Boca de lobo: Oye, tú, ¿cómo te llamas?

Boca de lobo es el blog de Aníbal Santiago y forma parte de los Blogs EP

Texto de 20/11/19

Boca de lobo es el blog de Aníbal Santiago y forma parte de los Blogs EP

Tiempo de lectura: 3 minutos

Debió ser uno de los más cortos chistes de la historia, y era extranjero, aunque sus únicos dos protagonistas habían nacido aquí.

Un mexicano ve caminando en la calle a otro mexicano.

—Oye, tú, ¿cómo te llamas?

—Pedro.

¡Pum, pum, pum!

—Te llamabas.

Ahí acaba el chiste que recordó una señora nacida hace más de 70 años en un país muy lejano, en el otro hemisferio. Me lo contó (medio horrorizada, medio atónita) al pasar por estas tierras y ver lo habitual que era aquí la muerte. “Esa historia simple de un mexicano que decide pegarle a otro mexicano que ni siquiera conocía tres disparos porque sí, era un chiste entre los niños de mi escuela”. Así como podían correr chistes infantiles sobre gallegos, los que iban sobre mexicanos que resolvían todo con pistolas se colaban en aulas y patios de otras geografías.

Claro, les llegaban películas de Pedro Infante, Luis Aguilar y Pedro Armendáriz con charros moliéndose a tiros por mujeres, negocios y poder. Tipos que cuatro segundos después de quitar vidas y fabricar deudos seguían sus existencias muy campantes, despreocupados porque más que cometer un asesinato hicieron lo que creyeron justo ahorrándose los trámites de la engorrosa justicia.

Los asesinatos cinematográficos que alcanzaron status for export eran entonces canasta básica nacional, como el papel picado, Las Mañanitas o el arroz con huevo previo al guisado. ¿Te molestó cómo actuó tu amigo, cuñado, hermano, enemigo, socio, tu quien fuera? Pos’ mátalo, mano. 

Era ficción, pero toda ficción (quizá salvo la ciencia ficción) se alimenta siempre de lo que somos, es un espejo bastante fidedigno de nuestra realidad (qué dolor).

De un par de años para acá he oído decir a varios amigos exactamente la misma frase: “En México cuesta 10 mil pesos matar”. O sea, hay que portarse bien, y más que eso, persuadir al prójimo de que te estás portando bien: el costo de un malentendido les sale a otros barato, y el costo para uno es un poquito caro.

Padecemos un latente México bárbaro: subyace las 24 horas del día, te acecha espiándote desde el filo de la puerta y puede verte de frente en el episodio más impensado: si cometes el terrible error de mentarle la madre en el tráfico a la persona equivocada, si reclamaste al vecino que durante las madrugadas le baje un poco el volumen a Wisin & Yandel porque no concilias el sueño. Nunca sabes quién es el otro, no sabes si bajo el cincho, oculta por su camisa, guarda una fusca como Mario Almada para lo que se pueda ofrecer. 

“Tú cállate, no digas nada”. Así vamos cuidando nuestras vidas, con silencio, con la discreción del miedo, caminando en puntitas de pie para no molestar al que podría ser tu verdugo. Caras vemos, balas no sabemos.

Ayer, con la vuelta a la actividad, decidí contaminarme un poco tras la purificación del puente. Ya estaba demasiado limpio de noticias, libre de pesadumbre, tensión en el cuello y congoja. Y entonces le eché una mirada a las noticias de las últimas 72 horas. Solo 72. Macabro: “Asesinan en su casa a funcionario de Movilidad en Puebla”, “Asesinan a abogado al resistirse a un asalto en Cancún”, “Asesinan a modelo y entrenadora fitness en Tijuana”, “Asesinan a maestra en pleno desfile revolucionario”, “Asesinan a cajero de estacionamiento de Plaza Universidad”. “Asesinan a guardia de seguridad en bar de avenida Revolución”, “Asesinan a dos policías en Coatlán del Río”, “Asesinan a líder de ambulantes del Centro Histórico”, “Asesinan a chofer de vagoneta en Tultitlán”.

2019:

—Oye, tú, ¿cómo te llamas?

—Pedro.

¡Pum, pum, pum!

—Te llamabas. EP

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