Juventud en la encrucijada: las voces calladas que ganan elecciones

Alejandro García Magos resalta la relevancia de la participación juvenil en las elecciones y destaca la importancia de los mensajes inspiradores y candidatos atractivos para movilizar a los jóvenes en los futuros comicios.

Texto de 06/02/24

Alejandro García Magos resalta la relevancia de la participación juvenil en las elecciones y destaca la importancia de los mensajes inspiradores y candidatos atractivos para movilizar a los jóvenes en los futuros comicios.

Tiempo de lectura: 7 minutos

Cuando los jóvenes y las mujeres salen a votar, el gobierno pierde, al menos eso afirmaba mi profesor de sociología, Alfredo Gutiérrez Gómez. Él, especializado en temas de juventud, presenció el paso de generaciones de jóvenes por los pasillos de la Universidad Iberoamericana. El hombre sabía de lo que hablaba. En lo personal, considero que su sentencia tiene sentido: lo natural y deseable es que cada generación rompa con el pasado y busque algo nuevo y diferente. De lo contrario, este mundo estaría lleno de ancianos prematuros y conformistas. No, lo deseable es que haya recambio, sangre nueva, y que lo viejo dé paso a lo nuevo. Es la ley de la vida. Si lo que decía mi profesor sobre los jóvenes es cierto, cabe preguntarse, entonces, ¿qué los moviliza más allá de un deseo natural de cambio? Y, quizás más importante para el caso que nos ocupa, ¿qué posibilidades hay de que eso suceda en las elecciones presidenciales de junio próximo? Para responder a esa pregunta, echemos una mirada a la elección de 2018 en busca de algunas claves.

La discrepancia del 2018: datos duros versus intenciones

Hace seis años, los datos revelaron una discrepancia significativa. Por un lado, los grupos de edad entre 19 y 34 años tuvieron un porcentaje de participación más bajo en las elecciones federales de ese año, situándose por debajo de la media nacional del 63 %. Es relevante destacar que este grupo demográfico no era insignificante, representando el 33 % de la lista nominal, equivalente a casi 30 millones de electores. Sin embargo, votó un poco más de la mitad, es decir, tan solo 16 millones. Para ponerlo en contexto, en aquella ocasión se registraron casi 57 millones de votos válidos.

Al mismo tiempo, hay datos que indican que estos grupos demográficos en México muestran niveles significativamente más altos de compromiso y participación política en comparación con otros países. Esto se desprende de una encuesta realizada por RIWI (Real Time Interactive Worldwide Intelligence) en la víspera de las elecciones de ese año. Según los resultados de la encuesta, casi 9 de cada 10 jóvenes entre 18 y 34 años opinaban que valía la pena votar. Para ponerlo en perspectiva, encuestas similares de RIWI en países como Francia y Japón revelan que solo 7 de cada 10 jóvenes consideran que votar vale la pena.

¿Cómo podemos explicar esta discrepancia entre las intenciones y los datos concretos? ¿Qué podría justificar que, aunque los jóvenes consideren que votar vale la pena, al mismo tiempo no se tomen la molestia de hacerlo? Un dato revelador de la misma encuesta de RIWI arroja luz sobre este asunto: entre los jóvenes que planeaban votar por Andrés Manuel López Obrador (AMLO), los niveles de interés en la elección eran ligeramente más altos que entre aquellos que respaldaban a otros candidatos. Esto sugiere que, aunque en líneas generales los jóvenes se abstuvieron de participar, había un segmento de ellos, el más movilizado, que se identificaba con López Obrador y quizás le otorgó su voto. Detengámonos un momento para reflexionar sobre esta posibilidad.

Indignación juvenil: ¿AMLO como catalizador?

A diferencia de lo que muchos hoy sugieren, el AMLO de 2018 fue el mismo AMLO de siempre. Ninguna careta ni fotografía logró ocultar su desprecio por las reglas democráticas y su populismo. Aquellos que lo conocíamos desde sus días como Jefe de Gobierno del DF sabíamos exactamente qué esperar. Y así fue: durante la campaña, no modificó en absoluto las posturas que había mantenido durante décadas, ni suavizó significativamente su imagen. Persistió en sus ataques hacia los ricos, y se presentó sin rubor como el único hombre íntegro: el único capaz de enfrentarse a las élites económicas y políticas a las que denomina la “mafia del poder”.

Lo que sí cambió en 2018 fue el electorado, que se volvió menos tolerante y más beligerante, al igual que AMLO mismo. Las cohortes más jóvenes, nacidas después de la transición democrática (1977-1996) y sin recuerdo del PRI hegemónico, parecían particularmente hastiadas del statu quo. Fue así como le otorgaron a AMLO un cheque en blanco para cumplir su prometido cambio de régimen, uno que favorecía a los pobres sobre las clases medias, y en el cual la voraz “mafia” sería expulsada de las instituciones gubernamentales, reemplazada por “hombres y mujeres de buena voluntad”. Consciente o inconscientemente, esto es lo que los jóvenes mexicanos votaron en 2018. AMLO no distorsionó su imagen ni su voz, misma que encontró eco entre una generación ávida de un cambio.

“Lo que sí cambió en 2018 fue el electorado, que se volvió menos tolerante y más beligerante, al igual que AMLO mismo”.

¿Se puede concluir que AMLO logró inocular su proverbial rencor social en un sector de jóvenes? Quizá. Lo cierto, sin embargo, es que siempre han existido razones abundantes para estar indignados con el gobierno en México, especialmente con la desastrosa administración de Enrique Peña Nieto. Destaco tres errores monumentales de su sexenio que impactaron fuertemente la opinión pública: el mal manejo del caso Ayotzinapa, la corrupción en su círculo cercano y familiar, y el infame gasolinazo de enero de 2017. En relación con este último, Peña Nieto se colocó frente a una falsa disyuntiva —”Era pensar electoralmente o era pensar en el futuro del país”— y perdió la elección, y perdió al país. Sin exagerar, se podría afirmar que las decisiones de Peña Nieto le allanaron el camino a AMLO.

Xóchitl Gálvez y la bandera de la rebeldía

¿Qué podemos concluir de todo esto? En primer lugar, es evidente que los números no mienten: casi el 50 % de los votantes registrados pertenecen a grupos etarios entre los 18 y los 34 años. Esto, en sí mismo, es significativo y respalda la premisa con la que inicié estas reflexiones. Quien logre movilizar a esa masa de votantes será un hábil estratega y probablemente garantice el triunfo. Porque, en última instancia, lo que se puede concluir es que los jóvenes están ansiosos por participar en la construcción de un mejor país; lo que falta es un mensaje y un candidato que los inspire.

En segundo lugar, también es válido concluir que esa masa de votantes jóvenes no es homogénea. Naturalmente, los grupos etarios se dividen en preferencias políticas. Aquí surge una conjetura: a medida que las campañas se intensifiquen y la contienda se acerque a su cierre, es probable que veamos a los jóvenes lanzarse a ‘defender’ a su candidato. No es coincidencia la insistencia del equipo de Claudia Sheinbaum al afirmar que “este arroz ya se coció”. Esto parece ser una estrategia evidente para ganar tiempo y disuadir al adversario.

Tercero, en esta situación, Xóchitl Gálvez cuenta con una ventaja significativa. A diferencia de hace 6 años, tiene a su disposición la bandera de la rebeldía y el fastidio. Igual que cada 6 años, las razones para estar molestos con el gobierno son abundantes. Si el gobierno de Peña Nieto fue un desastre, el de AMLO ha sido un cataclismo para las instituciones del país. López Obrador hizo cosas que nadie le pidió que hiciera y no hizo las que se le pidieron. Por ejemplo, no abordó el problema de la violencia en México ni estableció las bases para un crecimiento económico a tasas superiores a las logradas por sus predecesores. Sin embargo, sí llevó a cabo otras acciones. Encabezó un ataque frontal y vehemente contra el Instituto Nacional Electoral (INE), se embarcó en la colonización de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), y prefirió dirigir sus energías hacia su programa matutino, así como destinar fondos públicos a sus proyectos emblemáticos: una refinería, un aeropuerto y un tren; estos últimos bajo administración militar.


De la indignación a la acción

¿Frente a qué podrían rebelarse los jóvenes mexicanos? En primer lugar, ante un mal gobierno —pero eso es algo que todos hemos hecho—. Quizá lo que realmente debería encender su indignación es que, a diferencia de otras elecciones, se enfrentan a la posibilidad muy real de ver desaparecer las instituciones democráticas (INE) que heredaron de sus padres. No lo digo yo, lo afirma el propio AMLO: ‘Voy a proponer en el paquete de iniciativas de reforma que desaparezcan todos estos organismos‘. La simple posibilidad de que les recorten su capacidad de elegir a sus gobernantes debería ser motivo suficiente para que salgan a las calles y le monten un follón a este gobierno. Por menos que eso, algunos gobiernos latinoamericanos se han tambaleado.

“En cuanto a nosotros, los jóvenes de corazón que alcanzamos la adultez en la segunda mitad del s. XX y sabemos lo que significa vivir bajo un régimen de partido hegemónico, también debemos reconocer que nos estamos acercando a tiempos fanáticos, y este no es el camino al que aspirábamos”.

En cuanto a nosotros, los jóvenes de corazón que alcanzamos la adultez en la segunda mitad del s. XX y sabemos lo que significa vivir bajo un régimen de partido hegemónico, también debemos reconocer que nos estamos acercando a tiempos fanáticos, y este no es el camino al que aspirábamos. Este gobierno representa un retroceso en materia de democracia en todos los aspectos. Nos llevó casi 20 años alcanzar la autonomía de las autoridades electorales respecto al poder ejecutivo, lograda progresivamente mediante reformas electorales significativas en 1986, 1989-1990, 1993, 1994 y 1996. Si en 1977 las elecciones eran organizadas y sancionadas por la Secretaría de Gobernación, para el año 2000 eran gestionadas por un Instituto Federal Electoral (IFE) autónomo y supervisadas por el recién creado Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF). En esencia, esta es la historia de la transición democrática de México: décadas de ‘iteraciones constantes de fraude electoral, protesta opositora y reforma electoral’.

Observar cómo todo ese esfuerzo se intenta tirar a la basura debería impulsarnos a nosotros y a nuestros hijos, no solo hacia la incredulidad y la frustración, sino también hacia la rabia y la acción colectiva. EP

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