La globalización y el renovado nacionalismo en México

En este texto, Gerónimo Gutiérrez Fernández discute sobre las implicaciones en materia de política interior y exterior que conlleva el creciente y renovado espíritu nacionalista en México.

Texto de 18/09/23

Globalización

En este texto, Gerónimo Gutiérrez Fernández discute sobre las implicaciones en materia de política interior y exterior que conlleva el creciente y renovado espíritu nacionalista en México.

Tiempo de lectura: 8 minutos

Durante la última década del siglo pasado y la primera de este, el mundo experimentó un crecimiento acelerado de los flujos internacionales de comercio, inversiones y capital, así como de los movimientos transfronterizos de personas. En efecto, de acuerdo con datos del Banco Mundial, el comercio mundial como porcentaje de PIB pasó de 37% en 1989, año en que cayó el Muro de Berlín, a 60% en 2008, cuando empezó la llamada Gran Recesión. Este periodo estuvo también acompañado de un intercambio sin precedentes de ideas e información gracias a la revolución en las comunicaciones y a la llamada economía digital.

Estas condiciones, a las que comúnmente nos referimos como “globalización”, repercutieron en la conformación de nuevos nacionalismos en diversas latitudes al menos de tres maneras. Primero, las naciones se adhirieron a instituciones o acuerdos supranacionales, ya sean mundiales o regionales, y cedieron parte de su soberanía —uno de los elementos principales asociados con el nacionalismo; más aún, la globalización, en cierto sentido, puso de relieve que los Estados-nación eran demasiado pequeños para hacer frente a problemas globales como el calentamiento global o las migraciones, y demasiado grandes para responder eficazmente a los problemas y demandas locales o comunitarios dentro de su territorio. Segundo, los grandes movimientos migratorios pusieron presión sobre la capacidad soberana de los gobiernos para decidir quién entra a su país y cómo lo hace. Tercero, las personas ganaron acceso a grandes cúmulos de información sobre la cultura, tradiciones y costumbres de naciones lejanas y distintas a la suya.

“[…] de acuerdo con datos del Banco Mundial, el comercio mundial como porcentaje de PIB pasó de 37% en 1989, año en que cayó el Muro de Berlín, a 60% en 2008, cuando empezó la llamada Gran Recesión.”

Hoy se habla con frecuencia de que existe un rechazo a la globalización, e incluso algunas opiniones vaticinan su fin. En 1997, el semanario inglés The Economist publicó un artículo bajo el título de “¿Un Mundo?”. El texto daba cuenta del acelerado proceso de integración económica por el que se atravesaba, pero advertía que, durante los cincuenta años previos a la Primera Guerra Mundial, se había experimentado un crecimiento similar de los flujos transfronterizos de bienes, capitales y personas; y que dicho periodo terminó abruptamente con la guerra y el resurgimiento de fuertes nacionalismos.

Creo, por supuesto, que un juicio definitivo sobre este último proceso de globalización es prematuro. A fin de cuentas, como macro-tendencia, la globalización es relativamente nueva y parece más realista hablar de que se ha desacelerado o, como señalan algunos, fragmentado. Es decir, el mundo comienza a organizarse más bien en regiones geográficas o bloques identificados con un modelo político y de desarrollo similar. En este mismo sentido, Dani Rodrik, estudioso del tema, propone una tesis interesante en su libro la Paradoja de la Globalización (2012). Nos recuerda de la importancia de los Estados-nación y nos plantea la imposibilidad de establecer simultáneamente la democracia, la autodeterminación de las naciones y la globalización económica. Rodrik advierte que quizá la globalización no puede ir tan lejos antes de generar una reacción política de rechazo en las naciones y, añadiría yo, avivar un nacionalismo frente a todo lo que viene del exterior. Sea como fuere el caso, el momento invita a reflexionar sobre el nacionalismo y su relación con la globalización, en particular en el caso de México y su contexto actual. Sirva este texto para aportar algunas ideas.

Nacionalismo Mexicano

El nacionalismo surge a finales del siglo XVIII tras la Revolución Francesa, con la conformación de los Estados-nación y como consecuencia de los movimientos independentistas y revolucionarios que se gestaron a partir de entonces y durante buena parte del siglo XIX. Se trata —abusando de generalizaciones— de una ideología o movimiento político que busca que las personas se identifiquen con una nación en particular a través de distintos medios y con diferentes propósitos. De acuerdo con el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, el nacionalismo es simplemente un: “Sentimiento fervoroso de pertenencia a una nación y de identificación con su historia y con su realidad”.

A simple vista, el nacionalismo no podría verse sino como algo positivo, que conjuga la voluntad de las personas y lo hace previsiblemente en aras de un fin o futuro común. Sin embargo, como es sabido, con el tiempo se han desarrollado distintas definiciones o acepciones de ‘nacionalismo’ (de derecha, de izquierda, culturales, religiosas, étnicas, liberales, cívicas, extremistas, etc.) que utilizan distintos medios para logar esta identificación de las personas con un proyecto de nación. También, sin duda, los nacionalismos persiguen con esta identificación objetivos que son distintos. Dicho de otra manera, difícilmente puede criticarse que un individuo o gobierno se defina como nacionalista. Cómo lo haga y con qué propósito es lo realmente importante.

En México, el nacionalismo ha tenido dos grandes periodos —nuevamente abusando de generalizaciones. El primero lo podemos localizar durante buena parte del siglo XIX, orientado principalmente a reafirmarnos y construirnos como nación independiente, tanto de España en un inicio, como de otras naciones después —lo que incluye claramente a Estados Unidos. El segundo es el llamado “nacionalismo revolucionario”, que durante buena parte del siglo XX tuvo el objetivo de consolidar y dar viabilidad al Estado bajo el régimen priista.

“[…] el ocaso del nacionalismo revolucionario y del régimen priista coincidió temporalmente con el acelerado proceso de globalización de finales del siglo pasado.”

No puede pasarse por alto el hecho de que el ocaso del nacionalismo revolucionario y del régimen priista coincidió temporalmente con el acelerado proceso de globalización de finales del siglo pasado. Incluso habrá quienes sostengan que esta fue, al menos en parte, responsable de su conclusión. Desde mi punto de vista, la globalización desdibuja, sin duda, al nacionalismo revolucionario, o cuando menos algunas de las razones que lo sostenían.

También en México, como ocurre en otros casos, el nacionalismo tiene dos grandes dimensiones o perspectivas: una hacia al interior, que promueve la identificación de las personas con su nación, a fin de dar coherencia política y operativa al Estado, y una hacia el exterior, que reafirma a la nación frente a factores externos que se perciben o se presentan como una amenaza. Ambas perspectivas usan o abusan de la historia para lograr su fin. Exaltar la historia, o una visión particular de esta, es frecuentemente el pegamento que sostiene una ideología nacionalista. El nacionalismo revolucionario, como es notorio, estuvo plagado de episodios en los que se exaltaron factores externos como amenazas, no porque necesariamente lo fueran, sino por la dificultad de dar viabilidad al Estado interno y promover una corriente política.

Hoy es común escuchar que con el gobierno que encabeza el presidente López Obrador ha reavivado el nacionalismo mexicano; que la autodefinida Cuarta Transformación de México recupera el nacionalismo perdido. Sin duda, hay algunos elementos que apuntan a este sentido, pero, como discutiremos en adelante, las preguntas más relevantes tienen que ver con los medios y los fines de este renovado nacionalismo. 

El gobierno actual ha reavivado el nacionalismo a través de tres medios principalmente: colocando la historia nacional —o al menos su versión de ella— como parte medular de la narrativa gubernamental, y también diversos símbolos como elementos clave de su imagen; promoviendo nuevas empresas públicas y el rescate de otras existentes —sobre todo PEMEX y la CFE, así como grandes proyectos de infraestructura que se definen como punta de lanza de un nuevo modelo de desarrollo; y, finalmente, ejerciendo tácticamente —habría que reconocerlo— una política exterior que a menudo parece más defensiva que genuinamente interesada en la articulación internacional de México.

En los dos primeros casos, el gobierno actual usa formas del nacionalismo que no son muy distintas de las empleadas previamente en México. Parece así razonable hablar —como algunos ya han sostenido— de una especie de reedición del nacionalismo revolucionario con la diferencia o incluso el agravante de que, en un contexto de polarización, el nuevo proyecto de nación se busca imponer y no negociar con la correlación de fuerzas políticas. En este mismo espacio, apuntaba hace poco, al buscar la gran transformación de México, el presidente López Obrador ha abierto pocos espacios, si es que alguno, para dialogar y construir un proyecto de nación en conjunto con su oposición, ya sean los diferentes partidos o la sociedad misma. La idea de nación que construye el presidente y su renovado nacionalismo parecen destinados solo a quienes coinciden con sus ideales políticos.

Un Nacionalismo en el Mundo Global  

Todas las sociedades recurren a alguna forma de nacionalismo para definir su relación con el mundo exterior. Por ello, quiero concentrarme ahora en esta dimensión externa del nacionalismo, es decir, aquella que exalta la nación ante factores externos. El nacionalismo de cara al exterior puede ser una gran fuerza para el bien o para el mal. Hoy vemos, por ejemplo, cómo el nacionalismo de Ucrania ha sido quizá el elemento más poderoso de su defensa frente a la terrible invasión de Rusia, país que también exalta el nacionalismo para justificar su agresión. Sobran ejemplos así a lo largo de la historia.

“Durante todo el siglo XIX, ante la fragilidad del Estado y las pretensiones y acciones contra México de potencias europeas y de Estados Unidos, el nacionalismo mexicano sirvió atinadamente para establecer y conservar límites básicos de nuestra soberanía y autodeterminación.”

En nuestro caso, los gobernantes de México han echado mano del nacionalismo para defenderse de amenazas reales o fabricadas.  Durante todo el siglo XIX, ante la fragilidad del Estado y las pretensiones y acciones contra México de potencias europeas y de Estados Unidos, el nacionalismo mexicano sirvió atinadamente para establecer y conservar límites básicos de nuestra soberanía y autodeterminación. No está de sobra señalar que la falta de identificación con la nación mexicana de las personas en regiones y comunidades del norte del territorio fue precisamente un factor de peso en las intervenciones armadas estadounidenses, las cuales resultaron en la perdida de la mitad del territorio. Como señala Enrique Krauze, el nacionalismo mexicano tiene raíces profundas (“El Trauma Nacionalista”, El Reforma, 2013).

Creo, sin embargo, que es un gran pendiente en México construir un nacionalismo cuya cara hacia el exterior no sea defensiva, que entienda la globalización como una fuerza y realidad positiva para el país, y que recurra menos a la historia y más a la identificación concreta de los intereses actuales de los mexicanos ante la realidad que hoy presenta el mundo. 

En este sentido, hay aspectos del nacionalismo que vemos en el actual gobierno que preocupan. El primero es un objetivo de autosuficiencia irreflexiva, que se presenta como dogma más que como estrategia de desarrollo o incluso de seguridad nacional. Hay que producir, se nos dice, lo que consumimos, ya sean alimentos o gasolina. Un nacionalismo abierto hacia el exterior debe partir de que la noción de intercambio de bienes que permite la globalización no es un juego de “suma cero”, donde quien importa necesariamente pierde y quien exporta gana. Debe asumirse también que las reglas que regulan este intercambio son valiosas y deben cuidarse precisamente como mecanismos de protección de las naciones menos desarrolladas y poderosas frente a las que más lo son. Por supuesto, tener seguridad en el abasto de cosas como alimentos o gasolina resulta de la mayor importancia. No obstante, si queremos ser parte de un mundo globalizado, tendremos que lograrlo porque somos competitivos en ello, porque es financieramente viable y sin doblegar las reglas del comercio mundial que hemos aceptado y que permiten a otros abastecernos desde el exterior. Tener una mayor reserva nacional de gasolina, por ejemplo, tiene todo el sentido del mundo. No así refinarla, si en el proceso se corre el riesgo de perder dinero.  

De igual manera, apostar por un nacionalismo y un futuro económico basado en una industria petrolera que sea propiedad del Estado pienso que hoy tiene menos sentido que antes. La expropiación petrolera de 1938 es considerada uno de los actos más nacionalistas de nuestra historia, exaltado por décadas y hoy venerado por el gobierno. Esta expropiación no fue solo una reivindicación económica sino un desagravio ante las compañías petroleras que, como sugiere Krauze en el texto antes citado, se habían convertido en “Estados dentro del Estado”. Sin embargo, la reedición que hoy busca hacer el gobierno se enfrenta a dos problemas: todo indica que el petróleo como fuente de energía va en declive (no así en 1938); y, a quien siempre vimos como el principal riesgo para nuestro petróleo, Estados Unidos, se ha convertido en el principal productor del mundo —por cierto, a través de la iniciativa privada. Un nacionalismo económico mal entendido, en aras de la autosuficiencia energética, alimentaria u otra, o de usar grandes empresas del Estado como elemento nacionalista, conlleva riesgos importantes que tarde o temprano se materializan.

“Un nacionalismo económico mal entendido, en aras de la autosuficiencia energética, alimentaria u otra, o de usar grandes empresas del Estado como elemento nacionalista, conlleva riesgos importantes que tarde o temprano se materializan.”

Para finalizar, un aspecto que preocupa y que vale la pena resaltar es ver en toda crítica que proviene del exterior un atentado contra nuestra soberanía y la dignidad de los mexicanos. Como ya señalamos, la globalización pone al alcance de las personas mucha información, ideas y opiniones sobre lo que pasa en la mayoría de los países, incluido el nuestro. Desde mi perspectiva, una de las ventajas de la globalización es que conlleva, para los que quieren ser parte de ella, una fuerte dosis de escrutinio internacional. El nacionalismo sirve frecuentemente como defensa ante dicho escrutinio. El problema es que casi siempre sirve a quienes pretenden con ello tomar el poder, conservarlo y abusar de él. EP

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