¡El rey va desnudo!: ropa y basura

Frente a los complejos problemas ecológicos que enfrentamos, Luis Zambrano analiza en quién deben recaer las responsabilidades y advierte las estrategias discursivas que nos desvían del meollo del asunto.

Texto de 20/01/22

Frente a los complejos problemas ecológicos que enfrentamos, Luis Zambrano analiza en quién deben recaer las responsabilidades y advierte las estrategias discursivas que nos desvían del meollo del asunto.

Tiempo de lectura: 8 minutos

En los primeros días del año se hizo viral la noticia de la cantidad de ropa que se ha vertido en el desierto de Atacama en Chile. La denuncia nos ha impresionado a todos: las imágenes hablan de la destrucción de un desierto a partir de montañas de ropa desperdiciada. Llama la atención que no toda la ropa es usada, sino que también hay ropa sin estrenar, con etiquetas. El que parte de esta montaña de ropa nueva sea desechada por los propios fabricantes es el resultado de un “sistema complejo”, pues responde a múltiples problemas actuales de producción, comercio, distribución, así como la durabilidad de la ropa, el consumo de la fast fashion y los incendios que provoca, entre otras cosas. Sin embargo, el otro día escuché en un programa de noticias que la industria de la moda estaba proponiendo que parte de la solución a este problema era entrarle al “metaverso” en algo así como la “metamoda”. Esto es comprar el diseño de un traje o un vestido para lucirlo virtualmente a través de un avatar. Del otro lado de la cámara, la gente te estaría viendo como si tuvieras puesta esa ropa, aunque en la realidad puedas estar desnudo. Esto se propone como la  solución para reducir el consumismo de ropa y, con eso, los problemas ambientales.

Suena ridículo, y lo es.

Esta idea tiene varios propósitos. Por un lado, pretende abrir la moda al mercado de la realidad virtual. Por otro, y más importante, establecer una dinámica que el doctor Michael Mann denomina como “desviación” (deflection, en inglés) en su libro The New Climate War, que se ha utilizado desde los años setenta en problemas ecológicos. Según Mann, este tipo de estrategia comenzó con una campaña publicitaria basada en un anuncio de televisión conocido como The Crying Indian, que en traducción libre sería “El indio triste”. En este anuncio se presenta el estereotipo de un indígena nativo de Estados Unidos —popularmente denominados indios— navegando en su canoa por un río contaminado. El personaje (cuyo actor, por cierto, era italiano) sale del río para encontrarse con una autopista donde las personas tiran basura desde su auto. Ante tal paisaje, al protagonista le ruedan lágrimas por la mejilla. Termina el anuncio con una voz en off diciendo “la gente comenzó la contaminación, la gente puede detenerla”.

Nos preguntaremos: ¿qué tiene de malo este anuncio? Desde pequeños sabemos que la responsabilidad de la basura en las calles y los bosques es de aquellas personas que no ponen la basura en su lugar. Y es cierto, parte de la responsabilidad es individual; pero no es la única y quizá tampoco la más importante.

Para resolver problemas en sistemas complejos ecológicos es fundamental contar con dos ruedas en el engranaje. La primera es la voluntad individual para cambiar; la segunda, el cambio social que se promueve a partir de políticas públicas (leyes, decretos, reglamentos). Los cambios individuales tienen un papel relevante para enfocar el problema en acciones. No obstante, los cambios capaces de modificar toda una dinámica socioecológica —como el exceso de basura— tienen que enfocarse en políticas públicas: estas engranan la rendición de cuentas en la población, la industria y el gobierno, y son el motor de los cambios en toda la sociedad. 

En la Ciudad de México, por ejemplo, hasta hace un par de años una muy pequeña parte de la ciudadanía llevaba sus propias bolsas al supermercado, pero no fue hasta que se hizo política pública y el gobierno local prohibió que los supermercados dieran bolsas de plástico cuando se realizó un cambio radical en la sociedad. Por supuesto, hubo gritos y sombrerazos de algunos líderes de opinión que defendían a la industria del plástico, pero al final se acató la medida y el planeta siguió rodando ya sin bolsas de plástico en la zona de empacado. Probablemente esta medida no cambie significativamente el efecto de la contaminación por plásticos, pero es un muy buen ejemplo de cómo una política pública modifica los patrones sociales de manera más rápida y profunda que un cambio individual.

Por lo anterior, poner el acento en los cambios individuales desvía la discusión sobre las transformaciones que se deben hacer en las políticas públicas para solucionar el problema. La campaña de “El indio triste” surgió en Estados Unidos justo cuando se estaba discutiendo una ley para hacer responsables a las refresqueras del desecho de sus envases. La táctica funcionó muy bien: después de 50 años, todavía es una ley que ha tenido muchos problemas para pasar a nivel federal.

La  táctica  de la desviación es sutil, sus promotores no argumentan contra la medida de manera directa, sino que buscan desviar la conversación hacia otros aspectos del problema. No importa que los argumentos sean tan ridículos como el de la metamoda; la conversación está desviada y es difícil reencauzarla hacia la legislación de políticas internacionales sobre las industrias textil y de la moda. Este cambio debería enfocarse en reducir la explotación infantil en países textileros, el costo ambiental de producción, la fast fashion —equivalente a la obsolescencia programada—; también debería responsabilizar a la textilera de los desechos de sobreproducción. 

En suma, toda esta dinámica de producción e incentivo de consumo en masa es lo que genera las montañas de ropa en el desierto de Atacama. Con la entrada de la metamoda en la discusión, la responsabilidad pasó de la industria causante del problema a los individuos, que ahora tendríamos que comprar ropa virtual y sentirnos ecológicamente responsables.

“…la problemática del desierto de Atacama deriva de una dinámica compleja, que tiene muchos actores y diferentes interacciones: los productores, los consumidores, el transporte, la huella ecológica, el gobierno que permite tirar la basura, las comunidades aledañas, la economía informal, la desigualdad social… y podemos seguir sumando”. 

Académicamente podemos reflexionar sobre las razones por las cuales esta técnica es tan eficiente. Desde un análisis sistémico, se puede valorar lo sencillo que es desviar la conversación sobre un tema que nos perturba. Lo primero, es necesario tener un culpable, pues en general los seres humanos buscamos un causante cuando observamos un fenómeno que nos desagrada. Para la táctica de la desviación es necesario culpabilizar a alguien distinto de los actores o las interacciones que realmente están causando el problema. La ventaja es que sobran los objetivos para la culpabilidad. Por ejemplo, la problemática del desierto de Atacama deriva de una dinámica compleja, que tiene muchos actores y diferentes interacciones: los productores, los consumidores, el transporte, la huella ecológica, el gobierno que permite tirar la basura, las comunidades aledañas, la economía informal, la desigualdad social… y podemos seguir sumando. 

Para desviar la conversación se puede escoger uno de esos culpables que no tienen defensor, o que no están organizados para responder la acusación: los mejores receptáculos son la naturaleza como culpable, y las acciones individuales como responsables de solucionarlo. Es común culpar a la naturaleza de cualquier problema ambiental; frases como “las lluvias atípicas nos inundaron”, “el huracán nos golpeó con particular saña”, o “los incendios forestales acabaron con las casas” apuntan a una naturaleza despiadada y culpable de un evento que afecta a los seres humanos (aun cuando esa afectación sea resultado de un mal manejo territorial, o bien, derivada del cambio climático).

“Con esto quiero insistir en que no se trata de decirle a la gente que puede tirar basura cuando va a un bosque o un lago, pero en la discusión pública el acento de la responsabilidad debe recaer en las políticas públicas, y no en la voluntad individual que deberá ceñirse a lo que la política pública señale”.

Ahora, ¿a quién delegamos las responsabilidades de solucionar un problema? Lo más fácil es adjudicarlas a la acción individual, pues es un ente abstracto. Todos podemos realizar las acciones y a la vez nadie es el responsable directo. Además, la acción individual apela a la culpa personal; y en las sociedades católicas y cristianas el peso de la culpa individual es grande. Con esto quiero insistir en que no se trata de decirle a la gente que puede tirar basura cuando va a un bosque o un lago, pero en la discusión pública el acento de la responsabilidad debe recaer en las políticas públicas, y no en la voluntad individual que deberá ceñirse a lo que la política pública señale.

Sin embargo, quizá la razón más importante por la cual la táctica de la desviación funciona es porque no estamos acostumbrados a pensar de manera sistémica. En la academia, el pensamiento sistémico es reciente —tiene unos setenta años—, y gracias a él hemos encontrado información científica de gran valor. En particular, la ecología como ciencia se basa en el pensamiento sistémico porque los ecosistemas (y más los socioecosistemas) cuentan con múltiples variables e interacciones a los que hay que categorizar con el fin de encontrar cuáles son los más relevantes en los procesos. Por ello, a partir de estudios de los ecosistemas que tienen muchas variables interaccionando, los ecólogos hemos aprendido que se debe jerarquizar el peso de las variables y de sus interacciones, pues sólo algunas de ellas son capaces de cambiar las dinámicas de todo el ecosistema.

Así como en ecología, el pensamiento sistémico es una forma de percibir los fenómenos que están a la vista de todos y que pueden ser muy útiles en la planeación de una ciudad. Mark J. McDowell lo ejemplifica de manera muy sencilla cuando hizo el prólogo de Urban Ecology de Richard Forman: “Cuando voy en un auto, autobús o avión, o incluso cuando veo por la ventana altos edificios, mi vista no es estática sobre la vegetación, ríos, edificios o calles; ahora sólo veo un paisaje dinámico multidimensional modulado por la acción humana y los procesos ecológicos”.

Desarrollar el pensamiento sistémico no es sencillo, menos cuando toda nuestra formación escolar nos lleva a pensar sólo dos variables para comprender las dinámicas acción-reacción. La forma acción-reacción nos ha ayudado a solucionar muchos problemas, pero es poco útil en las dinámicas complejas. Normalmente cuando aplicamos el análisis acción-reacción a sistemas complejos, uno de los errores es que consideremos que todas las variables e interacciones tienen el mismo peso. Aún cuando existen personas que le asignan pesos diferenciales a las variables, por lo general ese peso se basa en preferencias personales ideológicas, políticas, económicas, entre otros sesgos. Por lo tanto, la falta de pensamiento sistémico provoca que desviar la conversación se vuelva fácil. Si la variable “ponga la basura en su lugar” es tan importante como la política pública que obliga a las empresas a hacerse cargo de sus envases, la responsabilidad se diluye entre todas las personas (la industria sólo es un personaje más que pesa igual que cualquiera) y por lo tanto no resuelve el problema.

Los beneficiarios directos del desvío en la conversación son los sospechosos primarios de utilizar esta táctica. En ocasiones es muy sencillo detectarlos como en la metamoda o “El indio triste”. La promoción del desvío no demanda mucho esfuerzo, requiere únicamente posicionar un tema en la discusión social y esperar a que germine. La facilidad con la que se puede aplicar esta técnica hace que en ocasiones sea menos sencillo detectar quién la promueve, incluso es posible que en muchos casos el desvío sea espontáneo. La polarización en las redes sociales es tierra muy fértil para que esto germine sin alguien detrás. He estado en conversaciones en Twitter que comienzan con la búsqueda de un cambio en política pública en movilidad y, en pocos tuits, se convierte en denuncias al capitalismo a partir de la ilegalidad laboral de trabajar más de ocho horas.

“Pensemos de nuevo en el ejemplo de las bolsas en el supermercado: una cosa es sentirnos bien por ser de los ‘pocos’ que llevan bolsas de tela —y si se nos olvidan y usamos de plástico por esa ocasión, sólo experimentaremos un poco de culpa—, y otra es estar obligados a llevarlas y sufrir las consecuencias de no hacerlo”.

En la psicología social, las razones de la sociedad para acoger la técnica del desvío en los temas sustanciales es un tópico apasionante. De ahí entiendo que puede haber múltiples sesgos cognitivos por los cuales preferimos discutir sobre algo conocido —como el cambio de actitud individual— más que sobre un cambio en una política pública que genera obligaciones y que posiblemente modifique hasta la accesibilidad a ciertos beneficios. Pensemos de nuevo en el ejemplo de las bolsas en el supermercado: una cosa es sentirnos bien por ser de los “pocos” que llevan bolsas de tela —y si se nos olvidan y usamos de plástico por esa ocasión, sólo experimentaremos un poco de culpa—, y otra es estar obligados a llevarlas y sufrir las consecuencias de no hacerlo. Sin embargo, esta discusión requiere de muchas más líneas para tratarlas con la profundidad que se merece. 

Como civilización tenemos dos metas que cumplir: lograr una sociedad guiada por el pensamiento sistémico y entender los sesgos cognitivos que fomentan el desvío de la discusión frente a problemas complejos. No cabe duda de que requerimos modificar las políticas públicas que impulsen las transformaciones necesarias hacia la sostenibilidad. De lo contrario, mientras sigamos dando la espalda al planeta —que requiere políticas públicas organizadas y concretas en materia de ecología—, vestiremos ilusionados un traje virtual Gucci hasta que la siguiente generación nos grite que vamos desnudos. EP

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