Luego del comunicado que emitió SEMARNAT al respecto del trabajo de ambientalistas y activistas, Luis Zambrano reflexiona sobre la labor de los ambientalistas en un contexto que demerita su trabajo.
¿Quién está detrás del Lórax?: El activismo ambiental frente al Tren Maya
Luego del comunicado que emitió SEMARNAT al respecto del trabajo de ambientalistas y activistas, Luis Zambrano reflexiona sobre la labor de los ambientalistas en un contexto que demerita su trabajo.
Texto de Luis Zambrano 30/03/22
¿Quién está detrás de Berta Cáceres? Protectora de ríos hondureños asesinada en 2016.
¿Quién está detrás de Joannah Stutchbury? Defensora de la selva keniata asesinada en el 2021.
¿Quién está detrás de Sonia Guajajara? Quien perdió a Paulo Paulino Guajajara por defender, como ella, los bosques brasileños.
¿Quién está detrás de Ricardo Pugong Mayumi? Asesinado en 2018 por oponerse a las presas hidroeléctricas de Filipinas.
¿Quién está detrás de Fidel Herrera Cruz? Quien perdió la vida por defender a Oaxaca de megaproyectos.
“¿Quién está detrás?” es la pregunta que ha surgido en el camino de todo activista. Como si los defensores fueran manipulables o corruptos que pueden sacrificar su vida y la de sus parientes por unos cuantos pesos. Es posible que eso les hayan preguntado alguna vez a Adán Vez Lira, Daniel Sotelo, Homero Gómez, Ismael Cruz, Jesús Miguel Jerónimo, Isaac Medrano, Juan Aquino González, Miguel Vázquez, Miguel Migueleño, Pablo Guzmán, Juan Zamarripa, María Agustín, Rodolfo Díaz, Maurilio Hernández, Reynaldo Bautista, Paulina Gómez y Tomás Martínez. Todos ellos defendieron a la naturaleza, pero fueron asesinados.
Incluso podríamos preguntar: ¿quién está detrás del Lórax —ese personaje popular de Dr. Seuss que protege árboles contra la industria textil—? Si lo analizamos bajo la lógica de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (SEMARNAT), ni él parece tener las suficientes credenciales para ser un defensor de la naturaleza.
En ese tenor, recordemos: “¿Dónde estaban los pseudoambientalistas cuando hace años empezó la verdadera devastación en el sureste de México?”. Así comienza el triste comunicado de la SEMARNAT, publicado el pasado viernes 25 de marzo, que pasará a la historia como uno de los momentos más bajos de la Secretaría. El comunicado rompe con cualquier posibilidad de diálogo con la sociedad y demuestra que la institución no está velando por los objetivos por los que existe —proteger los recursos naturales—, sino por la construcción de un megaproyecto que afecta a toda la península de Yucatán.
Imaginemos que es cierto, que alguien esté financiando una campaña. ¿Eso justifica que nadie hable de la tala de árboles, el cambio climático, la destrucción de los ríos? ¿Eso sugiere entonces que podemos seguir destruyendo los bosques o las selvas porque lo importante es lo político y lo económico?
Me he preguntado las razones por las cuales la naturaleza nunca llega a considerarse como prioridad para las políticas públicas. Parte de la respuesta se basa en que no hemos entendido que la naturaleza no tiene voz y nuestra sobrevivencia depende de una buena interacción con el ambiente. Somos parte de ella y anteponer los objetivos políticos y económicos reduce la viabilidad de la presencia humana en el planeta. Muchos activistas se han dado cuenta de este dilema que rompe con la inercia económica global, independientemente de la preferencia política.
Ya en este espacio he hablado de la técnica de la desviación, que busca evitar que se hable de lo trascendente a partir de desviar la atención a un efecto menor del problema. La mejor herramienta de esta técnica es cuestionar al que se atreve alzar la voz. La primera vez que lo viví en carne propia fue cuando defendíamos las Barrancas Tarango contra la construcción de la Supervía en Ciudad de México. Ahí las compañías constructoras (Copri y OHL) me acusaron de tener intereses económicos obscuros, mientras ellas recibían más de 6 mil millones de pesos para la construcción. Fue en ese momento cuando se me ocurrió el título de este artículo.
La desviación sucede en todos los ámbitos de la vida pública y en ambos lados de la confrontación. Baste abrir Twitter o leer periódicos para encontrar insultos, bromas y acusaciones en cualquier tema y visión: la salud, el periodismo, la ecología. Una discusión a gritos no sólo no se entiende, sino que no permite avanzar ni abonar al diálogo razonado que construye ciudadanía y ayuda a encontrar soluciones.
Justo en este mar de alaridos llegó la campaña diseñada por artistas para pedirle al Presidente que se detuviera a pensar sobre la construcción del Tren Maya. Con las equivalencias de un partido con estadio lleno, fue como si los aficionados hubieran visto una falta de tarjeta roja: el ruido se incrementó al doble. No había terminado el video cuando surgieron los gritos de odio contra los artistas y las respuestas contra el gobierno.
Cabe decir que varios artistas promoventes de la campaña son un blanco fácil para la técnica de la desviación. Son la encarnación de un amor-odio social que no hemos logrado superar. Parte de la sociedad se refiere a ellos con desprecio al acusarlos de tontos, inútiles, superfluos y que no saben lo que es la vida. A la vez, los miran con envidia: son famosos, gente acomodada, que se codea con otras celebridades y poderosos. Esto es tierra fértil para su descalificación: si el artista nos cae bien, lo descalificamos diciendo que “no le informaron bien”; si el artista nos cae mal, entonces “tiene intereses”. De nuevo, son manipulables y no pueden pensar por sí mismos, o son corruptos.
Es curioso cómo algunas de las acusaciones se basan en el consabido ¿quién te está pagando? ¿Dónde estabas tú cuando…? ¿Por qué hasta ahora y no antes? ¿Por qué no estás defendiendo —o defendiste— otras causas ambientales? ¿Dónde están los pueblos originarios manifestándose? Pero ninguna de esas preguntas argumenta en favor del Tren Maya, sino que pone en duda la ética de la persona pidiendo que se reflexione sobre el tema. Por lo tanto, estas preguntas son típicas de la técnica de la desviación, pero aún así vale la pena analizarlas para comprender el fondo y no la forma.
Cualquiera que sea la respuesta a la pregunta sobre quién está detrás de ellos, no cambia el hecho de que el Tren Mata afectaría a la selva, la biodiversidad y los ríos subterráneos. No reduce la preocupación de que esta megaobra es insostenible y genera vulnerabilidad frente al cambio climático. No borra que se está haciendo sin planificación y que ha violado en repetidas ocasiones la ley ambiental.
Las preguntas anteriores se complementan con ¿por qué justo ahora que estamos cerca de la revocación de mandato? De nuevo, esta lógica piensa que es más importante la revocación de mandato que la discusión sobre la gestión sostenible de la naturaleza. Sobre todo porque cada día cuenta cuando se construye a grandes velocidades y se destruye la naturaleza. No hay momento político perfecto: en lo que se detiene la obra, la destrucción sigue avanzando.
La técnica de la velocidad de construcción es muy efectiva en el ánimo social para impulsar proyectos polémicos en el ánimo de “más vale pedir perdón que pedir permiso”. Hace poco en una entrevista, cuando indiqué que era esencial detener la construcción del Tren Maya antes que sufrir las consecuencias ambientales, un locutor de radio me preguntó: “con todo lo construido, toda la inversión ¿ahora están pidiendo que se detenga? ¿Te imaginas los costos?”.
Se pone por encima la parte económica de corto plazo a los problemas que sufriremos, incluyendo lo económico, en el mediano plazo. De hecho, el argumento de los costos económicos de cancelación es utilizado también para defender el NAIM de Texcoco, cancelado en esta administración, por cierto, por razones ambientales.
¿Dónde estaban antes frente a otras causas ambientales? Esto sugiere que únicamente los que ahora detentan el poder tienen derecho a protestar porque lo hicieron antes, y como ahora están en el poder, pues no lo van a hacer. También, que todos los que hemos protestado antes, pero que no hemos estado bajo su círculo partidista, no hicimos nada de relevancia. Por ello, esta pregunta denota intolerancia y queda implícita la molestia hacia el que piensa distinto. Están convencidos de que sólo hay un camino correcto, el de ellos. Así, todos los cuestionamientos son incorrectos y por lo tanto moralmente reprobables. Además, esa pregunta acepta que se está destruyendo a la naturaleza, pero se justifica puesto que también se destruyó en sexenios anteriores.
Para alzar la voz en favor de la naturaleza se necesita solamente ser responsable y estar bien informado. Nadie tiene que mostrar su CV activista para tener legitimidad de hablar sobre algún tema. Si así fuera nadie podría hablar, pues siempre habrá alguna causa, alguna marcha, en la que no se participó.
¿Dónde están los indígenas manifestándose en contra? La virulenta contestación exponiendo y amedrentando a los artistas me hace suponer que las personas locales que estuvieran en contra del Tren Maya y que decidieran manifestarse, están más vulnerables frente a ataques físicos y no tienen las herramientas para que la sociedad los escuche. No sólo ocurre ahí, algunos colegas científicos me han manifestado estar en contra del Tren, pero temen que al hacer pública su opinión venga una ola de odio contra ellos. Y hablando de colegas, existen algunos académicos que se han manifestado en contra del Tren Maya, pero que no quieren ser vistos junto a los artistas porque “deslegitimiza” la discusión. Esto genera una división artificial que en nada ayuda a la defensa de los ecosistemas.
Recordemos que muchos de nosotros (académicos y activistas) hemos estado discutiéndolo por más de tres años con poca repercusión en la discusión nacional. Hemos escrito artículos (uno de ellos en este mismo espacio); hemos hecho pronunciamientos, foros académicos, y hemos participado en las observaciones a la muy deficiente Manifestación de Impacto Ambiental del primer tramo. Pero muy poca gente había vuelto a ver el problema. Esto cambió ahora, gracias a los cinco minutos de un video hecho por artistas reconocidos.
Dentro del griterío actual he detectado una diferencia. Si se quitan los extremos, esto es, aquellos que gritan e insultan en favor o en contra de este gobierno, se notó una discusión desigual. Por un lado, los videos de los artistas y otros activistas que pedían repensar el proyecto con argumentos y respeto, y por otro lado un gobierno que en lugar de contestar con institucionalidad emuló los gritos de sus extremistas.
El comunicado de SEMARNAT tiene un antecedente en noviembre de 2018, cuando el actual Presidente nos acusó a los académicos “abajofirmantes” que no teníamos idea de la realidad de la península de Yucatán y que no estábamos bien informados, después de que preocupados por el anuncio de la construcción del Tren Maya hicimos un pronunciamiento con más de 100 firmas. Una contestación muy agresiva, pues lo único que pedíamos era sentarnos a discutir el proyecto y sus consecuencias.
Uno de los argumentos que he leído en artículos a favor del Tren sugiere que el único problema que ha tenido el gobierno ha sido no informar puntualmente los cambios. Como si el efecto negativo de una construcción se eliminara con la puntual descripción del destrozo que se va a hacer. Algo así como expiando los pecados ambientales frente al sacerdote que en este caso es “el pueblo”. Estos argumentos no son sólo de un sector que ahora está en el poder, lo he escuchado del otro lado del espectro político en repetidas ocasiones. Por ello, la mejor forma de salvaguardar a la naturaleza es con la construcción de instituciones capaces de defender el interés común de conservar la naturaleza frente a los intentos de poner por encima intereses económicos y políticos. Instituciones capaces de decirle al Presidente que su obra va a generar grandes problemas en el futuro.
Con todo este ruido, sigo pensando que el diálogo y las instituciones fuertes independientes y legítimas son las que pueden dirimir diferencias. La erosión de ambas a partir de gritos, que ahora el gobierno ha hecho suyos, no nos llevará a buen puerto. Ahora, en los estadios no están permitiendo el ingreso a las barras, porque vulneran la seguridad de los asistentes y no permiten ver el partido. Aquí no está una pelota en juego, sino la sostenibilidad del país. EP
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