gozar las horas con su esposa Luz y sus hijos Rocío Primavera, Pedro y Luz América. Faltaban dos años y medio para despedirse en un duelo máscara contra cabellera ante Universo 2000.

El niño campesino del rancho zacatecano de La Virgen, el panadero adolescente de Guadalajara, el luchador que arrancó su historia en las arenas de Jalisco para comprarse “una quesadilla y un agua de horchata, y vivir en un hotel con una toalla como colchón”, el “Can de Nochistlán” que había ganado 100 cabelleras y 23 máscaras estaba aquí, a mi merced, para en una hora contar montones de cosas como éstas, rescatadas ayer en un hoja sepia de periódico oculta en una maleta a la que empanizaron 21 años de polvo.

-¿Qué recuerda de su infancia?

-Mi padre labraba la tierra y yo, de tres años, ya le ayudaba trabajando los surcos de la siembra. Comíamos el corazón del nopal viejo, pues casi no caía agua en esa tierra seca. Toda la familia era analfabeta.

-En sus inicios fue luchador olímpico. ¿Alguno de aquellos días lo marcó?

-Tuve un conflicto con un fisicoculturista y nos metimos a un ring. Era un monstruo de más de 90 kilos. Aunque yo era una ratita de 60, lo lesioné de tal manera que perdió el conocimiento. Lo clavé de cabeza, le di medio suplex y le salió sangre por los oídos. (Días después) en el baratillo (de Guadalajara) escuché un grito: “¡no, mamá, no!”. Era aquel chavo que agarraba a su mamá, y ella tirándome con una chaveta de zapatero. Si él no me salva, me hubiera tajarreado.

-¿Cómo dio el paso al profesionalismo?

-(Su maestro, Cuauhtémoc “El Diablo” Velasco) me pidió que luchara frente a Carlos Ramírez. Me sentía lo máximo como luchador olímpico y me puso una arrastrada tremenda. Dije, “¿cómo es posible que me gane?”. Y “El Diablo” me respondió: “es preliminarista, si te agarra una estrella te mata”.

-Cuénteme algo de su primera época en el cuadrilátero.

-Fue dura. Era panadero y doblaba turno para comprar una camiseta o un pantalón. Como a las tres de la mañana comíamos con los compañeros (luchadores) Canelitas con alcohol del 96 y se nos iba el sueño.

-En esta era llena de luchadores con atuendos de mil colores, máscaras con picos y hasta serpentinas, usted se aferra a una imagen distinta.

-Sigo usando mis cueros feos, mi ropa peluda, calzón y rodilleras, y además no vuelo. La imagen que presento, vende. Como ahora hay mucho colorido me salgo de la norma: el colorido soy yo por salirme de lo común.

-Además, hoy todos los luchadores gritonean. Usted no.

-Muchos dicen, “¡A este lo mato!”. Yo nunca grité y en cambio, pienso.

-Qué me dice de sus pelos…

-Este es un país libre, pero a alguien se le ocurrió que el greñudo es delincuente. La única vez que me metieron preso fue por la greña. “Tienes que ser decente”, me dijo el policía. Y yo digo, “¿qué es lo decente?”. Y unas señoras, dentro de una iglesia dijeron que cómo era posible que entrara con esa greña –pensaban que era gay-. “Disculpen -les dije-, ¿Jesucristo era gay?”. “¡Blasfemo!”, me gritaron. Nunca he entendido ni a la gente ni a la policía.

-¿Por qué esta así su frente?

-Estas cicatrices son heridas que no sanaron durante un mes, dos; se hizo callo y sanaron a fuerza. Hubo un tiempo en que no descansé ni un día. Me abrían, luchaba, se volvía a abrir, luchaba, hasta que se hizo así.

-Su hijo Pedro, de 19 años, está debutando como luchador profesional. ¿Cómo lo vive?

-Ya tuvo tres operaciones y dos conmociones. En el quirófano le pedí con lágrimas: “hijo, pongamos un negocio y deja esto”. Respondió llorando: “papá, dijo que me iba a apoyar en lo que decidiera y quiero ser como usted”. Solo me queda apoyarlo.

En una lucha en Tijuana el 21 de marzo de 2015, El Hijo del Perro Aguayo recibió de Rey Mysterio Jr un dropkick en la espalda que lo propulsó a las cuerdas, donde el luchador de 35 años se impactó. Tres vértebras se rompieron y le causaron un accidente cardiovascular que le quitó la vida. Muerto, fue retirado en un pedazo de madera improvisado como camilla.

El Perro Aguayo murió en Tala hace seis días de un infarto. Sin su adorado hijo sólo resistió la vida cuatro años más. EP

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