Boca de lobo: Al presidente se le murió el superyó

Boca de lobo es el blog de Aníbal Santiago y forma parte de los Blogs EP

Texto de 20/06/19

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Tiempo de lectura: 3 minutos

Freud nos aventaba a laberintos imposibles, teorías intrincadas, complejas, donde los casos de sus pacientes eran indescifrables para nosotros: 25 alumnos de tercero de Prepa con ganas de cascarear, oír a The Cure en el walkman, tirados fuera del plantel divagar con una Coca sobre el amor junto a los demás cuates.

Cansada ante un grupo de 25 adolescentes con dificultades para extraer conceptos claros sobre Introducción al Psicoanálisis o libros por el estilo (chicos que bostezaban, parloteaban, reían), la maestra de Psicología tomó una decisión para que no egresáramos en blanco en su materia. En el pizarrón hizo un dibujo simple: un bote con tapa sobre una calle cualquiera. Al bote le escribió el nombre “Yo”, a la tapa “Superyó” y a la calle “Ello”. Este bote y su espacio circundante, dijo, son un modelo del aparato psíquico, de la mente. Y precisó: el bote, el cilindro donde entran cosas, es el “yo”: el sector mental en contacto con la realidad, lo que somos. La calle es el “ello”, el instinto vinculado a la agresión, la libido, la provocación, cuya misión inconsciente es placer a cualquier costo. Y vino algo sorprendente, el “Superyó”, la tapa, símbolo de la contención de nuestra mente, dijo, una tapa que se abre poco y a veces, lo necesario, para que salga el “Yo” solo lo imprescindible y se ajuste a la moral, los valores, las reglas sociales. Presionado hacia el interior por la tapa del “Superyó”, el “Yo” arrebatado no logra mezclarse sin límite con el “Ello”: si eso sucediera, si nuestro ser primitivo se derramara, seríamos una amenaza social.

Bendito “Superyó”, sin el que iríamos a prisión.

Ahora viajemos de ese día de los ‘90 al domingo pasado en Durango. Frente a unos cientos, de pie en un templete el presidente habla y habla y repite, como ha ocurrido miles de veces, aquí el pueblo decide (¿si lo repite tanto es porque cree que no nos quedó claro? Ergo, ¿nos asume tontos?). “Levanten la mano los que consideren que no hace falta el Metrobús”, pide. López Obrador echa una mirada y calcula que el puñado al que consultó rechaza ese transporte. Y así, decreta sonriendo, “Ya, no hubo Metrobús”. A la construcción del sistema de traslado que arrancó hace cinco años para conectar Durango y Coahuila, de eficacia probada en México y el mundo, lo mató con algo menos serio que un gallo-gallina, y claro, con esa sonrisita mezcla de cinismo, abuso y picardía que arroja al informarnos acciones que, sabe, disgustarán. Banobras, que había depositado 130 millones al gobierno estatal para el proyecto, canceló todo. Orden del presi.

Di mi voto a Andrés Manuel, como 30 millones, porque México necesitaba cirugía urgente y de alto riesgo para ya no ser un despojo. Para eso necesitábamos un cirujano ultra calificado, no un carnicero con machete. Cada día, ofensas e injurias a quienes no le hacen coro. Cada día acciones por sus gónadas y bravuconadas a quienes solo le sugieren sea prudente. Cada día una administración pública de cruel torpeza, con multitudes de trabajadores despedidos, en la calle, en una nación que se parece nada a lo que prometió: hospitales cerrados, recortes despiadados a la cultura, estancias infantiles que se enfrentan al gobierno para sobrevivir, científicos sin recursos, personas con discapacidad con apoyos retirados. “Hay que ahorrar”, argumenta.

Dice y hace lo que le apetece, insulta, impone y ejecuta salvajadas como la del Metrobús. Como si el “Superyó” -esa tapa que según la profesora era esencial para actuar sin impulsos primitivos ni volvernos una amenaza social-, en su cabeza, nada menos que en la cabeza del presidente, no existiera. EP

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