No nos llevamos bien

Galia García Palafox aborda la crisis de convivencia que produce el poder político, potenciada en las redes sociales y que se traduce en la polarización brutal que vivimos.

Texto de 01/12/21

Galia García Palafox aborda la crisis de convivencia que produce el poder político, potenciada en las redes sociales y que se traduce en la polarización brutal que vivimos.

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El lunes 29 de noviembre en su conferencia mañanera, el presidente Andrés Manuel López Obrador acusó a la periodista Carmen Aristegui y al semanario Proceso de no estar a favor de su movimiento. “Ellos dicen que son independientes y yo sostengo que sí son independientes, pero independientes del pueblo”, dijo.

López Obrador respondía a un reportaje publicado por ambos medios sobre irregularidades en el Programa Sembrando Vida con las que se beneficiaría el negocio de cultivo de cacao y producción de Chocolates Rocío que es propiedad de los hijos mayores del presidente. Esa mañana López Obrador dijo que Aristegui y Proceso habían hecho “una investigación mentirosa y sin fundamentos para buscar mancharnos con la máxima del hampa del periodismo. Que la calumnia, cuando no mancha, tizna. Nomás aclarar que no es cierto”.

Que el presidente ataque a un periodista no es novedad —legendarias serán las sesiones de los martes que dedica a da a conocer su lista negra de periodistas “mal portados”—, pero esta vez se trataba de Aristegui, la periodista que en su momento destapó el escándalo de La Casa Blanca de Enrique Peña Nieto, la que en sexenios anteriores salió de más de un medio acusando censura, y que ha sido asociada hacia la izquierda y el movimiento de López Obrador. 

Lo que siguió no fue el apoyo incondicional a la periodista atacada. Lo hubo, pero en redes sociales cuentas asociadas a la izquierda la llamaban traidora o mentirosa, y grupos de derecha alababan su investigación, pero a ella le reclaman haber apoyado al ahora presidente: “Tenga para que aprenda”, “No es momento de ponerla en un pedestal, para mí ni olvido ni perdón”, “Mi solidaridad no es con Aristegui, ella contribuyó a encumbrar al aprendiz de tirano, a sabiendas de lo que nos esperaba. Mi solidaridad es con la libertad de expresión”.

El presidente y con él una buena parte de sus seguidores mandaron a Aristegui al bando de los conservadores, lejos del pueblo. Los conservadores la denostaron o en el mejor de los casos le quisieron hacer ver “su error” .

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El presidente parece seguir en campaña creando enemigos: el que no está con él, está contra él. Sin embargo, ya no es tiempo de votar y los que están con él no necesitarían estar contra el otro, ni los que están con el otro tendrían que descalificar tajantemente a los que están con él. Luis de la Barreda, investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, divide al país en creyentes y pensantes, donde no todos los creyentes son de izquierda y están con el presidente ni los pensantes son de conservadores de derecha. “Hay que rechazar tajantemente que los adversarios sean necesariamente de derecha; los principales críticos no son de derecha: son personas, las más lúcidas, que rechazan esa dicotomía izquierda-derecha. Hay creyentes en la izquierda y en la derecha. Y hay muchos que rechazamos esa dicotomía”.

“Hay que rechazar tajantemente que los adversarios sean necesariamente de derecha; los principales críticos no son de derecha: son personas, las más lúcidas, que rechazan esa dicotomía izquierda-derecha. Hay creyentes en la izquierda y en la derecha. Y hay muchos que rechazamos esa dicotomía”.

De la Barreda hace una analogía con el matrimonio: el creyente no ve una posibilidad de salida, cuando la ventaja de los matrimonios es el divorcio. “El creyente se casa con una cierta creencia y no acepta separarse un milímetro de ahí. Considero que los creyentes en una sociedad como la nuestra son la gran mayoría, es muy difícil para los pensantes convencerlos porque están aferrados a un dogma, creen con la fe del carbonero”.

El pensante, en cambio, trata de informarse para reafirmarse o para cambiar su postura, está dispuesto a cambiar su punto de vista. “Hay una diferencia esencial entre el creyente y el pensante, quiere pensar, todo lo pone en duda, tiene como divisa la de Descartes: ‘pienso, luego existo’. El creyente, en contraste, se aferra a ideas que no quiere examinar. Pueden caer en el fanatismo y los lleva a amenazar a una senadora como Lily Tellez”. 

En octubre el presidente no asistió al Senado de la República a entregar la Medalla Belisario Domínguez a Ifigenia Martínez a la que le envió una carta en la que se excusaba porque “una legisladora del bloque conservador está convocando a que me falten al respeto”. Días después Tellez afirmó haber recibido amenazas contra su hijo a través de una cuenta de Twitter. 

De la Barrera pone un ejemplo de los que muchos hemos tenido: “hablando de López Obrador con un vecino, yo le decía que lo quiero evaluar por los resultados y todos son pésimos. Dime uno solo donde haya un buen resultado y el pobre no podía decirme ninguno y lo que me dijo desesperado fue: ‘yo creo en sus buenas intenciones’”.

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Teresa Rodríguez de la Vega, socióloga y filósofa, cree que con el tamaño de la desigualdad y las heridas de las minorías del país no puede más que haber un ambiente polarizado. Y ese cálculo ya lo hizo el presidente. 

“La 4T ha abonando a esta polarización porque sabe que enraíza en un agravio verdadero, sectores populares dolidos de la indolencia del estado, pero también de la burguesía mexicana que es muy clasista y muy racista. Desde el poder se incita, se fomenta un discurso anticlasemediero, antiintelectual, antiempresarial, pero si eso tiene respuesta es porque continúa habiendo una herida muy profunda de sectores populares que han sido abandonados y maltratados. ¿Qué le pasa a la empleada doméstica promedio cuando desde el poder se hace una crítica a la fifiza? Encuentra en esa figura pública, encuentra eco de su enojo histórico contra la patrona. Si eso enraíza es porque cae en un terreno fértil y es el terreno de la desigualdad en la que pocos se han enriquecido y acomodado a un estilo a costa del maltrato cotidiano y la precarización”.

Lo que se ha llamado polarización, para Rodríguez de la Vega es el proceso de sectores populares que están adquiriendo conciencia. Para las élites, sostiene, esa conciencia es altanería plebeya, ¿cómo se atreven?

En el peñanietismo, dice, la clase en el poder era la de moda, la de las casas, la de los grandes hoteles, la de los relojes en un país donde un alto porcentaje de la gente no tiene garantizada la seguridad más elemental. Hoy esos grupos se sienten acompañados. ¿Por qué entonces estaría mal el despertar de los sectores más populares?

Porque el presidente hace un uso clientelar de esa concientización, del enojo popular afirma. “Yo creo que tiene un uso clientelar de este discurso polarizante que le resulta muy útil porque se dio cuenta de que abona a fortalecer ese arraigo popular . No creo que sea del todo honesto, creo que López Obrador tiene un espíritu por sectores populares más o menos honesto, pero sí hay un uso instrumental para mantener apoyo de sectores populares. Cuando el presidente tacha algo o a alguien de fifí, apapacha a los sectores populares y “paradójicamente le sirve como cheque en blanco para llevar a cabo iniciativas como megaproyectos”.

De la Barreda considera que la postura antififí no ha creado conciencia de clase porque los pobres siempre han sabido dónde están. “Yo creo que un pobre a quien no le alcanza para la canasta básica siempre ha tenido conciencia de clase, que no lo exprese es otra cosa, pero un pobre sabe lo que es ser pobre, una persona que ha sido humillada por el color de su piel… Lo que creo es que hay una incitación para que esa conciencia se manifieste de una manera que redunde en apoyo a un discurso sectario”.

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¿A quién le asusta la polarización? Para Rodríguez de la Vega asusta a los que tienen algo que perder, porque no ve a los obreros o a las trabajadoras del hogar diciendo “no nos peleemos”. ¿Le sirve a alguien que se acabe el discurso polarizante? Le sirve a las élites que son las que están preocupadas de ello, pero eso no va a acabar con las diferencias. 

“Tenemos un presidente que tiene excesos y desatinos declarativos, sí. Irresponsabilidad, pero ¿cuál es la gravedad de los excesos declarativos o del poco cuidado respecto al tema de género? Las tropelías que ha dicho en contra de un sector que de por sí está contra la pared que somos las mujeres. Cuando hace una tropelía declarativa en ese tema tiene consecuencias gravísimas, porque se inserta en un contexto feminicida. Reproduce muchísima violencia contra las mujeres en medios digitales, hay como un aval presidencial para decir que el feminismo blablabla”.

Pero cuando el presidente critica a los fifís no pasa nada, más allá de afectar susceptibilidades, dice. No pone a las élites contra la pared porque no están contra la pared, siguen ganando lo que ganan. 

Lo que sí hace es hacerlos actuar en conjunto, como un actor donde —y pone el ejemplo de la UNAM donde grupos de derecha salieron en su defensa—, pero son un actor tan burdo que el presidente está formando la oposición que necesita, poco sofisticada, racista, sexista, clasista.

Más allá de los pleitos en las cenas familiares y del discurso polarizante del presidente, a Rodríguez de la Vega le preocupa que se quede en nada, que sea tan dependiente de los gestos del presidente que no haya capacidad de los sectores populares para resistir las andanadas del capital y de las empresas. En otras palabras, que no sea más que palabrería. 


“Hay un fenómeno lamentablemente demasiado dependiente de López Obrador, poco autónomo, pero sí hay una toma de conciencia desde lo popular contra la oligarquía y contra la burguesía. Esta idea de lo antififí que se puede ver en las calles está cambiando a ras de piso las relaciones sociales entre clases. Eso no está mal”.  EP

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