Becarios de la Fundación para las Letras Mexicanas: Entre la memoria de las polillas y los dientes

Lucía Rueda, becarie en el área de poesía de la Fundación para las Letras Mexicanas, escribe sobre las polillas y los dientes

Texto de 25/05/22

Lucía Rueda, becarie en el área de poesía de la Fundación para las Letras Mexicanas, escribe sobre las polillas y los dientes

Tiempo de lectura: 4 minutos
Recuerdo molar

Sé que intento recordar algo cuando me lavo los dientes, pero en la mayoría de los intentos algo duele, me rindo y sólo procedo a terminar y escupir la pasta dental junto con mi saliva, algo de sangre. Observo la manera en la que todo se va por el lavabo. Hay una tristeza en la renuncia del acto, en lo que faltó por alcanzar la raíz. La raíz de una historia que no recuerdo, o que quizá alcancé, pero el ratón viejo que inventaron mi mamá y papá llegó en la noche para arrebatarla de mí y dejarme una moneda de chocolate que funciona como el olvido. 

“Los cuentos que nos dicen en la infancia son peligrosos, anoto en alguna parte de mi libreta con la moneda entre los dedos”.

Los cuentos que nos dicen en la infancia son peligrosos, anoto en alguna parte de mi libreta con la moneda entre los dedos. Lo metálico de la envoltura me trae un recuerdo, una sensación que entumece mi mandíbula, lo metálico de la sangre. 

Pienso en las fotografías que muestran los dientes que tiene un caimán, pienso que son sus historias más enterradas y me sorprende que estén tan adentro. Es un asombro que quisiera descubrir en mí, que tengo más dientes de lo que me imagino. Los caimanes pueden regenerar sus dientes 50 veces en su vida, pero nosotras sólo una vez y eso se vuelve una pequeña desilusión como una envoltura de  aluminio que aplasto con mi mano y dejo caer al suelo. 

Recuerdo los dientes pequeños, los dientes a los que me encantaba darles vuelta en su propio hilo de vida que los unía a mi encía cuando estos se encontraban tan frágiles como la infancia. Yo pensaba que si dejaba una noche esos dientes caídos en algún vaso, encontraría al día siguiente leche que al tomármela volvería a formar esa arquitectura dental. Como la memoria. 

Estoy tratando de escarbar hasta el origen de todo mientras paso el cepillo por los incisivos y en mi cabeza repito la palabra: incisivo, cortar. Arrancarse de un sitio. Paso las cerdas del cepillo a los premolares y recordé una ocasión en la que le explicaba a alguien cómo era mi manera de enojarme, todo eso mientras me lavaba los dientes y la espuma se acumulaba en mi boca como la rabia de un perro. 

De pronto la sangre se cuela en la división de mis dientes y pienso que debería parar o darle un receso al movimiento, pero me doy cuenta que estoy tan cerca de tocar la raíz de algo, estoy tan cerca y duele. 

“Recuerdo ir con mi mamá y decirle que algo me dolía. Recuerdo su enojo. Recuerdo que me pidió que le llevara la caja de herramientas”.

Sí, recuerdo mi gusto por la sangre, en la primaria, el diente de leche que lo único que tenía de lácteo era romperse a la mitad como cuando la leche se corta y si te asomas a la botella la ves como algo inocente pero terriblemente viejo. Así, algo así. Pienso que tengo que anotarlo en alguna libreta después. La muerte de la infancia. Cepillo con más fuerza. Los colmillos de una araña funcionan como una aguja, las arañas protegen y aterran, diría Louise Bourgeois bajo una araña gigantesca y materna. Mis dientes son agujas, recuerdo lo afilado cuando tenía brackets y una parte del arco se salió y me lastimé. Cortar-incisivo. Recuerdo ir con mi mamá y decirle que algo me dolía. Recuerdo su enojo. Recuerdo que me pidió que le llevara la caja de herramientas. Recuerdo que sacó la tijera de hojalatero. Recuerdo que lo puso en mi boca. Recuerdo que cerré los ojos. Recuerdo que me preguntó por qué cerraba los ojos, recuerdo que tenía más miedo de su enojo que de las tijeras que estaban dentro de mi boca intentando cortar un delgado cable. Una pequeña envoltura que cubre la infancia. 

Los dientes son agujas afiladas, mi mamá trata de cortarlas para que nada me lastime. Las arañas cuidan a sus crías. Escupo. 

Lo peligroso de cultivar polillas

Yo vi 

a esos huéspedes 

acabarse el pan y el cereal 

pero no decía nada

Los veía entrar 

como quien no quiere abrir la puerta

como quien no entiende

la reproducción de las cosas 

hasta que de pronto ahí están 

en el deterioro de la casa 

nuestra casa

que ya no es tuya 

y que dices que nunca lo fue

con una grafía oscura 

en la parte más noble de las paredes

Lo que yo nunca te dije 

es que la albahaca

no murió 

por mi culpa, 

sino por tus manos 

con las que ya no sabes qué hacer

Ni cómo despedirte 

de la casa

que no es tuya 

que ya te no te recuerda 

porque te fuiste

demasiado tarde.

Te fuiste 

cuando aprendí a cocinar arroz 

y supe la importancia de la sal

Una estatua que no debe voltear, 

no debe voltear

pero eso ya lo sabes

Un grano de arroz 

puede crecer en el cajón 

hasta volverse piedra 

a esas horas 

en las que se apagan las hornillas 

porque es demasiado tarde 

para pactar con el fuego 

En una historia

que ahora no existe 

la sopa de piedras 

separó a todo un pueblo 

porque nadie llevó sal 

Pero esto no es sobre cómo cocinar 

Es sobre los pasos para que nada desborde

Pero aquí están todas las larvas 

que bien podrían ser un grano de arroz 

o una de las piedras que olvidaste 

como yo olvidé 

o decidí olvidar 

la lista de cosas que ya no eres

en este espacio 

de puentes rojos 

donde una vez 

nunca cruzamos 

y me distraigo de nuevo, 

del peligro de cultivar polillas 

en la albahaca 

que era el centro 

de una guerra de platos 

que no son míos

que nunca fueron míos 

Y por eso 

mido el arroz 

con forma de larvas de polilla

en una taza 

para tener las medidas justas.

A veces es importante 

aprender a cocinar mientras alguien se va de casa. EP

DOPSA, S.A. DE C.V