La ciencia ya ha demostrado la falsedad de la dicotomía que opone a la naturaleza contra el desarrollo y que, de hecho, el desarrollo basado en este equívoco provoca aumentos en la inequidad y la pérdida de bienestar de las comunidades marginadas. En el análisis que presentamos, los autores revisan la situación que enfrenta el Estado mexicano en la materia y la necesaria urgencia de actualizar sus estrategias.
Panthera onca, fotografía de Noé Felipe Vargas González / CONABIO
La ciencia ya ha demostrado la falsedad de la dicotomía que opone a la naturaleza contra el desarrollo y que, de hecho, el desarrollo basado en este equívoco provoca aumentos en la inequidad y la pérdida de bienestar de las comunidades marginadas. En el análisis que presentamos, los autores revisan la situación que enfrenta el Estado mexicano en la materia y la necesaria urgencia de actualizar sus estrategias.
Comparte:
Sólo cuando el último árbol esté muerto, el último río envenenado y el último pez atrapado, te darás cuenta de que no puedes comer dinero. Sabiduría indoamericana
El pasado mes de febrero, en el marco de los
debates sobre los impactos que causará el Tren Maya en Yucatán y Quintana Roo,
el titular del Fondo Nacional del Fomento al Turismo (Fonatur), Rogelio Jiménez
Pons, promotor de este polémico proyecto, indicó: “Es muy fácil decir de
repente que no haya desarrollo. No podemos ser a ultranza conservacionistas
cuando tenemos tanta miseria; tenemos que crear desarrollo, y el desarrollo va
a tener afectaciones al medio ambiente, obvio. Pero primero va la gente. No
ganamos nada como país con tener jaguares gordos y niños famélicos; tiene que
haber un equilibrio. Sí, tiene que haber jaguares bien comidos, pero con niños
robustos y educados y capacitados. Ese es el tema: muchas veces va a implicar
afectar el medio ambiente, pues remediemos las afectaciones.” Casi dos meses
después, en una afirmación, que parecería no tener relación con la anterior,
Norma Leticia Campos, miembro de la Comisión Reguladora de Energía, en una de
sus comparecencias ante el Senado de la República indicó que: “A fuerza tenemos
que apropiarnos de la naturaleza, transformar la naturaleza, incluso destruir
la naturaleza para satisfacer necesidades básicas”.
Estas declaraciones sí están relacionadas, pues
reflejan que aún en el siglo XXI no se comprende la importancia del papel de la
naturaleza y la dinámica de los ecosistemas en el bienestar y desarrollo
humano. Muchas personas, entre ellas algunos miembros del gobierno, siguen
pensando que la conservación es un tema romántico, aun cuando la ciencia ha
demostrado que no puede tenerse bienestar humano bajo el paradigma antiguo y
obsoleto que busca falazmente el dominio total de la naturaleza. Se entiende
que es difícil quitarse del pensamiento colectivo el hecho de que el ser humano
está en este planeta para dominar la naturaleza. En el siglo XVII Francis
Bacon, uno de los primeros filósofos de la ciencia, instauró la idea de que
Dios había creado a la naturaleza para ser explotada por el ser humano (Crease,
2019). Esta línea de pensamiento relaciona los avances tecnológicos con los
logros en la dominación sobre la naturaleza. Quizá por ello, después de años
padeciendo los efectos del cambio climático y advertidos durante décadas por
los investigadores, todavía hay quienes no entienden las consecuencias que
tiene en nuestra vida diaria la destrucción de los ecosistemas y la pérdida de
la biodiversidad. Esto es muy desafortunado, particularmente cuando se trata de
servidores públicos y representantes de la sociedad. Es fácil para un servidor
público promover un megaproyecto que “traerá desarrollo” a costa de la
destrucción de la naturaleza (un ente que es de nadie y de todos), para
simplificar la problemática. Sin embargo, desde hace mucho tiempo la ciencia ha
demostrado que el desarrollo sostenible, base del bienestar humano, es mucho
más complejo que la falsa dicotomía naturaleza-desarrollo. De hecho, el
desarrollo basado en esta dicotomía por lo general conlleva un aumento en la
inequidad, con la pérdida de bienestar de las comunidades marginadas.
Por
ejemplo, en el México de 1972 se invirtieron millones de pesos, de aquel
entonces, en la construcción de una gran presa en los límites de Veracruz y
Oaxaca, entre Uxpanapa y La Chinantla, lo cual implicó el desplazamiento de
aproximadamente 20 mil personas, la deforestación de la selva veracruzana, con
una diversidad biológica enorme, y la urbanización de Uxpanapa, para proveer de
vivienda e infraestructura a las personas desplazadas (Toledo, 1978). Se
desmontó sin escuchar a los investigadores del Instituto de Biología de la unam
y de la Universidad de Veracruz, los cuales sugerían que se preservara la mayor
cantidad de área tropical posible, de acuerdo con las necesidades de la
población indígena desplazada, se dedicara el mínimo de suelo a la agricultura
y ganadería, se desmontara con métodos tradicionales para no compactar el suelo
y se iniciaran planes de investigación básica y tecnológica, de acuerdo con las
necesidades y experiencia de la población indígena, para desarrollar formas
novedosas de aprovechamiento de la selva (Toledo, 1978). Sin considerar ninguno
de estos elementos, se destrozó una zona que ahora continúa con altas tasas de
marginación, pobreza y sin los servicios ecosistémicos que antes proveía la
selva.
Otro
claro ejemplo de esto es lo sucedido en Haití y República Dominicana, dos
países que comparten la misma isla y que, debido a la enorme diferencia en el
manejo de sus recursos naturales, presentan realidades contrastantes para sus
habitantes. La alta deforestación en Haití ha dado lugar a tasas dramáticas de
erosión del suelo, lo cual provoca grandes inundaciones y que el impacto de las
tormentas y los huracanes sea mucho mayor que en República Dominicana. En el
caso del huracán Jeanne, en 2004, Haití cuantificó tres mil muertes y República
Dominicana 19 decesos. Por lo anterior, se han generado mecanismos que permiten
evaluar los cambios que sufrirían las tierras y los recursos naturales
utilizados por los pueblos indígenas y otras comunidades, a consecuencia de
los megaproyectos. Uno de estos mecanismos es el derecho a la consulta de los
pueblos locales y el de libre determinación frente a un megaproyecto que se ha
diseñado como un elemento fundamental de la política pública. Contrario a esto,
el titular de Fonatur indicó que “La decisión ya se tomó, pero se va a informar
previo a la acción”, lo cual viola toda una serie de pactos internacionales
suscritos por el Estado mexicano y el espíritu mismo de la consulta. La
consulta implica establecer un diálogo entre el Estado (que promueve un
megaproyecto) y los pueblos que serán afectados, para poner fin a la exclusión
de la sociedad en la toma de decisiones. La declaración del titular de Fonatur
sugiere que no entiende los trasfondos ni la importancia de este tipo de
mecanismos.
En una
democracia lo correcto es dialogar con los pobladores, sobre todo con aquellos
de regiones marginadas, y proveerles de toda la información sobre los costos y
beneficios de un proyecto de esta envergadura objetivamente: ¿cuáles son los
impactos de la construcción en el paisaje —ecosistemas, recursos, agua,
contaminación, colonización— y las especies de la zona?, ¿en qué consiste el
proyecto, cuáles son los escenarios a corto, mediano y largo plazos de los
impactos que el tren tendrá en su vida cotidiana y en su ecosistema? Con esta
información tiene que iniciarse un diálogo en el que la retroalimentación con
los diferentes pueblos también tiene que ser elemento central, antes de tomar
una decisión para establecer o eliminar un megaproyecto. Los estudios sobre
conservación, pobreza y derechos humanos demuestran que las personas y la
naturaleza pueden coexistir de diversas maneras (Brockington et al., 2006), debido en parte a que los
ecosistemas y la población humana son interdependientes, con diversos tipos de
interacciones en el desarrollo individual y comunitario. De hecho, de estas
diferencias en la interacción con la naturaleza a lo largo de los años es como
han surgido las diferentes culturas que pueblan el planeta.
El
desarrollo no sólo se basa en la propuesta de personajes con visión
fundamentalmente urbana y occidental. En este diálogo vale la pena evaluar
todas las otras visiones que se han desarrollado en la región, muchas veces
durante milenios. La conservación o degradación de los ecosistemas condicionan
el bienestar, la calidad de vida y la supervivencia de todos los organismos
sobre la Tierra, incluyendo por supuesto al ser humano. Es por eso que el
concepto de los “derechos humanos” está íntimamente ligado al de “servicios
ecosistémicos”, entendidos como todos los beneficios que recibimos de los
ecosistemas y tienen una relación directa o indirecta con los diferentes
componentes del bienestar humano (Balvanera y Cotler, 2007; Gómez-Baggethun y
Groot, 2007; Almeida-Leñero et al,
2016). El primer concepto surgió por la inquietante necesidad de salvaguardar
la dignidad y la vida humanas ante la falta de justicia y las continuas
violaciones que sufrimos las persona, mientras que los “servicios
ecosistémicos” proporcionan las herramientas básicas para dar esa lucha
ambientalmente. Sin el suministro de agua, alimento o el mismo aire que
respiramos, no seríamos capaces de realizar nuestras tareas más básicas; todo
eso que nos permite sobrevivir lo recibimos de los ecosistemas saludables. Es
decir, los derechos de las personas dependen del grado de conservación y
funcionamiento de los ecosistemas.
En este
sentido, Johan Rockström y Pavan Sukhdev, miembros del Centro de Resiliencia de
la Universidad de Estocolmo, proponen un cambio de paradigma para el desarrollo
sostenible, en el que los servicios ecosistémicos son el centro del desarrollo
humano. Esta idea se construye a partir de los 17 Objetivos de Desarrollo
Sostenible de la ONU, diseñados en 2015, con cuatro objetivos fundamentales
como base de su tesis: vida de ecosistemas terrestres, vida submarina, acción
por el clima y agua limpia y saneamiento. En un segundo nivel se encuentra el
bienestar social y en el último la materia económica, así como la
organizacional. A partir de esa base ecosistémica puede generarse el desarrollo
sostenible, por medio de la alimenta ción para las generaciones presentes y
futuras de todos los seres vivos del planeta, incluyendo a los seres humanos,
quienes podrían mirar esta relación desde sus culturas, bajo diferentes
caleidoscopios y no sólo el occidental. Por ello, la relación entre los
derechos humanos y los servicios ecosistémicos es tan potente: podemos hacer
justiciables y ejercer a cabalidad nuestros derechos —al agua y a la
alimentación, por ejemplo—, mientras que los servicios nos den la oportunidad
de entendernos dentro del sistema complejo que es la vida en el planeta. Sin
ellos no podríamos alzar la voz para defender nuestra supervivencia. El estudio
de la interacción entre los ecosistemas y las sociedades es la materia
fundamental de la ecología, pero las complejidades de la sociedad humana exigen
una comprensión profunda de la política, la economía y las comunidades locales
(Brockington et al, 2006; Sikor,
2013). Por eso, cualquier proyecto —aún más si es de las dimensiones planteadas
para el Tren Maya— requiere las bases sociales, científicas y políticas
necesarias para evaluar su pertinencia. Las evaluaciones ecológicas tienen un
peso central en la toma de decisiones, pues ofrecen elementos clave para usar
sosteniblemente los recursos de todos los seres humanos y los organismos que
vivimos en los ecosistemas. Si no vemos esta interacción, no podremos asegurar
un ambiente cuya calidad permita contar con una vida digna para las presentes y
futuras generaciones de seres vivos.
En
proyectos como éste, las instituciones académicas deben brindar los elementos
necesarios para que las comunidades locales y los gobiernos cuenten con la información
más completa sobre los diferentes escenarios en los que puede derivar. No se
puede prescindir del análisis sistémico e interdisciplinario de los
especialistas para comprender los impactos regionales, sociales y ecosistémicos
de una obra de estas magnitudes. Como bien dijo Enrique Graue Wiechers, rector
de la UNAM, en el marco de la firma de un convenio de colaboración con el
gobierno federal: “No nos podemos dar el lujo de iniciar procesos sin tener un
faro que nos oriente y guíe objetivamente. Esta alianza debe tomar frutos en la
sociedad, en la región, y sentar precedentes para que los gobiernos tengan en
las instituciones científicas y académicas un aliado para este tipo de
iniciativas.” Habría que añadir que estos análisis requieren tiempo, pero es
mejor conservar la paciencia por varios años que hacer un proyecto cuyo impacto
nos reclamarán las futuras generaciones. Ahí está la destrucción de los
manglares y la erosión de las playas de Cancún, Tulum y Playa del Carmen, como
ejemplo de un pésimo desarrollo que ha destrozado la ecología y la cultura,
incluido el patrimonio arqueológico maya.
En
México, como en casi todo el mundo, es fácil caer en la tentación del falso
estado de bienestar inmediato y tomar decisiones grandilocuentes, con acciones que
necesitan resultados de manera urgente. La falsa dicotomía entre conservación y
desarrollo, aunada a la prisa sexenal de cada gobierno, genera el riesgo de
violentar los derechos humanos de las personas y demeritar o incluso destruir
el patrimonio natural de los mexicanos. Sin conocer cuál es el tipo de convenio
entre la UNAM y el gobierno federal sobre el Tren Maya, esperemos que éste
permita abrir los tiempos necesarios para evaluarlo en un análisis realmente
objetivo y multidisciplinario, con la dinámica ecosocial de la región y la
sostenibilidad del país al centro del debate. De lo contrario, se estaría
utilizando a una institución tan reconocida como la UNAM para legitimar un
proyecto atrabancado y polémico, por decir lo menos. Pero el futuro cercano no
da muchas esperanzas, pues el recorte al presupuesto para la protección de los
ecosistemas indica que la naturaleza no es prioridad en el nuevo gobierno.
Históricamente, el presupuesto para el sector ambiental nunca ha sido cercano a
lo mínimo necesario, pero el presupuesto destinado en 2019 a la Secretaría de
Medio Ambiente y Recursos Naturales fue incluso peor: 0.12% del PIB anual, con
un retroceso en la partida cercano a los niveles del año 2001 (Provencio y
Carabias, 2019). Por esto, las declaraciones de Jiménez Pons y Campos parecen
acordes con una visión retardataria, en la cual los ecosistemas necesitan
destruirse en pro del bienestar social, contrarias a la evidencia científica
demostrada. En México no hemos salido de aquella visión que supone gran
abundancia de recursos naturales, con una apuesta por un crecimiento económico
infinito en un planeta finito (Delgado et
al., 2015), contraria a la postura moderna y urgente, encaminada a un
desarrollo sostenible que permita el desarrollo y la sobrevivencia de las
generaciones futuras.
Los
últimos años están llenos de noticias sobre el cambio climático y la reducción
de la diversidad. Las predicciones, cada día más acertadas, nos están urgiendo
a un cambio de visión sobre el manejo del planeta y las metas de desarrollo.
Tanto el reporte del IPCC (Intergovernmental Panel on Climate Change) como del IPBES
(Intergovernmental Science-Policy Platform on Biodiversity and Ecosystem
Services) indican que el futuro del planeta está en riesgo a partir de las actividades
humanas. Las nuevas generaciones ven este futuro cercano y amenazante, donde
muchas catástrofes ocurrirán, y nos comienzan a exigir cambios concretos, pues
ellos serán los herederos del planeta semidestruido. Las llamadas de alerta por
parte de los niños y los científicos son escuchadas por los gobiernos y los
empresarios, y en muchas ocasiones incorporadas a sus discursos o sus
relaciones públicas. Sin embargo, no están ligadas a las acciones ni a los
planes de crecimiento. El desarrollo de proyectos como el Tren Maya, que
ignoran por completo los efectos que el cambio climático tendrán en la
península de Yucatán, son clara evidencia de la falta de racionalización sobre
el futuro que nos depara esa visión del desarrollo bajo un enfoque exclusivamente
económico. El ejemplo actual más claro es la disminución del turismo que sufre
la costa caribeña de la península de Yucatán, cuando al buscar playas blancas
encuentra un olor fétido por la sobrepoblación de sargazo. El crecimiento
poblacional desmedido de esta alga en dos regiones del Atlántico se debe al
cambio climático y a la contaminación del océano; es prácticamente imposible
que deje de llegar en grandes proporciones en las próximas décadas, amenazando
también al arrecife de coral frente a las costas yucatecas.
Enfrentamos una crisis ambiental en que los gobiernos siguen sin comprender la relación entre los servicios ecosistémicos y el bienestar humano. En los últimos años se ha puesto de manifiesto la clara dislocación entre los discursos de sostenibilidad y las acciones de desarrollo económico de los gobiernos y las empresas. Sin embargo, es justamente en momentos de ruptura y turbulencia cuando tenemos la oportunidad de instaurar nuevos paradigmas, para dar forma a nuevas interpretaciones del mundo y de las sociedades (Le Breton, 2018). Durante las últimas décadas hemos aprendido que, si tenemos jaguares famélicos, nuestros niños estarán aún peor. EP
Falco rufigularis, fotografía de Jorge González Terrazas / CONABIO Oaxaca, México, fotografía de Estanislao Ortíz Guadalupe / CONABIOQuintana Roo, fotografía de Othón P. Blanco / CONABIOSiltepec, Chiapas, fotografía de Alfredo Lara Espino / CONABIO
Bibliografía
Almeida-Leñero,
L., T. M. González-Martínez e I. Pisanty, 2016, “Introducción a los Servicios
Ecosistémicos”, en La biodiversidad en la
Ciudad de México, vol. III. Conabio/Sedema, México, pp. 22-27
Balvanera,
Patricia, 2012, “Informe final del Proyecto FQ003 Servicios ecosistémicos en
México: patrones, tendencias y prioridades de investigación”, Centro de
Investigaciones en Ecosistemas UNAM, en conabio.gob.mx
Balvanera,
Patricia y Cotler, H., 2007, “Acercamientos al estudio de los servicios
ecosistémicos”, en Gaceta ecológica,
pp.84-85.
Brockington,
D., J. Igoe y K. Schmidt-Soltau, 2006, “Conservation, human rights, and poverty
reduction”, en Conservation Biology,
20(1), pp. 250-252.
Crease
R., 2019, The workshop and the world:
What ten thinkers can teach us about science and authority, W. W. Northon
and Company, Nueva York.
Delgado
Ramos, G. C., Imaz Gispert, M., y Beristain Aguirre, A., 2015, “La
sustentabilidad en el siglo XXI”, en Revista
Interdisciplina, 3(7), pp.35-55.
Eje central,
“Hay que destruir la naturaleza, defiendo aspirante a la CRE”, 3 de junio de
2019, en ejecentral.com.mx
Gómez-Baggethun,
E. y De Groot, R., 2007, “Capital natural y funciones de los ecosistemas:
explorando las bases ecológicas de la economía”, en Revista Ecosistemas, 16(3).
Hernández,
Mirtha, “Realizará la UNAM estudios de factibilidad del Tren Maya”, Gaceta UNAM, 11 de abril de 2019, en gaceta.unam.mx.
Le
Breton, D., 2018, La sociología del
cuerpo, Siruela, Madrid, pp. 15-16.
Park,
Madison, “Una isla y dos países: las diferencias de vida o muerte entre Haití y
República Dominicana”, 12 de octubre de 2016, en cnnespanol.cnn.com.
Provencio,
E. y Carabias J., 2019, “El presupuesto federal de medio ambiente: un trato
injustificado y desproporcionado”, Este
País 336, pp. 18- 24, en estepais.com.
Ramos,
Claudia, “Tren Maya: el beneficio social compensa el impacto ambiental,
justifica Fonatur”, en Animal Político,
5 de febrero de 2019, en animalpolitico.com.
Rockström,
Johan y Pavan Sukhdev, “How food connects all the SDGs”, Stockholm Resilience
Centre, en stockholmresilience.org.
Sikor,
T. et al., 2013, The Justices and
Injustices of Ecosystem Services, Routledge, Nueva York, pp. 24-28.
Toledo,
V., 1978, “Uxpanapa, Capitalismo y Ecocidio en el Trópico”, Nexos (ll), pp. 15-18, en nexos.com.
Este País se fundó en 1991 con el propósito de analizar la realidad política, económica, social y cultural de México, desde un punto de vista plural e independiente. Entonces el país se abría a la democracia y a la libertad en los medios.
Con el inicio de la pandemia, Este País se volvió un medio 100% digital: todos nuestros contenidos se volvieron libres y abiertos.
Actualmente, México enfrenta retos urgentes que necesitan abordarse en un marco de libertades y respeto. Por ello, te pedimos apoyar nuestro trabajo para seguir abriendo espacios que fomenten el análisis y la crítica. Tu aportación nos permitirá seguir compartiendo contenido independiente y de calidad.