Pantalla dividida Choque cultural: Las fronteras del horror político

Columna mensual

Texto de 16/10/19

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A fuerza de repetición, las imágenes de la crueldad se desgastan: su potencia, que inicialmente rasga la realidad cuando las contemplamos por vez primera, se disminuye cuando vuelven a pasar frente a nuestros ojos en el feed de Twitter, primero como tragedia noticiosa y luego como fársico meme. Así, las dolorosas fotografías de centros de detención de migrantes o de brutalidad policíaca contra la población afroamericana se deslavan mientras se integran a un torrente infinito donde otras imágenes, entre banales y urgentes, compiten por lograr la atención de quien observa. Lo vemos suceder todos los días: una imagen indigesta deviene, vía noticiarios y periodistas y tuiteros y memeros y troles, un insignificante fragmento de desmemoria. Perdido en ese flujo atroz, el horror de la realidad pasa de lo excepcional a lo cotidiano. 

Más reales que la realidad, las películas poseen la capacidad de sujetarnos del cuello y obligarnos a mirar el mundo material a través de la lente magnificada de la ficción. Lo que las imágenes estáticas no consiguen, atrapadas como están en el torrente digital, el cine puede conseguirlo, dotado como está de infinitos recursos técnicos. En ese sentido, el cine de horror de años recientes ha incursionado en las problemáticas sociales como materia prima. Siguen ahí, por supuesto, los entes sobrenaturales de siempre, pero ahora están entremezclados con acuciantes asuntos sociopolíticos del mundo material. Los miedos y peligros de una persona racializada en una nación con ínfulas posraciales o la crisis migratoria en la frontera entre Estados Unidos y México, por ejemplo, son el punto de partida de dos películas recientes, no en vano de la misma productora: Get Out, de Jordan Peele, y Culture Shock, de la mexicana Gigi Saul Guerrero.

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Blumhouse es una productora estadounidense caracterizada, esencialmente, por dos cosas: hacer películas de terror y hacerlas con poco dinero. Su historia comenzó con el lanzamiento de Paranormal Activity, de Oren Peli, una cinta económica, filmada en found footage, un estilo que se hizo casi omnipresente durante los dosmiles. A partir de ahí, Blumhouse —encabezada por Jason Blum— ascendió en el camino del horror gracias a una estricta política de control de gastos, pero también a su disposición a acoger tramas inusuales y directores innovadores siempre y cuando estuvieran de acuerdo con las reglas de la casa. Así, Blumhouse se armó de una filmografía interesantísima, siempre en continua expansión, donde lo mismo entran los churros que las obras maestras: Creep y Creep 2, Sinister, The Purge, Insidious, Unfriended, entre muchas otras, forman parte del heterogéneo catálogo de Blumhouse.1 La productora, siempre en búsqueda de nuevos terrenos, incursionó pronto en la televisión y, en 2018, anunció, en mancuerna con el servicio de streaming Hulu, el estreno de Into the Dark, una serie compuesta por doce largometrajes de horror dirigidos por distintos cineastas, con un vínculo temático con alguna temporalidad o festejo realizado durante el mes del estreno. Para el capítulo del 4 de julio, Into the Dark fichó a una incipiente directora mexicana-canadiense: Gigi Saul Guerrero. 

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Jordan Peele es un cineasta estadounidense al que, como la mayoría de los mortales, conocí gracias a Key & Peele, la serie compuesta por sketches que creó junto con Keegan-Michael Key y que transmitió Comedy Central de 2012 a 2015. En Key & Peele, el humor a menudo se emparentaba con el horror, y el componente político y racial siempre estaba ahí: en un sketch, un par de sobrevivientes afroamericanos, interpretados como en casi todos los sketches por Key y Peele, luchan en un mundo posapocalíptico donde los aliens se hacen pasar por seres humanos. Ambos detectan a los aliens porque se comportan como si su raza no importara; los humanos de verdad suelen ser racistas o se esfuerzan demasiado en fingir que no lo son. El racismo y las vicisitudes de una vida racializada forman parte central de Key & Peele: uno diría que su aguda observación de esos fenómenos es justamente parte de lo que hace imprescindible a la serie. No es de extrañar, entonces, que cuando acabó el programa y Jordan Peele se abocó a su nueva carrera como director, esas características —la raza, la política, el horror que deviene humor y viceversa— se convirtieran también en los pilares de su cine. Su más reciente película, la genial Us, presenta a una familia afroamericana luchando contra sus perversas réplicas, que visten de rojo y portan un guante, como Michael Jackson hace algunas décadas. No obstante, su marca comenzó en la no menos brillante Get Out, donde un hombre afroamericano viaja a conocer a la familia blanca y progresista de su novia, sólo para encontrarse que el idilio posracial esconde una realidad mucho más perversa. 

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Culture Shock sigue la historia de Marisol —Martha Higareda, que bajo la dirección de Guerrero aprovecha sus posibilidades actorales como otras películas no lo han logrado—, una joven mujer mexicana obsesionada con cruzar la frontera con Estados Unidos para acceder a una vida mejor. Guerrero, que escribió el guion junto a James Benson y Efrén Hernández, filma los problemas de la migración ilegal con una sensibilidad femenina que claramente le urgía al tema: el personaje de Marisol sufre una violación a manos de Óscar, su novio, quien la ataca durante el camino a Estados Unidos y la abandona en el desierto. Sola, sin dinero y embarazada, Marisol vuelve al anónimo pueblo fronterizo donde reside; ahorra de nuevo y vuelve a intentar el viaje, pese a todas las advertencias en contra que recibe. 

Gigi Saul Guerrero actúa brevemente en la película, y lo hace en un papel que deja claro su discurso: su personaje es el de Paola, una joven conocida de Marisol que recibe un paquete de anticonceptivos de Lupita, una mujer adulta que protege a mujeres más jóvenes y las guía a través de la difícil vida fronteriza. Paola se rehúsa, inicialmente, a tomar anticonceptivos: “Soy católica”, afirma. “Yo también”, le dice Lupita, pero esto va más allá de lo religioso: en la frontera las violaciones son cosa común, parece decir Culture Shock, y Paola y Lupita asumen la vida con las consecuencias ineludibles e injustas de su condición de mujer. A través del filtro de la ficción, la certeza del abuso sexual, una atrocidad normalizada en la vida de las mujeres mexicanas, se resignifica y reconfigura para mostrarse, de nuevo, como lo que auténticamente es: un horror deshumanizante. 

Es posible ver una manifestación de esto en Get Out, una película que arranca con la situación —mucho menos intimidante, en el papel, que el cruce ilegal de la frontera— de un joven, Chris, interpretado por Daniel Kaluuya, que viaja para conocer a sus suegros, blancos y de un nivel socieconómico más elevado que el suyo. Esta situación —tan aparentemente trivial y tan común en montones de comedias del tipo El padre de la novia o La familia de mi novia— derivará en una incomodidad que sólo puede sentirse cuando se pertenece a una raza y a un orden socioeconómico percibidamente inferiores a los de los anfitriones. La paranoia de sentirse inadecuado, tan invisible a los ojos de los demás, se subraya vía el horror: en Get Out, la actitud de progresismo liberal de los suegros no es otra cosa que una máscara para un racismo crudo que tiene como objetivo apoderarse de los cuerpos de los jóvenes afroamericanos a fin de obtener una sujeción total, descendiente directa de la esclavitud que durante siglos se vivió impunemente en aquel país (y, al menos durante un periodo, en el nuestro). Culture Shock y Get Out comparten también la presencia de una comunidad aparentemente idílica. En ambas, tanto Marisol como Chris llegan a un sitio extraño, con fuertes lazos entre sus habitantes, en el que ellos son percibidos como entes no sólo foráneos sino diferentes. Marisol es una mujer latina en una casa y en un pueblo blancos y estadounidenses; Chris es un joven negro en una casa y una comunidad blancas, estadounidenses y ricas. En ambos casos, otros latinos y otros afroamericanos de la comunidad, aparentemente adaptados, se comportan de manera extraña, como en una especie de subyugación gustosa pero no del todo consciente. Detrás de esa falsa armonía que parece atravesar toda raza y todo género se encuentra un submundo grotesco, otro rasgo en común a ambas películas: el mundo de Get Out es uno de inconsciencia, un mundo de la mente donde Chris se encuentra atrapado tras haber sido hipnotizado por su suegra. En Culture Shock este mundo es uno que se encuentra detrás de la ilusión de la realidad; en un desplante digno de Philip K. Dick, Marisol descubre que ese pueblo de colores pastel y buffets gratis que se desvive preparando los festejos del 4 de julio es otra cosa: una realidad generada por computadoras para mantener a los migrantes en un solo sitio, sedados y a manera de sujetos de prueba para medicamentos, ahorrando así la mayor cantidad posible de impuestos del ciudadano americano.2

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Hay una influencia que cruza las premisas y las ejecuciones de Get Out y Culture Shock. Se trata de La dimensión desconocida, la fundacional serie creada y escrita por Rod Serling. Una de las características distintivas del programa —junto al tradicional giro de tuerca en los últimos momentos del capítulo o el balanceo genérico entre el horror y la ciencia ficción— era su inusual incursión en terrenos espinosamente políticos, justo en la década en la que el movimiento de los derechos civiles estallaría en Estados Unidos: los guiones de Serling a menudo atacaban al fascismo y al racismo, y hasta utilizaban los estereotipos de género para engañar al espectador y despistarlo (“Nightmare as a Child”, temporada 1, episodio 29, 1960). Su herencia —la de un avezado cineasta adelantado a su época, capaz de utilizar lo que otros despreciaban como entretenimiento de segundo orden para abordar temas necesarios y urgentes— se siente en las tempranas obras de gente como Jordan Peele y Gigi Saul Guerrero, directores que no se amedrentan ante las posibilidades del horror político. 

Get Out se consigue en Blu-ray en tiendas físicas y en línea, y en streaming en Claro Video. Para ver Culture Shock hay que tener una suscripción a Hulu y usar una VPN, pero juro que vale la pena. EP 

1 En años recientes, la productora ha diversificado también los géneros a los que acoge: BlacKkKlansman y Whiplash, que le valieron sendos premios Oscar, pertenecen también a su inventario

2 “It’s all the labor without the worker!”, dice una voz de infomercial, extática, al presentar un programa de trabajo donde los mexicanos realizan labores de cosecha a través de robots sin necesidad de estar cerca del consumidor estadounidense en el cortometraje Why Cybraceros?, de Alex Rivera. Escribí sobre él en el número de abril 2019 de esta revista.

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